Hasta siempre

Aurora Ramírez Martínez de Jaén
Palabras que no te dije

Hay un sentimiento de deuda impagable cuando una persona querida nos deja. Cuando no pudimos compartir con ella aquello que, de haber sabido su inminente ausencia, hubiésemos querido decirle. Son palabras perdidas, tiempos de relojes rotos, vivencias imaginadas, pero ya imposibles.
Algunas de esas palabras son ahora las que deletreamos quienes te conocimos, escribiendo tímida y, quizás, torpemente, sin mucho sentido. No tienen el mismo valor, tú lo sabes, Aurora, por eso te pido tu postrera comprensión. La misma que siempre me demostraste como amiga, con tu aceptación y tu silencio. Quienes vamos por la vida queriendo hacer tanto no hacemos siempre las cosas más sencillas, sentarnos a preguntarle a nuestros amigos por ellos mismos, de corazón a corazón.
Son quizás estas líneas un eco incierto de aquello que hubiese querido decirte, un triste monólogo que ahora recogemos sobre este papel impreso, tan público y tan personal al mismo tiempo. Un papel que también se llevará el viento de los días, como a todos nosotros.
Asistí al velatorio de tu padre y al de tu hermano, Esteban, a quien sabes me unía una fidelidad que no borrará el tiempo, por su paternal magisterio y su nobleza, más que por mi mérito. Contigo reconstruí algunas de las pruebas de una biografía fraternal que remontaba el río de la bondad familiar heredada entre la sencilla grandeza de tu padre y la fuerte personalidad de tu madre. Nunca esperé tener que asistir a tu entierro, tan joven tú, tan vital siempre, tan auténtica a ti misma, corazón generoso, inconformista y rebelde. Buena con todos, excepto quizás, contigo misma. ¿Cómo no pude escuchar lo que posiblemente me dijeran tus expresivos ojos, tu inequívoca sonrisa? ¿Cuánto daría ahora por haberte podido ayudar?
La muerte es siempre indecente, traidora a la vida, al amor y a la amistad. Escribir contra el olvido es un mínimo consuelo ahora, justificado si aprendemos algo de tu vida, si damos con tu bondad un poco más de sentido a la nuestra. Por eso me pregunto por los momentos que no compartí, recordando aquellos otros que sí estuvieron llenos de sencilla intensidad, entre la memoria de los días lejanos o, más próximos, bajo el olor de los almendros en los valles altos de Torres, cuando plena de ilusión nos contabas tus viajes, con un equipo médico amigo, para operar en los campamentos de refugiados del Sáhara abandonado en el desierto de la general indiferencia. O recordando tus sabias orientaciones cuando necesité tus consejos clínicos en el Hospital Princesa de España.
Hija de una generación rebelde e incorfomista, diste siempre la sonrisa y la ayuda como mejor prueba de tu ideología. Por eso, ahora, me pregunto: ¿Dónde se quedan las obras de las personas buenas, las que no se plasman en cuadros o libros, sino que se siembran con generosidad en el corazón de los otros? ¿A cuántos enfermos animastes en el lecho de una operación crucial para sus vidas? ¿A quién alegraste con tu fraternal vitalidad y con tu solidaria ayuda?
Todo esto, Aurora, lo que no te dije, los momentos que no compartí, la ayuda que no supe darte, aunque nunca la pedías, los recuerdos imprecisos y los agradecimientos tardíos son sólo una torpe y postrera conversación para decirte y decirles a todos, que gracias a personas como tú —pese a las contradicciones y los errores que todos cometemos— el mundo es más decente y más humano. Lo sé porque he sumado vivencias que me cuadran. Lo he podido ratificar porque tus compañeras y compañeros, tus amigas y amigos más cercanos del hospital me dieron sobradas muestras de ello. Quien siembra amor lo multiplica aunque no siempre pueda recogerlo por sí mismo. Querida Aurora, que el viento del desierto y las palabras de tus amigos aventen tu inolvidable recuerdo y tu generosa actitud como simiente.
Por Pedro Molino.

Enamorada de Valdepeñas de Jaén
Nos dejó Aurora Ramírez Martínez, pero su recuerdo siempre estará entre nosotros. La profunda huella de su cariño, entrega, afabilidad, simpatía desbordante y sincera amistad, será imborrable.
Disfrutaba de Valdepeñas con desmedida alegría, las numerosas ocasiones en las que acudió, sin preferencia por la estación del año; lo mismo los fríos días de invierno que los del suave o caluroso verano.
 Le encantaban sus paisajes, sus gentes, sus costumbres. Bien lo sabemos todos. Buscaba estar, de manera preferente, con las “abuelas”, Antonia y Juana, hilar con ellas conversación para interesarse por sus vivencias, y degustar y agradecer sus comidas con las que tanto mimo le ofrecían.
Es de sobresaltar el interés por conocer y participar en las costumbres artesanas del pueblo, sobre todo, en las de tipo gastronómico y, así madrugó en alguna ocasión, ante nuestra sorpresa, para poder amasar y hacer las típicas “tortas de manteca” en el horno de la panadería.
Testigos de ello, son los componentes de la cofradía gastronómica “El Dornillo”, a cuyas jornadas asistía asiduamente, disfrutando de unos momentos que, dentro de su sencillez, no dejaban de ser memorables.
También, su especial interés por los hechos, relatos, dichos, refranes y anécdotas de Valdepeñas hacían de ella una inagotable “investigadora”.
Y la música valdepeñera, con sus innumerables encantos y muchas veces relegada al olvido, si no fuera por algunas personas ya mayores como un grupo sencillo de instrumentistas, que especialmente entusiasmaban a Aurora, atreviéndose incluso a cantar las letras del fandango y la jota valdepeñeras.
Uno de los últimos momentos más emotivos que pasamos con ella fue el pasado mes de abril, celebrando su sesenta cumpleaños, en el que vivamente emocionada escuchaba esas canciones dedicadas a ella por los “tres tenores” y agradeció a los amigos que la acompañábamos las “sorpresas y regalos” cargados de sinceros sentimientos que tan merecidamente le ofrecimos.
Aurora, vives en nuestro recuerdo.
Por Dulce Aceituno y sus amigos de  Valdepeñas.

“Soy viento de libertad”
Tengo que dar gracias por ser amiga de Aurora. Ella, ante todo, fue una buena madre, amiga de sus amigos, servicial, sencilla, culta y siempre dispuesta a hacer el bien.
La conozco hace unos 35 años, pero fue a partir de un 11 de febrero de hace ahora once años, por la muerte de su hermano, cuando nuestros sentimientos se aunaron mucho más.
En varias ocasiones, formando parte de un equipo sanitario, viajó al Sáhara a los campos de refugiados para ayudar altruistamente, como enfermera, a la labor sanitaria del equipo. ¡Recuerdo con qué ilusión preparaba aquellos viajes!
Últimamente, he tenido la ocasión de conocer a compañeras de Aurora comprobando el cariño con que se alternaban día y noche para acompañarla y arropar a sus seres más cercanos.
El tiempo vivido (que no ha sido demasiado), lo ha hecho de una forma muy libre. Es posible que ella misma nos levantara el ánimo con la frase: “El día que yo me muera, no me vayáis a llorar, nunca estaré bajo tierra, soy viento de libertad”.

Por Soledad González.


Antonio Extremera de Valdepeñas
“Papá, nos quedaron tantas cosas por ver”

La marcha de mi padre me ha dejado un gran vacío en el corazón. Es imposible de llenar. Era mi confidente, la persona a la que contaba todas mis peripecias y con quien, cada mañana, me tomaba un cafelillo junto a mi madre. Cuando me quedaba hablando un poco más de lo normal, se asomaba al balcón a comprobar si me veía venir. “Tanto cascar”, me decías.
Ahora me siento perdida cuando dejo a mis hijas en el colegio. No sé hacia dónde ir. Si me voy a su casa, se me cae encima cuando veo allí su silla vacía. Dicen que cuanto más tiempo pase es mejor, que se acuerda uno menos. Sin embargo, yo digo que es al revés. Cada día me acuerdo más. Le echo de menos por tantas cosas. Todo me recuerda a él, vaya a donde vaya o haga lo que haga. Te labraste a base de corazón a tantos amigos. Todos te echan mucho de menos, algunos ni se lo creen aún. Y es que para todo el mundo siempre tenías alguna frase que decirle. Por eso, cuando iba por la calle, no me dejaban andar. Todos me preguntaban por ti. Hasta me daba coraje porque a nadie le podía decir lo que yo quería y deseaba con todo mi corazón. Eso era decir que estabas mejor y que pronto te irías a casa con el amor de tu vida, tu mujer, como tú le decías.
Por eso, cuando yo subía a verte, siempre te decía que eras más famoso que Manolete y tú me contestabas: “Eso es porque no le he hecho mal a nadie”. ¡Qué razón llevabas! Todo ha sido bueno. Me enseñaste que la familia es lo primero y a valorar todo lo que la vida nos ha dado. Papá, nos han quedado tantas cosas que ver juntos, pero sé que desde el cielo nos ves, nos cuidas y nos echarás una mano a todos para que podamos superar tu gran pérdida.
Os estaré eternamente agradecida a ti y a mamá todos los días de mi vida por todo lo que me habéis ayudado. Te mando todo mi amor y mi cariño. Y sé que algún día nos volveremos a encontrar en un mundo sin dolor y sin sufrimiento; en un lugar mejor. Tu hija que te quiere.
Por  Pepi Extremera Rosa.

Manuel Liébanas montero de Jaén
“No nos olvidaremos de ti por muchos años que pasen”

Como no podía ser de otra manera, tenemos que acordarnos de ti, “papá”, en el día del primer aniversario de tu fallecimiento. Te fuiste el 20 de enero de 2009. Tú, que siempre te acordabas de ayudar y consolar a todo el mundo y, sobre todo, de escribir al periódico para acordarte de tus familiares y amigos a la hora de cumpleaños, felicitaciones, notas de protesta y, sobre todo, acordarte de tus amigos que habían fallecido, hoy lo queremos hacer por ti.
Es de justicia que hoy nos acordemos de ti, de tu maravillosa forma de ser. Eras divertido —o si no que lo digan tus compañeros de empresa de agentes de comercio cuando hacían las reuniones y tú las amenizabas con tus divertidas historias y chistes—; creativo, también lo pueden refrendar los compañeros y amigos que te acompañaron en aquellos años donde eras el cantante de aquella orquesta que amenizaba las noches en la antigua piscina o en los pueblos de Jaén; trabajador incansable, que te lo digan a ti, que comenzaste como ayudante de oficina en el Colegio de Farmacéuticos de Jaén, y, poco a poco, llegaste a representante de medicina. Al principio, comenzaste a viajar con tu vespa por esas carreteras de la provincia.
Además, también eras un hombre responsable, ese valor nos lo has transmitido a todos tus hijos, sobrinos y nietos, y, también, el ejemplo de que para conseguir todo aquello que deseemos, es necesario un gran esfuerzo y dedicación. Ahí, tú fuiste nuestro ejemplo.
Además, eras buen amigo de tus amigos, no creo que haya nadie que pueda tener alguna queja de tu amistad, apoyo y cariño. Nunca tuviste un mal gesto con nadie, eso también nos lo enseñaste. También eras solidario y colaborador —en las actividades del colegio, en las asociaciones de representantes, en comunidades de vecinos donde estabas y etcétera, etcétera y etcétera—, amante del deporte y de la vida saludable. En este sentido, quiero que sepas que tus hijos, sobrinas y nietas han seguido tus enseñanzas y muchos nos dedicamos profesionalmente al deporte, su práctica y su docencia.
Pero, sobre todo, lo más importante, y mi madre y todos los que componemos tu familia lo podemos cerciorar, es que siempre fuiste “un buenísimo marido y un maravilloso padre”.
Papá, ahora que ha hecho un año que nos dejaste, nos seguimos acordando de ti, pero que sepas que no nos olvidaremos de ti por muchos años que pasen más.
Por Antonio Liébanas Pegalajar.

Adriano de haro cuéllar de Linares
“Un compañero, un hermano”

El 18 de enero, falleció en Linares una persona muy conocida en el mundo del deporte linarense y en el de su profesión, pues tenía amigos por todas partes. Adriano de Haro Cuéllar dejó de existir en vida con todos nosotros, pero siempre lo recordaremos en nuestros corazones. Falleció muy joven, después de una dolorosa enfermedad, con 62 años.
La iglesia de Santa María lo despidió a lo grande como él era, muy grande, para sus compañeros y amigos, pues si era un gran deportista, era mejor como persona. Para los pocos que no lo conozcan, fue el fundador del club de Balonmano Santo Tomás, en el que jugaba, entre otros, que ahora recuerde con Pedro Almansa, El Grillo, etcétera. Este equipo tenía la sede en el campo de deportes de San José. Después, marchó y fundó, allá por 1976, el Club de balonmano Don Bosco, con sede en San Agustín. Con él, estuvo 15 años en la segunda división del balonmano nacional. También fundó el equipo femenino, que llegó a disputar 5 años las finales para el ascenso a la división de honor del balonmano nacional. Igualmente, tuvo escalafones inferiores como infantiles, cadetes y senior, tanto masculinos como femeninos. Recibió una placa de manos del presidente de la Federación Andaluza de Balonmano por llevar más de 25 años en el deporte de su vida. Trabajó siempre con ilusión y transparencia, sin falsedad como. Esos eran sus valores.
De aquellos años, recordamos jugadores como los porteros del equipo masculino Nula y Tato, a sus hermanos Tino y Cani, a otros compañeros como Luis, Cecilio, Suárez Mármol, Domi, Paco Mañas, Paco Carreras, Germán, Pérez Pérez, Pepe Chinchilla y los delegados Blas y Diego, junto con otros que ahora no recuerdo por la emoción con que estoy escribiendo. Si está donde debe de estar, nos verá y estará contento de cómo lo recordamos aquí en el mundo de los vivos.
Por Antonio del Arco.

    31 ene 2010 / 11:52 H.