Hasta siempre
Encarnación Higueras Ruíz de Beas de Segura
“El corte y confección marcó una época”
Cuando los bombos de la Lotería de Navidad giraban para extraer premios de felicidad, en la familia la tristeza llegaba a los corazones y nuestro premio se esfumaba con la muerte de la “Tita Encarna”, a los 91 años.
“El corte y confección marcó una época”
Cuando los bombos de la Lotería de Navidad giraban para extraer premios de felicidad, en la familia la tristeza llegaba a los corazones y nuestro premio se esfumaba con la muerte de la “Tita Encarna”, a los 91 años.
A partir de ahora, cada año, tendremos el premio de los grandes recuerdos que nos ha dejado, la felicidad del enorme cariño que nos procesó a toda la familia. Arropada siempre por todos los suyos: sobrinos, sobrinas, hermanas, hermano y demás a lo largo de su vida, sus vecinas y amigas, del barrio del Río, personas que también lloran la ausencia de una legendaria mujer que, durante toda su vida, luchó a su estilo, vivió a su manera y, cada vez que tocaba fiesta, queríamos tener a la tita la “soltera”, en nuestra casa, como si de un ángel se tratara. Su presencia nos daba seguridad, confianza y alegría al decirnos y contarnos sus dichos, anécdotas o cuentos.
Muchas mujeres de Beas de Segura han pasado parte de su juventud en los bajos del número 9 de la calle del Río. Allí tenía una academia de corte y confección, un sistema de patronaje y enseñanza que adquirió en Madrid. Eran unas décadas difíciles para una joven como ella el trasladarse a la capital de España. Cientos y cientos de mozas que aprendieron a coser, hoy mujeres casadas, recuerdan los turnos. Un trabajo que alternó con la venta en el mercado de abastos, de la mano de su hermano el carnicero, Juan Higueras. Allí derrochó querer con sus parroquianas. Hoy todos buscamos un recuerdo y cada uno de sus 12 sobrinos y sobrinas lo hemos encontrado, también su hermana Isabel y su cuñada Lola. Las aguas del río Beas pasan sin hacer parada, ante el silencio de una casa, donde yacen recuerdos. Por Francisco Juan Torres.
Juan Rodríguez Castro de Torredelcampo
Una gran talla humana
A veces, uno se cruza con ciertas personas a las que nada más conocer, ya tiene la sensación de que son “buena gente” y te transmiten buenas vibraciones desde el primer momento. Juan era una de esas personas. Podríamos definirlo como un hombre sencillo, humilde, urbano, afable, amigo de sus amigos, buen padre y mejor marido, no sin sus manías y sus vicios, pero con una gran talla humana y valía envidiables. Felizmente casado con su Manoli. En 29 años de matrimonio, ha tenido la gran fortuna de traer al mundo dos maravillosos hijos, Silvia y Juanma, los cuales han sido las delicias que han endulzado los sinsabores de su día a día. Un hombre que se ha hecho a sí mismo a base de constancia, esfuerzo y dedicación empezando desde lo más bajo en sus primeros puestos de trabajo hasta demostrar a base de bien su valía en el mundo laboral.
Quién lo iba a decir, un “garbansito” nacido en el seno de una familia humilde y sin ninguna carrera universitaria ha sido capaz no sólo de abrirse camino en el mundo empresarial, sino de hacer crecer su propia empresa hasta un éxito indiscutible a pesar del panorama actual de crisis en el que nos encontramos. Nada más empezar este 2010, se fue de repente y sin avisar dejando insólito con la noticia a todo aquel que lo hubiese conocido: desde el camarero que le servía el desayuno en su cafetería favorita, pasando por sus clientes y terminando por sus seres más queridos, pues todo el mundo lo apreciaba. Aún es casi imposible imaginar que la vida sigue sin él. Se hace muy difícil intentar vislumbrar un presente y un futuro sin su presencia, que el reloj no se para a pesar de este vacío tan grande que todos sentimos en este momento por su ausencia, pues han sido tantos momentos de felicidad plena junto a él que se hace muy difícil pasar página.
El único consuelo que ahora nos queda es pensar que te fuiste tras una mágica noche en la que pudiste compartir una agradable velada junto a los tuyos disfrutando de uno de esos buenos ratillos de celebración llenos de risa y en familia como a ti te gustaba.El que piense que Juan ha muerto se equivoca, pues sigue muy vivo dentro de los corazones de todo aquel que lo ha conocido y sigue presente en su mujer y sus hijos y es que él es una de esas personas de las que nunca se dejará de hablar. Esperamos poder aprender a seguir luchando sin tenerte a nuestro lado y si nos estás viendo, que seguro que sí, sólo deseamos poder hacer que te sientas orgulloso de todos y cada uno de nosotros. Toda tu familia y tus amigos desean seas feliz allá donde estés y te dicen con la boca bien abierta y tono firme: “Te queremos, Juan, un verdadero placer el haberte conocido y poder haber compartido contigo esta vida a veces tan impredecible y desdichada”.
Por Silvia Rodríguez Garrido.
José María Mendoza de la Pascuas de Jaén
“A mi querido amigo: te doy las gracias”
Más que nuestra propia muerte, es la muerte de un amigo lo que nos hace daño. Este es un momento alegre y triste a la vez. Triste porque sentimos tener que decirle adiós a un querido amigo. Alegre porque José María Mendoza de La Pascua va a tener tiempo para disfrutar de lo que le gustaba en el mejor campo y coto que existe en el cielo, junto a San Huberto.
José María ha demostrado muchas veces lo que es. Siempre que le hemos necesitado, él ha estado ahí con los triunfos y con las lágrimas. Nos ha animado a voz y calladamente.
Con nuestros éxitos nos ha dado atención personal y con nuestros fracasos nos ha proporcionado consuelo y consejos para el futuro. Ha estado ahí para hablar, para explicar, para responder y para guiar.
Él sabía que su profesión es más que una mesa, un montón de trabajo y de papeleo. Al escucharnos y compartir su propia sabiduría, obtenida gracias a las experiencias de su vida, ha demostrado que el trabajo es, después de todo, gente y amigos, en lugar de papeleo.
Mi deseo es que disfrutes al máximo de lo que tienes por delante sin preocuparte ya por nada y que, sin duda, estará lleno de todas esas amabilidades, atenciones y favores inesperados que te serán devueltos con creces.
Eres un amigo infinitamente querido. Tu energía, vitalidad y sencillez eran envidiables. Siempre has sido un verdadero ganador, con tu tesón y sacrificio, venciendo problemas y obstáculos hasta el final, en este mundo que te ha tocado vivir.
Un amigo como tú has sido, es alguien que comprende tu pasado, cree en tu futuro y te acepta hoy del modo que eres.
Querido papá, te doy las gracias por contribuir a nuestras vidas. Te echamos en falta, nuestros mejores deseos y nos veremos muy pronto mi rey, mi amor. “Amistad que acaba no había comenzado¨. Publio Siro (Siglo I a. C.). Por María Belén Mendoza Guerrero.
Manuel Gallardo Tuñón de Los Villares
Buen marido, mejor padre
Existen situaciones en la vida que no tienen explicación. Una de estas situaciones inexplicables nos tocó vivir a mí y a la familia de mi novia el día de los Santos Inocentes. ¡Inocentada, eso es lo que creíamos que era! Ese día, Dios se llevó de entre nosotros a la persona de Manuel, “cara apargate”, como lo conocían en el pueblo, o “viejo”, como le decían su mujer e hijos, pero sin serlo. Sólo tenía 52 años y una infinidad de proyectos por cumplir, de sueños por alcanzar y de lecciones de vida que dar; porque era un maestro, maestro de la vida cotidiana, maestro del trabajo y un maestro dando lecciones de humildad, amor y respeto para los suyos.
Era una persona buena, con carácter, pero un carácter que llenaba, que daba confianza. Trabajador desde pequeño, canastero y artesano desde siempre y un gran jornalero en su campo, campo que le daba la vida, campo por el que se desvivía trabajando y con el que disfrutaba. El único día que no trabajaba, los domingos, se iba de camarero al bar de su hermano Lorenzo. Toda la vida ha trabajado para su familia, en especial, para sus dos hijos, a los que ha criado y ha mimado siempre y a los que les dio todo lo que tienen. Fue una persona llena de vida y que se fue sin hacer ruido, sin molestar, como siempre lo hizo, una persona desinteresada y que te tendía su mano antes de que se la pidieses.
Personas como Manuel, Manolo, como lo llamaba yo, no deberían de dejar este mundo nunca. Su pérdida para nosotros ha sido trágica y amarga, pero nos consuela, saber que se fue sin sufrir, pero sí con las ganas de despedirse de nosotros. Desde aquí, y para todo el mundo que no lo conocía, dejo constancia de que Dios se ha llevado consigo a un buen esposo, pero mejor padre. En la vida podré olvidarte, Lolo, ni tu mujer e hijos lo harán jamás. Sin más, quiero decirte que estés dónde estés jamás te olvidaremos porque mantenerte vivo en el recuerdo es mantenerte entre nosotros. Siempre te querrá como a un padre, tu yerno. Por Diego Jesús García Carrillo.
Alfonso Fernández Consuegrade La Carolina
Discreto y emprendedor
En este mes de enero se cumplen dos años desde que un maldito accidente de tráfico acabó con tu vida y nos clavó un puñal en el corazón. Pero mi mente sigue sin asimilar que ya no estás con nosotros, porque fuiste el principal protagonista de la vida familiar de tu entrañable casa ubicada junto a la Plaza de las Delicias. Ahora más que nunca queda patente aquello de “¡qué rápido pasa el tiempo!”. Y es que, a pesar del valor que le echamos a la vida, con objeto de honrar tu memoria, es imposible no pensar en ti. Allí desde el cielo, Alfonso, puedes estar tranquilo de que todas tus costumbres familiares las seguimos manteniendo tus dos hijos, Silverio y Adriana, en todos los aspectos de este vivir cotidiano. Ahora, cuando acaba de terminar la Navidad, nos acordamos aún más, si cabe, de ti. Porque tú te encargaste de sembrar un árbol en el jardín de la vivienda que ahora nos sirve para convertirlo en símbolo navideño. También nos viene a la mente cómo madrugabas, durante estos días, para irte al campo y, además de respirar aire puro, siempre regresabas a casa con algunas de tus debilidades culinarias campestres, como los hongos, espárragos o patatas de piedra, también conocidas como trufas en otros lugares de España.
Pero no te preocupes, porque tu hermano Rafa se ha convertido en uno de nuestros mayores pilares de apoyo, ya que realiza muchas de tus antiguas tareas, como encender la lumbre en la chimenea todos los días o subsanar cualquier incidencia en labores caseras como podar la parra y los rosales, además de reponer cualquier azulejo que se cae de la pared e, incluso, sembrar hortalizas, como tú hacías, en los arriates que hay bajo la valla metálica que rodea la vivienda. También echamos de menos tus cacerías en Despeñaperros y tu pasión por nuestra familia. Y es que la vida y el compromiso de Alfonso Fernández siempre estuvieron volcados hacia ella. Fue una persona muy querida por todos y un apasionado de amor con su mujer, Pepi, y con sus dos descendientes.
Prácticamente de la nada, y con sólo algunos conocimientos básicos adquiridos en la escuela nocturna a la que fue tras finalizar la tarea laboral de cada jornada, logró hacerse maestro de obras. Poco a poco, y a base de sacrificio constante, supo ganarse el cariño y la confianza de toda la gente que le confió algún trabajo de albañilería, en un principio, y después al adquirir alguno de los pisos edificados en varios bloques de viviendas en su Carolina natal. Servicial como nadie, legal y honrado en todos los aspectos de la vida, Alfonso fue una persona entrañable y muy querida en la capital de las Nuevas Poblaciones.
Su entrega al trabajo durante más de cuarenta años de trayectoria profesional así lo avala. Y es que, en él todo era bondad y alegría, siempre dentro de un ambiente muy discreto y, a veces, lleno de ciertos temores personales que nunca exteriorizó y siempre guardó para él. Tuve el honor de compartir con él los mejores momentos de mi juventud. Se convirtió en obligado consejero de mis decisiones y fue mucho más que “amor de hijo” lo que sentí por él. Si hoy soy lo que soy es gracias a ti. Te fuiste de esta vida sin ni siquiera tener tiempo para decir adiós. Pero sigo sintiéndome muy orgulloso de ti porque, casi sin darte cuenta, dejaste sembrada en tu casa y en tus dos hijos la semilla necesaria para afrontar la vida con la seguridad, la felicidad y la amabilidad con la que tú la afrontaste siempre. Ahora, estoy seguro de que descansas en paz en el reino de los cielos porque Dios es justo. Por todo ello, me siento muy orgulloso de mi padre, don Alfonso Fernández Consuegra.
Por Silverio Fernández.
Juan Antonio Segarra Román de Vva. del Arzobispo
“Se fue un librero de los de toda la vida”
El próximo día 18 de enero, se cumplirá el primer aniversario de la muerte de Juan Antonio Segarra Román. Este villanovense tenía 88 años y era muy conocido en el municipio, ya que trabajó prácticamente toda su vida hasta su jubilación como librero. Concretamente, en la conocida y céntrica “Librería Segarra”, un establecimiento que, desde su jubilación, regenta su hijo Joaquín. Sentía una gran pasión por su profesión, así como por la literatura y los libros.
Juan Antonio Segarra, junto a su hermano Miguel, regentó, desde el año 1932, una librería. Fue en esa fecha cuando su padre accedió a comprarles un kiosco que, por aquel entonces, fue instalado en la Plaza de la República, ahora conocida como la Plaza Mayor. Tras su paso por el kiosco, tiempo después, trasladaron la librería a otro emplazamiento en la misma plaza. En este lugar permaneció durante veintitrés años.
Ya en la década de los años sesenta, Juan Antonio se hizo con la totalidad de la librería, previo traspaso de la parte a su hermano Miguel. Después, llegó el último y definitivo cambio de emplazamiento de Librería Segarra, justamente enfrente y donde actualmente permanece. En los años setenta, cuando terminó la etapa escolar, su hijo Joaquín se incorporó al negocio para continuar los pasos de su padre y tío. Padre e hijo permanecieron juntos varios años hasta la jubilación de Juan Antonio. En ese momento, varios años juntos hasta la jubilación de Juan Antonio. Fue en ese momento cuando Joaquín se quedó con el negocio. Era muy conocido y sus principales aficiones fueron la lectura y los programas de televisión. Dejó tres hijos y cuatro nietos, que nunca podrán olvidarle. Por Juan José Fernández.