Hasta siempre
Águedo Alcalde Guerrero de Los Villares
A un amigo que se fue muy pronto
Querido Águedo. Hace ya un año que decidiste abandonarnos, o mejor sería decir que tú no lo decidiste, porque si no te hubieras quedado, ¿o no? El caso es que tu mala salud de hierro te abandonó, aunque yo pensaba que, como esa mala salud de hierro era inherente a ti, sería tu fiel compañera durante mucho tiempo, pero las fieles compañeras ya se sabe, de repente, se hacen infieles y te hacen la puñeta y así fue.
A un amigo que se fue muy pronto
Querido Águedo. Hace ya un año que decidiste abandonarnos, o mejor sería decir que tú no lo decidiste, porque si no te hubieras quedado, ¿o no? El caso es que tu mala salud de hierro te abandonó, aunque yo pensaba que, como esa mala salud de hierro era inherente a ti, sería tu fiel compañera durante mucho tiempo, pero las fieles compañeras ya se sabe, de repente, se hacen infieles y te hacen la puñeta y así fue.
Cómo te marchaste abandonado por esa mala salud de hierro que, hasta entonces, no te había abandonado. Querido Águedo, ha pasado un año y por aquí no te cuento nada —aunque tú ya lo sabrás— ya que a ti no te gustaban los dramas. Solo decirte que la mejor profesión sigue siendo político, que el Barça sigue siendo el mejor —tu Madrid se está acercando— y que Fernando Alonso volvió a perder el Mundial.
También decirte que te hemos echado de menos y que recordamos los buenos tiempos —no han de volver—. Cómo te gustaba recordar a ti, como buen nostálgico que eras y que como buen sabinista que eras, al igual que yo, cada vez que oigo al maestro —muy a menudo, por cierto—, vuelvo a recordarte y me acuerdo de que no había manera de que te aprendieras una canción entera. Bueno, amigo, solo quería recordarte y despedirme con esta misiva, que espero te llegue. Hasta siempre, amigo. Por Joaquín Tuñón.
Manuel López Jiménez de Mancha Real
“En el cielo estarán muy orgullosos de ti”
¡Querido papá! Hace ya treinta años desde que nos dejaste y te fuiste sin poder despedirte de nosotras. Sin darnos ese beso que tanto deseabas y deseábamos nosotras. Tú luchabas para no irte y no dejarnos solitas, pero, por desgracia, el 12 de abril de 1983, cerraste esos ojitos tan lindos.
Cuando me enteré, me fui a tu lado, aunque no querían que te viera así. Y yo no me quería separar de ti. Parecía que estabas durmiendo. El abuelo Manuel decía llorando que por qué no se lo llevaba a él, que era más mayor, y que tú eras muy joven y con tres niñas pequeñas. Pero eso no lo elige nadie, es el destino.
Nos acordamos de cuando madrugabas para ir a comprar las tortas dulces para que desayunáramos y nos decías que si queríamos tortas dulces, teníamos que madrugar. Y ahí estábamos nosotras para que nos dieras las tortas.
También me acuerdo de cuando la prima me pegaba. Tú ibas detrás de ella por toda la calle con el objetivo de pillarla y regañarle.
¡Qué buenos recuerdos tenemos! Y era todo muy bueno porque tú estabas contento con tus tres tesoros. Jamás nos has dado una regañina o un azote. Al contrario, cuando mamá nos regañaba o nos daba un azote, ahí estabas tú para darle la regañina a mamá.
Me acuerdo de que querías comprarme el vestido de comunión muchísimo antes de hacerla. Parecía que presentías que no iba a hacer la comunión contigo, y así fue. Al final, tuve que hacer la comunión con un vestido normal y acompañada por mis primas. Pero sé que, desde el cielo, estabas orgulloso de ver a tu hija.
Los recuerdos son muy pocos porque yo tenía 8 añitos. Aun así, los que tengo son muy bonitos. Nos dejaste un vacío muy grande desde que te fuiste. Lo que me hubiera gustado contarte mis cosas y mis problemas. De esta manera, tu podrías haberme dado consejos, porque estoy segura de que habrían sido muy buenos.
Estarías orgulloso de todos tus nietos. Ellos te adoran aunque no te hayan conocido, pero para eso estamos nosotras, para decirles que vaya abuelo tan maravilloso tienen. Nos hubiera gustado que hubieses podido disfrutar de todos ellos y, también, de tu bisnieta, que es muy linda.
La vida ha sido muy injusta con nosotras. No nos merecíamos que te marcharas tan joven. Yo sé que, desde el cielo, nos estás protegiendo y tienes que dejar un hueco para que volvamos a estar contigo. No olvides jamás que eres el mejor padre del mundo. En el cielo estarán muy orgullosos de ti por ser un hombre genial. Te quiero muchísimo, papá.
Por Luci López.
Francisca Javiera Islán Fuentes de Andújar
Una gran mujer querida en su tierra
El pasado día 31 de abril de 2013 falleció una gran mujer, Francisca Javiera Islán Fuentes. Esta iliturgitana nació hace 92 años, el 20 de julio de l920, en la calle San Lázaro de la ciudad de Andújar.
Quedó huérfana con cuatro años y siete hermanos, ella era la quinta. A los 7 años, inició sus estudios primarios, pero, debido a las circunstancias familiares, tuvo que abandonar los estudios para dedicarse a las faenas de la casa y a sus hermanos.
Durante la Guerra Civil, estuvo cerca de los Villares de Andújar, en la zona llamada la Viñuela, concretamente, en “Viña la Paz”. Aquí vivió la guerra con la angustia y la desesperanza que ocasionó este conflicto entre hermanos, ayudando a refugiados y a gente necesitada.
Toda su vida ha sido de gran esfuerzo personal y, a la vez, de mucho sacrificio por el bien de los demás. Primero, con su padre y hermanos y, después, con su esposo y sus cinco hijos. Colaboró de forma continua e insistente no solo en las tareas de la casa, sino, también, en los del negocio que creó junto con su esposo, Miguel Talero Díaz, en 1949. Se llamó “Almacenes la Maja” y era conocido en toda la provincia de Jaén y parte de Andalucía por la calidad de sus productos, la atención, el servicio y la ayuda a sus clientes. En ese tiempo de posguerra, trabajó persistentemente con su esposo, de día y de noche, para que el negocio, sus hijos y sus empleados pudieran salir adelante.
Trabajadora tenaz, mujer generosa y madre luchadora de cinco hijos. Dos empresarios, un médico y dos profesores. Dejó de desempeñar de forma personal su labor a los 89 años, aunque seguía organizando y dirigiendo a las personas que la ayudaban ante sus deficiencias. En octubre de 2011 terminó su libro “Vivencias y penurias de una guerra (1936-39)”, con la ayuda de su hijo José Ramón.
Descanse en paz esta mujer que, en su silencio, dio mucho de sí a mucha gente y contribuyó junto con muchos españoles que vivieron nuestra triste y fratricida guerra civil, a que, ahora, tengamos paz, libertad y prosperidad.
Por José Ramón Talero Islán.
JUANA JOSEFA DE LA ROSA ORTUÑO de Torredelcampo
Hace ya un año y no te olvidamos
Hace un año que se nos fue Juana Josefa de la Rosa Ortuño. Tenía 98 años. Era de Torredelcampo, pero afincada en Andújar, junto al Guadalquivir. Juana Josefa ha vivido casi todo el siglo pasado y conoció las dos grandes guerras, la Guerra Civil española, la monarquía de Alfonso XIII y la de Juan Carlos I, las dictaduras de Primo de Rivera y de Francisco Franco y la II República. Casada con Antonio Rama Villar, el matrimonio tuvo 9 hijos: Gaspar, Carmen, Isabel, Trinidad, Inocencia, Antonia, Josefina, Francisco y María Dolores. Llegó a conocer a 27 nietos y a muchísimos biznietos.
Por el tiempo que le tocó vivir, Juana Josefa se dedicó a sus hijos. Eran unos tiempos de mucha crisis económica y social por la pérdida de una república y las heridas de una guerra civil. Había que rehacer esa España maltrecha y la generación de Juana Josefa, con 25 años al terminar la guerra, protagonizó esta etapa de la vida crucial para la Historia reciente de España. Las generaciones posteriores reconocemos el sacrificio y la entrega de estas gentes. Fueron tiempos muy duros en España y en Torredelcampo.
En 1956, se trasladó a Andújar por tener su marido trabajo debido al Plan Jaén y por la llegada del regadío a una amplia vega de la comarca iliturgitana, una infraestructura de caminos y canales que había que crear. Vivió unos años en el altozano de San Silvestre, en la Andújar que se formó por el arrabal de San Miguel. Más tarde, viviría en la calle de los Hornos.
A pesar de vivir en Andújar, nunca perdió la vinculación con su tierra natal. Mantenía la devoción a Santa Ana, patrona de los torrecampeños, devoción que compartía con la de la Virgen de la Cabeza.
Se nos fue un mes de abril, un mes muy marcado y señalado en la primavera de nuestra tierra y, en especial, en Andújar. Mucho había vivido Juana Josefa, pero nunca nos hacemos a la idea de la llegada de la muerte. Estuvo siempre rodeada de los suyos, sobre todo, al enviudar de su marido en 1988. Tuvo siempre el calor de sus hijos, de sus nietos y biznietos.
Por Juan Vicente Córcoles.
JOSÉ ESCRIBANO SERRANO de Torreblascopedro
Cada segundo que pasa, estás más cerca de nosotros
Querido cuñado Pepe. Hasta el día de hoy no he podido ponerme a escribirte, ya que quedé muy afectado por tu pérdida. Te diré, querido cuñado, que, desde que te fuiste, el 28 de enero del año actual, cada segundo que pasa estás más cerca de todos los que te queremos.
Los que te amamos deseamos que, en el lugar en el que te encuentres, estés rodeado de paz y tranquilidad. Desde allí, tu sonrisa ilumina estas palabras y pudieras decir cómo sentimos tu pérdida.
Teníamos esperanzas en que hubieras estado con nosotros más tiempo, pero tu larga enfermedad te ha jugado una mala faena, ya que, con anterioridad, habías luchado contra viento y marea por sobrevivir. Fueron muchas las ocasiones en las que fuiste ingresado en la UCI del Hospital de San Agustín de Linares, en el Hospital Ciudad de Jaén e, incluso, en recuperación del Sanatorio del Neveral. Que tenga yo conocimiento, al menos, has estado 14 años controlándote el oxígeno que te hacía vivir, ya que tus bronquios no podían resistir el aire natural que respirabas.
Por culpa de las subidas del carbónico fuiste ingresado, en bastantes ocasiones, en estado grave, sobre todo, en el Hospital de San Agustín de Linares. En los traslados al mismo pensábamos que en uno de ellos no llegarías con vida.
Gracias a los equipos médicos y a sus enfermeras, volvías a revivir de nuevo. Volvías a casa prácticamente casi nuevo. Te refugiabas en tu piso sin la esperanza de poder salir a la calle, pero volvías a dar luz a tu esposa e hijos, ya que si tú necesitabas los cuidados de ellos, en cierto modo, eres el que, después de todo, te entregabas a ellos y dabas todo por ellos. Sabías que tu esposa, hermana mía, tiene un estado de salud pésimo, ya que por el estado en el que se encuentran sus piernas, y debido a su obesidad, sus movimientos son muy escasos. Por eso, el día que te fuiste no pudo despedirse de ti. Tenía la esperanza de que, de nuevo, sacaras fuerzas de donde no las hay para que pudiera poderte abrazar, pero no fue así. No pudiste con las dos paradas cardiacas que te dieron por una subida del potasio. Fue la primera vez que el corazón te fallaba y, por ello, te fuiste de nosotros tan rápido que seguro que no sentiste dolor cuando pasaste a otra vida.
En todas las ocasiones en las que volviste a casa, jamás nadie ha dependido de ti. Todo ello por la fuerza moral y coraje que le has puesto a la vida. Eras tú el que ayudabas a mi hermana en todos los quehaceres de la casa, junto con tus hijos, Juan Antonio, José María y María del Mar. Ellos no te han fallado en ningún momento durante las 24 horas del día, tanto en casa como en el hospital. No lo voy a resaltar, ya que tú sabes que han sido unos hijos ejemplares y que han tenido que sobrellevar, además de a vosotros, sus trabajos y a su familia.
Para ti y para el bien de tu esposa, el despertar día a día era lo más grande que le pedías a Dios. Sabías que tú dependías prácticamente de tu suero y tu esposa de ti.
Tu esposa sigue lo mismo que como la dejaste, sentada en el sillón, llorando todo el día, ya que, aún, no se cree que la hayas dejado. Por si fuera poco, además de la mala situación en la que se encuentra, también ha caído en depresión. No te preocupes. Aparte de los cuidados que tú le des a ella desde el lugar en el que estés, tus hijos siguen ayudando a diario, tal y como lo hacían como cuando estabas tú.
Has sido un gran padre, esposo, cuñado, amigo de tus amigos y una gran persona. Toda la familia y amigos jamás te olvidaremos.
Por Blas Sánchez López.
Bartolome Lucena Martínez de Bailén
Nos acordamos de ti
Ha pasado el tiempo, en concreto, un año y aún recuerdo cuando podíamos disfrutar de tu presencia, de tus visitas a mi casa para tomarte tu café y hablar con los allí presentes o solo por hacernos una visita, como cada mañana, a ver a tu hermana, a tu cuñado o a mí.
Como aquella mañana de aquel 17 de abril, martes, en la que fuiste acompañado de tu esposa a tomarte tu café en la terraza, en aquella mesa, en aquella silla… Aún se me pasa por la mente esa imagen. Ahora, pensándolo fríamente, quién me iba a decir a mí que ya no nos volveríamos a ver, que a las cuatro menos diez de la tarde, aproximadamente, de ese mismo día recibiría una llamada dándome tan trágica noticia. Todavía, cada vez que me acuerdo de aquel día más de lo normal, las lágrimas hacen acto de presencia, el estómago se me encoge y la saliva deja de fluir por mi garganta, ya que, para mí, este año pasado era y es el más importante de mi vida, tanto por lo bueno, cómo no, y, también, por lo malo, un año que jamás olvidaré.
Me queda el consuelo de pensar que allí estarás al lado de esa persona tan entrañable y que también a ti te abandonó muy joven y que me hubiese gustado conocer, tu padre (mi abuelo). No sé si será el destino o la mala suerte de no poder haber hecho nada para que no te marcharas tan pronto. Al menos, nos queda el consuelo de saber que, allí donde estéis, cuidaréis de vuestra familia.
Aquí quedamos los demás acordándonos de ti a cada instante, de tus gestos, de tus bromas, de tu cariño, de esa voz que escuchaba todas las mañanas decirme “sobrino” y que hablábamos del día a día. Bartolomé Lucena Martínez, “Barto, El Mantiene, Tito o Chacho”, has dejado una huella imborrable. Todavía es difícil pensar que ya no te volveré a ver, porque aún pienso en verte regresar como si de un largo viaje se tratara y que, algún día, volveré a escuchar tu voz. Detrás del llanto, queda el silencio. Detrás del silencio, queda el recuerdo y, detrás del recuerdo, quedó el momento. Somos como aves y, por naturaleza, debemos emigrar y, cuando exista una despedida, al final, la vida siempre continuará. He de agradecer, quizás, al destino, a Dios o a quienes me han dado la vida por haberme dado la oportunidad de haberte conocido. Paz.
Por tu sobrino José Carlos.