Hasta siempre
José Ramírez Erenas de Andújar
“Un maestro alfarero y una persona entrañable”
Dentro de unos días se cumple el primer año de la pérdida de José Ramírez Erenas. Ya escribí que se nos fue en silencio, en estos días otoñales de hojas amarillentas y nubarrones en el cielo, cuando los primeros fríos se posan sobre los tejados y algunas calles huelen a fuego de hogar. Tenía 82 años, todos llenos de vida y trabajo.
“Un maestro alfarero y una persona entrañable”
Dentro de unos días se cumple el primer año de la pérdida de José Ramírez Erenas. Ya escribí que se nos fue en silencio, en estos días otoñales de hojas amarillentas y nubarrones en el cielo, cuando los primeros fríos se posan sobre los tejados y algunas calles huelen a fuego de hogar. Tenía 82 años, todos llenos de vida y trabajo.
Un hombre solitario, pero querido, que buscó su independencia como algo vital en tiempos muy difíciles para su persona. Y así ha sido hasta que la muerte, con la que nunca estamos de acuerdo ni preparados para afrontarlo, nos lo ha arrebatado. Se fue un alfarero y ceramista. Un hombre entrañable. Con él pasa página de una generación de artesanos, pues se fue el último artesano viejo. José Ramírez vivía en la calle que lleva su nombre, junto a los muros del Convento de la Limpia y Pura Concepción de las Madres Trinitarias. En una casa blanca, de ladrillo y tapial, con un amplio patio y corral con pozo. Una casa muy del siglo XIX con ancestros del XVIII, de solería de ladrillos viejos y paredes gruesas de tapial, de arquitectura popular, de las que marcaban la silueta de una Andújar blanca y apaisada, como la que vemos en la acuarela de Baldi del viaje de Cosme de Médici, o en el grabado de Palomino en el Atlante de Bernardo Espinalt.
Nacido en 1928, José Ramírez nació cuando palidecía la Dictadura de Primo de Rivera. De niño recorrió las calles de aquella Andújar republicana que, con el paso de los días, se cargaba de odio y de incoherencias y, con ocho años, sufrió el estallido de la Guerra Civil, contienda que vivió y sintió con las preguntas que uno se suele hacer ante una situación dramática, pues el odio y las incoherencias se manifestaron vilmente. Años de esfuerzo y resignación. Con once años, vio llegar el nuevo régimen salido de la Guerra Civil, el del general Franco. Tiempos para aprender lo más indispensable y ponerse a trabajar.
Ramírez es uno de esos hombres y mujeres a los que la vida le acondicionó para el trabajo. No sé si las generaciones actuales hemos sabido valorar el esfuerzo de estas gentes. Rafaela López y yo lo visitamos, en diciembre de 2006, para un reportaje para Diario JAEN, y a los dos nos contagió el optimismo por el trabajo y la vida, con su forma personal de decir las cosas. Más tarde lo visité con Esperanza Calzado, no perdiendo un ápice de optimismo a pesar de estar con más años sobre sus hombros. De sus manos, de su torno y de su alfar salieron miles de piezas de cerámica que han universalizado a esta ciudad desde el siglo XVI. Figuritas, piticos de barro, jarras grutescas, platos, alcuzas, orzas, botijos, especieros y sobre todo los silbatos de caballito con el garrochista, el picador o el francés —con su gorro frigio—. Nos decía que había aprendido este oficio con once años, recién acabada la Guerra Civil. y que él lo hacía todo, como preparar el barro, darle la humedad y textura para después modelar, pintar y cocerlo; nos manifestó que “el barro es un elemento que crea imagen e ilusión”. Se nos fue en silencio, como vivió. Queda el recuerdo de su trabajo y de su calle. Por Juan Vicente Córcoles.
Juan de Dios Porras Coca de Lopera
“Se fue sin quejarse, con la entereza de los titanes”
Hay personas que dejan una huella muy profunda de su paso por la vida y, entre ellas, destacaría a mi buen amigo Juan de Dios Porras Coca, que hace ahora una semana que nos dejó, creando en su familia y para todos aquellos que lo conocimos un profundo vacío difícil de cubrir. A Juanín Porras, como era conocido por todos los loperanos, lo conocí muy de cerca en su trabajo, pues, a diario, coincidíamos subiendo los terribles peldaños de la escalera de la Casa de la Cultura de Lopera, edificio que albergó durante unos años la Cámara Agraria de Lopera. Fue un hombre muy activo, fiel cumplidor del sentido del deber, que se dedicó en su vida a trabajar en la Cámara Agraria de Lopera. También tuvo mucho trato con los loperanos a través de la notaría, su auténtica vocación y devoción, donde trabajaba como oficial por las tardes y que le dejó el loperano Francisco Haro y hoy sigue en ella su hijo José Juan.
Fue el menor de una familia de cuatro hermanos, Francisco, Paula, José y Juan de Dios. Sus padres fueron José Porras Corpas e Isabel Coca Moreno. Su juventud la dedicó a estudiar en las Escuelas Graduadas de Lopera. En el año 1966 se casó con su novia de toda la vida, la entrañable maestra María Rosa Vara Rubio, conocida por todos los loperanos como la “señorita Rosita”, toda una institución dentro de la enseñanza loperana. Fruto de esta unión nacieron tres hijos, José Juan, Isabel María y Miguel Ángel. Sus ratos libres, además de dedicárselos a su familia, también los empleaba en el casino La Amistad, donde pasaba buenos ratos leyendo la prensa con sus amigos Benito García Marín, Luis Pérez Villalba, Manuel González Rubiño, Antonio Rodríguez Rodajo, su primo Juan de Dios Coca y, sobre todo, con sus hermanos Paco y José. Le encantaba el fútbol y era un ferviente seguidor del Sevilla FC.
Por otro lado, fue un gran colaborador del cronista oficial de Lopera en la labor de recuperación de las tradiciones loperanas. Todos los loperanos siempre estarán en deuda con el bueno de Juanín, pues siempre estuvo dispuesto de manera altruista para arreglar las “pagas” y más de una vez pagó el sello de su propio bolsillo, cuando alguien se jubilaba.
Fue muy devoto de los Cristos, de Nuestro Padre Jesús de Lopera y de la Virgen de la Cabeza y, siempre que podía, le hacía una visita a la Virgen en su santuario con su familia. Se fue al otro mundo conociendo a sus seis nietos —Pablo, Cristina, Amparo, Alejandra, Daniel y Carmen— por los que sentía adoración y a los que les trasmitió el amor por Lopera. Le encantaba pasar los veranos en el pueblo de su mujer, Puebla de Almenara, provincia de Cuenca. Fue un hombre muy participativo y generoso con su prójimo, dispuesto siempre a ayudar dentro de sus posibilidades a todo aquel que lo necesitaba. Se fue al otro mundo sin quejarse con la entereza de los titanes. Su memoria permanecerá siempre viva en el recuerdo más íntimo de todos sus descendientes.
Por José Luis Pantoja.
José Espejo Paredes de Linares
“El fotógrafo de Linares”
El día 5 de noviembre de 2011 falleció en Linares, a los 86 años, una persona especialmente conocida por todos los que pasan de los treinta años, muy querida por todos los linarenses. En el plano profesional, fue el número uno de los fotógrafos, respetando a todos los profesionales que hay en nuestra ciudad, Linares.
José Espejo Paredes “Espejo”, el fotógrafo de Linares, de los acontecimientos más importantes de la ciudad dentro del mundo de lo social, cultural, del fútbol, de los toros, de la Semana Santa, de la hípica, etcétera. Durante tres décadas, fue colaborador de Diario JAEN como fotógrafo, pero, por encima de estas cosas, está este hombre de aspecto bonachón, siempre con la sonrisa en la boca y su cámara al hombro.
Quién no recuerda a “Espejo” en los jardines de Santa Margarita en los años cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta fotografiando a los linarenses vestidos de gala para ver la Semana Santa y para la feria de San Agustín. Quién no tiene un “retrato”, sí un retrato, porque ahora son fotografías, pero, hace unas décadas, se llamaban retratos en blanco y negro... Él con su libretilla apuntaba a la familia a la que había retratado y le daba cita para el día que conviniese y pasaran por su estudio en la calle Antón de Jaén.
Hace unos años se retiró a una residencia de Linares a descansar y ya nadie lo solía ver por nuestra ciudad y muchas personas preguntaban: “¿Sabéis donde está “Espejo?”. Muchos no sabían que estaba en este lugar. Desde el fatídico día 5 de noviembre ya sabemos todos los linarenses que queríamos al señor “Espejo” dónde se encuentra y seguro que, desde donde esté, él nos estará “retratando” a todos con su peculiar cámara y estará viendo cómo lo recordamos con mucho cariño todos sus paisanos de Linares. Pepe “Espejo” descansa en paz, te recordaremos en el mundo de los vivos, pues has dejado una huella imborrable.
Por Antonio del Arco.
César crespi clementi de Busto Garolfo (Milán)
“Un gran hombre, gran empresario y gran padre”
César Crespi fue —y lo sigue siendo en cada uno de nosotros— uno de esos hombres excepcionales que el mundo en general, y el del aceite de oliva en particular, han disfrutado en vida, y añoran su ausencia. Se nos fue hace ahora un año. Repentinamente, en silencio, con la discreción que siempre le caracterizó.
César fue un hombre de mundo. Nació el 12 de septiembre de 1939 en Busto Garolfo, un pueblecito de Milán, donde aún reside su único hermano, Gian Mario, con su familia. Falleció en Jaén el 3 de noviembre de 2010.
Empezó muy joven en el sector oleícola en su Italia natal. Un día salió de su país y viajó a Madrid. Era un simple viaje de negocios, pero en Oilex conoció a Alegría, el gran amor de su vida, su mujer y madre de sus cuatro hijos. Decidió entonces trasladarse a España, sin renunciar nunca a sus orígenes, sin dejar nunca de ser italiano.
Los primeros años los pasó en Bailén, donde dirigió la Olivarera Andaluza. Después, se trasladó a Madrid y más tarde a Tarragona. En este periodo, entre los años 60 y 70, César atesoró una gran experiencia, no solo en el sector oleícola, también en el agroganadero y comercial. En 1977, él y su esposa decidieron independizarse laboralmente y eligieron Jaén, la capital mundial del aceite de oliva, para fundar César Crespi, S. L., empresa familiar y señera en la correduría de aceites y grasas, especialmente, del aceite de oliva.
En Jaén residió 33 años, los más fructíferos de su vida profesional y familiar. En esta ciudad vio casarse a sus cuatro hijos. Fue aquí donde demostró su valía, que fue grande, pues quienes le conocieron comprobaron su honradez, su gallardía y su buen hacer en un mercado complejo, no siempre fácil. Absoluta la dedicación a su trabajo, meticuloso en la labor bien hecha y, por encima de todo, honesto, ético y profesional. Su gran conocimiento de los mercados nacional e internacional, así como su experiencia en la industria, le granjearon la confianza y el reconocimiento de clientes, productores y fabricantes. César Crespi tuvo una trayectoria intachable. Fue —y será— una referencia en el sector oleícola, no solo en la provincia de Jaén, sino también más allá de nuestras fronteras, como es el caso de Italia o Grecia.
En la actualidad, su mujer y dos de sus hijos continúan en la actividad, al estilo Crespi. Su ejemplo, su forma de hacer las cosas y su filosofía caballeresca son piedra angular de un legado del que nos sentiremos siempre muy orgullosos. Y aunque físicamente no esté ya entre nosotros, su buen hacer y su honestidad probada seguirán siendo el marchamo esencial de la empresa. No podría ser de otra manera.
César amó profundamente su trabajo, el mundo del aceite de oliva. Conocía a la perfección sus entresijos y supo anteponer la seriedad y la honradez en cada operación que cerraba. Todos sabían que su palabra valía más que cualquier documento firmado. Así era César. Por esta razón, y por muchas otras, se le respetaba y se le admiraba. Nos ha dejado sus valores, que nos llenan de orgullo y nos ayudan a seguir caminando junto al recuerdo de su mirada limpia y su nobleza. Agradecemos profundamente a quienes han tenido la iniciativa de rememorarle en el aniversario de su pérdida, al igual que agradecemos de todo corazón a todos aquellos que, conociéndole, sintieron su pérdida y se unieron al dolor de su familia. César Crespi fue un gran hombre, un gran empresario, un buen compañero y, sobre todo, un buen padre y un buen marido. Te queremos, papá.
Por tu familia.
francisca espinosa lópez de Jaen
A nuestra querida madre
Tres años llevo esperando, “pa” cantarte madre mía,/
y aún se me turba la voz y se apaga mi alegría./ Tres años que tú te fuiste, un día de Nochebuena,/ tu alma quiso volar y te llevó el Rey del cielo a su casa a caminar./ Aún, yo siento madre mía, ese beso que me dabas/ cuando por la noche iba a tu cama y te arropaba,/ tú sacabas el pañuelillo y los ojos te limpiabas./
Yo quisiera madre mía dar la vuelta al calendario,/
abrir los ojos y ver que aún estás a mi lado/
y pedirte mil perdones, si es que en algo te he faltado./
¡Madre, madre! ¡Espérame hasta que vaya,/
junto a las puertas del cielo y me lleves de la mano/
como cuando era pequeño!/
Así le escribí a mi madre esta canción,/
y aún que han pasado unos pocos más de años,/
todavía no lo puedo hacer./
Qué razón lleva la canción que cantaba Rocío Jurado/
cuando decía: “Algo se me fue contigo madre”./
Mi querida madre, crió 10 hijos en tiempos difíciles/
cuando casi sólo teníamos mucho apetito y pocos alimentos/
y mucho amor entre padres e hijos./
Quiero decirle al mundo entero, /
lo maravillosa que fue mi madre;/
luchando en este mundo pero en silencio,/
prudente y sigilosa, supo estar a la altura/
de cualquier circunstancia./
Allí donde Dios la tenga, tendrá un lugar merecido,/
aunque ella se conforme con cualquier rinconcillo./
Ya que se fue en Nochebuena, al Niño Jesús le pido:/
Dale a mi madre 10 besos, 10 besos de sus 10 hijos.
Por Francisca García Espinosa.