Hasta siempre

María Bailón Bailón de Granada
“Me siento feliz al ver que la gente te recuerda”

Ayer, día 18 de diciembre, hubieras cumplido 78 años. Todavía eras joven para irte de este mundo, pero el Señor quiso llevarte a su lado, dejándome a mí sumida en una gran tristeza.
Han pasado unos cuantos años desde que me dejaste. Tres años desde que comenzaste tu último viaje hacia el paraíso. Me siento feliz al ver que la gente te recuerda todavía. Para mí, parece que fue ayer cuando te fuiste.

    19 dic 2010 / 09:08 H.

    Hay veces que creo que es un sueño. Muchas profesoras de tu querido Colegio de las Carmelitas te recuerdan con mucho cariño y te echan de menos, también María, Copado y todas las demás, pero, Mari, como yo te echo de menos, nadie lo hace.
    Da igual que pase el tiempo, para mí, tu recuerdo siempre está presente, esté donde esté.
    Te fuiste sin poder decirme adiós y dejaste un vacío muy grande en mi corazón. Aquí estamos de paso.
    Descansa en paz y aguarda a que llegue a hacerte compañía. Disfruta de la compañía de Dios Todopoderoso y estoy segura de que, algún día, estaremos todos juntos.
    Quisiera mirarte fijamente y preguntarle a Dios, que te llevó con Él: ¿Por qué te apartó de mi lado? ¿Por qué te dejó subir y me dejaste tan sola en esta vida? Por eso, te pido que donde estés, allí arriba, veles por mí y me des fuerzas. Tu hermana, que nunca te olvida.              
    Por Mari Carmen Bailón.




    Manuel Gallardo Tuñón de Los Villares
    Nadie muere hasta que no se le olvida, Lolo

    Y así es, y digo bien, nadie muere hasta que no se le olvida. Esta situación es la que ocurre en la familia de Manuel. Ha pasado un año desde que nos dejó en este mundo, desde que ya no está entre nosotros y la falta es enorme, dura, a veces, cruel. Estas letras sirvan de reconocimiento a su persona, a su carácter y a esa figura de padre y esposo que tan necesaria es en estos momentos en su casa. Su mujer e hijos le necesitarán siempre, pero han sacado de Manuel lo que más valoraba yo en él, fuerza y coraje, las ganas de luchar y de trabajar con esfuerzo, sin necesitar nada más que su aliento desde el rinconcito que Dios le tiene guardado.
    Como toda persona en este mundo, él mereció una oportunidad, esa que nadie le concedió. Ahora, nosotros, aquí, recogemos lágrimas de los recuerdos que se van quedando en la memoria, pero también recogemos sus frutos, que no siendo pocos, hacen de nosotros personas fuertes que miran al futuro con ilusión, descaro y valentía.
    Como persona era entrañable. Siempre tenía algún buen consejo que darte. Recuerdo conversaciones con él, sentados en su sótano, su lugar de trabajo, haciendo canastas con esas manos de artesano que forjaron con destreza los cimientos y valores de esa casa, valores como la lucha, entrega y tesón. Trabajador insaciable, se prestaba a todo lo que estuviera a su alcance para conseguir tus objetivos y los suyos. Era difícil negar el saludo a una persona como él. Apreciado en todo el pueblo, nadie podrá quejarse de haber sido buen vecino, buen amigo y mejor padre y esposo.
    Jamás podré olvidar esas carcajadas que soltaba y que tan características eran de él, era feliz, porque ellos lo hacían feliz… y se marchó, se fue de este mundo con todo el trabajo hecho, con la tranquilidad de ver a sus hijos como todo padre desea, con un trabajo y rodeados de personas con las que comenzar una vida nueva, una familia. Allá donde estés, no olvides a los tuyos, porque ellos no lo harán jamás, porque has dejado un vacío enorme en sus vidas, que al menos intentan llenar con tus recuerdos y con el legado que le has dejado. Como conclusión y despedida, pero no hasta siempre sino hasta pronto, quiero decirte allá donde estás, que nunca estarás sólo, que quien más te quiere te ayuda a buscar tu paz y se enorgullece de ti, porque da gracias a Dios todos los días de lo que has dejado aquí, que no es otra cosa que lo que mas querías y queréis en este mundo, vuestros hijos, vuestro fruto.
    Manolo, esto que hago, lo hago por ti y para ti, porque nunca te olvidaré, nunca podremos olvidarte.
    Por Diego Jesús García Carrillo.


    Mateo García Ruiz de Lopera
    Un joven muy abierto y cariñoso

    El recuerdo vivo de Mateo García Ruiz sigue muy presente en sus familiares, amigos y vecinos de Lopera, a pesar de que su fallecimiento tuvo lugar ya hace algunos años. Fue tercero de una familia de 4 hijos —Nicolás, Lucía, Mateo y María del Carmen— y sus padres se llamaban Nicolás García Hurtado y Benita Ruiz Ruiz. La infancia de Mateo transcurrió en su domicilio familiar de la calle San Cristóbal y en la aulas del Colegio Miguel de Cervantes. 
    Cuando hizo la Primera Comunión, según recuerdan sus hermanas Lucía y María del Carmen, en medio del convite se escapó y, con el dinero que le dieron sus familiares y vecinos, se presentó en su casa con una bicicleta que compró en casa de Alonso Moreno. Sus padres le hicieron devolverla y, a los pocos días, su hermano Nicolás se la regaló de nuevo.
    Pronto, destacó por  su gran habilidad y destreza para realizar todo tipo de artesanía de la madera, algo que, sin duda, heredó de su padre y su abuelo, excelentes artesanos de la madera. De esta manera, acudía a diario al taller de carpintería de su padre para ayudarle. Durante algunos años, también fue monaguillo con don Joaquín Parras y era muy travieso, ya que se bebía el vino del cura.
    Fue miembro de la Banda Municipal de Tambores y Cornetas del Maestro Juan Alcalá, donde tocaba el bombo. Sin embargo, su gran afición y debilidad fueron las motos y, sobre todo, el motocross. Antes de partir para hacer el servicio militar, trabajó algunos años junto a sus hermanas Lucía y María del Carmen, con las que estaba muy unido, en la recolección de la aceituna, con don Vicente Orti en los pagos de “Los Morrones” y “Pan y aceite”.
    Mientras estaba en el servicio militar en Cartagena (Murcia), comenzó a vivir una larga enfermedad, que le arrebató la vida a los 20 años. Dejó un gran racimo de amigos: José de la Torre, José Alcalá, Manuel Chiquero, Francisco Crespo, etcétera. Todavía guardan un grato recuerdo de sus vivencias. Mateo era ante todo un bonachón, para el que nada era suyo y todo lo compartía con los demás y era muy servicial con todo el mundo.
    Fue muy abierto, cariñoso y, a la vez, de carácter guasón y un gran seguidor del FC Barcelona. Le gustaba practicar el deporte del fútbol con sus amigos del barrio en el estadio Santo Cristo de Lopera. Siempre iba acompañado de su inseparable perro Yaki, el cual desapareció el mismo día que falleció su amo. Su memoria permanecerá siempre viva en el recuerdo más íntimo de todos sus familiares y amigos. Por José Luis Pantoja.

    Juan Jiménez Miranda de Alcalá la Real
    “Siempre recordaremos tu actitud”

    Han sido muchas las generaciones de alcalaínos que han pasado por tus manos. Todas coinciden en que eras un maestro especial: accesible, sincero, en ocasiones, poco ortodoxo, pero humano, atento siempre a las necesidades de tus alumnos, con sentido del humor, exigente, pero con corazón. Sabías ganarte la confianza de tus alumnos a través de la afectividad, porque veían en ti, sentían que te preocupabas de verdad por ellos. Recuerdan tu amor por la naturaleza, tu iniciativa a la hora de organizar actividades complementarias, dinamizar grupos, participar en concursos, emprender viajes y dirigir actividades deportivas. El fruto de esa labor docente, educadora, te la reconoció el Excelentísimo Ayuntamiento de Alcalá la Real con la concesión del Premio Hércules en el año 2006.
    Como compañero, siempre recordaremos tu actitud de servicio, tu disponibilidad, tu cercanía con los recién llegados, eras alguien con quien siempre se podía contar. Sabes, y así te lo han demostrado, especialmente en estos últimos meses, que aquí has tenido siempre tu familia. Y aquí seguirás, en tu colegio, en nuestro corazón.
    Por Nicolás Molina Jiménez, director de la SAFA de Alcalá la Real.









    Lola López Ruiz de Jaén
    Nadie debería marcharse cuando es tan necesitado

    Cómo expresar con palabras el grito de un sentimiento, el mismo que hiciste nacer en todas aquellas personas a las que nos diste la oportunidad de adentrarnos en tus deseos, esperanzas y penas. Cuánta dulzura poseía tu corazón, con qué sensibilidad y bondad se vestía tu alma y las ganas de vivir tan inmensas que albergaba y desprendía tu ser. La vida nos instruye con sus tragos amargos y sabemos que te tocó una batalla descompensada. Tenías tanto para dar, sufriste la soledad de todas aquellas vivencias que quisiste compartir en pareja y la incomprensión de algún que otro rostro perdido por el camino y distraído en valores humanos. Todos aquellos que te queríamos, intentábamos sanar los arañazos de tu corazón, esas marcas que habían dejado impresas las garras de la ingratitud y la indiferencia. Fuiste maestra de maestros porque eras maestra de la vida. Nos enseñaste que lo importante, lo que nos debería de llenar de felicidad, es el tiempo que dedicamos a cultivar una amistad, esos pequeños momentos en que te sientes pleno y disfrutas con el alma lo que haces por el prójimo, la misma alma que, algún día, en el frío lecho de la muerte, nos debería de mantener erguidos con el corazón fortalecido, orgulloso y la conciencia en paz. Tu alma, Lola, rebosaba luz y desprendía en cada instante tu esencia de vida.
    Nos cuesta pensar que ya no estás aquí. Es un puzzle mental demasiado complicado de plantear y aceptar. Nos preguntamos dónde quedarán esas tardes, cuando nos hablabas de pequeñas pinceladas de historia, pintura, música o literatura, con cuánta naturalidad nos abreviabas el tiempo y cuánto aprendíamos de ti, de tu sencillez. Esas tardes amenas y llenas de encanto quedarán guardadas como momentos inmensamente felices en nuestro corazón.
    Nadie debería de marcharse cuando es tan necesitado y aportaba tantísimos destellos de paz, poseías, un corazón honesto, inmenso en su bondad y lleno de ternura. Demostrabas una incansable motivación por regalar sonrisas, por esparcir gotas transparentes de ilusión, tan demandadas, sin esperar nada a cambio y, cuando el ambiente se tornaba árido y confuso, tu humildad reflejada en una frase: “No te preocupes, no pasa nada”. Nos conmovía y envidiábamos tu persona, tan inigualable en valores de amor y comprensión hacia los demás. Dejas tanto vacío con tu partida, tanto desasosiego y miradas perdidas como bienestar y positivismo entregabas a todos los que tuvimos la gran suerte de compartir nuestro tiempo contigo.
    Ya no me preocupo, Lola. Sé que en tu interior siempre hubo paz, la misma que todos necesitamos hallar entre tanta tempestad, sin ahogarla en el orgullo absurdo, ni estar perfilando el brillo de la ausencia de empatía y ayuda. Cuánto hubiese dado por haber estado a tu lado esa noche eternamente gélida y solitaria, donde tus deseos te abandonaron, simplemente, velando tu sueño. Sé que allí, donde estás, continúas rezando por todos nosotros, en silencio, como siempre hiciste cada día.
    Por tu amigo y compañero Ricardo López.

    Inocente flores flores de Arroyo del Ojanco
    “Se despidió de nosotros con su gran amor”

    Qué fácil es escribir sobre las cosas pequeñas e insignificantes pero, ¡qué difícil es hacerlo sobre la grandeza de las personas! El lunes, 13 de diciembre, nos dejó Inocente Flores F lores. Consciente de su partida, se despidió de todos nosotros con el gran amor que siempre nos ha profesado. Aunque nos hemos enfadado por su marcha, al escribir, ahora, estas palabras, nos damos cuenta de que tenía razón en lo que nos dijo en sus últimos momentos: había cumplido todos sus sueños e ilusiones a lo largo de sus 89 años.
    Para todos nosotros, ha sido un ángel que nos ha guiado desde que entramos en su vida. Ha sido esposo, siempre preocupado y pendiente de la felicidad de Domitila. Padre, al educar a sus hijas para los tiempos buenos y malos. Abuelo, al escuchar siempre a sus nietos, al aconsejarlos y al estar preparados por si tropezaban en el camino. Como bisabuelo fue un hermoso libro abierto para la vida por su experiencia y sabiduría. También destacó como hermano, tío y primo, ya que siempre se acordó de lo suyos.
    En Arroyo del Ojanco le recordarán grandes y pequeños. Jamás le faltaba un saludo o una palabra amable para nadie. Le gustaba la charla con sus amigos sobre el campo, el calendario zaragozano, su pueblo y sobre tantas otras cosas. No faltaba nunca cuando sus vecinos y amigos pasaban por momentos difíciles.
    Inocente fue un hombre educado y sabio. Un hombre adelantado a su tiempo, que siempre compartió con todos los que le han rodeado una alegría inmensa. La grandeza de un hombre no se mide en su estatura, pero mi abuelo hacía que la primera empequeñeciera a la segunda. Seguro que, desde tu nuevo hogar, estarás viendo lo mucho que te echamos de menos.
    En tu despedida estuvieron todos tus amigos. Fueron, querido abuelo, unos momentos que recordaré siempre. Las muestras de afecto hacia toda la familia eran inmensas. Seguro que, si pudieras, les darías las gracias uno por uno a los que nos arroparon en estos momentos tan tristes.
    Pero quiero decirte algo más y esto es en nombre de todos. Gracias mil veces por todo lo que nos has aportado, gracias por los valores que has dejado en esta familia, gracias por ser el referente y el espejo en el que todos debíamos de mirarnos y reitero las gracias por tu bondad, por ser como eras, por querernos de la forma que lo hacías. Por eso, querido abuelo, descansa y siéntete orgulloso de esta familia, que te va a querer siempre. Tu recuerdo seguirá siempre vivo en nuestro corazón. Un abrazo muy grande de todos los que te queremos.
    Por  Familia Flores.