Hasta siempre

Juan Martinez Pérez de Jaén
Un hombre bueno, cariñoso y trabajador

Papá, te fuiste hace ya varios meses. Concretamente, fue el pasado 19 de octubre, pero no me acostumbro a estar sin ti. Todo ocurrió muy rápido y, aunque tenías 84 años, no parecías estar enfermo, aunque, unos días antes, te diagnosticaron cáncer. Yo todavía pienso que te marchaste porque tenía que ser así, porque tu partida traería algún bien a otra persona.

    10 mar 2013 / 10:13 H.

    De todos modos, no logro superar tu ausencia. La huella que has dejado en mí es muy profunda. De hecho, casi me atrevo a decir que tu partida me dolió más que la de mamá y eso que ella era mucho más joven cuando se murió. Aunque somos cuatro hermanos, mi relación contigo era muy cercana, tal vez fuese porque yo era la única chica. Recuerdo que me llamabas al móvil y me decías: “¿Estás ahí?”. Te referías a la casa.
    Siempre fuiste un hombre honesto, bueno y muy trabajador, valores que nos trasladaste a nosotros. Nos enseñaste a ser “buena gente”, honrados y, cómo no, personas trabajadoras, lo mismo que tú lo fuiste.
    Te dedicaste al campo y a la construcción. Hace años, como tantos otros, tuviste que emigrar. Viviste en Francia, Bélgica y Alemania y, después de doce o trece años fuera de España, pudiste regresar.
    Siempre fuiste un padre cariñoso con nosotros y un hombre simpático con todo el que se te acercase. Si te escribo estas palabras es porque quiero dejar claro que te quiero y lo mucho que te echo de menos. Por otro lado, también necesito agradecer las muestras de apoyo recibidas, como, por ejemplo, a mi amiga Vicenti, que has estado a mi lado en todo momento. Te llevo en el corazón. Por tu hija Paqui Martínez.

    PEDRO RAMOS LÓPEZ de Andújar
    El deporte no te olvida

    Ya ha pasado un año. Lluviosos días de marzo para recordar a Pedro Ramos López, un hombre del deporte. Del baloncesto y del atletismo.  El pasado mes de diciembre, en la Gala del Deporte organizada por el Ayuntamiento de Andújar, recibió su premio a su labor y a su leyenda. El galardón fue recogido por su viuda e hijos. Hubo una emoción contenida de todos los que estábamos allí presentes.
    Su club de atletismo “Antorcha” no le olvida y, todavía, lo ven por la pista organizando pruebas y dando instrucciones. Atrás solamente quedan veinte años de esfuerzo y sacrificio y más de dos mil atletas de la Escuela Municipal. Una prueba acaparaba su atención, el salto de pértiga. Unos meses antes, había organizado “Andu-Sport 2011”, una magna exposición sobre deporte con la finalidad de crear un museo municipal del deporte para que estuviese presente este mundo y sus figuras, con sus trofeos, las vidas de los atletas y sus anécdotas, como Francisco Ramón Higueras, Laura Blanco, Juan José Rosario, Miguel Ángel Martínez, Emilio Esparcia, Manuel Prieto, Ana Peinado y tantos otros que se han sacrificado por el deporte y que como Francisco Ramón dejó su vida. En esa Gala del Deporte, la de 2011, su Club Atletismo “Antorcha” fue premiado como mejor entidad local. Él recogió el premio, pero hizo subir al escenario a todos los atletas que estaban allí presentes (en la imagen).
    Más lejos en el tiempo estuvo vinculado al CB Andújar. Precisamente, ayer hubo un partido homenaje para recordarlo. Otro mal trago en unas instalaciones que ha visto crecer y cambiar con el paso del tiempo. Muchos años en el CB, muchos jugadores y muchísimos trofeos en las categorías base del deporte de la canasta.
    Todos sentimos su pérdida. Las peñas de fútbol de Andújar Barça, Real Madrid, Sevilla y Betis sentimos su marcha, como también la sintió el CD Iliturgi. El ciclismo, con Manolo Meca a la cabeza, también lamentó su inoportuna marcha. En definitiva, todo el mundo del deporte de Andújar. Ha pasado un año y el atletismo sigue compitiendo y el baloncesto sigue jugando. Pedro, hasta siempre.  
     
    Por Juan Vicente Córcoles.


    José María González Jiménez de Andújar
    El aire huele a sierra una vez más por ti

    El aire huele a sierra, a esa humedad propia de los días previos a la Romería de la Virgen de la Cabeza. Cuando escucho los ecos de la próxima Semana Santa, sé que mi cita con La Morenita está más cerca que nunca. Sé que el repicar de las campanas de la Basílica Menor me está llamando.
    Pero este año será diferente, algo más triste, más mojadas por las lágrimas, que nuestra Madre no podrá evitar al recordar. Inevitablemente, tendrá en la mente a quien yo, dos meses después, conservo. Tal vez no sea la más indicada para escribir estas líneas. No lo conocí a fondo y creo que nunca lo iba a hacer, pero eso me gustaba, era parte de nuestra amistad. Descubrí su persona con la humilde cercanía que confiere mi profesión periodística y por la admiración que siempre le profesó mi familia. A través de ellos conocí el intenso valor de este devoto al que no siempre trataron bien, al que no siempre respetaron y, sobre todo, al que no reconocieron suficientemente su esfuerzo, su tesón y su coraje. Porque sí, José María González, el “Bollos” como le llamaban muchos, era de ese tipo de iliturgitanos que te lo cruzas una vez en la vida y se queda para siempre.
    Nunca tuvo un no por respuesta, a pesar de ponerlo en apuros, y lo puse en más de una ocasión. Siempre corriendo de un lado para otro, enfrascado en sus tareas profesionales y en las que requería la Cofradía Matriz. No es de extrañar que nunca llegara puntual a los sitios. Si lo hubiera hecho, creo que hubiera perdido un poco del encanto que me fascinaba. En 1996 llegó a la cofradía como vocal de la junta de gobierno y, prácticamente diez años después llegué yo a la ciudad que ahora es mi casa, mi tierra. Por gente como él, que hoy moran en mi recuerdo, siento que Andújar no tiene parangón, porque su gente, iliturgitanos como José María González, no tienen igual. Y, por eso, hoy dedico unas líneas, que son de justicia, para que no se olvide de que la Romería de este año estará como el cielo de Jaén en esta semana de marzo, un poco más gris.
    Por Esperanza Calzado.

    JUAN PÉREZ-ARTACHO de Granada
    Adiós a un médico extraordinario

    Por tu amor a la profesión,
    por tu amor a tus hijos,
    por ser un magnífico médico y amigo, gracias.
    Ha muerto Juan Pérez-Artacho y su recuerdo permanecerá imborrable en sus compañeros y amigos. Profesional extraordinario, estuvo siempre a la vanguardia de la Medicina en el ámbito de su especialidad, Traumatología. Fue reconocido por sus innumerables pacientes, que pudieron disponer de técnicas terapéuticas innovadoras —como implantes de factores de crecimiento— y técnicas quirúrgicas avanzadas —reimplante de miembros seccionados—, de las que fue pionero.
    Médico del deporte —fue traumatólogo del Real Jaén—, especialista en Medicina del Trabajo y especialista en Prevención de Riesgos Laborales, ha dejado impronta en innumerables ámbitos de la vida social de Jaén, con los que siempre estuvo comprometido.
    Adiós, amigo. El hueco profesional siempre es cubierto por otros que recogen el testigo de los innovadores; el hueco que dejas en el corazón de tus compañeros es irremplazable, porque el amor que te tenemos es un sentimiento eterno.
    Dejas cinco maravillosos hijos que completan tu legado de amor; no necesitas otro.
    Por Juan José Martínez de la Torre, Antonio M. Rus Téllez, Gregorio Santos Vera y Francisco Vera Valiente.

    Francisco Hueltes Granda de Alcalá la Real
    “A mi tío Frasquito”

    En un momento de crispación o de desencuentro siempre se necesita una persona que desatasque la fricción social o tienda puentes entre las dos partes. Por eso, debieron utilizar las mejores artes los alfaqueques castellanos en tiempos de frontera cuando llegaban a las manos los ganaderos de la frontera entre castellanos y musulmanes. Francisco Hueltes Granda se asemejaba a esta figura del hombre bueno de Castilla. Siempre me lo hace rememorar en mis reiteradas visitas a la torre del homenaje de la fortaleza alcalaína. Era un tipo enjuto, de cara fina y blanca como la cera, manos largas sarmentosas y ojos que se ocultaban entre las cortinas de los párpados de su tez blanca. Debió ser un descendiente de los primeros castellanos que tomaron aquella fortaleza de avanzadilla de la Sierra Sur lindera con el reino nazarí.
    Aunque, revisando padrones municipales, recuerdo que tuve la suerte de espigar sus y mis parientes más lejanos en tierras alcalaínas y referidos a la ignota rama del extraño apellido de los Granda —que no Grande, abundante en la ciudad de la Mota—, pues cayó en mis manos la partida de su abuela, que había venido a esta tierra nacida de zapatero asturiano y se emparentó con un recio hombre pegujalero. Asturiano y andaluz, y con raíces castellanas, este hombre fue mi compadre y lo admiré en mis años de juventud. Tenía porte caballeresco, vestía recia pelliza en su casa y capa negra con forro de carmesí rojo y verde a la hora de sus salidas a la ciudad. Su deambular me causaba una impresión de autoridad, la auctoritas que siempre suele ser reconocida por las dotes de quien la ejerce. Una autoridad que logré descubrir en los archivos contemporáneos, cuando me lo encontré continuando la labor mediadora en los conflictos laborales de los primeros años de la República y resolviendo las difíciles negociaciones entre propietarios y obreros de aquellos años.
    Mi impresión no quedaba solo asida en este tipo lleno de bondad y mano izquierda que se me pierde en la penumbra de los años sesenta, sino que me unieron lazos de familiaridad con su persona. Quiso mi padre, por el parentesco de ser su tío abuelo y por la autoridad patriarcal que confería a toda su familia, que fuera su ahijado y, así, ejercer el padrinazgo durante mi infancia y parte de la adolescencia. Y no me repararé en manifestar lo que palpé y presencié. Siempre le distinguía su capacidad de comprensión con las personas más desfavorecidas de aquellos tiempos, a las que ofrecía todo el trabajo que podía. Era un hombre leal, un “vir pius”, como los antiguos romanos dicen, y cumplidor con sus deberes laborales sin aprovecharse de la numerosa demanda de trabajadores que acudían a su casa. Me quedó siempre en mi interior su figura de un hombre con una moral excelsa que respondía a la palabra dada y generoso ante la adversidad con los más débiles.
    Recuerdo aquellos años en los que la gente se agolpaba en la fachada de su casa para ver las corridas de toros tras las rejas de su ventana, ya que disfrutaba de una de las primeras televisiones. Su casa era de todos. Y su generosidad no se quedaba reservada ni sumida en su filantropía, sino que, como hombre devoto del Cristo sanjuanero, la renta de sus bienes cubrió con creces el patrimonio de aquella hermandad costeando gran parte de su imagen y muchos enseres. Ahora comprendo por qué fue muchas veces su administrador. Había conservado sus enseres y su tradición en los momentos tristes y, a la vez, ejercía también el mecenazgo religioso y reconocido de aquella gente cofrade de la posguerra.
    Por ahora, se cumple el aniversario de su muerte y me vienen siempre a mi boca aquellas palabras que le decía de niño: “Gracias, compadre”. Ahora comprendo por qué mi padre me donó el privilegio de enraizar con una persona de la que aprendí tanto por su labor mediadora y por su entronque con aquel barrio de casas de vecinos, que era lo mismo que compartir el mundo del verdadero humanismo. Cuántos Frasquitos Hueltes se necesitan en estos tiempos de crisis.

    Por Francisco Martín.

    Salvadora Izquierdo Lechuga de Úbeda
    “Daríamos todo por recibir un solo abrazo”

    Nuestra hermana y tía era una mujer que tenía algo de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados. Fue una mujer que, cuando era joven, tenía la reflexión de una anciana y, en la vejez, trabajaba con el vigor de una joven.
    Fue una mujer que, siendo ignorante, descubría los secretos de la vida con más aciertos que un sabio. Una mujer que, siendo pobre, se satisfacía con la facilidad de los que amaba y daría con gusto todo lo que tuviese por no sufrir una ingratitud del corazón.
    Una mujer que, siendo vigorosa, se estremecía con el llanto de un niño. Una mujer que mientras ha vivido no la hemos sabido estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan y que, después de muerta, daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla de nuevo un solo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por oír un solo acento de sus labios.
    Dejad que el grano se muera/
    y venga el tiempo oportuno:/
    dará cien granos por uno/
    la espiga de primavera./
    Mirad que dulce la espera/
    cuando los signos son ciertos;/
    tened los ojos abiertos/
    y el corazón consolado./
    Si Cristo ha resucitado,/
    ¡resucitarán los muertos! Amén.
    Por Andrés Izquierdo Lechuga.