Hasta siempre
Diego Lozano Jiménez (padre sifón) de Baeza
Un buen embajador de Baeza
Hace unos días, nos dejó un hijo del pueblo y un hijo de Baeza. Les estoy hablando del Padre Sifón, como así le gustaba que le llamasen. Este señor, amante del arte y creador de belleza, sentía un amor entusiasta por Baeza.
Un buen embajador de Baeza
Hace unos días, nos dejó un hijo del pueblo y un hijo de Baeza. Les estoy hablando del Padre Sifón, como así le gustaba que le llamasen. Este señor, amante del arte y creador de belleza, sentía un amor entusiasta por Baeza.
Gran conversador, notable comunicador, conmovedoras eran las explicaciones que nos daba acerca de los monumentos miniaturizados de su museo, ya fueran exponentes de nuestra ciudad, ya fueran de otra localización geográfica, ya que, de cualquier modo, les profesaba una gran fascinación y una enorme predilección. Sentía lo que expresaba, puesto que, de algún modo, su vida quedó impregnada en todas sus obras.
Tenía la credencial de ser un buen embajador de Baeza y la acreditación, de igual modo, de ser un gran heraldo de su autodidacta arte, como fiel reflejo de la monumentalidad de esta Ciudad Patrimonio de la Humanidad. Le gustaba charlar al modo socrático, por medio de preguntas y respuestas, para crear empatía tanto con los visitantes como los propios del terruño. Lugar de parada de obligado cumplimiento era su museo, porque las puertas, en el sentido estricto de la palabra, estaban abiertas para quien quisiera establecer un alto en su camino, ya que su museo es un lugar rayano al Arco del Barbudo.
Gustaba platicar de las horas invertidas en cada monumento miniaturizado, de las dificultades, de las escalas, del tipo de piedra, de los detalles y de todo aquello que se agregase a las circunstancias de la conversación. Han sido muchas las gentes ya fueran famosas, ya fueran del común de los mortales, las que han pasado a visitar al maestro don Diego Lozano Jiménez y a su peculiar obra. Fue el Padre Sifón una persona muy conocida y reconocida.
Pero de la popularidad a la fama hay un salto. Igualmente, existe otro escalón de esta a la gloria, de nosotros depende. Perdonen si me equivoco, pero acerca de este paisano, creo recordar que tiene una calle en su nombre en Australia, en una ciudad que ya he olvidado y un pasodoble en su nombre, amén de otros tantos méritos. Hacer una síntesis en la economía del texto, es dejarse muchos datos y detalles en el tintero sobre su obra y persona. Concluyo ya al desear que descanse en la paz del Señor. Porque les aseguro que este hombre nunca caerá en el silencio del olvido. Mi reiteración en que me hubiera gustado explayarme en honor, en loor y en justicia de su meritoria y plausible legado, pero “lo bueno si breve, dos veces bueno”, como así decía el genio del Conceptismo barroco Baltasar Gracián.
Por Miguel Ángel López Hernández
Teresa Sanz Chueco de Lopera
Siempre estaba dispuesta a ayudar
El recuerdo vivo de Teresa Sanz Chueco sigue muy presente en sus familiares, amigos y vecinos de Lopera a pesar de que su fallecimiento tuvo lugar, el día 22 de enero, a los 92 años. Teresa fue una mujer de gran vitalidad que dedicó su vida al cuidado de su marido y sus hijos. Fue la cuarta de una familia de 5 hijos —Gabriel, José, Raimundo, Miguel, Teresa y Dolores—. Sus padres fueron Miguel Sanz Barberán y Blasa Chueco Cruz. La Guerra Civil Española la pasó junto a su familia en Lopera.
Con 20 años, le tocó vivir la Batalla de Lopera en primera persona, pues, junto con otras loperanas, se refugiaron en la capilla del Castillo del municipio y le pusieron una gorra para que parecieran hombres. Allí estuvieron junto a las tropas del teniente coronel Redondo y le decían a los soldados: “¿Y si nos matan, qué hacemos?”. A lo que contestaron los soldados: “Y después de muertas qué os van a hacer”. Estuvo llorando todo el día y recordaba la contienda como algo que no deseaba a nadie.
Asimismo, participó en el lavadero de ropa de los soldados que montó Pepa Navarro en su casa, pues los militares decían que estaban “comidos” de piojos. En 1949, se casó con el novio de toda la vida, Serafín Bueno Taravilla, y fruto de cuya unión nacieron sus hijos Serafín y Raimundo. Siempre que pudo, ayudó al sustento de la economía familiar, para lo que trabajó en la campaña de la recolección de la aceituna junto a su marido en los pagos de Carbonero, Pilillas, La Maja Chepe, Las Monjas, etcétera.
También colaboró en las tareas de recogida de palos para la candela de la casa, en la de la paja para los animales e, incluso, llegó a vender carbón en su domicilio y aceitunas aliñadas. Las ofrecía a peseta la taza.
Le encantaba hacer ganchillo para sus hijos y nietos. Cuidaba con mimo las flores que tenía en su patio y las jaulas de conejos y gallinas que tenía para el sustento familiar. Teresa fue una gran devota de la Virgen de los Dolores. En este sentido, su hijo Raimundo y su nieta Teresa siguen este fervor, una fe que comparten con la Virgen de la Cabeza. Participó muy de lleno en la Romería de 1959, cuando fue elegido hermano mayor de la cofradía de Lopera su hermano José Sanz Chueco.
Y también recordaba cómo su padre Miguel Sanz Barberán guardaba con gran celo un pergamino del año 1916 que recogía el Reglamento de la Cofradía de la Virgen de la Cabeza. El texto fue recuperado, este año, en un artículo de la revista “Mirando al Santuario”. También fue muy devota de la Virgen de Alharilla, pues durante algunos años se iba un mes con su tío Raimundo a pasar la Romería de Alharilla en la casa de Lopera. Le encantaba pasar buenos ratos en los veranos charlando en la puerta de su casa con su hijo Raimundo, su nuera María del Carmen Romero y sus amigas Encarnación Uceda, Josefa la de Rafalito, Benita Lara, etcétera.
Se fue al otro mundo con la suerte de conocer a 4 nietos —Emilio, María Teresa, Alexis y Estefanía—. Por todos sentía gran cariño. Le encantaba pasar buenos ratos con ellos. Fue una mujer participativa dispuesta siempre a ayudar dentro de sus posibilidades a todo aquel que lo necesitaba y, sobre todo, muy trabajadora y generosa. Era una mujer muy apreciada y querida por todos sus vecinos. Su memoria permanecerá siempre viva en el recuerdo más íntimo de todos sus descendientes.
Por José Luis Pantoja
María de los Ángeles Relova Contreras de Linares
“Formábamos una gran familia y tú eras el eje”
Querida Mari:
Hace apenas unas horas que nos has dejado. Has sido víctima de una desconocida, traidora y silenciosa, pero cruel enfermedad que ha dado la cara cuando ya no había solución.
Te has ido en la flor de tu vida, con tan sólo 33 años, cuando estabas en una época de felicidad junto con tu marido y tus dos hijos —demasiado pequeños para quedarse sin madre—, tus padres, hermanas y nosotros, tus suegros y cuñados que, de alguna forma, formábamos una gran familia, en la que tú, Mari, eras el eje que la movía.
Aún con los ojos abrasados por las lágrimas, querida Mari, ¿cómo les vamos a explicar a tu Amparo y a tu Ángel que su Mari está en el cielo, que su mamá se ha ido y que no la van a ver más?
Espero que tú, estés donde estés, y con tu amor de madre, nos ilumines y pongas en nuestros labios las palabras necesarias para decírselo.
Tú, Mari, has sido para nosotros una hija y una hermana para tus cuñados y, como tal, te hemos querido y te querremos siempre, como queremos a tus hijos. Ya nos ocuparemos de hablarles de su madre y no dejaremos que te olviden, porque nosotros no te olvidaremos nunca.
Mari, nos has dejado un vacío muy grande en todos los niveles, tanto en el familiar como en el laboral, ya que donde quiera que hayas trabajado has sido un ejemplo de mujer trabajadora y compañera de tus compañeros.
Ya, para despedirme, quiero pedirte que, desde donde estés, nos des fuerzas a todos, especialmente, a tu madre. Adiós, cariño, hasta siempre.
Por tu suegro, Lorenzo Fornés Martínez
Esther García Martínez de Solana de Torralba (Úbeda)
“No me acostumbro a estar sin ti”
Esther García Martínez, de Solana de Torralba, pedanía de Úbeda, falleció, el pasado 15 de abril, víctima inocente de un accidente de tráfico, a tan sólo diez días de cumplir los treinta años. Hoy quisiera dedicarle unas palabras en nombre de todos los que disfrutamos de su corta existencia. Indudablemente, el mundo ha empeorado con tu ausencia, era tratable gracias a personas como tú. Y cómo no, en memoria de todas las víctimas de la cruel realidad de la carretera, que está más cerca de lo que pensamos cuando sólo vemos números en las noticias. Por ti, por ellos, por todas las familias y demás que vagamos por la triste realidad que nos queda. Hasta siempre peque.
No me acostumbro a estar sin ti...
...decía la canción. Podría, como en otras cartas que te dedicara, acordarme de Neruda escribiendo los versos más tristes esta noche; o de Becquer, recordando la frase que en mis labios expiró. Incluso de Muñoz Molina mientras me adentro en la cruel e inhóspita geografía de tu ausencia, que vislumbro sin fin aparente nada más acercarme a ella; pero, hoy, el caos de los sentidos gobierna en mi mente y mi corazón. Hay personas que no deberían morir nunca, hay almas que tendrían que permanecer para siempre entre nosotros, simples habitantes terrenales, para darnos día a día una razón para seguir viviendo y descubriendo; almas que, a pesar del temido y encontradizo fracaso, siempre tienen una palabra de aliento para el que camina a su lado y resurgen de sí mismas cual ave fénix renace de sus cenizas para recordarnos una vez más que no estamos solos.
“No, Esther, no. No me acostumbro a estar sin ti.
Algo tan sencillo como un gesto, una sonrisa, una mirada...
Algo tan complicado y frágil como la vida...”
Nada más bonito que la felicidad asomándose al cándido rostro de un niño que te sorprende al compartir un segundo contigo, o la de cualquier alma que, cruzándose en tu camino, llevara siempre consigo una palabra amable, un gesto de cariño.
Tu existencia fue mi rosa de los vientos; tu recuerdo, mi ángel de la guarda. Tu ausencia, la oscura soledad en el camino. No puedo, no me acostumbro a estar sin ti.
¿La vida sigue? Aclamada frase que todo el mundo utiliza para intentar darte una ínfima muestra de esperanza para afrontar el triste y temido túnel, pero, al segundo, al posar otra vez los pies sobre la fría y cruda realidad, nos damos cuenta de que no es así. No sólo la tuya es la que desaparece, te llevas prendado cual estela un trozo de la de todo aquel que, recibiendo la dádiva de conocerte, descubriera que hay sentimientos que no tienen nombre, que sólo han aparecido al estar a tu lado, solamente han existido contigo. Cuántas vidas que debieron ser y no fueron, y nunca serán.
Ya no tengo que buscarte más. Ya sé del triste camino que lleva hacia donde quiera que estés. Que no es el cielo, pues si este existiera estaría dentro de ti: más grande que tu alma ningún dios creó nada. Descansa en paz, mi niña, que para sufrir ya nos quedamos nosotros.
Volveremos a encontrarnos, seguía la canción. No me acostumbro a estar sin ti.
Por Alfonso Sánchez Plaza y Simón Oliver Expósito
Juan Santos Galindo Bailón de Mengíbar
“Descansas en paz y ya llegaste a la meta”
“Una persona no muere mientras permanezca vivo su recuerdo”.
Me ha costado empezar, sobre todo porque resulta muy difícil, por no decir imposible, encontrar las palabras adecuadas.
Juan Santos Galindo Bailón dejó esta vida el pasado 15 de febrero, lo hizo en silencio, dejando un gran vacío en sus hijos, nietos y familiares, como igualmente en todos aquellos que lo conocieron.
Durante toda su vida pasó por algunas vicisitudes, unas buenas y otras no tan buenas, siempre estando dispuesto a tender su mano a quien lo necesitara, pero eso sí, anteponiendo siempre la familia a todo lo demás.
Su mayor orgullo sus hijos, a los que procuró darles buenos consejos y, sobre todo, darles buen ejemplo.
Se caracterizó por ser un hombre cabal y estando siempre dispuesto a todo aquel que requiriera su ayuda, por lo cual fue muy querido y respetado.
Tú ya descansas en paz, llegaste a la meta y desde ella podrás ver que los que aquí quedamos siempre te tendremos presente.
Vaya para ti mi cariño, respeto y admiración.
Por tu prima
Mari Carmen Bailón Bailón