Hasta siempre

Joaquín Berrios Contreras de Jaén
No pasa un día sin que afloren los recuerdos

Es impredecible reconocer de lo que es capaz la mente humana. Pasados ya tres años desde la ausencia de mi padre y amigo, Joaquín Berrios, sigo manteniendo inmaculados en la memoria todos los recuerdos perpetuos de su vida. Esto es debido a que las cosas, si no se recuerdan, se olvidan y eso no deseo que contigo ocurra.

    11 jul 2010 / 10:04 H.

    No pasa un solo día sin que afloren en mi mente recuerdos tuyos, ya sea tu cara, que indicaba confianza y, a la vez, seriedad; tus palabras, que expresaban sosiego, o tus buenas acciones, que eran por lo que te marcaban en la vida. Siempre pensabas primero en los demás y después en ti.
    Me gusta recordarte incesablemente y de forma continua. Le explico a tu nieta Pilar cosas de su abuelo y le hablo de lo contento y orgulloso que estaría disfrutando con sus nietos un escueto día de campo. Porque tú no necesitabas grandes cosas para ser feliz si tu afable familia permanecía a tu vera.
    Me da aflicción recordar los buenos momentos que has dejado de vivir junto a tu esposa, Rosario, y tu, cada día más, amplia familia. Sin embargo, a la vez, una generosa sonrisa ilumina mi faz al estar seguro de que eres el responsable, desde allí arriba, de que estas situaciones nos acontezcan cada vez que nos juntamos en cualquier sitio y, en especial, en tu lugar de retiro espiritual, que era La Noguera.
    Cada día me siento más orgulloso de la gran reminiscencia que dejaste en toda tu familia desde el día que tu querida Santa Catalina te iluminó el camino para ascender al reino de los cielos y formar parte del redil de nuestro Señor.
    Por tu hijo, que nunca te olvidará, Juan Carlos Berrios.

    PEDRO VIVO NAVÍO  de Cortijos Nuevos
    “Gracias por lo que nos has enseñado”

    Con motivo del final del año sacerdotal, y teniendo en cuenta la fiesta de San Pedro y San Pablo, me he permitido rendir este pequeño homenaje a Pedro Vivo, sacerdote serrano y humilde. Nacido a la sombra de los pinos, en Cortijos Nuevos, serrano de pura cepa como se definía a sí mismo, supo vivir cada día de su vida como un auténtico serrano.
    Tuve la oportunidad de conocer a  Pedro cuando yo estaba de cura en Santiago de la Espada. Por aquel entonces, en alguna reunión en la que coincidimos, pude escuchar de sus labios una de esas frases que ayudan a cambiar la vida de uno mismo: “Un cura, amigo Dandy, tiene que patear su pueblo”. Como vio que puse cara de chino, me lo dijo por segunda vez: “Un cura debe patear su pueblo, es decir, debe ir a patita para así conocer a sus feligreses de una forma mucho más cercana”. Y bien es verdad y, por eso, como otras muchas veces, tenía razón. Además, él lo supo llevar a la práctica.
    También recuerdo mi carta de presentación que hizo ante nuestro obispo, Ramón del Hoyo: “Don Ramón, este cura va al revés que todos los curas: todos vamos ‘pidiendi’ mientras él va ‘dandi’”.  Anécdotas aparte, también son muchos los elementos típicos de sus homilías, de sus paradas durante las misas, de su espíritu desprendido para ayudar a los más pobres y sencillos, su pastoral con los gitanos, punto en el que consiguió que muchos se bautizaran y, así, hasta completar un largo etcétera.
    En los meses que estuve compartiendo con él los últimos años de su vida, pude disfrutar, una vez más, de sus chascarrillos, de su indiferencia al “protocolo”, de su libertad a la hora de hacer lo que creía más conveniente, aunque, a veces, no fuera lo más políticamente correcto.
    También, en las reuniones de curas, era fácil escuchar de sus labios que el problema no era que había alejados en la Iglesia, sino que más bien había olvidados, es decir, que no se les tenían como centro en los planes pastorales.
    Así pues, en esta página quiero dedicarle un pequeño homenaje, una pequeña oración y una pequeña plegaria:
    “Hermano Pedro, seguro que en la casa de Papá-Dios le seguirás contando, con tu estilo tan peculiar, tantas anécdotas como te tocó vivir en todo el tiempo que estuviste dedicado a la pastoral, tanto en la Sierra de Segura, como en la Sierra de las Villas. Hemos tenido el gran placer de poder disfrutar tu presencia, de tu estilo. Por todo ello, gracias, hermano Pedro, por todo lo que nos has enseñado. Recibe un abrazo de paz y síguele contando a nuestro Dios esas anécdotas y adivinanzas con las que nos hacías saltar una sonrisa en nuestros labios”.
    (Texto publicado en la revista Iglesia en Jaén).
    Por Ángel-Dandy.

    Carmen Delgado Martos  de Villargordo
    Todos los días te recuerdo de alguna manera

    Mi querida madre: Hace tanto tiempo que te fuiste y, en cambio, parece que fue ayer. Todos los días te recuerdo de una manera o de otra. Y es que te fuiste demasiado pronto. Las madres siempre hacen mucha falta. Siempre están dando consejos. Y son tan acertados que se agradece y, sobre todo, lo bien que nos cae. Claro, para mí, es mi madre y siempre lleva la razón.
    Hoy te quiero felicitar en el día de tu santo: la Virgen del Carmen. Siempre tenemos esa palabra en la boca. No en vano, tienes tres nietas con tu nombre y, además, una bisnieta. Tiene seis años y es de mi hija Leonor. Todas son tan guapas como tú lo fuiste por fuera y por dentro.
    Fuiste una mujer trabajadora, noche y día. Las mujeres de esos tiempos no pensaban en las vacaciones. Sólo tenían en cuenta el bienestar y el futuro de sus hijos y, de esta manera, nunca nos faltó de nada a pesar de que eran tiempos difíciles. Al pasar una Guerra Civil se pierden a los seres queridos, para ti, todos de una muerte natural. Sin embargo, ahí estabas tú, una mujer fuerte y una heroína tirando hacia delante.
    Te llevaste el orgullo de que toda tu familia te amaba. Te querían tanto tus padres, hermanos, sobrinos y primos. Cuánto bien hiciste por todos sin tener interés alguno.
    Papá te quería tanto que se deshacía en halagos. Era muy detallista y siempre luchaba para que fueras “la reina” de tu casa. Tú te merecías eso y más. Nos diste esos cimientos y ese saber estar. Eso es algo que sólo se aprende en una casa como la tuya. Los principios que sé, ojo, me los enseñaste tú. Sabías hacer de todo.
    No eras una mujer de salir mucho a la calle. Sólo lo hacías en los momentos precisos y en los días de fiesta. Pero era tanto el cariño que te tenían en tu pueblo que te visitaban sin más, simplemente, por el gusto de verte. A todos los recibías, sin protocolo alguno, en la cocina o en cualquier sitio de la casa en el que estuvieses. Tus cuñados, tus cuñadas y todos los sobrinos, cuando venían de los cortijos, su primera visita era a casa, para estar contigo. Llegaban tan tranquilos porque sabían que serían bien recibidos.  Los vecinos y todos los que trabajan en casa nunca tuvieron una queja contigo.
    Bueno, podría estar hablando una infinidad de cosas sobre ti. Me despido, aunque sé que las madres no se van nunca y nos dan la fuerza para vivir el día a día. Tu hija jamás te olvidará.
    Por Rosa A. Delgado.

    fernando garcía de repáraz y barroso  de Jaén
    Un gentleman, un señor y una gran persona

    Fernando García de Repáraz y Barroso nació en Jaén el 16 de mayo de 1950. Era el mayor de dos hermanos varones. Nos dejó hace poco.
    Estudió los estudios de arquitecto técnico en la Escuela de Arquitectura Técnica de Sevilla y, una vez obtenido el título correspondiente, se matriculó en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, concretamente, en el curso puente que daba acceso a la misma. Terminó sus estudios de arquitecto en febrero de 1980. Inmediatamente después, se colegió en el Colegio Oficial de Arquitectos de Andalucía Oriental, aunque pertenecía a la Delegación Provincial de Jaén. Su colegiación tuvo efectos el 18 de noviembre de 1980 y se incorporó con su actividad profesional en el ejercicio libre de la profesión.
    Su inquietud le hizo involucrarse en las actividades colegiales, ya que participó activamente en cuantos actos se realizaban. Además, fue el eslabón de enlace con el entonces Colegio Universitario de Jaén, lugar en el que organizó cursos para arquitectos y otros profesionales que estuvieran interesados en temas, tan en boga hoy en día, como el medio ambiente y la arquitectura.
    Sorprendía a todos por su empuje y su trato, tanto como estudiante como arquitecto. Era meticuloso, ordenado, buen amigo de sus amigos, en definitiva, un caballero. Hace poco tiempo, hablando con un compañero, conversación en la que demostró esa amistad, se preocupaba y preguntaba por colegas de Jaén, de los que sabía que estaban un poco delicados.
    Tanto participaba en las actividades colegiales, que formó parte de la junta directiva de la Delegación de Jaén del Colegio Oficial de Arquitectos de Andalucía Oriental. Desde allí, promovió actos culturales y de formación de los arquitectos.
    Sus proyectos tenían un sello muy personal. Delineados con pulcritud de artista, con estilógrafos sobre papel vegetal, que prefería de gran gramaje, casi de pergamino. Tenía una gran capacidad de trabajo. Se apasionaba con los proyectos. Fue alumno, entre otros de los arquitectos y maestros, José María García de Paredes y Rafael Manzano Martos, que profundamente lo marcaron.
    En sus años de Jaén, siempre destacaba por su educación y gustos refinados; cortés hasta (podríamos decir con cariño) llamar la atención. Era así por naturaleza; no había en él impostura. Siempre elegantemente vestido, por lo que por su apariencia señorial transmitía distinción. Casado con Amparo Yelo Clemente —farmacéutica nacida en Cartagena y madre de su hijo Fernando—, una mujer que, a la postre, fue lo que hizo que trasladara su residencia habitual al citado municipio. Solicitó la baja en el Colegio, delegación de Jaén, el 30 de junio del ejercicio 1998 para darse de alta en el Colegio Oficial de Arquitectos de Murcia el día 9 de septiembre de ese mismo año.
    Hizo el doctorado en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura Sevilla, con una tesis titulada “El mirador en la arquitectura urbana de Cartagena en el entorno del año mil novecientos”. La defendió el 2 de julio de 1996. Fue profesor de Historia de la Construcción (Grado en Ingeniería de la Construcción) en la Universidad Católica San Antonio UCAM (Murcia). Participó en el acto de imposición de becas y entrega de diplomas de la última promoción de arquitectos técnicos de la citada institución académica el pasado 7 de mayo. Se encargó de nombrar a los graduados de la promoción.
    Junto a sus cualidades humanas de la ya aludida elegancia y educación en el trato con las personas, sin hacer acepción de ninguna, ocurría una cosa llamativa. Ese trato indicado, en lugar de alejarlo, de guardar las distancias o de mostrarlo distante, lo acercaba e impregnaba esa relación de confianza y seguridad con respecto a él. Sabías que podías contar con él. Los propios alumnos solicitaban que formara parte como miembro del tribunal de sus proyectos fin de carrera, y se lo pedían con una expresión más o menos como esta: “Don Fernando, deseo que usted tutele mi trabajo…”.  Su corrección, siempre certera y educada, sin herir, ayudando, como hace aquel que valorando lo mejor de las personas tiene las palabras precisas y de forma tan correcta, hacía que distinguieras las cosas positivas de las negativas, las buenas para mejorarlas y las incorrectas para subsanarlas.
    Así era Fernando, doctor arquitecto, arquitecto técnico, un magnífico profesional de la Arquitectura, de la enseñanza, pero sobre todo, un gentleman, un señor, una gran persona.
    Por Arturo Vargas-Machuca Caballero, decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Jaén.

    Antonio García Monge  de Lopera
    Un hombre trabajador y formal

    El recuerdo vivo de Antonio García Monge sigue muy presente en sus familiares, amigos y vecinos de Lopera a pesar de que su fallecimiento tuvo lugar hace ya unos años. Su gran bondad se convirtió en uno de los motivos de que no cayese en el olvido. Fue el más mayor de una familia de siete hijos: Juan, Antonio, Francisca, Carmen, José, María y Juan. Sus padres fueron Juan García y María Monge. La infancia de Antonio García transcurrió en la popular calle Magdalena, donde sus padres tenían la casa familiar. Con apenas 17 años, fue reclutado en Lopera por el bando rojo para participar en la Guerra Civil Española. Esta fue la causa de que recorriese diferentes frentes de la Península y, al final, Antonio García consiguió volver indemne.
    Después de la contienda, realizó el servicio militar en África, concretamente, en el Sáhara español. De vuelta a Lopera, comenzó a trabajar en la viña de Morente como encargado y podador de viñas con tal arte que llegó a enseñar a muchos loperanos. Incluso, era llamado de pueblos vecinos para realizar esta noble labor. También trabajó en otras labores del campo, como son la recogida de la aceituna, aunque lo que más le gustaba era la viña. Se casó en primera instancia con Antonia Lara Bellido, matrimonio de cuya unión nacieron dos hijas María y Antonia García Lara.
    Tras el fallecimiento de su esposa, contrajo matrimonio por segunda vez con Ana Monge Ojeda, del que nacieron 3 hijos: Juan, Francisco e Isabel. También convivió con el matrimonio Antonio Rosales Monge, que procedía de un matrimonio anterior de Ana. Entre sus aficiones, destacaba su gusto por el flamenco y, concretamente, por Juanito Valderrama y Pepe Marchena. Asimismo, no pasaba ni un solo día a la cita con sus amigos en la muralla del Paseo de Colón y a la partida de cartas en el hogar del pensionista con los hermanos mellizos Antonio y Manuel Coronado, Martín Puerto, Pedro “El Rey”, Juan Ramírez. Con ellos pasó  bastantes buenos ratos y hablaban de sus vivencias en la guerra y posguerra. También le encantaba dar su paseo diario por los caminos de las afueras del pueblo, algo que le mantenía en buena forma. Su vida estuvo marcada por ser un hombre que se desvivía por su familia y, también, tenía gran devoción por los trece nietos que llegó a conocer: Dolores, Miguel, Pedro, José María, Antonio, Teodoro, María Isabel, Teodoro, Antonio, Ana Alicia, Antonio, Francisco Jesús y Antonio. Disfrutaba de todos los momentos que podía estar a su lado. Ellos lo querían mucho, pues era un abuelo muy bueno. Fue un hombre muy trabajador  y formal. Además, se preocupó de darles a sus hijos un futuro mejor, en unos tiempos difíciles, sin disponer de otros medios que no fuesen su trabajo y el apoyo de su esposa. Su memoria permanecerá siempre viva en el recuerdo más íntimo de todos sus descendientes. Por José Luis Pantoja.