Hasta siempre

Josefa Fernández Calero de Jaén
“Es tanto lo que tendríamos que escribir”

Mami, qué triste es saberte ausente. Ya hace un año de tu partida y cada día que llega es peor. El dolor que nos embarga es muy grande cuando se ha querido tanto. Nunca en nuestras bocas estuvo la palabra “adiós”.

    10 abr 2011 / 10:29 H.

    Tú moriste sin morir, ya que estás aquí, en cada recuerdo, en cada escena de nuestros actos tú siempre estás presente. Ya no podemos verte, pero sabemos que, desde el cielo, tú vas a cuidarnos.
    Te fuiste dejándonos al cuidado de papá y creemos que estarás orgullosa de nosotras, pues lo intentamos hacer lo mejor posible. Le regañamos por el tabaco, como tú hacías.
    Tus nietos, a los que tanto querías y protegías, te echan mucho de menos y te recuerdan a cada momento. Te marchaste con toda tu familia alrededor. Esperaste a que todos estuviéramos contigo.
    Es tanto lo que tendríamos que escribir que se nos acabaría la tinta. Tenemos tanto que agradecerte que nuestro corazón jamás dejará de quererte. Solo una cosa más, una frase con la que nosotras siempre te recordamos:“Genio y figura hasta la sepultura”. Te quisimos, te queremos y siempre te vamos a querer.
    Por tus hijas Capi, Elvira y Ceci Ramírez.

    Juan Leiva Varea de Arjonilla
    Sus grandes pasiones fueron la música y la familia

    Hace algunos años, tu nieta Ana Lucía me dijo, muy sorprendida: “Me fui de paseo con el abuelo y tuvimos que pararnos a saludar a cada paso. Tardamos una hora en ir desde casa a los Jardinillos”. Yo me reí y le dije que no tenía nada de extraño, que su abuelo tenía muchísimos amigos y era un hombre muy querido. Por su bondad, su capacidad de servicio, su sentido del humor y, sobre todo, por su profunda sensibilidad, que manifestaste siempre a través de tu gran amor, aparte de tu familia: la música. 
    Has sido un buen cristiano, hijo, hermano, esposo y padre ejemplar y, como abuelo, volviste a ser un niño. Era un agasajo verte así. Feliz, sencillo, sereno y bondadoso. Como todo buen músico que compone lo mejor de su obra al final de sus días, siendo como lo fue tu vida buena y plena, estos últimos años han sido su cumbre.
    No tengo con qué agradecerte todo lo que has hecho por mí y por todos nosotros sin esperar nada a cambio. Pasamos momentos muy difíciles y siempre estuviste ahí, llevándome en volandas a lo que hoy tengo y disfruto, a lo que hoy soy.
    Recuerdo siempre esos sábados en San Andrés, nuestro colegio, nuestra casa, en los que, quitándoselo a tu tiempo libre, nos abrías sus puertas, nos invitabas a desayunar, jugabas con nosotros al fútbol y convertías los ensayos de la Escolanía en una fiesta. Y todos, los del coro y los que no lo fueron, me paran en la calle y me hablan de ti con verdadera devoción. No es para menos. Esos sábados en Jabalcuz están entre los mejores recuerdos de nuestras vidas.
    Recuerdo tus años de trabajo desinteresado —como siempre— en el Conservatorio de Jaén, ciudad que tanto te dio y a la que tanto amaste. El mismo Conservatorio al que hoy podemos llamar Superior, en parte, gracias a ti. Y así se te reconoció el año pasado en un acto precioso en Úbeda.
    Recuerdo que, en mis horas más bajas, más oscuras, fuiste luz, guía y camino. Y jamás escuché reproche alguno. Me dejaste ser, acertar y equivocarme, ayudándome, incluso, cuando iba contra tu propio interés. Esa es la muestra de amor más grande que un padre puede tener hacia su hijo. Querer lo que él quiere, amar lo que él ama, y ayudarle a conseguirlo, le guste o no. Así fuiste. Un hombre bueno.
    Papá, te has ido muy pronto y nos ha dejado muy solos. El inmenso vacío de tu pérdida sólo se compensa con el orgullo que sentimos los que te hemos querido de haber tenido el privilegio de vivir a tu lado. El cielo hoy es un lugar aún mejor contigo allí y, a buen seguro, ya has formado un coro. Cuando tu nieta Daniela se va a dormir pregunta por ti. Y le digo que su abuelo vive en una estrella. Iluminándonos, como hizo cada día de su vida.
    Te quiero mucho, papá. Gracias por tanto. Gracias por todo. Descansa en paz, maestro.
    Por tu hijo Juan Leiva Gómez.


    Antonio Flores Vega de Jaén
    Abuelo, te querré siempre

    Hola abuelo: Hace ya poco menos de un año que te marchaste y aún hay veces que no nos hacemos a la idea. Esa fatídica mañana, cuando me sonó el teléfono y era mi madre diciéndome entre lágrimas que todo se acabó, que habías muerto. En ese momento, no sabía qué hacer, solo llorar y esperar hasta que pudiera verte, aunque tú no me vieras ni me escucharas. 
    Esa imagen que no borro de mi memoria y esas palabras que me dijo mi tío y que no olvidaré jamás. Fuiste un hombre muy bueno y muy cariñoso conmigo. Te gustaba que subiera a tu casa. Cada vez que me veías entrar por la puerta se te iluminaba la cara y te salía la sonrisa. Tu mujer decía que siempre estabas callado y era llegar yo y empezabas a habla. Siempre me contabas alguna de tus batallitas. Cuando me querías contar algo sin que nadie se enterase, nos metíamos en tu cuarto y, allí, a escondidas me lo dabas.
    Luego, cuando llegaba el verano y os íbais de vacaciones, siempre me decías que me fuera con vosotros, pero el trabajo me lo impedía y solo iba algún fin de semana. Cuando era más pequeña, sí que me iba y nos lo pasábamos muy bien en el patio del chalé que alquilábais todos los años en Mazarrón.
    Por eso, quiero decirte que te echo muchísimo de menos. Te fuiste sabiendo que estaba embarazada, pero no pudiste conocer a mi niña, esa niña que tenías tanta ilusión en verla, tocarla, etcétera, pero la enfermedad te ganó y no lograste combatirla. Por eso, hoy, entre lágrimas, te digo que, allá donde estés, nos cuides, porque desde el momento en que te fuiste te convertiste en nuestro ángel de la guarda. Nunca te olvidaremos, abuelo, y, algún día, nos volveremos a ver. Te querré siempre. 

    Por tu nieta Mónica Flores.

    Francisca Pancorbo de la chica de Jaén
    Un recuerdo para mi  querida cuñada

    Oh, “cuñá”, qué dolor se siente. Dice un refrán: “No pienses en lo que queda, sino en el final”. Pero es que el final es cruel y muy doloroso. Se queda en el corazón una pequeña grieta que el color no la deja cerrar, porque como fuiste una mujer entrañable para toda la familia, incluso, para las amistades que eran muchas las que tenías. Siendo una niña, a la fuerza te tuviste que hacer una mujer para estar pendiente de tus hermanos y, ya de mujer, fuiste grande para todas, porque pocas personas como tú estaban pendientes de todo, como con tu madre, que cuidabas de que no le faltase nada, organizabas sus medicamentos y todas sus cosas.
    A tu hermano Manolo siempre le decías: “Manolín, el azúcar, no te dejes”. Y a esta que con mucho cariño te escribe, igualmente estabas pendiente de mí y de mis dolencias. Tanto es así que nunca me dejabas que me quedara contigo, para que no pasase una mala noche en el sofá. “Tus huesos, Pepi. Tu cintura”.
    Una gran mujer a la que nunca se le olvida el santo o el cumpleaños de todos, y no somos pocos: madre, hermanos, cuñados, sobrinos y, cómo no, tu querido marido e hijas.
    Ay, Dios mío, dale a mis sobrinas una dosis de amor, de paciencia y fortaleza, pero, sobre todo, una dosis de resignación, que les hará mucha falta para llevar esta vida sin la más grande, una madre, pero una madre con mayúsculas y una buena abuelita. Ay, “cuñá”, se me olvidaba. Cada beso que tu nieto Fernando te daba, un aliento de vida en ti se apreciaba. Querida “cuñá”,  sufriste mucho, pero te llevaste el cariño de todos los tuyos y el amor de tus hijas y marido. Espero que Dios te diera fuerzas y te recompensara. Querida Paqui, vivirás en mis sueños y como los sueños nunca mueren vivirás eternamente en mí. Con mucho cariño, de toda tu familia.
    Por tu cuñada, Pepi Roldán.

    Salvador Garrido de Arroquia de Pamplona, con raíces en Baeza
    Un militar ilustrado, que participó en la cultura

    El pasado día 12 de marzo, nos dejó Salvador Garrido de Arroquia, en la ciudad de Zaragoza, en donde culminó su carrera como Coronel Secretario General del Matra (Mando Aéreo de Transporte de la Región de Aragón y Cataluña), y a la que tanto dio, como gran militar democrático que fue. Ofreció la ayuda de su mando aéreo al rector de la Universidad, quien aprovechó para planificar el espacio del campus, a sus cartógrafos y aparatos técnicos del arma de aviación, bajo su dirección. O el apoyo con tropa diestra en el ajardinamiento de la ribera del río Huerva, haciendo así que el alcalde Sainz de Varanda pudiera remodelarlo en paseo ciudadano.
    Militar ilustrado, participó activamente en proyectos culturales y artísticos. Tales como prestar la banda de música para conmemoraciones civiles. Amigo de artistas, él mismo se dedicó a la restauración de objetos artísticos y realización de maquetas, que cedía gratuitamente. Y tantas otras cosas que su modestia dejó en la tierra sin llamar mucho la atención, este descendiente de la estirpe de los marqueses de San Miguel de la Vega y del conde de Santa Engracia, Brigadier Antonio Quadros, de cuyo heroísmo en la guerra de la Independencia queda una placa conmemorativa en la plaza de los Sitios, en el bello edificio de la Escuela de Artes y Oficios.
    Salvador Garrido fue un jefe militar en puestos de gran responsabilidad para la seguridad ciudadana, que cumplió con eficacia y sabiduría, sin menosprecio nunca por ningún subordinado y favoreciendo a cualquier humilde soldado que se lo pidiera, ya que él mismo había sido un soldado de caballería. Promovió la alfabetización de los soldados y suprimió las novatadas, que eran de gran crueldad. Tuvo un trato exquisito con los distintos Cuerpos del Ejército, ya fuesen del arma de tierra, marina, Guardia Civil, Policía y oficiales de la Base Americana (que intervino gracias a su mediación, en el rescate y evacuación de afectados por el incendio del Hotel Corona de Aragón). No dejó de trabajar en cualquier situación en la que se le requiriera su ayuda, como en el pueblo de Cella, provincia de Teruel, en donde se estrelló un avión, o al enviar tropas a conducir los autobuses ciudadanos en huelga indefinida, para evitar la situación de caos. 
    Esa elegancia sin alardes la paseó allá por donde los destinos le llevaron, ya fuera en León o en Barcelona. Y en la añorada tierra de su familia de origen, esta ciudad de Baeza, cuna de palacios de dorada piedra, a donde volvía buscando ese sentido espiritual que se escapa al sentido. Y de donde siempre llevó consigo su gastronomía: los ricos gazpachos, ochíos o arroces caldosos, entre otros, a otras tierras. También el verdor de sus olivos y vegetación frondosa, que intentó reproducir en zonas más desérticas, como hizo con la plantación de miles de árboles en la zona de San Lamberto, próxima al aeropuerto. Esa infancia que perduró en su afabilidad sonriente, a pesar de los sinsabores. Ese espíritu de saber apreciar la verdad, la bondad, la belleza, que transmitió a alguno de sus hijos y a quien supo estar cerca. Descanse en paz. 
    Por su hija María Elena Garrido de Lorenzo.

    Felipa Armenteros Rubio de Jaén
    “Nunca te dije te quiero; pensé que ya lo sabías”

    En el cielo están de fiesta desde que tú estás y aquí estamos de luto porque no hay nadie que ocupe tu lugar. Así eras tú. Donde ibas lograbas que todo fuera una fiesta y nos contagiabas tus ganas de vivir. Creo recordar que nunca te dije “te quiero”. Fue por tímido, porque, quizás, daba por hecho que ya lo sabías. El caso es que nunca pensé que te lo diría de esta forma. Mi confianza de que todo esto de la enfermedad del cáncer sería un pasatiempos más del que nos reiríamos el día de mañana, me llevó a pasar por alto los pocos días que te quedaban en esta vida con nosotros.
    Ahora me acuerdo cuando de pequeño me dabas la mano y me decías que no tuviese miedo de nada, que tú me defendías. No hay recuerdo de mi infancia en el que no aparezcas tú a mi lado.
    Mamá sigue llorando tu ausencia y me gustaría pedirte que le dijeses que no llore más, que estás bien en el Reino de los Cielos junto a los que se fueron antes. Por mí no te preocupes. Yo tengo a mi familia, que son los que me dan fuerzas para seguir adelante en esta vida y, si lloro, no es de amargura, es porque te quiero más que nunca y me gustaría soñar contigo como lo hice la última vez. Los dos juntos, como siempre estábamos de niños. Me gustaría despedirme diciéndote “te quiero”, pero eso me lo reservo para el día en el que te vuelva a ver de nuevo. Ahora me quedo con tu recuerdo, que es nuestro mayor tesoro, con tus ganas de vivir, con tu fuerza para salir adelante y con tu amor.
    Espero que, desde el cielo, leas estas líneas y cuides de todos nosotros. Te echaremos siempre de menos. Hasta luego, Felipa. Con todo mi amor.
    Por tu hermano José Miguel.