Hasta siempre
Francisco Aranda Rueda de Castillo de Locubín
“No te cansas de aprender”
No sé por qué se lleva a los buenos..., no creo que sea por envidia, ni egoísmo..., pero lo parece. Hala. Ahí lo tienes. Te lo has llevado y sin preguntar. Por mucho que lo necesitaras, aquí también hacía falta y mucha. Francisco Aranda Rueda, de lo mejor del gremio, un compañero ideal, una buena persona: amable, sencillo y cercano. Todos los atributos que puede poseer la buena gente, de la que no te hartas de estar a su lado aprendiendo. Y a él le quedaba mucho que enseñar.

“No te cansas de aprender”
No sé por qué se lleva a los buenos..., no creo que sea por envidia, ni egoísmo..., pero lo parece. Hala. Ahí lo tienes. Te lo has llevado y sin preguntar. Por mucho que lo necesitaras, aquí también hacía falta y mucha. Francisco Aranda Rueda, de lo mejor del gremio, un compañero ideal, una buena persona: amable, sencillo y cercano. Todos los atributos que puede poseer la buena gente, de la que no te hartas de estar a su lado aprendiendo. Y a él le quedaba mucho que enseñar.
Quizás sí vaya entendiendo algo más a Dios y quizás hubiera algo de envidia. Sólo detesto no haber sido su amigo. Hoy, compañero, me sabe a poco. Paco el 74..., recuerdos de tus compañeros... de todos. Sólo se muere lo que olvidas.
Por Juan Carlos Rus. Juan Martínez Ortega de Cazorla
Cazorla dolorida
Si el luto manifiesta dolor por la muerte de un ser querido (un familiar, un amigo…), Cazorla debería estar de luto, porque se nos ha ido quien fuera durante toda su vida sincero amigo, rayano en lo familiar, de todos y cada uno de los cazorleños: Juan Martínez Ortega. Hombre de una cultura enciclopédica, dotado de una memoria prodigiosa, pensador profundo, autor de numerosos artículos y varios libros de ensayos, Juan Martínez era, sobre y por encima de todo eso, un hombre bueno y bondadoso, honesto y cabal, afable y extremadamente generoso —y no solo en lo material— con quienes recurrían a él en busca de ayuda o consejo. Si se trataba de hacer el bien, ni le importaban las circunstancias del demandante, ni le limitaba prejuicio alguno.
Desde finales de los años setenta tuve el privilegio de disfrutar de su amistad y apoyo continuado en diversas actividades y proyectos culturales, como el Anuario del Adelantamiento y coloquios radiofónicos, entre otros.
También colaboré en los que él auspició. Recuerdo ahora la revista “Clavileño”, financiada desinteresadamente con su propio dinero y fundada con el fin de que los cazorleños con inquietudes publicaran sus ideas, inquietudes y perspectivas sobre los más diversos temas del momento.
No eran aquellas décadas de la primera transición tiempos fáciles en una ciudad como Cazorla para iniciativas culturales, pensadas desde la libertad con el objetivo de abrir nuevos horizontes al pensamiento y la expresión.
La respuesta al esfuerzo era, en el mejor de los casos, pírrica: si se le presuponía algún tipo de carga ideológica, la crítica no pasaba de endosarte una etiqueta —frecuentemente despectiva— empaquetándote lisa y llanamente en cualquier extremo político. No digamos la reacción de las sensibilidades más suspicaces y nostálgicas.
En tales circunstancias, Juan Martínez Ortega dio una lección de su valía intelectual y, sobre todo, de su profundo calado humano, pues si en aquellos días difíciles hubo en la ciudad un juicio de la mayor autoridad —avalada por la honestidad y el ejemplo— lleno además de ponderación y de peso moderador, ese fue, sin duda, el suyo, y, todo ello, pese a su reputación de hombre de derechas y arrastrar su alma un profundo drama familiar desde la Guerra Civil. Como fue habitual en él desde muchos años atrás, su consustancial indulgencia y el sincero empeño por superar enfrentamientos afloraron una vez más y superaron cualquier lastre del pasado, sembrando bondad en pedregales de resentimiento. Esos valores —y sacrificios— engrandecen su figura aún más que su peso intelectual, que no fue liviano.
Sería deseable que estas ligeras palabras sobre su figura —trazadas aquí con la premura y el dolor del momento— avivaran el ánimo de amigos, conocidos, autoridades locales, etcétera para diseñar, con la colaboración de todos, el fresco mucho más amplio y polícromo al que sus virtudes le hicieron sobradamente merecedor.
Nos unimos a su familia (y a tantos amigos) en el dolor por su pérdida. Para él pedimos un descanso eterno en paz.
Por Juan Bueno Cuadros.
Cronista oficial de Cazorla.MAGDALENA TORREGROSA GUTIéRREZ de Jaén
“Cuida de todo el que esté contigo”
Qué decir de ti, abuelilla, madre Magdalena, Bisa... Te hemos llamado de tantos nombres, porque te hemos querido tanto que creemos será imposible olvidarte.
Estas líneas te las quiero dedicar para homenajearte por todo este tiempo vivido, para agradecerte lo que a tantas personas y a tu familia le has dado.
Tuviste a tus cinco hijos: Juan, María Paula, Jesús, Magdalena y Serafín. Siempre tenías alguna historia que contarnos para que estuviéramos un rato más en la casa. Llegar a ver a la abuela era echar la tarde, ya que cuando mirabas el reloj se había pasado el tiempo volando.
Tu casa ocupaba toda la plazoleta. Siempre estaba blanquita porque tú la blanqueabas con cal y una brocha enorme. La puerta nunca se veía sucia, ya que, al amanecer, Magdalena ya estaba barriendo y regando.
En el barrio de El Tomillo se te echa mucho de menos. Eso de dar la vuelta con el coche y que Magdalena no esté sentada en la puerta para saludar a los vecinos...
Muchos nos han dicho que parece que todavía te van a ver ahí sentada.
Y qué decir cuando era el cumpleaños de alguno de nosotros. Nos abrazabas y nos cantabas ese cumpleaños feliz tan famoso meciéndonos cogidos en tus brazos, uff, sólo de recordarlo se me pone el vello de punta.
De tu nuera Carmen, cómo la has querido, y, de ella, qué decir, te ha querido a ti como una madre.
A tus bisnietos, sólo con entrar por la puerta, los reconocías. Te quieren y recuerdan mucho. Aunque todavía, cuando vamos a la casa, siguen buscándote en tu habitación.
Tampoco te olvidarán tus nietos y nietas políticos. Los has querido tanto como a tus propios nietos.
Tu hija Magdalena y tu hijo Juan se han quedado solitos —y tú te habrás ido con tu pena—, pero todos sabemos que hubiera sido muy egoísta por nuestra parte pedir que no te fueras, lo estabas pasando muy mal.
Nosotros, tus nietos, te recordamos mucho. Aprovecho desde aquí, y con tu consentimiento, para agradecerle a todo aquel que se ofreció a cuidarte y ayudarnos en tus peores días, sobre todo, a tu nieta que tanto querías y, últimamente, mucho más, mi hermana, que ha estado contigo hasta el final. No te olvidará nunca. “ Muchas gracias Mari”.
Abuela, sólo te pido una cosa donde estés: cuida de todo el que esté contigo como has cuidado de nosotros. Dale un beso al abuelo, ya que seguro está a tu lado. No te preocupes por Juanito y Magdalena, que están muy bien y en buenas manos y espéranos con una buena cafetera calentita, como a ti te gustaba recibirnos. Sigues con todos nosotros. Gracias.
Por tus hijos, nietos y bisnietos, que te quieren.Fernando Cabezudo Sánchez
de Jaén
Un cristiano auténtico, siempre dispuesto a ayudar
Noventa y seis años de vida dan para mucho cuando se viven con intensidad. Por eso, la vida de mi padre, Fernando Cabezudo Sánchez, ha tenido muchos acontecimientos y muchos matices que no se pueden relatar en una breve reseña. Intentaré, sin embargo, destacar algunos rasgos fundamentales de su personalidad.
Los largos años de vida de mi padre han estado llenos de los dones de Dios y de una respuesta fiel por su parte.
Nació en Jaén y vivió siempre en Jaén. Fue bautizado en San Bartolomé. Dos fueron los barrios en los que se movió toda su vida, la calle Martínez Molina y las Viviendas Protegidas. Conocía muy bien la ciudad y eran pocas las familias de las que no tenía conocidos o amigos.
Ha sido un hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Su bondad ha sido reconocida por todos los que se relacionaron con él. A todos los que se le acercaron los atendió y escuchó y a todos los ayudó sencillamente y sin ruido, como la cosa más natural, como si nunca hiciera nada extraordinario. Un rasgo destacado de su bondad ha sido su generosidad. Han sido muchas las asociaciones y ONG que han recibido puntualmente sus suscripciones y ayudas. Nunca ha gastado en nada para sí, salvo quizás en libros, y siempre ha vivido al día con auténtico espíritu de pobreza, ya que siempre ha tenido a quién ayudar y a quién sacar adelante. Por eso, también ha tenido que ser siempre un hombre trabajador. Recuerdo que, cuando mis hermanas y yo éramos pequeños, tuvo que trabajar incontables horas simultaneando trabajos para sacarnos adelante y, aun así, siempre tuvo para ayudar a otros. Nunca hasta que la debilidad le impidió sus ocupaciones, estuvo inactivo.
Su bondad se enraizaba en su profunda fe en Jesucristo y en su amor a la Virgen María. Ha sido un cristiano auténtico y bien formado tanto en las ideas como en la virtud. Fue un hombre de oración profunda y sincera, nunca con beaterías, pero sí con fórmulas sencillas que le llevaban a una auténtica contemplación. Santa Teresa de Jesús, cuyas obras había leído y cuya vida conocía muy bien, fue su maestra de oración y le profesaba una gran devoción.
Ha sido un hombre comprometido en las tareas de la Iglesia, a la que amaba con todo su corazón y cuyo amor nos supo transmitir a sus hijos. Fue uno de los fundadores de los Estudiantes Católicos, que, antes de la Guerra Civil, fortalecieron la fe de muchos jóvenes en un medio hostil a la Iglesia. Luego, fue miembro destacado de la Acción Católica, cofrade de varias cofradías de Jaén, adorador nocturno, miembro de las Conferencias de San Vicente y de Cáritas e incansable colaborador en las tareas parroquiales.
Los conventos de clausura de Jaén y de los lugares por donde pasó conocieron también su cercanía y su generosidad constante. No faltaba nunca a las conferencias y actos formativos que organizaban las diversas organizaciones católicas. Mención aparte por su intensidad y dedicación merece su relación con la Santa Capilla de San Andrés, institución emblemática de nuestra ciudad, de la que fue secretario casi toda su vida y, luego, gobernador.
Tuvo una gran cultura, alimentada por la incansable lectura y era un gran conocedor de todo lo relativo a nuestra ciudad. Su amistad con Rafael Ortega Sagrista fue la ocasión para que yo conociera, a través de sus frecuentes conversaciones, a las que asistía con deleite participando muchas veces con mis preguntas curiosas, muchos detalles de la historia de nuestra ciudad tanto en sus líneas generales como en las pequeñas anécdotas que compartían. Escribía muy bien y era muy ameno en sus escritos. Lástima que el trabajo y las ocupaciones familiares no le dejaran apenas tiempo para desarrollar esta tarea en la que llegó incluso a conseguir algunos premios literarios.
Amó la verdad y la justicia, se indignó ante las plagas que afectan a nuestra sociedad y luchó silenciosa pero eficazmente para combatir el mal y abrir nuestro mundo a la acción del Reino de Dios.
Con razón los amigos y conocidos al darme el pésame por su muerte, han sido unánimes en su diagnóstico: Más que rezar por él, hay que encomendarse a él porque, sin duda, que el Señor habrá completado su obra en él dándole el cielo.
Por Enrique Cabezudo.Carmen Oller Herrera de Jaén
Te queremos, cariño, mi pequeña, mi vida
Hola guapa. Hoy, como todos los días, nos acordamos de ti. Te echamos mucho de menos. Tan sólo han pasado dos semanas sin ti, ¡y pensar que nos queda toda la vida...!
Quiero que sepas, cariño, que papá, el hermano y yo te recordaremos siempre como la flor más bonita del jardín de nuestras vidas, con esa dulzura mezclada con tu belleza, tus ojos grandes, tu nobleza y esa transparencia. Siempre fuiste de cristal.
Nunca olvidaré el día de tu nacimiento, ni el de tu hija Daniela, que fue el mismo de tu fallecimiento, pues tan sólo quedaban unos días para que ella naciese. No llegó a ver la luz del día, pero sí la claridad del cielo. Con tan sólo 25 años, Andrés, tu marido, con 27 y vuestra Daniela. Tu Daniela nueve meses en tu vientre y así permaneceréis siempre, los tres juntos en el cielo.
Tu hermano te recuerda todos los días, hasta el último momento estuvo a tu lado. Él fue protagonista de un escenario contigo, pero sin ti. Escuchaba, pero no te oía, te miraba mientras tú permanecías dormida para siempre. Él recordaba la vida de dos hermanos.
¡Cuántas veces nos peleábamos! Sin llegar al final, pues siempre prevalecía tu nobleza y también mi corazón. Siempre terminábamos unidos hasta que finalmente el destino nos separó sin pelear para siempre.
Ahora sentimos dolor, sufrimiento, frustración e, incluso, mucha rabia. Pero un día lograremos levantarnos y sonreír, pues ese día descubriremos que sigues viviendo, que no te has marchado, porque sigues estando entre nosotros.
Así nos despedimos de ti, mi vida, y te decimos adiós hasta pronto, porque esperamos encontrarte y sonreír a tu lado.
Te queremos, cariño, mi pequeña Carmen, mi vida.
Por tus padres y hermanos