Hasta siempre

Mercedes la Cal Serrano de Alcalá la Real
“Era una rosa lo que tenías entre las manos”
Me impresionó, aquella tarde del Cerrico Vilches, esa rosa  roja entre tus manos, como la  de una joven a quien la guadaña de la muerte hubiera extirpado de improviso. Y, cuando te miraba, me parecías más joven a pesar de que ya habías avanzado en edad. “Provecta aetate”, como dicen los romanos cuando guardan el denario para pagar al barquero Caronte. Y aquella rosa me llevó a un tiempo anterior en el que te conocí y tuve la fortuna de disfrutar de todos los valores de tu presencia y las de tus hijos.

    27 nov 2011 / 11:07 H.

    Recordé los años compartidos en el mundo del trabajo, allá en el Instituto de Enseñanza Media “Alfonso XI”, cuando con el mayor mimo preparabas las clases y nos las dejabas limpias como el jaspe para que pudiéramos impartir la docencia. Recordé tu homenaje, fueron los primeros años de mi incorporación a la vida docente de Alcalá la Real. Tú, siempre, solícita, amable y derrochadora de simpatía y afabilidad... Parecía como si  me encuadraras como un miembro más de tu vecindad o de tu familia.
    En el color de la rosa recordé la suerte que tuve de conocer tus orígenes familiares. Fue un día en la biblioteca del Instituto de Estudios Giennenses, cuando leí un periódico de tiempos de la II República (me parece que era “La mañana” o “Democracia”), y aparecía como una noticia muy celebrada en la comarca alcalaína la muerte repentina de un familiar tuyo —pudiera ser tu padre o abuelo— en la aldea de Santa Ana, un hombre conocido por ser amante de la libertad y la igualdad, y cuya entrega había sido recompensada por la asistencia multitudinaria a sus exequias fúnebres, en donde se realzaron sus virtudes a favor de los más desfavorecidos. Había causado impacto en los aldeanos su triste perdida y lo relacioné con la bondad de tu hermano Pepe, que tanto te quería y yo estimo por las virtudes heredadas de tus antepasados, pues lo considero como la imagen viviente de aquel familiar tuyo: leal, constante, sencillo, humilde, afable, convencido sin estridencias por la libertad y la igualdad... ¡Qué buen compañero fue en sus parcelas de gobierno por los años noventa hasta que dejó el cargo de alcalde pedáneo de Santa Ana o la Concejalía! Cuando me acompañaba en las visitas a los asuntos municipales, me veía reforzado en mi personalidad y me imaginaba que tenía el peso de una formación sólida y adquirida por unas metas marcadas desde la infancia, como te había formado a ti, Mercedes La Cal.
    En el candor de la rosa también veía el cariño de tu esposo, cuya muerte había truncado hace unos años su vida y con quienes compartías las amistades generadas por el comercio de esa taberna tan afamada donde muchos alcalaínos probaron los primeros y mejores caldos de la temporada, producidos en el lagar de vuestra hacienda familiar. Me vino a la mente el abrazo de corazón de tus hijos, José Antonio (el bucólico y sincero Chirro. que me perdone por esta denominación, pero parece como si al expresarlo me sintiera más unido en la amistad), el bueno de Pedro y Elena, con quien también compartí algunos momentos de compañero de los primeros años de trabajo. Una familia de raigambre.
    Era una rosa lo que tenías entre tus manos, sin embargo, me sentí embargado al final por tu pose de matrona romana, más bien de madre de tesón y coraje con que habías afrontado este tránsito por la tierra. Que la tierra te sea leve en la ciudad de la Mota.

    Por Francisco Martín.


    JOSé FRANCISCO BERZOSA LARA, “PEPE” de Vilches
    “Pepe conseguía que el mundo fuese mejor”

    Transitábamos por un soleado mes de septiembre de 2008. Yo acababa de llegar a tierras jiennenses por motivos personales (me iba a casar con una chica de aquí). Venía de lejos y, a pesar de la buena acogida que me habían brindado, me sentía algo descolocado, como es lógico. Una de mis primeras labores era entrenar al equipo cadete del CD Vilches, que militaba en la Primera Provincial. Recuerdo que antes de un partido paseaba meditando sobre el césped artificial de nuestro campo. Casi nadie se atrevía a hablar conmigo, aunque inevitablemente hablaban de mí, pero… ¡Pepe sí lo hizo! Se me acercó con una sonrisa y, enseguida, me contó lo bien que se lo había pasado en mi tierra gallega… Fue algo muy reconfortante.
    Pepe era una persona muy especial. Alegre, cariñoso, generoso, entregado... Leal, honesto, trabajador y vital, cualidades todas ellas que desgraciadamente abundan poco. Pronto cogimos confianza y nos hicimos buenos amigos. Pude comprobar lo bien que se le daban los chavales, en especial uno, su hijo Joseph. Más que su hijo, su mejor amigo. Tenían una relación poco común y lógicamente con ese ejemplo, ¡cómo no!, su hijo y jugador mío, demostró siempre una educación exquisita y una docilidad que sorprende en la sociedad en la que vivimos.
    Sus pasiones eran pocas: su familia, el trabajo, los amigos y el fútbol. Involucrado en el equipo del que formaba parte su hijo, fue el único padre que nos acompañó en todos los desplazamientos y, por supuesto, en los partidos que jugábamos en casa. Nunca encontrarías a Pepe en uno de esos típicos corrillos en donde se despelleja al prójimo. Él estaba muy por encima de la mediocridad. Trabajador y siempre de buen humor, siempre promoviendo o apoyando proyectos ilusionantes, de forma continua y cargado de vitalidad contagiosa. Imposible que todos se cumplieran, ¡claro! Había que vivir más de una vida.
    Pepe nos daba lecciones magistrales de cómo afrontar nuestra existencia. Para mí, verle era siempre un bálsamo y una oportunidad motivante. Me sonreía y me gritaba: “¡Guapo!”. Y es que, aunque uno ya no es un niño, se agradece y necesita que le den cariño.
    Pepe me hacía mucho bien. Mejoraba la vida de las personas que le rodeaban. Su simpatía y su arrolladora personalidad impactaban primero y creaban adicción después.
    En esto nos sorprendió el trágico acontecimiento. La víspera del día de Nuestra Señora del Pilar, un accidente de tráfico segó su vida. En un primer momento me embargó una desgarradora desolación, aunque, poco después, mi mente era engañada por mi subconsciente. Estaba seguro de que volvería a verle como le había visto pocas horas antes… Pero tan solo era un espejismo. Nos había dejado para siempre. Rápidamente me asaltó una pregunta envenenada. ¿Le traté todo lo bien que se merecía? ¿Le demostré mi amistad? Me puse a hacer recuento a velocidad de vértigo y quedé aliviado al recordar situaciones diversas en las que tuve la oportunidad de tratarle como se merecía, aunque me encantaría poder haber hecho mucho más. Ojalá pudiera…
    Su familia desgarrada y sus amigos rotos eran prueba inequívoca de la enorme pérdida. Pero hoy, aquí, agradeciendo la oportunidad que se me brinda, quiero dar gracias a Dios por habernos cruzado a Pepe en nuestras vidas. Quiero dar gracias a su extensa familia, sobre todo, a su mujer e hijos, por ser tan generosos al compartir con todo el mundo una persona tan buena. Desde aquí, ahora y siempre, una oración por ti y un fuerte abrazo querido amigo. Seguro que desde el cielo sonríes al vernos y cuidas de los que te queremos en compañía de tu señora madre, de la que poco tiempo estuviste separado. En nuestro corazón quedarán siempre esos entrañables recuerdos que debemos guardar como un tesoro, el tesoro de la amistad. Pepe conseguía que el mundo fuese mejor. Nuestro Club Deportivo Vilches, tu equipo, del que siempre has estado tan orgulloso y que ahora mismo capitanea tu hijo, porque habéis demostrado ambos que lo lleváis dentro, nunca te olvidará. Es más, para nosotros siempre está presente tu espíritu de lucha y sacrificio. Y como siempre le decías a nuestros jugadores, los vilcheños nunca mueren, se reúnen en el Infierno. ¡Hasta siempre, querido amigo!
    Quisiera terminar con una sonrisa como a él le gustaría. Recordémosle siempre como él era; sonriente y contando algún chiste. Sonriamos, sonriamos… por haber estado con él.
    Por Ricardo Cortiñas Sansegundo, entrenador del CD Vilches Cadete, el equipo de tu hijo.

    Fernando López Carrasco de Jaén
    El “trapero” de Jaén

    No corrían buenos tiempos cuando mi padre llegó al mundo, le tocó vivir la Guerra Civil y criarse en la miseria de la postguerra, pero creo que ello moldeó su carácter y lo hizo fuerte y luchador. Cuando creó su propia familia, siempre tuvo claro que ni su esposa ni sus ocho hijos pasarían por las mismas calamidades que él pasó porque para ello estaban sus manos, para trabajar en lo que le saliera y que a ellos no les faltara de nada. Fueron muchos los oficios que desempeñó mi padre, pero si por uno fue conocido en buena parte de Andalucía es por ser “el trapero” como se le llamó.
    Eran tiempos difíciles, los años cincuenta, pero él se adaptaba a todo y armado de valor, a veces a pie, otras en bestia o en coche de línea, se iba de localidad en localidad pregonando: “El trapero”, acudiendo al reclamo las lugareñas con viejos aparatos, chatarras o trapos que al trueque cambiaban por otros objetos que mi padre llevaba en su cesta. Gran parte de las empresas del Jaén de entonces, como la desaparecida fábrica El Alcázar, estaban abastecidas de trapos para la limpieza de la maquinaria gracias “al trapero”. Su temperamento inquieto buscaba sin cansancio nuevos negocios, recalando en uno pionero en aquellos años setenta como fue su famoso “chiringuito” en la Feria del Ganado de San Lucas, cuando la feria se centraba en la venta o intercambio de ganado de todo tipo venido de todas partes de España. Cuantos “biscúter” pudo vender mi padre en su chiringuito en la feria, o en la Romería de Santa Catalina, en el Cristo del Arroz o en las verbenas de barrio, ¡qué tiempos papá! ¡Cuántos esfuerzos para sacarnos a todos adelante! Porque eras un gran hombre, pero, sobre todo, un gran padre y un buen marido, fe de ello, esas bodas de oro que tan felizmente celebramos todos, junto a vosotros hace pocos años.
    Ahora que faltas caemos en la cuenta de cuántas veces debimos darte las gracias, por darnos la vida, por hacer que tuviéramos todo aquello de lo que tú careciste, de hacer de nosotros personas de bien y entender lo importante que es estar unidos, de enriquecernos con tu sabiduría de años de experiencia de vida, por plantar en nosotros esas raíces sólidas que nos han hechos fuertes, leales, y honrados como tú… Gracias por cada cosa que somos y tenemos, papá. Gracias porque somos, ni más ni menos, una parte de ti.
    Papá, tu adiós se hace cada día más doloroso, pero nos consuela saber que marchaste tranquilo, con el deber de padre y esposo cumplido, dejando una familia ejemplar unida, y que no solo lograste el objetivo de buen padre; sino que tu legado de bondad y fortaleza lo han recogido tus nietos y biznietos, que han enriquecido aún más nuestra familia.
    Mi querido padre, por toda tu vida de lucha, por todo lo que nos has transmitido y por todo lo que hemos convivido juntos, damos muchas gracias a Dios. ¡Te queremos, papá!

    Por tu hija Ana López Duro, en representación de mi madre y hermanos.

    A la memoria de mi padre
    Eras el mayor de 8 hermanos, más un huérfano que la familia acogió durante la posguerra al que siempre recordaste con cariño “Manolete “ y que murió siendo niño. Dejaste el colegio apenas sabiendo leer y escribir; con esa base iniciaste una carrera cuyo campus no es la Universidad, sino la calle, para cuyo estudio no se necesitaban libros de texto, ni cuaderno, ni aprender complicadas operaciones matemáticas... Solo un poco de cuentas y mucho de sangre, sudor, lágrimas y de imaginación para conseguir el sustento. Eso sí, Diario JAEN no faltaba en casa cada día. De esta carrera, que no otorgaba diplomatura ni licenciatura, a la que tú llamabas “mundología” saliste doctorado.
    Comenzaste en la cantera ayudando a tu tío y a tu padre, dándole al mazo y a la barrena. Cuando todavía eras un niño tus manos, aun no encalladas, te sangraban. Fuiste pionero, primero con tu tío y luego solo, en poner “el ventorrillo” en la feria de ganado en San Lucas y el “charnaque”, como tú lo llamabas, en el que vendías sardinas y bebidas allá por Santa Catalina para cuyo acceso necesitabas llevar la famosa “carta”.
    Trabajaste en la almazara, aquella a la que iba mamá y “el Antonio”, y más tarde, también yo para llevarte la comida caliente, cruzando la vía del tren cada día. Trabajaste en muchas cosas más, algunas de las que ni tengo conocimiento pero, sobre todo, desde los tiempos de tu niñez hasta que la enfermedad te dejó varado en tu silla de ruedas hace ya casi 20 años, fuiste trapero, de esos que en las décadas de los 40 y 50 iban pregonando por las calles. Tú con tu cesta cargada de platos para hacer trueques con las vecinas en todas las provincias de Jaén, Córdoba y Granada, haciendo los caminos muchas veces a pie; esos caminos que ahora yo, aficionado al senderismo, recorro imaginándote andando esos mismos caminos muchos años atrás, cargado con el peso de la cesta y de una responsabilidad temprana, sin poder parar hasta encontrar un sitio donde, después de descansar, te permitiera retomar la cesta, ya que el peso de esta te hacía imposible retomarla desde el suelo, alguna vez te ocurrió y lloraste de impotencia.
    Ando por esos mismos caminos que unen los pueblos de la provincia y me sorprendo al ver que aquella fuente, que tú después de tantos años sin salir, está ahí justo donde tu decías, aquel desvío y aquella vieja encina están ahí y, en ellos, algo de ti. Seguro que me seguiré sorprendiendo con algún detalle en los caminos que espero seguir andando. Tenías una memoria prodigiosa.
    Más tarde, con el negocio de la chatarra y de los trapos, fuiste muy popular en Jaén y, aunque tuviste como clientes algunas de las mejores empresas de Jaén, nunca dispusiste de capital para montar un negocio para tus hijos, que es lo que tú querías (éramos diez bocas que alimentar ).
    Siempre estuviste orgulloso de tu oficio, el de trapero. Yo, que de niño no podía sentir lo mismo, hoy, cuando andamos asustados con la crisis, que pierde crudeza si la comparamos con los tiempos relatados, me doy cuenta de que ya quedan muy pocos hombres como tú y que, sin embargo, tan necesarios son en estos momentos.
    A la memoria de un luchador, de un guerrero, desde mi más profunda admiración, y con orgullo, quiero decir que yo soy hijo de Fernando “el trapero”.

    Por Fernando López Duro, con mi madre y hermanos.

    Pedro Sánchez Zapata de Jáen
    “El cielo es tu morada eterna”

    Te fuiste de este mundo sin decir adiós a tus seres queridos, dejando un vacío inmenso en el corazón de muchas personas.
    Hoy, desde donde estés, sé que el cielo es tu morada eterna, la muerte es así, intempestiva, espontánea, certera. La vida es así, bella, mágica, efímera.
    Tu sonrisa será la compañía ideal para Dios; tu encanto, la llave del paraíso; tu mirada, la luz que alumbre en medio de la oscuridad. Descansa en paz en medio de jazmines, claveles, y rosas. Aguarda a que lleguemos a hacerte compañía porque está demostrado que la vida es pasajera, pero la recompensa después de esta vida es infinita.
    Disfruta de tu estadía rodeado de ángeles, nubes blancas como la nieve y la inigualable compañía de Dios todopoderoso. Algún día, muy pronto, estaremos todos juntos. Te queremos con el alma.
    Por  M. Ángeles Sánchez Zapata.