Hasta siempre
Joaquín Alcázar Navarro de Jaén
“Te he querido y te querré toda la vida”
Han pasado ya días desde que te fuiste y todavía no me puedo creer que esto haya pasado, con las ganas que tenías de vivir. Tenías tantas ilusiones… Qué injusta ha sido la vida con nosotros, no nos dejó ni siquiera despedirnos de ti.
“Te he querido y te querré toda la vida”
Han pasado ya días desde que te fuiste y todavía no me puedo creer que esto haya pasado, con las ganas que tenías de vivir. Tenías tantas ilusiones… Qué injusta ha sido la vida con nosotros, no nos dejó ni siquiera despedirnos de ti.
Quiero aprovechar este trocito de papel para decirte todo lo que no pude, quiero que sepas que te he querido, te quiero y te querré para siempre; que, aunque ya no pueda verte, siempre estarás vivo en mi corazón y cada vez que necesite de ti cerraré los ojos muy fuerte y te recordaré tal y como eras. Seguro que, como siempre, estarás dispuesto a ayudarme en todo lo que sea posible. Recuerdo cuando era pequeña y me recogías del colegio, cuántas tardes me has llevado a jugar a El Pósito con mi primo y esperábamos a que saliera la tita de trabajar. Cuántas veces al encontrarnos con alguna amistad tuya me la presentabas y lleno de orgullo le decías esta es “mi sobrina o mi novia”. Siempre tenías ganas de cachondeo. Cuántos buenos momentos me has brindado. Quiero que sepas que siempre me he sentido orgullosa de ti, eras especial y muy buena gente, y digo orgullosa: “Esa buena persona era mi tío”. Siempre estabas hablando. Recuerdo cuando ibas a la tienda y te liabas de cachondeo me volvías loca a mí y a mis clientas, tenía que decirles: “No le hagáis caso, que es mi tío”. Pensaba que nunca podrías estar callado y maldita la hora en que callaste.
¿Viste cuánta gente acudió a tu funeral? Ahí tienes la prueba de que tu paso por aquí ha merecido la pena. Nos enseñaste a que nada era imposible, que con esfuerzo todo se consigue, que hay que luchar por lo que a uno le gusta, a prueba de ello tu dedicación al ciclismo con la rodilla como la tenías, has dejado una huella en nuestros corazones que nunca podremos borrar.
Sé que, estés donde estés, no estas solo. Estás con el abuelo y la abuela y ellos cuidarán de ti, y quiero que estés tranquilo que siempre estaré con los tuyos apoyándolos en todo lo que sea necesario. Sabes que a Alex lo quiero demasiado, que es como si fuera mi hermano todo gracias a ti. A mi tía Mari Carmen también. Siempre esta ahí para todo, y qué decirte de Lorena, esa niña que nos quitó el sentido cuando nació, que ya es toda una mujer, pues que los quiero muchísimo. Puedes sentirte orgulloso de la familia que formaste. Te quiere, tu sobrina.
Por Lourdes Alcázar López,
de Jaén
Carmen Quesada Rodríguez de Las Casillas (Martos)
“Es un lujo haber compartido la vida contigo”
Ha pasado un año desde que no estás con nosotros… Desde ese momento quise despedirme de ti con una carta que, hasta la fecha, no he sido capaz de escribir, por mucho que lo intenté… Siempre has formado parte de nuestras vidas, eras tan nuestra como nuestra alma, parece que aún sigues ahí… detrás de tu ventana. Fuiste, eres y serás siempre un orgullo para nosotros, un lujo haber compartido esta vida contigo. Si con alguna palabra te pudiera describir, sería sencillez.
Fuiste tan dulce y tan buena, que todo el mundo te quiso y apreció. La vida fue injusta contigo… Perdiste a tu hermana pequeña, a tu marido recién casada, sufriste el duro golpe de la guerra que hizo que tuvieras que sacar adelante siendo una chiquilla —viuda con 19 años—, a tu único hijo sin más ayuda que tu trabajo y constancia. Viste irse a tus padres, hermanas y hermano que tanto amabas, ayudaste a toda tu familia siempre y fuiste la referencia para toda tu familia, amigos y vecinos de tu pueblo tan querido: Las Casillas.
Aprendiste a leer a escondidas, como me decías, porque, en aquel momento, no estaba bien visto que una mujer leyera. Tuviste un maestro cuatro meses en un cortijo y aprendiste más que muchas personas aprenden en toda su vida, ya que ponías interés en todo lo que hacías. Te querían y respetaban en el tajo de Tomás Rueda, donde recogías aceituna. Eras la matancera de referencia en tu pueblo y todo el mundo precisaba de la experiencia de Carmen para sacar adelante una próspera matanza. Te recuerdo siempre cosiendo, haciendo ganchillo, cortando patrones para hacer pantalones, siempre en activo. Recuerdo los veranos que pasamos en el pueblo de mi alma, donde disfruté los mejores momentos de mi infancia, porque fui libre… También recuerdo los platos de comida tan grandes que siempre nos ponías.
A los tuyos —como siempre decías— siempre nos defendiste a capa y espada, nos sentíamos muy queridos y protegidos, derrochabas bondad y amabilidad con todos nosotros. Nos hacías muy fácil la vida. Nos supiste transmitir tu sencillez, tu bondad, tu honestidad, tu seriedad… Siempre te preocupabas de cómo nos iba. Te alegrabas infinitamente de nuestros éxitos y siempre nos dabas los mejores consejos.
Tengo recuerdos de aquellas tardes de verano cuando, haciendo ganchillo en la silla de anea, escuchabas a aquella entretenida Elena Francis por el transistor y aprovechabais cualquier excusa para partiros de risa, tú, mi querida madre y mi hermana. Para mí, aquellas tardes tenían un olor especial. Hay detalles que se te quedan en la retina. Cuando nacieron mis hermanos venías del pueblo en tren para hacerte cargo de nuestra casa hasta que mi madre se restablecía. Me acuerdo que siempre le traías una gallina en una caja de cartón atada con una cuerda. Era el regalo para hacerle a mi madre caldo para que tuviera buena teta. Eras auténtica. Recuerdo la protección tan especial que tenías con tu hijo, tu debilidad, tu José, al que cuidaste hasta tus últimos momentos, siempre fue tu obsesión. Recuerdo la manía que le tenías a que viajara y, sobre todo, que fuera a Argelia, por las largas temporadas que tuvo que pasar allí.
Tuve el privilegio de despedirme de ti. Recuerdo que me dijiste, la noche anterior, que no fuera a verte con el frío que hacía; siempre tan preocupada. Te fuiste sin hacer ruido, sin quejarte, en un suspiro, como una suave brisa. Añoro tu recuerdo, tus besos, tus abrazos. Para mí son un tesoro interminable. Abuela, mujer admirable, no has muerto, y nunca lo harás, porque no se muere cuando el corazón deja de latir, se muere cuando en los recuerdos se deja de existir y tú estás presente, estas aquí, estas viva, para todos, para mí.
Te agradezco lo mucho que pudimos disfrutar, porque siempre demostraste lo mucho que gozabas cuando estábamos juntos. Recuerdo la felicidad que te invadía cuando llegaban tus chicas, eras tan generosa que siempre tenías algo para ofrecernos y no parabas hasta conseguirlo.
No quiero ser egoísta y sé que si Dios te vino a buscar, sé que estás junto a él, en un lugar mejor, junto a todos tus seres queridos por los que tantas lágrimas derramaste y que tanto quisiste. Ellos estarán felices de disfrutarte ¡ya ves! Y nosotros nos quedamos con una gran tristeza de que no estés a nuestro lado.
Cuánta razón tuviste... Por algo Dios te concedió la bendición de vivir tus preciosos 96 años y ver pasar ante tus ojos tres generaciones y tener en tus brazos a tantos biznietos. Solo lamento que no hayan podido conocer a la mejor mujer del mundo un poquito más, aunque sé que te recordarán, nosotros nos encargaremos de que sepan que tuvieron una bisabuela maravillosa.
Te fuiste el día del sorteo de la Lotería de Navidad, fue un presagio importante, conocerte y disfrutarte fue el mejor regalo de lotería que nos pudo tocar. Nunca te vamos a olvidar. Tú fuiste, eres y seguirás siendo siempre nuestra “agüeli”. Gracias por tantos recuerdos… Carmen… Hasta el nombre lo tuviste bonito. Tu nieto.
Por José Francisco Chica Pulido,
de Las Casillas
Maika Cano Expósito de Jaén
“Siempre serás hermosa”
Una palabra tuya bastaría
para tanto silencio sin frontera.
Una palabra tuya que rompiera
tanto hielo en tu sangre. Y en la mía.
Me dueles ya como una llama fría
sobre la piel del alma. Yo quisiera
tu voz aquí quebrando esta barrera
entre tu sueño y mi melancolía.
Háblame, hermana, manda desde el centro
de tu muerte sin fondo, al mismo centro
de mi tristeza, un eco de aire ungido.
Todo te espera en mí calladamente.
Puebla con tu palabra transparente
la desierta esperanza de mi oído.
II
Siempre serás hermosa. Tendrás siempre
esa intacta belleza de la última mañana,
la mística elegancia de tu cuerpo
vencido y sosegado
al paso de la muerte.
En tu rostro dormido descansará el recuerdo
y olerá siempre a ti la madrugada
al borde de los árboles más altos.
Tu voz se pondrá, a veces, de pie junto a tus cosas
para poblar el aire con su silencio hondísimo.
Lo mismo que la luz entrarás en el sueño
hasta aliviar el luto de la sombra.
Por los libros tu mano andará lenta,
prudente como el grito secreto de tu angustia.
En medio de la noche recogerás la lluvia
de un invierno muy largo en la memoria.
Y estarás en la casa a cualquier hora,
sentada en el sofá que ungiste yéndote
con un gesto de póstuma alegría.
III
Este luto marrón de esta mirada
que corona la cima de mis hombros
va extendiendo a mi paso sus escombros,
y en mi boca un sabor a tierra y nada.
Con humedad de lágrima desciende
hasta anegar los cauces de mis venas
y va mi corazón latiendo apenas,
aprendiz de un dolor que no se aprende.
Tengo una llaga lenta en la cintura
de girarme y no verte en ningún lado,
de no hacer pie en tu muerte ni en tu vida.
Como una abierta y honda sepultura
abrazo la fatiga que has dejado
y respiro tu ausencia por la herida.
Por Javier Cano,
de Jaén
Ascensión González Martínez
de Jaén
“Una entereza sin límites”
Cuando una luz se apaga, el último destello es tan deslumbrante e intenso que se queda en nuestras retinas como un postrer recuerdo imborrable. Miramos al horizonte tratando de alcanzarlo para conservarlo el mayor tiempo posible, pero se desvanece como el humo de una ilusión.
Tu brillo se extinguió una fría tarde de noviembre ante la impotencia de los que te rodeaban. Lloramos de rabia y dolor, pero sabíamos desde lo más profundo de nuestros corazones que tu cuerpo, maltratado por las dolencias, y tu espíritu, cansado de tantos años de lucha, deseaban tener merecido descanso. Nos ha quedado un profundo vacío que tratamos de rellenar con multitud de recuerdos que, como pequeños trozos de un puzzle, van componiendo lo que fue tu vida, generosa y entregada a la familia. Comenzaste demasiado joven a entender que la enfermedad te iba a imponer unas condiciones que limitarían tu existencia. Sin embargo, afrontaste la adversidad con la entereza de la que solo tú eras capaz, sin límites, sin desaliento y con las energías propias de quien entendía que era necesaria para una familia que tenía en ti el referente más acogedor. Nos enseñaste con sencillez que la prudencia es la consejera más sabia a la hora de tomar decisiones, que la humildad abriría todos los corazones y que la discreción nos haría ganar el respeto de los demás. Entendimos que para ser grande no es necesario hacer grandes cosas, sino llenar de cariño todos y cada uno de los momentos compartidos a lo largo de la vida. Las treguas que la enfermedad te fue otorgando las llenaste de fuerza y de ilusión, con la firme voluntad de que la derrota no estaba hecha para ti, que tu familia era más necesaria que el desaliento que produce el diagnóstico de un nuevo contratiempo, contando siempre con nuestro padre como un enfermero inestimable que, con infinito cariño y hasta el último momento, estuvo a tu lado, dándonos una lección de entereza, amor y dedicación. Aprovechaste estos paréntesis para disfrutar con tu marido, hijos y nietos de felices momentos que llenaron tu espíritu de esa alegría que únicamente una madre puede compartir.
Queremos mostrarte nuestra admiración por ser tan valiente, por ser una persona entregada a los tuyos, por ser tremendamente respetuosa y sensible a los problemas ajenos, por saber ponerte en el lugar del otro, por tu vitalidad, tu simpatía y sonrisa, pasara lo que pasara, por tu honradez, tus constantes sacrificios y desvelos por nosotros, por habernos hecho pasar ratos inolvidables de los que se graban a fuego, no en la mente, sino en el corazón y, gracias a Dios, por haber hecho que nos cruzáramos contigo en esta vida. Por todo esto, no podemos sentirnos más que inmensamente orgullosos de ti y de haberte compartido durante todos estos años. Sabemos que allá donde te encuentres no estarás sola, irás caminando al lado de personas que te estaban esperando, mientras que aquí nos quedaremos siguiendo la estela del último fulgor de luz y brillo de tu mirada, cuyo resplandor nos iluminará hasta que volvamos a encontrarnos.
Que la tierra te sea leve. Así te lo desean tu marido, hijos, nietos y nueras.
Por Jesús Moreno González, de Jaén
Ana María Quesada Vera de Jaén
“Una cantaora excepcional”
Parece que fue ayer y, sin embargo, ya ha pasado un año desde que nos dejara Ana María Quesada Vera. El año 2011 se la llevó consigo y aún sigue imborrable en el recuerdo de Ginés, su marido, sus hijos y nietos, y de los aficionados al flamenco. Pues Ana María fue una mujer de nuestro pueblo, una mujer de características puramente andaluzas, guapa y morena, siempre bien peinada con el moño hacia atrás y que supo alegrar esas noches de júbilo en que la fiesta se hace cante flamenco; una mujer que portaba en su garganta poderío y melismas capaces de expresar los sentimiento más entrañables del hombre a través de sus fandangos, colombianas y campanilleros, así como la copla andaluza para la que su voz tenía un don especial. Oyéndola acudían a nuestra mente los ecos de La Niña de la Puebla, la Niña de Antequera, La Perla de Cádiz, con las cuales hubiera competido sin desventaja de haber tenido un padrino que la hubiese avalado en su momento, pues cualidades no le faltaban y su voz era clara como la de un jilguero que canta a los primeros rayos del alba. Ana María nos dejó momentos inolvidables en nuestra peña flamenca, en otras peñas de nuestra provincia y fuera de ella; en esas noches de feria, de luz y de color en nuestro Paseo y, cómo no, con aquellos fandangos dedicados a su pueblo en el programa de Canal Sur “Tal como somos”. Ahora, el cante flamenco en Sabiote ha quedado huérfano, sin sucesora, esperando que alguna rama de su estirpe, que sabemos las hay, dé un paso adelante y ofrezca a su madre o a su abuela las facultades heredadas de ella, subiendo a un escenario y dando rienda suelta al arte que atesoran. Desde la peña flamenca dejamos en el aire esta llamada y ofrecemos a Ana María este póstumo homenaje, que, desde el más allá, seguro que ella convertirá en colombiana o fandango.
Por José Sáez,
de Sabiote