Hasta siempre

José María Usero García de Terrinches (Ciudad Real)
Ahora que te has ido

Hoy, un cielo cansado vierte lágrimas de cobre al crepúsculo urbano de esta Torre andaluza a la que llegaste un día para quedarte. Mueve el aire un aliento cárdeno sobre los viejos cipreses del Campo Santo, ahora que te has ido dejando incompletas mil historias que contarnos.

    12 ago 2012 / 09:53 H.

    Casi es noche lo que veo y yo mismo no entiendo esta vida que nos quita, en un momento, lo que más amamos.
    ¿Cuánto tiempo ha pasado, José Mari, desde aquellas primeras tardes en la que iba a ser tu segunda casa de la “Pensión Carmen”? ¡Eres tú, compañero de pasiones futboleras! Me queda, sin embargo, el agridulce sabor de no haber sentido la caricia de una jornada de caza contigo. Ahora que te has ido sin nada que reprocharte, con mucho que agradecerte (nos hiciste amar los tesoros gastronómicos de tu “Mancha Manchega”), ¿somos nosotros esto que queda?
    Otras son las voces que derrotan el silencio de la tarde. No me importa el estruendo en los relojes que marcan nuestro tiempo cada día, en la calma indolente de las calles que recorriste, tarde a tarde, sin cansancio, en el anchuroso pozo que oscurece sin tregua las horas de esta vida que nos dejas.
    Y ahora, querido amigo, qué más da si de pronto, pese a todo, rompe su negra lona el lienzo de este barco invariable que nos lleva dando tumbos por la vida, sin apenas darnos cuenta de su rumbo. Si de pronto el dios más mío, mi primogénito, abre los ojos de repente y dispara su mirada sobre el tedio opaco de los días, y nos deja, injustamente, huérfanos de tu sonrisa.
    Pero quedan las horas compartidas, mi hermana y tus hijas para recordarte. Por eso, qué más da, si en medio de esta aventura que es la vida, podremos seguir escuchando, espléndida, “Yesterday”, ayer, cuando estabas ahí junto a nosotros.
    ¡Te queremos, José María!
    Por Vicente Ruiz Raigal Torreperogil

    MIGUEL ALBUSAC RAMOS  de Cazorla
    Zapatero antes que sacristán

    Te esperaba tu zapatería y te esperaba esa ineludible cita que todos tenemos con el más allá. Como cada mañana y por tu talante de hombre religioso que fue sacristán antes que nada, la misa matutina, el habitual desayuno en la Plaza de la Corredera y a tu zapatería… Zapatero a tus zapatos y esas largas charlas con quienes acostumbraban a visitar tu portalillo.
    En el umbral postrero quisiste estar rodeado de todos los tuyos. Sí, por-    que en esas paredes que parecen eternas cuel-gan orgullosos los retratos de antepasados, de los hijos y nietos para recordar que eras hom-    bre de familia. Gran familia de siete hijos y     ocho nietos. Por tanto, no cruzaste al otro lado solo. Una gran familia te rodeaba en blanco     y negro o en color. Una familia de la que contabas aventuras y desventuras. Tu talante afable invitaba de forma inconsciente a comentar     los asuntos del día, asuntos de pueblo, asun-    tos al fin y al cabo.
    Era aquella pequeña y destartalada silla a la entrada del portal uno de los asientos más solicitados y ocupados de quienes venían a departir contigo o a esperar sus zapatos arreglados (unas tapas, medias suelas, ensanchado de horma o cosido de algún desperfecto) a la espera del último retoque con un poco de crema y cepillado que devolvían un lustre ya olvidado a aquel par.
    Era aquel portalillo punto curioso para enterarse de las novedades del día, porque unos y otros contaban a Miguel lo que en su trayecto hasta la zapatería habían escuchado sobre lo acontecido en Cazorla. Y así en aquel pequeño rincón pasaban las horas a golpe de martillo, cola de pegar y recortes para ajustar la pieza adecuada al zapato. El corazón ese que tantas veces entregabas a quien se acercaba pidiendo ayuda hasta tu vieja zapatería en la calle Mariano Estremera no pudo continuar impulsando los latidos de tu vida y quiso pararse una mañana de agosto.
    Te echaran de menos las calles de Cazorla que recorrías cobrando los recibos (de Santa Lucía) que nos recuerdan que algún día todos te haremos compañía. Porque te ganabas la vida de mil formas. Primero para sacar adelante a tus siete vástagos y después por inercia, te negabas a jubilarte y continuabas incansable haciendo lo que mejor sabías hacer.
    Te echará de menos el camino de San Isicio hasta el paso de Aguas que por prescripción facultativa recorrías y que te regalaba las primeras nueces de otoño. Echaremos de menos tus buenos días y buenas tardes. Pero sobre todo te echará de menos tu gran familia.
    Larga es tu historia plagada de anécdotas que al final convierten a una persona en todo un personaje representativo de un pueblo. Miguelito seguíamos diciendo refiriéndonos a un hombre de elevada estatura y ochenta abriles.
    Miguelito te diremos a ti, Miguel, en tono cariñoso siempre cuando te recordemos. Hoy el cielo cuenta con un zapatero más.
    Hasta siempre Miguel.

    Por María José Bayona
    Cazorla


    CÁNDIDA MARTÍNEZ JIMÉNEZ  de Jaén
    El cariño de una madre

    Hace unos días que nos dejaste. Un 22 de julio. Era el santo de tu madre, de tu hija y de tu nieta. Cosas de la vida, parece que nos querías dejar en domingo porque fueron muchos los domingos en los que tu corazón flojeaba, pero aguantaste todo lo que pudiste porque no nos querías dejar. Madre, no sé por dónde empezar, porque te diría tantas cosas que no terminaría nunca, pero quiero hacerlo dándote las gracias por haber sido tan buena, tan trabajadora, tan guapa y, sobre todo, tan luchadora hasta el final, ya que nunca nos querías dejar y sacabas fuerzas de donde no las había. Han sido muchos años de lucha contra tu enfermedad, muchos recuerdos durante este tiempo, pero nos quedamos con esos apretones de manos, esos gestos, esos besos que nos lanzabas hasta pocas horas antes de irte, porque bien sabías que nos encontrábamos a tu lado, muy cerca de ti. No podía ser menos, no estabas ni un minuto sola, todos tus hijos estábamos allí. Se fue papá, tu Daniel, como lo llamabas, y te fuiste apagando poco a poco, pero a nosotros nunca nos importó tu enfermedad porque siempre estábamos a tu lado y no te dejábamos sola. Tu hija Luisa, con la que querías estar, te cuidó como a nadie, como ella dice. No hay persona más importante que una madre y por eso nunca se nos pasó llevarte a otro lado si no fuera el nuestro. No hay palabras de agradecimiento para tu yerno, Juan Luis, que te mimó como una madre; para tu nuera, Mariola, que estuvo contigo hasta el final; de Ángel, Manolo… Hoy quiero acordarme de papá, que son ocho años sin él, aunque nos acordamos de él como si fuera el primer día en que nos dejó. Ahora ya estáis los dos juntos y nos habéis dejado solos a vuestros seis hijos, pero estamos unidos y nos quedan vuestros recuerdos, que son muy difíciles de borrar, y por eso os damos las gracias por habernos educado así y haber luchado tanto en la vida por nosotros para sacarnos adelante, así como también por vuestros nietos y nunca daros por vencidos. Quiero despedirme diciendo lo importante que yo era para ti; era una obsesión, siempre me espiabas por dónde iba, de dónde venía, no me dejabas nunca. Pero quiero decirte que tú eras más importante para mí y, sobre todo, estos últimos años de tu enfermedad, que no podía pasar ni un solo día sin verte, sin abrazarte, y darte todas las noches un beso y dejarte acostada todos los días. Ya no te puedo besar ni abrazar, pero será tu Daniel el que esté a tu lado. Cuando lo viste sabemos que lo primero que le dijiste fue lo mucho que lo queremos y lo mucho que lo echamos de menos estos años, pero ya estáis los dos juntos y no sabéis el vacío que habéis dejado en nosotros. Vuestros corazón dejó de latir, pero en el nuestro estaréis presentes toda la vida. Nunca os olvidaremos. Hasta pronto. Tu hijo,

    Fermín Sutil Martínez

    Elena Ruiz Sánchez de Beas de Segura
    Ojalá te hubiese conocido

    Desearía haberte conocido, de veras, pero aunque no lo he hecho sé que tu presencia será perdurable durante generaciones futuras como buena matriarca. Mis ojos se llenan de incontenible emoción al escuchar los relatos que hablan acerca de ti y se me conmueve el alma al sentir con qué valentía afrontabas la vida en esos tiempos tan duros en los que había que luchar en un bando u otro.
    La guerra te privó del amor de tu vida durante meses, pasabas largos días entre la incertidumbre y la desesperación de no saber si el abuelo, el hombre al que amabas más que a tu propia vida regresaría, aun así como cálida flor que resiste los golpes del invierno mantuviste en pie tu hogar y luchaste por tus retoños sin debilidad alguna.
    Un buen día apareció en tu puerta un hombre desvalido y herido, sin fuerzas para hablar desesperado porque lo atendieses como aprendiz de enfermera y lo colmaras de amor como el día en que se casó contigo, de irreconocible aspecto, tu marido había vuelto a tus brazos después de sufrir la crueldad de la guerra. Ma-dre coraje, esposa perfecta, trabajadora incansable, mujer de carácter y belleza eterna, tenía la ternura de una rosa aterciopelada.
    Primero se fue tu niño, luego el abuelo y para ti se paró el tiempo. Tras llorarlos y anhelarlos, alguien decidió allá arriba que necesitaba de una persona tan dulce y delicada como honrada y solidaria. Te fuiste demasiado pronto, mereciste haber envejecido junto al abuelo, dar largos paseos sin preocupaciones y disfrutar de todo aquello que tanto trabajo os costó conseguir, y nosotros no tuvimos la oportunidad de sentir tus abrazos protectores o tus tiernos besos de abuela satisfecha de su prole, sentimos habernos quedado sin conocer a una mujer excepcional. Nos dejaste sin hacer mucho ruido pero de tu vida se recuerda la honorabilidad y dignidad que profesabas caminando por los años que te llevaron a ser quien eras y que hicieron de nuestra familia lo que somos. Gracias por haber existido y haber dejado esta maravillosa huella. Desde aquí un beso, madre Elena, allá donde estés siempre estarás en nuestros corazones.

    Por Elena Caro Ruiz
    Beas de Segura


    Catalina Cárdenas Cazalilla de Mengíbar
    Para ti, mamá


    “La más bella palabra en los labios de un hombre es la palabra “madre”. Y la llamada más dulce: “madre mía”. Todavía hay vacío, tristeza, esperando que el tiempo generosamente transforme el dolor en el más dulce de los recuerdos.”

    Hoy te escribo esta sencilla y humilde carta, porque te queremos y no te olvidamos.
    Hace un tiempo que te fuiste, pero parece que fue ayer. Creo que cada uno de nosotros tiene que estarte muy agradecido, por todo lo que has hecho por nosotros, porque nos diste la seguridad en tus brazos, que nos sostuvieron siempre para que no nos cayéramos nunca. Gracias, mamá, porque por ti aprendimos el significado de la palabra más hermosa del lenguaje humano: ¡amor!
    Fuiste una mujer luchadora, trabajadora, que se entregó a su familia, siempre pendiente de sus seres más queridos y, de una manera especial, en su marido Juan, con el que compartió los mejores momentos de su vida. Sufriste la pérdida de tu padre en la Guerra Civil siendo aún una cría, y tuviste que dedicarte desde joven a las labores del campo y a luchar por tus seres más queridos.
    Siempre recuerdo esas noches de verano en     las que, con su marido, se sentaba a tomar el     fresco en la puerta y algunas noches nos unía-mos a ellos para acompañarlos.
    También recuerdo tu dedicación a las labores domésticas y a tu querido huerto, donde ayudabas en lo que podías a tu marido. Fuiste una mujer incansable de día y de noche, velando por nosotros en lo bueno y en lo malo. Y muy devota de la Virgen del Carmen, cuya imagen se llevó al otro mundo y que seguro la estará protegiendo con mucho amor, lo mismo que sus hijos desde aquí abajo.
    No hay día que no te recordemos en muchos momentos de nuestras vidas, en reuniones, anécdotas y fiestas. Cuando vamos a visitar a mi padre, siempre hay un vacío en nuestras vidas que no podemos remediar. Ojalá que el tiempo generosamente transforme el dolor en el más dulce de los recuerdos.
    Un momento que nunca se me olvidará fue el de la comunión de Antonio, tu nieto, a la que tú estabas invitada y no pudiste ir porque te encontrabas al lado del Señor observándolo todo con mucho amor.
    Gracias, mamá. Te desvivías por tu marido Juan y por tus hijos Rosa, Mari Tere, Juan y Antonio. Siempre recordaremos tus consejos, tus deseos de felicidad hacia tus hijos.
    Mamá, cuánto te quiero y cuánto te necesito. Y pensar que nunca te volveré a ver más; si supieras cuánto sufro por esta soledad después de tanta compañía como nos diste. Aparte de ser madre fuiste una gran amiga. Te quiero, mamá.
    En este día tan especial le pido al Señor que te cuide y que te tenga a su lado para poder verte algún día, mamá.
    No quiero despedir esta carta sin antes acordarme de mi padre, de mis hermanos y hermanas que, juntos, hemos conseguido hacer del dolor de esta gran pérdida un pensamiento único: “Gracias mamá por ser como fuiste: una gran madre y una gran esposa de nuestro padre.”
    Te queremos.
    Por Antonio Cintas Cárdenas
    Mengíbar



    SERAFÍN TELLO TORRES
    de Jaén
    El mejor padre, marido y abuelo

    Te fuiste en tan solo un día, sin esperarlo, pero ¡cómo te fuiste! Rodeado de tus hijos y tus nietos, cuando el cirujano nos dijo que te quedaban dos horas de vida, nos quedamos sin aire. Tus hijos y nietos llorando desesperados sin poder creer lo que nos estaba pasando.
    Pero qué madrugada. Te cogían de la mano, te tocaban los pies, te dábamos besos y tus hijos, cogidos de tu mano, te decían: “Aprieta mi mano”. Y tú apretabas. Volviste la cara con la mascarilla del oxígeno y me dijiste: “Te quiero”. “Oh, papá qué dolor tan grande”, dije, pero qué paz tenías porque sabemos que tú eras consciente de que estábamos ahí contigo tus hijos y tus nietos. Cuando llegó esa maldita hora sin despegarnos de ti, en un segundo dejaste de respirar. Mamá, tu mujer, te llevaba con ella. Siempre juntos, cuidando de ella siempre, de nosotros, de tu madre, fuiste toda tu vida “un gran hombre”, como dijo tu hijo Serafín cuando te metieron en ese nicho con mamá. Tu nieta, Mari Loli, que estaba siempre contigo, te cuidaba como un bebé; tu hijo que te afeitaba todas las mañanas para ir al cole, y los demás siempre queriéndote.
    Ayúdanos a seguir adelante y a saber vivir sin ti. Aunque sabemos que ahora estas junto a mamá, tu mujer y tus padres, pero no nos abandones.
    Te queremos, papá, te queremos abuelo. Con     cariño, de tus hijos y nietos.

    Por Loli Tello Ramírez
    Jaén