Hasta siempre

Francisco Roldán Martos de Córdoba
Un trabajador ejemplar entregado a su familia

Mi padre fue un hombre de talante muy abierto, una persona muy cabal, cumplidora y de palabra, que se empeñó en sacar a su familia adelante en unos tiempos difíciles. Siempre fue muy respetuoso con su familia, aunque no le gustaba demostrar el cariño que sentía por los suyos, quizá porque siempre tuvo un gran sentido de la responsabilidad, pero para él su familia era lo primero y lo más importante del mundo. Durante toda su vida fue muy trabajador, pues era extremadamente laborioso.

    10 jul 2011 / 10:20 H.

    Su vida laboral empezó cuando era un niño de apenas 9 años y siempre estuvo relacionado con la venta de comestibles, con lo que se conoce como ultramarinos, las tiendas tradicionales en las que se vendía de casi todo. Había nacido en 1925, por lo que era un niño tanto durante la Segunda República como en la Guerra Civil. Cuando hizo el servicio militar, en la posguerra, lo destinaron al economato del Regimiento de Infantería Lepanto número 2 de Córdoba. Allí pasó tres años, porque entonces era lo que duraba la mili.
    Una vez finalizó su servicio militar, se instaló por su cuenta y puso un comercio de ultramarinos en Córdoba. Era un trabajo muy sacrificado porque suponía tener que levantarse todos los días a las cinco de la mañana y acostarse tarde cuando cerraba la tienda, y en aquel tiempo los horarios de ese tipo de comercios no eran como los de ahora, sino mucho más dilatados. Se casó el 4 de noviembre de 1951 con la que más tarde sería mi madre y la de mis hermanos, María Cañas Galindo. Del matrimonio nacieron cuatro hijos: José, el mayor, que es catedrático de Hidráhulica en la Facultad de Ingenieros Agrónomos de Córdoba; yo, Tomás, que soy director-gerente de DIARIO JAEN, S. A.; Ana que es administrativa, y Francisco que trabaja como conserje en el Campus Universitario de Rabanales, en Córdoba.
    Recuerdo algunas anécdotas muy bonitas, como su forma de hacer las cuentas. Había hecho tantas sumas a lo largo de su vida que por muy extensa que fuera la suma la calculaba al mismo ritmo que bajaba el dedo con una rapidez fuera de lo común, era como una calculadora mental. Yo lo vi sumar cuentas de un folio entero y era admirable su precisión y exactitud. Cuando puso la tienda no tenía cortafiambres pero él adquirió una habilidad digna de un récord Guinnes, pues a cualquier tripa de embutido era capaz de sacarle el mayor número de rodajas posibles con una precisión en el corte sorprendente. A mí se me quedaron grabadas en la memoria algunas imágenes de aquella tienda como la típica “bomba” de aceite, un émbolo de cristal con manivela con el que se despachaba una cantidad de aceite a granel para venderla al por menor. La última tienda que tuvo se vio obligado a cerrarla porque estaba en un barrio que sufrió un proceso de despoblamiento y también habían proliferado los supermercados, los “híper” y los grandes almacenes y muchas tiendas tradicionales y convencionales entraron en crisis. Con ello puso fin a su andura comercial y se colocó como conserje en el Gabinete de Seguridad e Higiene en el Trabajo de Córdoba, donde finalizó su vida laboral. Como digo, fue un gran padre y siempre lo tendré en el corazón.
    Por Tomás Roldán Cañas Jaén

    Juan Rodríguez Reyes de Rute (Córdoba)
    Te fuiste en silencio, con discreción y  sencillez

    Nos dejaste en la madrugada del inicio del verano, cuando las rosas se marchitan y empieza el calor, y una parte de nosotros se fue contigo. Te fuiste en silencio, sin hacer ruido, discretamente, como no queriendo molestar a nadie, así fue tu vida discreta y sencilla. Ya se acabó tanto dolor y sufrimiento. No perdono a la muerte empecinada, ni a la vida ausente, que encuentres la paz y el sosiego que en esta vida te fue negada.
    Pero yo sé que tu alma, libre
    y aventurera, se unirá
    a un vuelo de palomas,
    y levantando riscos y lomas volará entre el tajo, el agua y la brisa del pantano.
    Allí donde naciste yo te buscaré, hermano. En tu cortijo blanco, al aroma de los jazmines y las pequeñas rosas en flor. A la sombra de tu higuera, entre los olivares verdes.
    Te buscaré en el quicio de tu puerta, cuando la tarde cayendo está, contemplando los atardeceres rojos.
    Cuando todo queda mudo y sombrío y al fondo se oyen los álamos del río mecidos por el viento, mientras el sol dora sus picachos.
    En tu memoria escribo estos versos, cuando tu vida se apaga. Allí donde un día de niño jugabas. Al lado de ese manantial de Cabra, de agua cristalina y trasparente.
    Recuerdo tus ganas de estar entre tu gente. Y grito al cielo que te recordaré siempre.
    Tu hermano Manuel
    Jaén


    Juan Vicente Roldán Soler de Jaén
    “Querido papá, siempre vivirás en mi memoria”

    Hoy, cuando aún suenan lamentos por tu muerte, querido papá, nos toca despedirnos de ti sabiendo que te vas pero que te quedas en nuestros corazones. Hoy cuando aún retumba el eco de tu voz en nuestros oídos, nosotros quisiéramos susurrarte lo mucho que te queremos y la falta que nos vas a hacer. Hoy, cuando nos diste tu última sonrisa refiriéndote a tu campo, ya sabíamos que te estabas despidiendo de todos los tuyos dulce y apaciblemente. Hoy, exalando por la nariz tu último suspiro, tu hija Juani que lo vio, fue a pedir en tu auxilio, para salvarte la vida, pero esa tenue vida que te quedaba Dios la quería ya consigo. Fueron tres personas, no sé si las afortunadas las que se pudieron despedir de ti, en tu última exalación. Las tres grandes para ti: tu mujer, tu hija mayor y tu querida hermana Adriana. Y hoy vestidos de duelo por la ausencia de tu aliento nos queda saber que para ti no hay olvido.Tus ojos se han cerrado, querido papá, y el cielo esta más azul, las estrellas se agrandaron porque tú desde arriba nos estás velando. Pasarán semanas, meses e incluso años, querido papá, y ese latido tuyo que se paró estará toda la vida latiendo en nuestros corazones y tú, mi querido papá, permanecerás en nuestra memoria.  Padre mío, vivirás en mis sueños y, como los sueños nunca mueren, vivirás eternamente en mí.   
    Con cariño de tu hija Pepi Roldán
    Jaén


    Vicente Castillo Gutiérrez de Jaén
    “Ahora estarás tallando angelitos junto a nuestro padre”

    Dedicado a mi hermano Vicente Castillo: Hermano, escribo unas líneas sobre ti y con ello tengo la oportunidad de darte las gracias por tantas cosas.
    Yo quiero hoy escribir pensando en tu persona sin olvidar nunca el gran maestro de la talla, que fuiste. Y quiero, con el permiso de todos, hacerlo en primera persona, pues cuando se habla de sentimientos no se puede hacer de otra forma. Ya se ha dicho que empezaste en el oficio de la talla con tan solo 12 años y que fue nuestro padre el que te lo enseñó, pero hay algo más que desgraciadamente te tuvo que enseñar, y es que siendo muy joven, junto con nuestra madre, ocupaste su lugar como cabeza de familia.
    En mi corazón ocupaste ese lugar tan hermoso que todos tenemos para nuestros padres. Me enseñaste los valores que estos transmiten a sus hijos: el respeto, la admiración, la responsabilidad, el amor…
    Hoy, egoístamente, me duele tu ausencia. ¡Cuánto te voy a echar de menos! Aun sabiendo que estarás bien, que sigues tallando “angelitos” y que ya no lo haces solo, pues aquel que te enseñó ahora los hará contigo.
    Sé que no estás a oscuras, iluminando por aquellos que perdí y que tanto queríamos: papá, mamá, nuestro hermano Juan que también estará tallando a tu lado, y tu mujer Carmina. ¡Tan poquito hace que nos dejó!
    Sé que la Virgen a la que tantas veces diste forma con tus manos está cuidando de ti y tú de nosotros.

     Tu hermano que no te olvidará, José Luis
    Jaén


    Juan Aguayo Padilla de Alcalá la Real
    Fue amante de su tierra y persona de principios

    Nuestro amigo Juantxu nos ganaba siempre al dominó, pues yo era más tozudo que él. Razonaba como los grandes chicarrones del norte y siempre me dejaba KO. El que me ganara al dominó era solo una manera de hacer amistad con él, de repasar muchas veces recuerdos entre las familias mientras colocábamos el blanco doble o me ahorcaba con rabia el seis doble. Pues Juantxu siempre me recordaba sus orígenes en el ambiente de la calle Abad Palomino, junto a la casa de mi abuelo Martín Gámez, esa casa que todavía conserva la reja de la Cárcel Real de la Mota (la debió comprar un tatarabuelo mío cuando se subastó). Me recordaba una investigación que no llegué a realizarle, sobre la recuperación de la memoria histórica de su padre, preso en la cárcel de Jaén por el simple hecho de ser socialista (¡Cuantas veces quedaba con la cita señalada para al Archivo Histórico y para leer los expedientes de Responsabilidades Políticas!) y, la verdad, que más de una vez busqué su nombre, pero su expediente estaba limpio como el agua. Me recordaba su infancia entre aquella vecindad que saltaba las tapias entre los solarines amplios que compartían las calles de la Peste y Capuchinos. A mí me atraía, como a él, un huerto especial, creo que era el más  extenso de la calle, el mejor cuidado por un artesano de lujo, un hombre que llegó casi a ser centenario (que con su esmero y mimo producía alcachofares en periodos de invierno; espinacas de otoño y, en verano, patatas, tomates y calabacines). Aquel patio trasero de aquella casona le atrajo de una manera especial, le cautivó desde su niñez y bebió de la fuente de su pozo de amor, de Rosario, su más leal, entrañable y generosa compañera, la de toda su vida y en todos sus momentos, y de los entrañables lazos de Antonio, Ascensión y Francisco García, una familia modelo de los vecinos del siglo pasado.
    Mientras me contaba las fichas de una “paliza”, con la que me decía que me llevaba a Frailes (era un símil para ampliar la derrota del dominó) me contaba que se sentía orgulloso de la tierra que lo acogió, Baracaldo, en la provincia de Bilbao, de sus hermanos inmersos en la lucha democrática en un lugar que se mostraba a veces hostil para los “maketos”, de su pasión por el Athlétic de Bilbao. Y lo que más me impresionaba y me hacía abrir los ojos: su amplio bagaje de un profesional de alta tecnología en navieras, recorriendo muchos países del mundo: Era, lo que dicen por aquí, un manitas; pero por aquellas tierras un obrero supercualificado que se lo quitaban de las manos los empresarios. Me contó con pelos y señales su último trabajo a Tailandia, los numerosos barcos que había equipado en los astilleros vizcaínos… Y, sobre todo, siempre se sentía orgulloso de sus tierra, a ella había regresado y había invertido todos sus ingresos, había hecho su huerto, su piso y se había rodeado de muchos amigos. Nos dejó la huella perenne con aquel juego de la rana que diseñó para las fiestas de la Huerta de  Capuchinos. Cuando se ponía serio tras la partida de dominó, nos pedía libros para completar la biblioteca alcalaína que coleccionaba con esmero y, sobre todo, me hablaba mucho de la poetisa alcalaína María Pilar Contreras, cuyos libros guardaba y leía por las noches.
        No llegué a jugar la última partida, que me prometió, en la que iba a hacer de compañero en las fiestas de este año de la Huerta de Capuchinos.
    Se nos fue un amigo de principios, un amante de su tierra y un leal compañero de su esposa Rosario. Que la Virgen de las Angustias, que era su protectora y pertenecía como hermano de su cofradía siempre, le acompañe en el nuevo tránsito y le premie con la victoria final de la vida eterna.
    Por Francisco Martín Alcalá la Real