Hasta siempre
Aurora Ramírez Martínez de Jaén
"Creo que todos nos sentimos huérfanos"
Yo creo, Aurora, que todos nos sentimos huérfanos. Todas. Huérfanos de amiga, huérfanos de madre: Alejandro, Olga, África, la chiquitina que sólo recordará la presencia de la abuela según le vayan contando y la ternura se lo fabrique en el enredo de los sentimientos, esas tardes de invierno o de primavera mientras se repasa la caja de las fotos y los padres cuentan cosas sintiendo la calidez de la ausencia que se fue y permanece, ya que ningún niño debe crecer y vivir sin recuerdos de la abuela. De las abuelas.

"Creo que todos nos sentimos huérfanos"
Yo creo, Aurora, que todos nos sentimos huérfanos. Todas. Huérfanos de amiga, huérfanos de madre: Alejandro, Olga, África, la chiquitina que sólo recordará la presencia de la abuela según le vayan contando y la ternura se lo fabrique en el enredo de los sentimientos, esas tardes de invierno o de primavera mientras se repasa la caja de las fotos y los padres cuentan cosas sintiendo la calidez de la ausencia que se fue y permanece, ya que ningún niño debe crecer y vivir sin recuerdos de la abuela. De las abuelas.
Variados y profundos son los recuerdos en conversaciones con tus amigas y compañeros. Dulce, Concha, Lourdes, Manolo Cazalilla, Pepe Carretero, José María Capitán o los “Juanes” de los viajes al Sahara en los desiertos argelinos y los descansos en las jaimas después del quirófano improvisado en un hospital de adobes. Y Manoli, la amiga siempre dispuesta a viajar desde Sevilla para compartir alegrías y suavizar penas. La lista se haría interminable.
No es porque ya no estés, Aurora, y en los obituarios debamos comportarnos y hablar siempre con elogio de los amigos que se fueron y no volverán a estar. No es eso, Aurora. Ni quiero repetir tópicos como que siempre se marchan los mejores. No es eso, amiga.
Créeme. Es cierto que con tu marcha, quienes te conocemos y queremos tenemos el sentimiento de haber perdido un cachito de la propia vida. De esta vida de la que aún alguien nos cuenta que es un valle de lágrimas o una mala noche en una mala posada. Nada de eso es cierto. Tu bien lo sabes.
Si bien es una realidad que nadie puede hacer su vida más larga, sí que nos asiste el derecho (yo hasta lo llamaría el deber) de trabajarnos una vida más ancha, más hermosa, justa, limpia, desprendida, solidaria y hasta más divertida.
Tú, amiga, has sido ejemplo de esa generosidad amistosa que te llevaba a estar siempre pendiente de los demás, incluso hasta olvidarte de tus propios dolores y soledades: siempre alegre y positiva, aunque te retorcieras por dentro. Lo has hecho a tu propio aire y, tal vez por ello, la familia, los amigos y hasta el propio Hospital Princesa de España, te estamos ya echando tanto de menos.
No voy a recordarte más cosas de las que ahora hablamos juntos la gente que te queremos. Pero sí quiero decirte que ojalá el mundo estuviera más lleno de gente tan noble, limpia y entregada a la amistad como tú lo has sido, Aurora.
Amiga, me temo que no voy a saber finalizar estas líneas, por eso me arriesgo a hacerlo con el recuerdo de los seres muy próximos y queridos que se te adelantaron unos años en este tu definitivo viaje y tampoco han podido estar en tu despedida. Estoy recordando a tu entrañable hermano Esteban y al querido José Luis Verdes, con quienes tanto hemos vivido y compartido. Qué rabia por todos y por nosotros mismos, pero no nos queda más remedio. Es ley de vida: dura ley, pero ley de la que ninguno nos libraremos. Te adelanto un beso de todos los que nos queremos, amiga Aurora.
Por Manuel Anguita Peragón.
“Una gran persona, comprometida y solidaria”
Te fuiste, amiga y compañera, como las aves que surcando el cielo van en busca de mejor abrigo. Y tú, que fuiste una gran persona, comprometida y solidaria, compañera de tus compañeros, allí donde quiera que estés ahora encontrarás ese mejor abrigo y esa paz que tanto te mereces.
Sabes que dejas un gran vacío en nuestros corazones y en nuestro hospital, donde durante tantos años, ejerciste tu profesión de enfermera. Te fuiste, sí, pero no de mi recuerdo ni de mi corazón, donde te quedarás para siempre.
Por Mercedes Olías.
Alegre y dispuesta
“Entre la verdad y la mentira puede no haber más de cuatro dedos: la distancia que separa la oreja del ojo. Porque lo que te contaron puede no ser verdad, si te mentían. Pero lo que tú has visto con tus propios ojos sabes que es cierto, y para ti es innegable ya. Por donde vayas luego proclamarás esa verdad, de la que eres testigo. Y ya no te dejará, porque lo has visto”. Proverbio saharaui.
Querida “serrana”, como me gustaba llamarte, te conocí en el año 2001 cuando tu amigo Juan te pidió formar parte de la Comisión de Cirugía y Urología, que desde nuestra provincia se desplaza todos los años a dar asistencia especializada a la población refugiada saharaui en ese infierno argelino que se llama la Hamada de Tinduf. Tu respuesta solidaria fue inmediata, y no se limitó a ese año, sino que continuó durante seis largos años más, hasta que tus circunstancias personales no te permitieron viajar, aunque tu labor callada continuó colaborando activamente en este proyecto.
En todo este tiempo en el que te he conocido, te recuerdo alegre y dispuesta a ayudar en lo que se te solicitaba. Como ya peino canas, me viene a la memoria aquella frase con la que terminaba el padre Arteaga en la televisión de blanco y negro de los años 60, “estar siempre contentos para hacer felices a los demás” y creo sinceramente que tú lo has llevado a cabo a lo largo de tu vida.
Quiero terminar esta carta de agradecimiento a tu labor solidaria con el texto que figura en el reconocimiento que en el año 2005 te hizo la Asociación de Amigos del Sahara Libre en la ciudad de Linares, y que tu nieta, a la que quisiste con fervor, cuando lo pueda leer se sentirá orgullosa de su abuela Aurora. Un beso y que Dios nuestro Padre te conceda la alegría de su presencia.
“La Asociación de Amigos del Sahara Libre agradece a la enfermera doña Aurora Ramírez Martínez su relevante y acreditada solidaridad con el Pueblo Saharaui y su colaboración solidaria en el proyecto de asistencia quirúrgica especializada a la población refugiada saharaui”. (Linares, 16 de abril de 2005).
Por Miguel Mesa.Manuel Sánchez Martínez de Linares
“Un carácter marcado por la sencillez y la humildad”
El 17 de enero de 2009 nos dejaste. Durante todo este tiempo, hemos recibido numerosas muestras de cariño de aquellos que sentían un gran afecto por ti y que aún te mantienen en su memoria como la admirable persona que eras. Manolo, tu gran obra fue la huella que tu calidad humana grabó en nuestros corazones. Siempre seguirás vivo en el recuerdo de los que te queremos.
Son las palabras de despedida que ofrecen, en nombre de toda la familia, Encarni, Pedro y Manolo, hijos de Manuel Sánchez, para darle su último adiós. Su marcha fue dolorosa para todos los que lo querían, pero siempre tendrán en la memoria la imagen de su bondad. Era un hombre sencillo, que, por suerte, tuvo una vida larga. Falleció con 81 años, un tiempo suficiente para dejar claro que fue una buena persona y amigo de sus amigos.
Su carácter estaba marcado por la sencillez y la humildad. Sin embargo, por otro lado, en cada una de sus acciones, quedaba patente su interés por ayudar a lo que más lo necesitaban. Siempre se interesaba por el más débil. Hizo un voluntariado y, después, se implicó en el acompañamiento de personas que se encontraban solas. Además, siempre mostró su preocupación porque los que lo rodeaban aprendiesen. Él sentía la misma inquietud. Su vitalidad y carácter emprendedor lo empujaron a llevar una vida activa. Hasta el final, animó a todos a luchar por sus metas.
Su mujer, Maruja, fue su gran amor. La amó con locura. Se casaron en 1952 y nunca se separaban. Él necesitaba ver que ella estaba bien para ser feliz. También sentía un gran amor por sus hijos y sus nietos, que lo llenaron de alegría. Encarni, Pedro y Manolo, en nombre de toda la familia.José María Losas Palomares de Jaén
“Somos esa alondra que apunta al cielo”
“Y por tanta virtud acumulada,
por tanto esfuerzo y lealtad,
la alondra alzará su vuelo,
pues les señalas abiertas
tú, las puertas de la esperanza y del cielo”
“Gracias, Señor, por habérnoslo regalado 91 años”. Con estas palabras tan emotivas, pronunciadas por el sacerdote en la homilía, te despedimos el día 25 de noviembre de 2009. Han pasado dos meses y tu ausencia está presente en nuestros corazones. Tu familia somos esa alondra que quiere apuntar al cielo. Tú nos enseñaste a serlo.
Tres eran tus pasiones: tu familia, tu tierra y tu trabajo. El amor a tu esposa, a tus hijas y, sobre todo, a tus nietas, Paqui y Ana, te marcaron durante tu paso por este mundo. Tenías con ellas una química especial. Durante tus numerosos ingresos, siempre estuviste acompañado por alguno de nosotros. Jamás te quedaste solo. Por las tardes, no faltaba a la cita tu esposa, Ramona, que, en los encuentros, te besaba, te acariciaba y te preguntaba cuándo ibas a volver a casa. Aún sigue sin entender tu ausencia, y su confusa mente no asimila el vacío. Todos nos acongojamos cuando insistentemente nos interroga sobre dónde estás. Le decimos que estás haciendo un viaje muy largo y que algún día nos encontraremos todos.
Tus nietas lo eran todo para ti. Recuerdo cuando hablabas de ellas con los enfermeros y los médicos. ¡Te sentías tan orgulloso! Y puedes seguir enorgulleciéndote, porque siempre permanecerás vivo en sus corazones. Evocan los piropos y comentarios que siempre les hacías, incluso, en la recta final de tu enfermedad. Pero es que tu cordura y amor por esas niñas no entendían de la gravedad de tu estado. Y para mí, fuiste el padre que perdí hace tiempo.
Tu tierra ocupó siempre un lugar importante en tu vida. Recuerdo que, cuando tu enfermedad se agravaba, te decíamos que íbamos a ir a Miller —tu aldea— y se te transformaba el semblante. Aseguraría que te ponías mejor. Y, fieles a la cita, te hemos acompañado hasta última hora en esas visitas al encuentro con tus raíces, con tus familiares y amigos. Sé que de noche pensabas, te dormías y soñabas con esas cosas —materiales y espirituales— que te ataban a tu tierra: los paisajes, los pinos, las olivas, los “mojones”, tu casa, tus vecinos y amigos. Cuando íbamos, lo primero que hacías era visitar Las Cuevas, Las Nogueras, La Breña. Te conocías palmo a palmo tu aldea. Era frecuente que muchos de tus paisanos te consultaran sobre los linderos de sus posesiones, al ser uno de los pocos que conocían todos los rincones de la sierra como la palma de tu mano. Seguro que te echarán de menos.
Me contabas cómo te hiciste guarda forestal. Te atraía de un modo irresistible todo lo que fuera naturaleza. y tu tierra, tu trabajo de por vida. Conseguiste el primer destino en Los Teatinos, en la huerta de Santiago de la Espada. ¡Cuántos amigos y cuánto bien hiciste allí! Yo he sido testigo de todo ello. He podido comprobar, en los múltiples viajes allí realizados, cómo te querían los lugareños y cómo evocaban contigo tantas y tantas anécdotas de aquellos tiempos difíciles de la posguerra. Solicitaste un traslado pensando en la formación de tus hijas, y te destinaron a Jaén. Aquí, por tu valía, seguiste subiendo escalafones y empezaste a tener responsabilidades mayores. Te pateabas toda la provincia y, sobre todo, la Sierra Sur: Valdepeñas, Castillo, Frailes, Las Ventas del Carrizal, Alcaudete, etcétera, lugares donde aún hoy te recuerdan como el sargento Losas que, en compañía de su buen amigo y ayudante Romero, recorría esta zona sembrando amistades por todas partes.
Gozabas de una memoria prodigiosa y una inteligencia superior. Recuerdo que, hasta última hora, te pasabas las horas sentado hojeando la prensa diariamente, (estabas suscrito a Diario JAEN), repasabas tus cuentas, veías la televisión y escuchabas la radio. Seguías muy de cerca la actualidad política, te apasionaban los debates, estabas al día de todo, pese a tus noventa y un años.
Tus ansias de vivir eran tan grandes, que, a pesar de lo avanzado de tu edad, te considerabas con fuerzas suficientes para seguir hasta los cien años. No aceptaste la muerte hasta los últimos momentos, pero yo fui testigo de la entereza y resignación con que la recibiste.
Creo que los años no justifican la muerte, y aunque irremediablemente nos vayamos haciendo a la idea, cuesta aceptarla. La separación de un ser querido es muy dolorosa, pero con la fe y la esperanza de un reencuentro se nos hace más llevadera. Todos somos esa alondra que apunta hacia el cielo. Siempre estarás en nuestros corazones. ¡Te queremos!
Por Antonio Rodríguez Serrano.