Hasta siempre

Alfonso Delgado Baena, de Sabiote. Un maestro que dejó huella

El pasado 6 de mayo nos dejó Alfonso Baena Delgado, conocido por todos como don Alfonso, maestro de toda la vida, a la edad de 73 años.
Y es que don Alfonso Baena, natural de Rus, trabajó en Sabiote como maestro durante más de 40 años.
Pero también se involucró en muchas otras actividades como, por ejemplo, las de juez de paz, concejal del Ayuntamiento de Sabiote, presidente del club de fútbol o delegado de la Federación Andaluza de Caza. Porque, además de su profesión, dedicaba su tiempo a satisfacer los favores que la gente común le pedía, amén de su caza, su pesca y su campo, aficiones inquebrantables que practicó durante toda su vida.
Valgan estas escuetas líneas para el recuerdo y el somero homenaje para un hombre que se sintió sabioteño y que fuera enterrado en Chilluévar por voluntad de su suegra, que quería que sus restos reposaran en el panteón familiar. Por José Martínez Blanco, Sabiote

Antonio del Collado León, de Chiclana de Segura. Fue el juez de paz de más larga trayectoria de España

Cuando redacto este escrito en plena Feria y Fiestas de Chiclana de Segura no tengo más remedio que emocionarme un poco al constatar que nuestro gran amigo Antonio del Collado no está entre nosotros, es difícil hacernos a la idea de esta situación. Recuerdo sus llegadas a la misa o la procesión, siempre diciéndonos algún chascarrillo o alguna de sus frases célebres. Estamos ante un hombre que calificaría de ejemplar en su cargo de juez de paz y de un gran amigo y compañero en la vida cotodiana.
Con Antonio tuve la oportunidad de disfrutar de su amistad a lo largo de muchos años, incluso fuimos socios de caza, pues teníamos un coto junto a otros amigos y la convivencia con él se hacía amena y cordial. Era difícil no preguntar en la junta de la caza: ¿Dónde está Antonio? ¿Ha venido ya el juez de paz? ¿Cómo se le ha dado a Antonio? Como siempre, él iba acompañado de su hijo Manuel Jesús, cuyo carácter y personalidad es similar a la de su padre.
Pero desde donde más he compartido momentos con él ha sido desde mi faceta pública. Primero, en la oposición y, después, como alcalde de nuestro querido pueblo de Chiclana de Segura. Siempre me dio buenos consejos. Cuando hablaba de la labor en el Ayuntamiento por parte de los politicos, su objetivo era el de unir y no romper. Siempre me decía que el diálogo y el consenso eran la mejor forma de afrontar los problemas que pudieran surgir. ¡Qué decir de Antonio, que ha estado de juez de paz cuarenta años al servicio de la Administración de Justicia! Desde el escalafón más complicado, según mi criterio, de la Justicia, pues su objetivo era el que los pleitos no pasaran de su despacho, intentado conciliar a todos y buscando la buena avenencia entre los particulares. A buen seguro que en la mayoría de las ocasiones lo consiguió. Sé que sufría mucho cuando las cosas no iban bien. Le he visto llegar a mi despacho con cara de sufrimiento por no haber conseguido su objetivo. Antonio vivía su trabajo de juez de paz tanto o más que un juez de carrera. No en vano, la Administración de Justicia le condecoró con la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort, que es la más alta distinción que se puede otorgar en la estructura judicial y que Antonio llevaba muy orgulloso. Le fue impuesta por el entonces presidente de la Audiencia Provincial de Jaén, Pío Aguirre, en el Ayuntamiento de Chiclana de Segura. En los últimos años nuestro querido Antonio tenía problemas con la salud (se escondía de su esposa para fumarse un pitillo) y no puedo olvidar cuando me dijo que no sabía si iba a continuar o no en el cargo. Como buen amigo le aconsejé que debería dejarlo, pues tenía que pensar en su salud, que era lo más importante, y en su familia que, en esas circunstancias, también le aconsejaba lo mismo. Una mañana me dijo que lo había pensado y que no iba a continuar en el cargo. Quería que nos hiciéranos una invitación de despedida. Lógicamente, le dije que sí, pero también le sorprendí con una propuesta que le hice: “Antonio hemos decidido el equipo de gobierno que la calle donde vives lleve  tu nombre en homenaje a tu trayectoria social y humana”. Él se emocionó y me dio las gracias numerosas veces. Le conteste: “Antonio, es lo menos que te mereces”. Desde ese momento quedamos para después de las fiestas organizarlo todo pero, desgraciadamente, nos ha dejado antes de que pudiera correr la cortina con el nombre de su calle.
Antonio se ha ido con el reconocimiento de su valía como persona y como juez de paz nunca le olvidaremos. Yo he perdido un buen amigo y un buen consejero. Era una referencia para mí en mi labor en el Ayuntamiento. ¡Hasta siempre, amigo! Por Santiago Rodríguez Yeste, Alcalde de Chiclana de Segura

Antonio Navas Calahorro, de Torredonjimeno. Un hombre sencillo, familiar y muy amigo de sus amigos

Un hombre sencillo, familiar y muy amigo de sus amigos. Así es como se podría definir la vida y la personalidad del tosiriano Antonio Navas Calahorro, que falleció el pasado 15 de agosto, a los 75 años de edad, mientras preparaba el almuerzo para él y para su mujer, Guadalupe Horno, de la cual era sus pies y sus manos en esta última etapa de su vida. Sus tres hijos, Rocío, Baldomero y Rafael, en los que inculcó la pasión por las Fuerzas de Seguridad, que hoy es su medio de vida, siendo militar, Policía Local y Guardia Civil, respectivamente, lamentan su pérdida, ya que Antonio era un hombre con un sentimiento muy familiar y protector.
Centró su vida profesional como policía municipal, trabajo que, hasta su jubilación, desempeñó durante más de 20 años. Sin embargo, su andadura laboral comenzó como guardia civil tras aprobar unas oposiciones, pero por imposición de su padre, abandonó la Benemérita para comenzar a laborar el campo.
Al poco tiempo contrajo matrimonio y se dio cuenta de que la agricultura no sería su forma de vida, por lo que decidió emigrar a Francia, dejando atrás a su mujer y a sus dos hijos y, posteriormente, su destino fue Alemania, donde se trasladó cuando su hija Rocío estaba recién nacida. En ese país desempeñó distintos trabajos para, al cabo de unos años, regresar a España y comenzar a trabajar en Torredonjimeno como transportista. Tras unos años al volante de un camión, Antonio fue convencido por Eugenio Martos, alcalde del municipio en aquella época, para entrar a formar parte del Cuerpo de la Policía Municipal, trabajo del que estuvo a punto de salirse para volver al transporte de mercancías para ganar más dinero para su familia, sin embargo, se mantuvo, alentado por Eugenio Martos hasta su jubilación, momento a partir del cual pudo dedicarse más a su afición por los caballos y a estar con su familia y amigos.
Antonio también será recordado por su reconocido fervor a la Virgen de Consolación y, sobre, todo a la Virgen de la Cabeza, a cuya romería, según comentan sus hijos, nunca faltaba.
Era un hombre sencillo y humilde, muy amigo de sus amigos y enamorado de su familia, sobre todo de sus nietos. Era el mayor de ocho hermanos, lo que le permitió vivir todo tipo de momentos en familia, algunos duros, pero siempre rodeado de gente a la que estimaba mucho. Sus últimos años los pasó plenamente dedicado a su mujer por las enfermedades que sufrió y a otra de sus grandes aficiones, los tratos de compra venta, pues también era tratante. Sin duda, pasará mucho tiempo hasta que se asimile esta pérdida en muchos rincones de la localidad donde Antonio departía a diario con sus amigos sobre inmuebles, coches o fincas. Por David Susí, Torredonjimeno

Benito Casado Bruna de Lopera. Un trotamundos de la canción española

Con la muerte, hace unos años, en Madrid de Benito Casado Bruna “El Cholo” se perdía la voz más internacional que ha dado Lopera a la canción española. Benito Casado Bruna nació en Lopera el 26 de junio de 1926 y sus primeros pasos en el flamenco los dio a los 16 años muy en el estilo de Pepe Blanco. Más tarde se marchó a Madrid donde perfeccionó su voz y comenzó a trabajar en algunas salas de fiestas como La Parrilla del Rex y en el Parque Florida del Retiro. En 1952 se enroló en la Agrupación “Los Churumbeles de España”, con la que cosechó éxitos y prestigio en una gira por Europa y América, actuando en los mejores teatros de México, tras lo cual creó su propio espectáculo y lo llevó a Perú, Venezuela, Panamá, San Salvador, Argentina y México.Allí hizo famosas las canciones Te quiero, Monísima, Chamaquita mexicana y Algo de España. En 1954 trabajó junto a Imperio Argentina en México con el espectáculo La Maja de los cantares, donde cosechó un gran éxito al cantar Cucurrucucú paloma por bulerías. En 1960 actuó en las emisoras Radio Mendoza (Argentina) y Radio Panamericana (Panamá) y la Casa de España en Argentina le rindió un clamoroso homenaje en reconocimiento a su arte y talento. Posteriormente, hizo una gira por Francia donde hizo famosa la canción Lagrimas del corazón interpretada en francés. Años más tarde, regresó a Hispanoamérica triunfando con el espectáculo W la Nueva Ola y en 1979 estrenó en Mendoza (Argentina) el espectáculo Galas del arte Flamenco con Benito Casado y su elenco con canciones como El beso, Isabela, Torico Nevao, Cielo andaluz o España de mis amores. De nuevo en España actuó en su querida Lopera donde hizo famosa la canción “El pozito del amor” y participó en el espectáculo “Alma de España” junto a Antoñita Moreno cosechando un rotundo éxito. También participó  en el espectáculo “Filigrana Española” junto a Juanita Reina y Caracolillo en el Teatro Policrama de Barcelona y Calderón de Madrid. En sus largas estancias en Hispanoamérica participó en dos películas, una rodada en México bajo el título “Música en la noche”  junto a Carmen Amaya, Pedro Vargas y Tito Guizar. La segunda película fue rodada en Guatemala bajo el título de “Caribeña” junto a Armando Calvo, donde destaca la canción “El besito mordeón”. Destacar por último que “El Cholo” como era conocido popularmente, grabó varios discos con la casa RCA Víctor Perales y que, de sus estancias y vivencias en Buenos Aires, San Salvador, Venezuela, México y Perú mantuvo gran amistad con Agustín Lara, Luis Mariano, Mario Moreno “Cantin-flas” y Pedro Vargas, entre otros. Su memoria siempre permanecerá viva en todos los loperanos, ya que en todo momento llevó a gala el nombre de Lopera por todos los rincones del mundo.  Por José Luis Pantoja. Lopera

Juan Cecilio Álvarez Bergillos, de Alcalá la Real. Un amigo de la infancia y de la vida

Hay compañeros de escuela que aparecen a lo largo de la vida como el río Guadiana. Los tuviste de compañeros de banca y de tintero con pluma en los comienzos y los ves a desembocar a la mar, como los ríos, en el trayecto final de la vida. En medio, desaparecieron de tu presencia por motivos laborales. Te los encontrabas por las fiestas patronales o navideñas.
A veces, compartías el destino del servicio militar y, en el retiro, compartías muchas tardes otoñales e invernales paseando y recordando nostalgias del ayer.
Este es el caso de los momentos compartidos con Juan Cecilio Álvarez Bergillos, mi compañero de infancia en el aula del maestro don Pascual Baca Balboa, de las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia, donde vestimos el mismo babi de color grisáceo y  nos calentábamos con piedras calientes metidas en talegas. Por las tardes  merendábamos juntos los cantos de aceite con chocolate de bollo de Priego, en la Placeta del Rosario, mientras jugábamos al pincho en aquel barro del tercer mundo. Mientras, nuestras madres cuidaban de los abuelos.
Juan y yo nos intercambiamos bolicas, tebeos del Capitán Trueno, de Roberto Alcázar y Pedrín, y participábamos en las procesiones infantiles de papel de seda imitando los pasos de la Semana Santa alcalaína. Luego, nos convertimos en dos afluentes independientes del río idealista de nuestro tiempo: corrían tiempos en los que los niños nos decidíamos por la sotana o por las armas. Juan se fue destinado al Cuerpo de la Guardia Civil y yo tuve la suerte de quedarme estudiando los cursos de Humanidades del Seminario de San Eufrasio. Las vacaciones eran escasas en ambos destinos; y rara vez nos saludamos, incluso, a veces, lo hacíamos uniformados con los nuevos atuendos.
Pero Juan volvió a su tierra alcalaína y en ella nos reencontramos.Vino hace tiempo jubilado de su profesión, pero no descansaba ni un momento. Vivía apasionado por el mundo de la Astronomía se asemejaba en su manera de vivir a muchos astrónomos apasionados por la perfección del firmamento. Removía papeles, hacía instancias diarias,  solicitaba audiencias casi semanales para abrir un observatorio en la ciudad. Lo intentaba y lo volvía a intentar. No decaía ante el fracaso. Sugería Los Llanos, la Fuente del Rey, la Mota… al final en su casa montó su cúpula, su telescopio astronómico, su planetario y su biblioteca del mundo de las estrellas. Murió su madre y quedó desangelado y  tendió nuevos lazos amorosos que no llegaron a cuajar lo que hubiera sido su felicidad.
Su huella quedó impresa en muchos niños, porque abundó en impartir conferencias gratuitas en muchos centros escolares. El hilo del estudio y la contemplación de las estrellas se mantuvieron en la Sociedad Alcalaína Einstein y en su cúpula anidaron las ilusiones de un astrónomo local que pasó, durante su vida, por un servidor de la sociedad, un voluntario no reconocido y un  don Quijote de la ciudad de Alcalá la Real. Por Francisco Martín. Alcalá la Real

Diego López Gallardo, de Mengíbar. Un padre ejemplar y un hombre de palabra

Va a hacer dos años que te fuiste y, al contrario de cómo viviste (dando voces), te fuiste sin dar jaleo. Hombre trabajador, familiar y... padre no, padre no: ¡Señor padre! Serio, formal y, lo que ya no hay, un hombre de palabra.
Me acuerdo hace veinte años cuando nació mi hijo Diego y te abrazaste a mí con los ojos llorosos diciéndome: “Hijo, ya tienes tú a tu hijo”. Luego, ya grandes tus tres nietos (Diego, Antonio y Óscar), subían a casa cuando llegaba la feria y siempre decías lo mismo: “Tomad, esto es lo que tengo, lo he estado ahorrando todo el año. Pedirle a la abuela que es la que tiene los dineros”. Muchas veces pensamos  que estamos toda la vida penando para que no nos falte el pan, sobre todo tú que de crío tuviste que trabajar para poder comer. Criaste tres hijos, nos casaste y cuando podíais estar bien tú y mamá... Adiós.
No hay un día que me levante y no me acuerde de ti. ¡Hasta luego, papá! De tu hijo Diego López Sánchez. Mengíbar

 

 

 

 

    11 sep 2011 / 11:29 H.