Hasta siempre

Juan Cruz Barranco de Jaén. Fue una referencia para sus hermanos
Se fue el 29 de diciembre y su marcha cogió casi por sorpresa a sus familiares y amigos. Juan Cruz Barranco era un hombre de apariencia seria. Sin embargo, cuando se le conocía en la intimidad, destacaba por su enorme sentido del humor, su carácter jovial y su ágil conversación. Sus compañeros de trabajo podrían contar miles de anécdotas, pero son recuerdos que prefieren guardar en su corazón. La vida de Juan Cruz no fue fácil siempre. Era el mayor de ocho hermanos. Su padre fue guarda forestal, por lo que tenía que pasar muchas noches fuera de casa. Entonces, Juan —Juanito, como le llamaban sus seres más cercanos— ocupó ese lugar. Fue el punto de referencia para todos y siempre estaba presente en cualquier decisión que se tomase. Además, era el encargado de repartir los trabajos del hogar.
Su preocupación por sus hermanos fue inmensa y siempre trató de llevarles por el “buen camino”, aunque los tuviera que reñir si hacían algo más. Conoció a su primera mujer, Loli, cuando era sólo una niña. Se casó y tuvieron tres hijos. Una enfermedad se llevó a Loli antes de que hubiese cumplido los cuarenta. Fue un duro golpe, pero siguió adelante porque era un hombre fuerte. Tiempo después, se volvió casar con Ana. Sus aficiones eran muy parecidas a las de su padre: el campo, la caza, los toros y el flamenco. Este último, siempre reinaba en todas las fiestas. A su amigo Pepe Alcalde siempre le decía: “Vamos a echarnos un cantecito”. La mayor parte de su vida laboral la realizó en Jafarco, donde dejó una gran huella después de 45 años de entrega. Por Sebastián Cruz y José Alcalde, en nombre de todos sus compañeros de Jafarco.

José Antonio Jiménez Milla de Torredelcampo. A un compañero, a un amigo
El día 1 de enero de 2010, fallecía José Antonio Jiménez Milla, a los 53 años. Fue una gran persona, mejor amigo y un excelente profesional que prestó su servicio en el Cuerpo de Policía Local de Torredelcampo (Jaén). Ingresó como interino en 1977. Como funcionario de carrera, tomó posesión del cargo de Policía el 15 de enero de 1981 y ascendió a oficial el 8 de octubre de 1991. Su vida laboral comenzó, precisamente, el 1 de enero del año 1977, treinta y tres años y un día le constan como servidor público.
Resulta difícil decir qué ha sido una persona en pocas palabras y más aún cuando ha desempeñado un cargo público con la dedicación que él lo hizo. De joven, y al principio de su carrera profesional, cuando tenía un brazo roto y escayolado, prestaba servicio. Con una sola mano se arreglaba, decía él. Así se mantuvo hasta su último día de trabajo. Se encontraba bastante mal, pero fue a realizarlo por no dejar solo a un compañero y, aunque la gripe A le había atacado, estuvo en su puesto mientras pudo aguantar de pie. Tanto a nivel profesional como personal, daba todo lo que tenía y podía si le pedían algún favor o veía que alguien lo necesitaba, aunque no lo pidiera. Le gustaba colaborar activamente con la Hermandad de San Isidro en todo cuanto organizaba porque, desde pequeño, su familia custodiaba y cuidaba la imagen que él veneraba. En su festividad, especialmente, siempre echaba una mano, aunque le costara perder sus días libres. Cuando San Isidro procesionaba, junto a la imagen y como uno más entre la multitud, estaba él acompañándolo en todo el itinerario.
En cualquier cosa que se hiciera en el ámbito de la plantilla participaba activamente. Era un torbellino y una inagotable fuente de energía que transmitía a quien estuviera a su lado. Si algún compañero lo requería o lo necesitaba para un servicio, hacía lo que se le pidiera, aunque le costara dejar su pasatiempo favorito últimamente: ejercer de abuelo. Puede parecer que la fecha en que falleció, el 1 de enero, es desafortunada por ser un día tan especial, pero él siempre ha sido de espíritu alegre y amante de las fiestas. Le gustaba organizarlas con cualquier pretexto. Lo importante era juntarse los compañeros y los amigos para compartir buenos momentos. Es el mejor día en que todos podemos tener una copa en la mano y brindar por él. Una gran multitud de familiares y amigos le acompañó durante su funeral, con respeto y en silencio, como él se merecía. Sus compañeros del Cuerpo de Policía Local, por un lado, lo echamos de menos y, por el otro, pensamos que él no se ha ido, que está ahí y que, como siempre, cuando tengamos un problema, seguro que nos echa una mano. Hay personas que pasan por este mundo sin dejar huella, José Antonio ha labrado un profundo surco en su paso por la vida. Por Antonio Zafra Robles, subinspector-jefe del Cuerpo de Policía Local.

José Ibáñez Sánchez de Alcalá la Real. Atesoró la cultura alcalaína
José Ibáñez Sánchez fue un alcalaíno que se incorporó a la vida institucional ya como hermano tardío, longevo, pero, al mismo tiempo, como generoso colaborador y fiel consejero. Sin embargo, vivió una juventud intensa y apasionada en aquellos tiempos en los que la mesura parecía que no cabía en la sociedad. Había que apostar y Pepe supo encuadrarse por los más débiles, como era él. Pero, de esta manera, como hombre amante de la cultura, logró guardar tesoros que ni siquiera en tiempos posteriores se lo agradecieron. Luego, petate en mano, pisó la oscuridad de la noche de los años cuarenta en todos los rincones que pasaban desde los campos de desafectos hasta las cunetas y puentes de la emigración en otras tierras. No podemos olvidar lo que Pepe Ibáñez ha representado en la sociedad alcalaína, un tipo de hombres, que no puede olvidar el pueblo de Alcalá y con el que este pueblo está en deuda. Se entregó de todo corazón al mundo musical. Una calle con su nombre fue el reconocimiento por una letra de un himno a nuestro pueblo y por su compartir la búsqueda de simbolismos locales.
Una vez escribí que se merecía un Hércules —el distintivo de reconocimiento oficial de Alcalá la Real— por su capacidad organizativa y su entrega en el fomento de la cultura entre la juventud. Y se lo merece porque fue un titán, por los ideales que vivió intensamente en la juventud hasta tener que sufrir las cadenas de la opresión. Porque fue un inquieto y afanoso autodidacta, algo que le permitió adquirir un amplio conocimiento de estudios gramaticales y matemáticos en sus años de presidio para realizarse laboralmente en la emigración en tierras catalanas. Escritor de pluma ágil, impresionista, muy colorista, que acercó al mundo cultural y periodístico de Cataluña y de Alcalá la Real. Las musas le cautivaron con la música, un arte que prácticó en su juventud, mantuvo en su madurez y en la que ejerció de mecenas, patrocinador, organizador de todo tipo de actividades musicales en nuestro munixipio. Por su esfuerzo y su constancia, la Agrupación Musical Pep Ventura renació de las cenizas, cual ave Fenix, allá por los años ochenta, cuando volvió de la emigración. No reparó horas y días en forma la rondalla y el grupo de acordeones, que llevaba el nombre de Alcalá a muchos rincones de tierras andaluzas y catalanas. Amante de la fotografía, fue testigo y cronista fiel de muchas actividades culturales, algo que reflejaba en su álbum y donaba a muchas entidades. Las hermandades y cofradías, sobre todo, los hombres del Cristo de la Salud, le cautivaron, le atrajeron y se hizo hermano de ellas, colaborando con su pluma y su cámara de fotos. Al final de su vida, casi alcanzando los noventa, Pepe nos dejó. Escribió un diario que es una joya literaria y dejó sus bienes a la sociedad alcalaína. Seguro que la misericordia le ha tendido sus brazos generosos, porque la patrona lo atrajo con sus silvos amorosos en su madurez, ya que nunca perdió la luz de la religiosidad, incluso en los momentos más trágicos.  Estas palabras, seguro que le recompensarán cualquier reconocimiento, eso que tanto se mereció, porque, de sobra, este hombre, flácido y de hierro, ya está fundido en el relieve broncíneo del héroe hercúleo como compañero de un trabajo mítico de una persona que vivió intensamente el siglo XX. Incluso, propongo que le dieran post mortem o a título póstumo la piel del león del retador de Gerón. Pues fue uno que dio mucho y, lo más importante, que tendió puentes. Con esto, su currículo no necesita más hagiografía. Por Francisco Martín

Carmelo Medina Ocaña de Jaén.“A Carmelo, un joven que renovaba la vida a cada instante”
“Un manotazo duro, un golpe helado”, de Miguel Hernández. Hoy me piden mis amigos Paco y Montse, y su hija Paloma, que le dedique unas palabras en este espacio que amablemente nos ha cedido el Diario Jaén para su hijo Carmelo Medina Ocaña, que recientemente nos ha dejado como cuando viene una tormenta. Ardua tarea para mí o para cualquiera de sus amigos y sus amigas, que lo vimos nacer y crecer despacio entre nuestros hijos e hijas, como la lluvia fina. Difícil tarea porque nunca tendría que haber escrito sobre la ausencia de un ser querido y cercano porque también nos despuebla a nosotros, también nos agujerea el alma, aunque alguien dijo que escribir era robarle la vida a la muerte. Sé que el recuerdo no deja de ser una esperanza invertida, pero, al menos, recordar es una forma de detener al tiempo, ese barrendero de ilusiones; al menos, nos queda el consuelo, como dijera Menandro, que aquellos a quienes los dioses aman mueren jóvenes. Prefiero, por ello,  vivir con esos recuerdos amables que, de alguna forma, burlan a la muerte. ¿Te acuerdas, Paco, el día que fuimos con tus hijos, Carmelo y Paloma y yo con mi hijo Pablo, a nuestro Santiago Bernabéu y les dimos el gusto de llevarlos a la primera fila, que una pasta nos costó, para que vieran a sus ídolos? ¡Viiirgen!, dijo Carmelo con su tono jaenero, cegado por la grandiosidad que nos envolvía.  Luego, como si hubiera comido lengua, no paró de hablar hasta que salió su admirado Roberto Carlos, zocato como él, corriendo por la banda y enmudeció durante unos minutos. Luego, se repuso del sopor y te preguntó: Papá, ¿y Sanchís? Le explicaste que el gran defensa ya se había retirado hacía algunos años, pero para Carmelo, esa cosa tan pequeña, el tiempo no existía, porque para él siempre fue una morada, no un navío, como si el barco de la vida estuviera varado eternamente.
Y recuerdo esta anécdota porque define bien el carácter de Carmelo. Se había construido un mundo a su medida y, cada vez que había que superar sus márgenes estrechos, soporíferos, él desplegaba una vitalidad desbordante como si la vida se renovara a cada instante. Aquellas largas tardes del verano en el Blanco y Negro en improvisados partidillos, donde su zocata hacía estragos, o aquellos veranos  en el Pago de  Juan Ramos, con zambullidos temerarios en la piscina de la casa o sus carreras interminables por las huertas de la vega, pero también, cuando se adentraba en la juventud, aquellos ojos chispeantes que empezaban a indagar en el misterioso y fascinante mundo femenino. Lo vimos crecer y se fue haciendo un hombre, pero nunca dejó de ser un niño, como si para él no existiera ni el pasado ni el futuro, sino un presente gozoso. Obstinado, se aferró desde su rebeldía a su verdadera pasión: los coches. ¿Te acuerdas, Montse, cómo te reías cuando, desde que era muy pequeño, nos daba lecciones a los mayores sobre los últimos modelos que habían salido al mercado y cómo cogía cualquier cosa redonda y la convertía en un volante imaginario? El mundo era para él un círculo infinito donde giraban, una y otra vez, sus sueños.
Sé que nada ni nadie puede mitigar vuestro dolor y que éste reclama soledad, pero hoy el mejor homenaje que puedo hacerle a Carmelo pasa por mi admiración hacia vosotros tres, hacia ti Montse, a ti Paloma, a ti Paco, porque habéis construido una gran casa con tres pilares formidables para compartir y repartir, desde la entereza, vuestro dolor inmenso. Pero os quiero agradecer también que nos hayáis dejado un hueco a la familia, a los amigos y a las amigas para compartir con vosotros esos momentos difíciles. Creo, en fin, que puedo permitirme la licencia de agradecer, en vuestro nombre, a todos los amigos y amigas e instituciones de la sociedad jiennense, la merecida solidaridad y afecto que habéis recibido durante estos días, para que entre todos podamos hospedar serenamente la tristeza que os embarga. Por Alfonso Martínez Foronda

Manuel  Uceda Haro de Lopera. Un hombre popular y dicharachero
El recuerdo vivo de Manuel Uceda Haro, conocido popularmente como “Manolo el jorobaico”, sigue muy presente en sus familiares, amigos y vecinos de Lopera, a pesar de que falleció el pasado día 24 de mayo del 2009. Fue el mayor de una familia de cuatro hijos: Manuel, Benito, Isabel y Juan. Sus padres fueron Juan Uceda Artero e Isabel Haro Martínez. La infancia de Manuel Uceda transcurrió en la carretera de Porcuna y en las aulas de los Grupos Escolares de Lopera. Comenzó a trabajar con 10 años con su padre guardando cerdos y custodiando los célebres melonares en el pago del puente del arroyo Salado. Después, se trasladó a Madrid para trabajar en una panadería con su tío Manuel Haro Martínez. Más tarde, ya en Lopera, montó una tienda de ultramarinos en el Mercado de Abastos. En 1974, se casó con la mujer de su vida, Rosa Cantero Serrano. Fueron padres de cinco hijos: Manoli, Isabel, Juan Carlos, José Manuel y Manuel Jesús.
Le encantaba pasar sus ratos cazando en los pagos de Lopera y regalar lo que cazaba a sus vecinos. Era fiel devoto del Cristo de la Expiración y todos los Viernes Santo salía en la popular procesión de los borrachos, hasta que hace unos años le tomó el relevo su hija Isabel.
Era un fanático del FC Barcelona, así como de su hijo José Manuel, al que fue a verlo jugar cuando militó en la filas del Real Madrid C. Su vida estuvo marcada por ser un hombre que se desvivía por su familia y también tenía gran devoción por los tres  nietos que llegó a conocer, con los que les gustaba pasar buenos ratos y a los que les contaba sus vivencias de infancia. Fue un hombre muy trabajador, dicharachero y popular que contaba con muchos y buenos amigos, ya que se llevaba muy bien con todo el mundo. Su  memoria permanecerá siempre viva en el recuerdo más íntimo de todos sus descendientes. Por José Luis Pantoja.

    18 ene 2010 / 11:30 H.