Hasta siempre
MANUEL ANTONIO DE PABLO MARTÍNEZ de Jaén
Tu familia y tus amigos jamás te olvidaremos
Querido “hermano”, hoy —por el 6 de marzo— hace dos años que te fuiste, pero, cada segundo que marca el reloj, estás más cerca de todos los que te amamos. Cómo deseo que, desde el lugar rodeado de paz y tranquilidad en el cual tu sonrisa ilumina estas palabras, pudieras decirme cómo puedo hablar contigo, cómo puedo decirte lo que siento.
Tu familia y tus amigos jamás te olvidaremos
Querido “hermano”, hoy —por el 6 de marzo— hace dos años que te fuiste, pero, cada segundo que marca el reloj, estás más cerca de todos los que te amamos. Cómo deseo que, desde el lugar rodeado de paz y tranquilidad en el cual tu sonrisa ilumina estas palabras, pudieras decirme cómo puedo hablar contigo, cómo puedo decirte lo que siento.
Tu repentino viaje me impidió decirte tanto. Ahora solo tengo tu silencio, grandes recuerdos, maravillosas historias. Decidiste partir, y con tu partida, mi corazón; y lo que más siento es que no pude ayudarte.
Eres un gran hijo, un gran hermano, un gran tío.
Toda tu familia y amigos jamás te olvidaremos. Gracias por existir.
Por Pepi de Pablo.
BERNABELA ALDEHUELA MARISCAL de Villanueva de la Reina
La abuela que siempre quisimos tener
Ochenta y cuatro años que darían para escribir un libro… ¡y que nos supieron a muy poco! Cuántas veces te dijimos: “¡Abuela, cuéntanos algo!”. Y tú nos decías: “Que os voy a contar, que he pasado muchas penas y fatigas en esta vida, que he trabajado mucho”. Te quedaste sin madre y sin padre muy pequeña. Tuviste que trabajar en muchos sitios, en un tejar, haciendo picón, cogiendo aceitunas, fregando suelos… En todo lo que te ayudara a tirar para adelante.
Fueron duros tus primeros años de vida, como tú nos contabas, años de posguerra, de fatigas y miserias, pero ya ahí demostraste que eras una mujer fuerte, con orgullo y con coraje. Eran años de ir mal vestida y descalza, de rebuscar en cualquier lado comida que echarte al estómago, de mil y una penurias, etcétera. Pero esas fatigas te hicieron ser la mujer fuerte, luchadora y trabajadora que siempre fuiste, además de generosa. Esa mujer que sabía disfrutar con cualquier cosa. Que solo necesitaba que todos estuviéramos alrededor de ti. Con eso tú eras feliz y cuanta más gente y más jaleo hubiera, mejor te lo pasabas. No necesitabas que estuviéramos pendientes de ti. Solo querías que te rodeáramos y te diésemos cariño.
Después vinieron años mejores. Te casaste con el abuelo Juan, del que fuiste fiel compañera de viaje durante toda la vida, bastón en el que sostenerse y, en los últimos años de su vida, cuando el caprichoso destino quiso que perdiera la visión para empezar a ver con los ojos del alma, fuiste guía y vigía que lo guiaba en su caminar diario. Tuviste dos hijas, cuatro nietos y dos biznietos a los que, sin duda, nos diste todo lo que tuviste, fuera mucho o poco, pero, para nosotros, más de lo que a veces merecíamos.
A partir de ahí, intentamos devolverte todo el cariño que tú nos dabas. Te llevamos a la playa a que disfrutaras, a la piscina de las Fuentezuelas a que te remojaras un poco. Te cogían entre todos de la silla de ruedas y te subían y bajaban por la escalera de la casa las veces que hicieran falta. También íbamos a tomarnos una cerveza en cualquier bar o a ver procesiones en Semana Santa. ¿Te acuerdas cuando vino la Virgen de la Cabeza a Jaén y sus anderos te cogieron con la silla de ruedas y te subieron hasta que pudiste mirar a los ojos a la Morenita? Que lágrimas de emoción se te caían, aunque… ¡No hacía falta mucho para que te emocionaras y lloraras! Y cómo olvidar el último viaje a tu pueblo, a Villanueva de la Reina, a ver a Santa Potenciana. ¡Quién nos iba a decir que ese era nuestro último viaje juntos!
Son montones los recuerdos que se nos vienen a la cabeza, momentos compartidos contigo, especialmente, estos últimos 5 años, desde que el abuelo falleció y te viniste a vivir con nosotros. Nosotros siempre lo dijimos, eras una abuela “guay”.
Pese a tu avanzada edad, tenías ganas de fiesta, de salir y de no estar en la casa, de comer cosas que habitualmente no gustan a las personas mayores, como las “pichas”, tal y como tú las llamabas. Enfermaste de repente y te marchaste rápido. Te echamos mucho de menos, abuela, muchísimo. Ya no podrás recordar a Inma que se tome la pastilla, ni jugar con Miguel a la hora de la comida, ni echar de menos a Mari Pili cada vez que se iba a trabajar a Madrid. No te podremos ver más regando las plantas, ni haciendo gimnasia por la mañana en la cama, ni podremos cenar contigo alrededor de tu mesa camilla. Nunca pudimos imaginar que sentiríamos esto, que puede doler tantísimo perder a alguien a quien se quiere tanto, pero te aseguramos que siempre estarás en nuestros corazones y estarás a nuestro lado, porque serás ese ángel de la guarda que seguirá vivo en nuestros corazones, los de todos los que te quisimos.
Desde el cielo seguirás disfrutando con nosotros en cada momento especial de nuestra vida. Y ya se sabe que alguien nunca muere si sigue vivo en los corazones de quien los quiere. Tú siempre estarás ahí y, por favor, tú nunca te olvides de nosotros. Te queremos, abuela.
Por tus nietos Inma, Mari Pili y Miguel Narváez Cano.
AURELIO MANSILLA CAMPO
Réquiem por un amigo
Se rompe el velo de la noche,
y suenan clarines de muerte
esperando un nuevo día,
que llega nublado.
La lluvia, cesó…,
y por Mágina y Aznaitín,
el sol, se escondió…
La luna…, también se marchó.
En el “Llano” quedó,
solo una Estrella,
la que iluminó tu trance.
¡Tu Estrella, Aurelio!
Sí, tu Estrella…, la que jamás te dejó
La que nunca te olvidó.
La que en tu enfermedad,
siempre estuvo junto a ti.
La que te dio fuerza
para que tú la transmitieras
a los que estaban a tu lado.
La que con su destello
te señaló el camino
hacia el Padre.
La que te ayudó a levantarte,
cuando tú caías.
Sí…, tu Estrella…,
Esa que tanto querías.
La que vive en el “Llano”
Esa, que tantos días,
tu trabajo, junto
a una oración, le ofrecías
en la soledad del amanecer,
o en el silencio del atardecer,
solo roto por el canto
de la alondra mañanera,
o de la vieja lechuza,
fiel vigilante del anochecer.
Ya sonaron clarines de muerte
en el ruedo de la vida,
con traje cubierto de estrellas
y capote multicolor,
en su cuello, colgada su vieja medalla,
donde grabada, está la más bella Flor,
que a su alma, bajo su manto se llevó.
Hoy, mi pluma llora de dolor
junto a mi corazón,
por la pérdida del amigo que se ha ido.
Hoy recuerdo esa vieja estrofa sevillana:
“Algo se muere en el alma,
cuando un amigo se va…”.
Sí, cuando un amigo se va
algo muere en nosotros mismos.
Algo que queremos con el alma.
Pero, como cristiano,
me queda una inmensa alegría.
Alegría, porque a tu encuentro
ha salido, María…
¡Tu Estrella!
Rodeada de ángeles, alondras y ruiseñores,
y el cielo, hecho “Llano,”
en invierno, se ha cubierto de flores.
Y en la “alboreá” del día 20,
se escuchó el canto del ruiseñor,
rompiendo el velo de la noche oscura;
y llegado el nuevo día,
cantando “mayos” a por fía,
te fuiste a la “romería celestial”
Desde el “Llano”, una voz decía…
“Aurelio, que tu alma descanse en paz”.
Por tu amigo Juan Mengíbar Sevilla
Linares, 20 febrero de 2013.
Manuel Montilla Molina de Porcuna
“Un buen hombre, en el sentido machadiano”
Nos ha dejado un maestro entregado a su actividad docente —editó varios libros de su especialidad— y un hombre consecuente con sus ideas. Me refiero a Manuel Montilla Molina. Todo aquel que haya seguido las “Cartas al Director”, aparecidas durante años en el Diario JAEN, sabrá valorar esa trayectoria.
Aunque tenía sus ideas, que remanecían de algunos de sus familiares perseguidos por el anterior régimen, mantenía una equidad digna de todo elogio. Con frecuencia, al leer algunas de ellas, le llamaba y manteníamos una conversación, que, con frecuencia, derivaba por otros caminos. Tenía una conversación amena y fluida. Íbamos de un tema a otro como las cerezas, unidas por un mismo racimo.
Brevemente, detallo algunos párrafos de dos artículos que me envió hace algún tiempo sobre su visión que la sociedad tiene del Magisterio.
“En cuestiones de educación, ¿ayudan mucho los padres de hoy a los maestros? ¿Quién educa en las casas? Contesten ustedes: ¿Quién educa en las escuelas? Los maestros. Si tanta es la responsabilidad de este colectivo, podríamos suponer que también se les reconoce en igual medida su importancia y su mérito. Pero no es así [...]. Su acatamiento social es muy bajo [...]. Son los maestros los encargados de transmitir y conservar la alegría, la perplejidad y la disciplina que configuran la humanidad”.
Y recordaba con cariño a algunos de sus profesores, “don Antonio Ruiz Ollero, (Faro) uno de los mejores matemáticos, don Manuel Peralta Bonoso, don Luis Vaillasclaras, don Francisco Peña Alcalá…. el portentoso don Sacramento Muñoz Tarazada… solucionaba problemas sociales y económicos…, él era por sí solo una ONG, como se dice hoy”.
Deja semilla. Una esposa dolorida en este trance —acudimos muchos amigos de sus cinco hijos y compañeros de sus actividades laborales y sindicales— y, al despedirme de ella, me dijo con un fondo de tristeza en su mirada: “Benítez, ya no podrás llamarle más”.
Y entre sus alumnos y compañeros, seguro que todos ellos recordarán la entrega a su magisterio.
Sirvan estas precipitadas líneas para recordar a un buen hombre, en el sentido “machadiano” de la expresión. Donde quiera que estés, un fraternal abrazo.
Por José Benítez.
“Se nos ha ido uno de los grandes”
Se nos ha ido “uno de los grandes”. Tenía 75 años de calendario. Sabíamos que estaba muy enfermo, pero su muerte nos ha cogido a muchos por sorpresa y es ya una cruda realidad para varios miles de jiennenses. Las cosas como son. Pero son puñeteramente así. Este pasado miércoles 27 de febrero de 2013 hemos enterrado en Porcuna a Manuel Montilla Molina.
Pasarán años, muchos años, para que pueda aparecer entre nosotros un caballero de la izquierda y un docente de pasión, maestro y profesor de primera y segunda enseñanza como lo fue este ilustre y sempiterno colaborador y escribidor de Diario JAEN, este Manolo Montilla para los amigos y, para mí, además de eso —aún con la distancia política que siempre hubo entrambos—, uno de los pocos intelectuales que ha tenido en sus filas el socialismo jiennense para establecerle caminos, marcarle maneras y mil formas y estilos a fin de ponerlo en su sitio, del lado de la honradez y la eficacia política. Pienso a este respecto que no se le ha reconocido todavía todo el mérito que tiene.
El PSOE y la sociedad de Jaén —y no digamos ya la sociedad de Porcuna— tienen con él una gran deuda de reconocimiento. ¿Que Manolo Montilla tuvo defectos? Claro que los tuvo. Para la derecha de Porcuna, uno de ellos ha venido siendo la apasionada defensa que él hizo siempre de la figura política de su tío abuelo, Salvador Montilla, primer y último alcalde del Frente Popular de este municipio, ferozmente asesinado meses después de terminar nuestra última Guerra Civil. Pero, cuidado. Para muchos, esta misma apasionada defensa suya nunca será un defecto. Y, para mí, además, le honra. Y hasta se hace querer por ello. Y no solo es mi caso, porque, como decía Elías Canetti, “a los muertos —y más aún a los grandes como lo es ya Manolo Montilla— también se les quiere por sus defectos. Por eso, no hay ángeles muertos”.
Por Manuel Ruiz de Adana.
José María García Barrios de Mancha Real
Un santo para los niños
El domingo 10 de febrero, los jiennenses amanecimos con la triste noticia del fallecimiento de nuestro querido y entrañable sacerdote, don José María García Barrios, a sus 89 años. Su despedida fue muy emotiva. Muchos de nosotros acudimos a decirle su último adiós.
Desempeñó su fructífera labor sacerdotal durante 60 años y dedicó toda su vida al prójimo. Sentía una debilidad especial por los niños.
En mi colegio, Guadalimar, las profesoras y las alumnas estábamos encantadas de poder contar a diario con él. Nos mostraba siempre su apoyo y nos daba sabios consejos cuando éramos pequeñas para nuestra primera confesión y comunión y, más tarde, de adolescentes. Cuando subía a las clases, y lo veíamos aparecer, se nos iluminaban los ojos a todas, ya que sabíamos que nos iba a contar alguna historia bonita o sus andanzas y travesuras en el seminario. Era como tener a nuestro abuelo en el cole. Una vez, una profesora nos iba a preguntar una lección complicada. Algunas de mis compañeras fueron en su búsqueda a la hora del recreo para pedirle que subiera a la clase y nos hablara sobre algún tema improvisado y, así, la profe no tendría que poner una ristra de ceros a casi toda la clase. No sabíamos si subiría o no y cuando oímos tocar a la puerta y decir: “¿Se puede?”, todas respiramos tranquilas. Pensamos ya está aquí don José María; de buena nos ha librado.
Inmensa era la alegría que llevaba a los niños hospitalizados y a sus familias. Hace algún tiempo, lo conocían como don Cucurucho porque, cuando entraba a las habitaciones, lo hacía con un sombrero con esa forma e iba dibujando sonrisas en los rostros de todos los pequeños y no tan pequeños con sus cariñosas palabras y sus continuas bromas. Esas tardes de hospital con don José María eran más cortas.
Recuerdo que mi hermano estuvo en el hospital unos días. Cuando iba don José María le preguntaba: “¿Tú sabes quién soy yo?”. Mi hermano respondía: “Claro que sí. Usted es don Bromero”, y los dos se echaban a reír.
También visitó a mi prima Clarita. Mis tíos se lo agradecían y él les contestaba que las gracias había que dárselas a Clara por permitirnos estar tan cerca de un ángel. Poco tiempo después celebró su funeral con unas inolvidables palabras para mi familia.
Cuántas veces me lo he encontrado con su boina, caminito al hospital, con su bolsón de chuches. Yo le decía: “Don José María, ¿dónde va con este frío?”. Él contestaba: “A ver a mis niños, que tú, Adria, también fuiste mi niña“. En sus últimos años no se acordaba ya de mi nombre, pero sí se acordaba de que un día fui su niña.
La mayoría a su edad ya están más que jubilados, pero él estuvo al pie del cañón hasta que su salud se lo permitió.
Le digo adiós a don José María, un sacerdote sencillo, un santo en la tierra, que ha dejado su huella y su testimonio en miles de almas de esta ciudad.
Somos afortunados ya que tenemos un gran enchufe allí arriba porque seguro está cerquita, cerquita del Señor y de la Virgen ayudándoles a cuidar y a mimar a todos los angelitos del cielo.
Por Adria Valenzuela Hortelano.