Hasta siempre
José Luis García Plazade Peal de Becerro
“Nunca nos dijimos adiós, sino hasta luego”
Con la niñez desteñida dimos con/
el color exacto, mirando a través/
de unos ojos libres de pecado./
“Nunca nos dijimos adiós, sino hasta luego”
Con la niñez desteñida dimos con/
el color exacto, mirando a través/
de unos ojos libres de pecado./
Andábamos de la sombra al sol,/
ensombrecidamente hablando./
Siempre teníamos algo
de qué quejarnos./
Éramos de paso acelerado, queríamos/
llegar muy lejos, huyendo
de nosotros/
mismos caminábamos
entre silencios./
Tú me hablabas del ayer,
yo te hablaba/
del mañana, el cielo no tenía sabor/
y la tierra era ligeramente amarga./
Una vida forjada a golpes con el fuego/
en la mirada, duro como el yunque eras,/
fuerte como una maza./
Te desprendiste del niño que soñaba/
despierto, negándote la luz y el latido/
que habita en el pecho./
Niño de hierro, moldeado por el viento/
La inquietud y el deseo, me dejaste el/
alma rota al verte caer del cielo./
Navegaste por la difícil y espesa
lágrima./
La sangre, ya sin prisa, ha dejado
descansar/
el hueso./
Por las orillas de tus ojos/
ya no brotarán las águilas/,
aquellas que mirábamos/
desde lo más alto
de nuestras ansias./
Con el corazón amartillado/,
me diste tu amistad/
y aquel último abrazo,
el que todavía siento/
sufridamente cercano./
Que esta vida no quite otra,/
tendremos que volver a vernos,/
nunca nos dijimos adiós,/
siempre ha sido un hasta luego./
Por tu amigo Toto,
de Peal de Becerro
Antonio Trujillo García de Badajoz
Una persona providencial
Hay unos referentes que nos son comunes a todos los jiennenses y se ponen de manifiesto con mucha más fuerza cuando uno está lejos de esta tierra. Uno de ellos es la cerveza El Alcázar, por más que su distribución y fabricación se haya restringido bastante al día de hoy. Digo esto porque, tanto yo, como otros muchos jienenses que hemos vivido en otras tierras, siempre hemos preguntado a otros vecinos jiennenses de la provincia en la que estuviéramos, dónde se podía adquirir la cerveza El Alcázar. ¡Y allá que íbamos! A mi regreso a Jaén con motivo de mi nombramiento como presidente de la Comisión Gestora de la Universidad de Jaén, esta “morriña” terminó, pues la realidad estaba presente en el día a día. La Universidad de Jaén echó a andar y, poco a poco, fue construyendo los diferentes órganos colegiados universitarios, pero nos faltaba un puntal importante. El de la participación de la sociedad en la Universidad, que tanto la había demandado. Casi un año después, el 25 de octubre de 1994, el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía nombró al Consejo de Administración de la Universidad de Jaén (Consejo Social) y a su presidente, Antonio Trujillo García, del cual tuve noticia, como era preceptivo, a través de la consejera de Educación y Ciencia de entonces, Inmaculada Romacho. Yo no le conocía y la consejera me comunicó que era un hombre ya jubilado, pero que tenía una gran experiencia en gestión, ya que había sido director gerente de Cervezas El Alcázar y vicepresidente de la Asociación de Fabricantes Cerveceros de España. Yo deseaba que nuestra Universidad se implicara desde el principio con la sociedad de Jaén, que se metiera en el tejido empresarial e industrial, que tratara de calar pronto y bien con nuestro entorno y, a decir verdad, el año transcurrido no había sido demasiado bueno en ese aspecto, más que nada, porque los problemas acuciantes del día a día en el interno de la Universidad requerían la mayor dedicación. Era necesario, por tanto, que el Consejo Social se pusiera en marcha cuanto antes. Si he de ser sincero, el que Antonio fuera una persona jubilada no me daba muchas garantías, pues pensaba que, aunque tuviera tiempo libre, ya no estaba en el “mundillo” empresarial y social, y tenía mis dudas de que las cosas fueran lo rápido que a mí me gustaría. ¡Me equivoqué! Antonio era un hombre luchador y, aunque había nacido en Badajoz, era jiennense de corazón y, por su experiencia profesional, profundo conocedor de la sociedad de Jaén y su provincia. Fue una persona providencial en estos primeros años y quisiera destacar algunos ejemplos que para el devenir de la Universidad de Jaén han sido y son trascendentales. Nada más tomar las riendas del Consejo Social, Antonio se pone la tarea de buscar un escudo y un logotipo para nuestra Universidad, que carecía de ellos, y propuso un concurso de ideas para el mismo, buscando la financiación en El Alcázar, pues la Universidad estaba ya en números rojos ante el extraordinario crecimiento de alumnado. Como a él le gustaba decir: “Vamos a morir de éxito”. Con esa excusa movió los bocetos enviados por los diferentes autores por toda la provincia, promoviendo la participación de los ciudadanos a través de votaciones en los diferentes lugares en los que se expuso. De esta manera trataba de acercar la Universidad a todos los jiennenses y, al mismo tiempo, que al participar en la elección de sus señas de identidad, la sintieran más suya. A él, y a su iniciativa, debemos nuestros referentes. Una segunda ocasión en la que manifestó su intuición de empresario y su capacidad de convicción fue en el año 1997 en el que, en el debate de aprobación de los Presupuestos, con una universidad asfixiada a causa de la paupérrima financiación prevista en la Ley de Creación de nuestra Universidad, propuso, y se aprobó, echar atrás los Presupuestos y remitir a la Junta de Andalucía este insólito hecho, pues era la primera vez en la historia de España que una Universidad no aprobaba sus presupuestos. La conmoción que provocó fue de tal naturaleza que todos los partidos políticos con representación en el Parlamento andaluz, las organizaciones empresariales, los sindicatos trataron de mediar en el problema. La prensa nacional también se hizo eco del caso y el Gobierno andaluz, conocedor de la situación por haberse tratado este tema, común a las nuevas universidades de Almería, Huelva y Jaén, creadas en 1993, tuvo que “tomar el toro por los cuernos” y convocar un Consejo Andaluz de Universidades de urgencia para analizar la situación, ya no solo para la Universidad de Jaén, sino para todo el sistema andaluz en su conjunto. Fueron necesarias muchas reuniones y a diferentes niveles para que, finalmente, se aprobara un sistema de financiación para todo el sistema andaluz que es y ha sido modelo para otras comunidades autónomas y que nos permite, si cumplimos bien nuestros objetivos, mirar al futuro con bastante tranquilidad.
Durante este tiempo, Antonio promovió el Plan Estratégico para la Universidad de Jaén y apostó seriamente por mejorar la calidad de la docencia en la Universidad de Jaén. Una de las iniciativas que tomó el Consejo de Administración, presidido por Antonio, fue un Plan de Evaluación del Profesorado que, aunque en principio no tuviera consecuencias económicas, pudiera servir para que cada profesor se viera reflejado y comparado con los de su entorno mas inmediato, a fin de mejorar en aquellas competencias en las que estaba peor valorado por los estudiantes. Hoy día está generalizado en todas las universidades andaluzas y, es más, el nuevo modelo de financiación lo ha hecho obligatorio. En las reuniones de los consejos sociales tuvo también aportaciones importantes, no solo en los temas de financiación, sino también en la interconexión entre el mundo empresarial y la universidad. Era firme defensor de una mayor permeabilidad entre estos dos mundos que, durante tantos años, habían vivido de espaldas. Bajo su presidencia, y como consecuencia de sus inquietudes empresariales, se inició, de una forma reglada, el Programa de Prácticas de Alumnos en Empresas, publicándose algunos libros sobre los primeros resultados, financiados por el propio Consejo Social. En algunas otras cosas también tomó la iniciativa, como en la normativa de permanencia de los estudiantes de la Universidad de Jaén, de la que llegó a presentar un borrador al equipo de gobierno, pero eso se quedó por entonces encima de la mesa. Tras seis años de mandato, cuando lo habitual es cuatro, el 24 de octubre de 2000 fue sustituido en su cargo por Ana Quílez, la primera presidenta del Consejo Social de nuestra Universidad. Desde aquí y, estés donde estés, gracias Antonio por tu trabajo, esfuerzo y tesón en todos los trabajos que has emprendido en esta vida. Gracias por llevar contigo la bandera de Jaén. Y, recogiendo el sentir de nuestra comunidad universitaria, gracias por tus desvelos y dedicación a nuestra Universidad, de la que formas parte para siempre.
Por Luis Parras Guijosa,
catedrático de la Universidad de Jaén y exrector
Manuel Cañones Rodríguez de Jaén
Un corazón cofrade ha dejado de latir
Un corazón cofrade ha dejado de latir. Manuel Cañones Rodríguez nos ha dejado tras un corta y cruel dolencia. No era un corazón cualquiera. El impulso de su generoso latido alentó el devenir de nuestra Semana Santa desde finales de los años setenta. Aquella fue una época de decadencia cofrade, de cortejos procesionales, fríos y desvaídos, que entristecían el alma al contemplarlos. Época de tronos a ruedas, hieráticos, desangelados. Flores de plástico al pie de las cruces de nuestros crucificados, pálidas luces eléctricas alumbrando los misterios de la Pasión del Señor.
Tiempos de filas nazarenas dolorosamente vacías, uniformidades indignas de una manifestación de fe, escasez de dirigentes comprometidos. Época postconciliar de desprecios hacia la religiosidad popular, de incomprensiones de la jerarquía hacia estas manifestaciones milenarias. Las cofradías, por muchos motivos que los historiadores analizarán en su día, al menos en Jaén, habían caído en desgracia. Muchos temimos lo peor.
Pero la Providencia existe, para todo y para todos, y allí puso a Manolo para impedirlo. Llegó al gobierno de la Hermandad de la Buena Muerte en septiembre de 1977 y la renovó por completo a base de inteligencia y pasión cofrade, siguiendo la senda impresa en sus genes de una familia entregada desde siempre a la hermandad catedralicia, pues su abuelo Manuel Cañones de Quesada la fundó en 1926 y su padre había sido, asimismo, gobernador de la misma.
Y comenzó a caminar. Se rodeó de gente muy joven que lo siguieron incondicionalmente para cambiar la faz de la hermandad en el exterior y en el interior del templo. Una auténtica oleada de pasión latió por Jaén impulsada por el tsunami de su corazón cofrade. Los jóvenes ocuparon con entusiasmo las andas sosteniendo el peso de las imágenes de su devoción y todas las demás cofradías imitaron el camino. Manolo vivió una vida entera entregado a ella, sin descanso, ofreciéndolo todo, escoltado por su familia, formando una verdadera familia cofrade, otro de sus sueños mejores, que la hermandad fuera la continuación de cada hogar; un conjunto de familias que vivieran al calor de la vida cotidiana nazarena.
Manolo renovó usos y costumbres y, aunque en un principio fuera criticado por los inmovilistas y más tarde por los incapaces –toda persona de valía sufre en vida el acoso feroz de las medianías— sus tesis se fueron imponiendo y los cofrades de Jaén comenzaron a pisar las huellas de aquella senda apasionada que Manolo recorría al frente de su hermandad. Un camino de seriedad, de elegancia, de austeridad, de buen gusto, de fe, de sencillez, de dignidad de las manifestaciones cofrades —antes, en muchos casos, chabacanas y banales, pueblerinas— como conviene a una manifestación litúrgica sagrada. Cualquier cofrade de cierta edad reconoce lo fundamental que fue este hombre para todas las cofradías de Jaén que ahora son otras, con defectos aún, por supuesto, pero profundamente transformadas. Todo, sin él proponérselo, se lo debemos a Manolo “corazón de león”, el cruzado moderno jaenero de la fe y el sentimiento cofrade. Decía Pascal que, a fuerza de hablar de amor llega uno a enamorarse. Y eso ocurría viviendo la hermandad junto a Manuel Cañones. Su pasión enamoraba, era contagiosa.
Manolo era especial, como todos los seres humanos valiosos. Inclasificable. Carácter fuerte, voz de trueno, y, sin embargo, en las cortas distancias, alma cálida y afectiva. Profundamente cariñoso, inmensamente generoso, increíblemente humilde, pues esa falsa apariencia suya que alguien que no lo conociera podría interpretar como soberbia, no era otra cosa que amor desmedido a su hermandad del alma, la que lo vio nacer y por la que trabajó, apasionadamente, toda su existencia.
Es decir, luchó por su fe, pues era hombre de fe profunda e inamovible. Luchó para presentar a Jaén la palabra de Dios hecha culto público, testimonio evangélico. Su ejemplo nos hizo a todos volar muy alto.
Un poco antes de su misa funeral, lo contemplaba en su lecho fúnebre, revestido de su túnica nazarena, cubierto por la bandera de la hermandad y se eternizaba el tiempo en ese instante, mientras le pedía al Señor de la Buena Muerte que fuera benigno con él, que le perdonara sus faltas, pero recordara el inmenso amor que le tuvo y la valiente expresión de su fe que profesó en vida, en un tiempo en el que tanto cuesta dar testimonio.
En su presencia recordé mi relación personal con él. Muy tensa en ocasiones —era un hombre de enorme carácter— pero muy cercana muchas otras. Yo lo admiraba, como siempre he admirado a quienes se salen de la norma; aquellos que dan un paso al frente y luchan con pasión por cambiar las cosas, siendo consecuentes con lo que creen sin importarles nada más. Pensaba ante sus despojos humanos en el inmenso bien que le había hecho a nuestra Semana Santa. Pensaba que muchos nos íbamos a quedar huérfanos con su ausencia, porque con él se agota también una época, un modo de vida, una forma de entender las cofradías, un estilo de pasión cofrade. La dimensión religiosa es una necesidad del ser humano. Pero en estos tiempos oscuros, la religiosidad está diluida en la obligada increencia. Hemos pasado de vivir una “religión sociológica” impuesta en pasadas décadas, hasta la actual “incredulidad sociológica” impuesta igualmente por decreto por los que dicen amar la libertad. Pero la muerte de este jaenero, grande de cuerpo y espíritu, nos reafirma en nuestra fe cristiana y cofrade. También afirmaba Pascal que el hombre al no poder vencer la muerte había decidido dejar de pensar en ella. Eso hace nuestro mundo moderno; vive como si no existiera esta gran señora que a todos nos iguala. Pero ella está ahí, rondando siempre, y ahora se ha llevado a Manolo y nos ha dejado desvalidos. Pero ha sido una muerte buena, una Buena Muerte, como la del Cristo catedralicio, moreno y grandioso, al que tanto amó y al que ofreció en apasionado holocausto su vida entera. Él lo llevará a la eternidad. Y nosotros nunca podremos olvidarlo. Dios te bendiga, cofrade, y te haga ver el brillo de la luz perpetua.
Por Ramón Guixá Tobar,
de Jaén
Ana María Márquez Cayuela de Andújar
“Gracias por tu coraje, simpatía y paciencia”
Queridos amigos: Hoy en el Hogar Santa Clara estamos tristes... En la noche del 4 de diciembre, perdimos a nuestra querida Ana María. Descanse en paz. Llevaba meses luchando para que su enfermedad no le impidiera vivir el día a día con esperanza y seguir disfrutando, sencillamente, de una compañía. Un abrazo, una visita inesperada y muy esperada, un rato de juegos compartido con sus compañeros del Hogar, una risa que reconvertía el drama de cada una de las urgencias... ¡Tantas pequeñas cosas cotidianas que normalmente se nos escapan!, pero que para ella eran su tabla de salvación y, así, envalentonarse, cada mañana, y seguir diciendo sí a la vida. ¡Valiente Ana María, valiente!
Querida Ana María, has dejado huella en nuestros corazones. Te has ido rápido, en silencio y junto a los que para ti hemos sido tu familia en esta última etapa de tu vida, en tu hogar. Gracias Ana María por tu coraje, por tu simpatía, por tener tanta paciencia con nosotros, por darnos tanto cariño, por tu sabiduría y tu intuición que lo captaba todo, por tu fe en Dios y tu confianza, por tus lágrimas y tu dolor compartido. Por tanto como nos has permitido vivir, a trabajadores, voluntarios y amigos del Hogar Santa Clara, a tu lado.
Gracias a todo el personal sanitario que ha girado en torno a ella y que se han implicado a fondo en su cuidado. Ello ha permitido que nuestro cuidado en el Hogar fuera posible sin tener que estar alejada de nosotros en la cama de un hospital. Al servicio de Otorrinolaringología del Hospital Princesa, especialmente a la doctora Beatriz; al Centro de Salud de la Magdalena con su buen servicio de enfermería; a nuestras queridas enfermeras voluntarias Vitorina y Natalia, siempre dispuestas para acudir a nuestras llamadas de auxilio; al servicio de Cuidados Paliativos; a la farmacia de doña Laura que nos ha facilitado tantas veces la medicación aunque a veces tuvieran que esperar las recetas; a tantos y tantas profesionales que ayudaron a que Ana María tuviese la necesaria calidad de vida.
Y, por hoy, no nos salen más palabras. Estamos conmocionados y asumiendo el vacío que nos ha dejado nuestra amiga. Hasta 20 minutos antes de su partida definitiva, ha estado contenta como cada tarde, jugando con sus compañeros.
Ella nos ha acompañado en esta etapa del camino y en torno a su pérdida sentimos la fuerza de la comunión entre nosotros y también ahora, a través de estas palabras, con vosotros. El proyecto está tocado, son experiencias duras que elegimos acompañar, pero, con el tiempo, saldremos reforzados en el sentido de nuestra misión: intentar ser expresión del amor infinito de Dios hacia las personas que más lo necesitan y que nada tienen.
Gracias, Ana María. Tomando prestadas las palabras de nuestra compañera Sonia Olea de Cáritas Española, que hace unos días estuvo con nosotros: “Nos quedamos con la alegría de Ana María transmitiendo con su mirada tantas cosas. La grabación del vídeo de la canción de Rosana, las actividades de la campaña, el amor de sus compañeros y compañeras… Gracias Ana María”. ¡Gracias!
Por los voluntarios, trabajadores y usuarios del Hogar Santa Clara de
Cáritas Diocesana de Jaén