Hasta siempre
Antonio Carrillo Gutiérrez de Jaén
“En recuerdo de mi amigo Antonio”
Ha pasado un año, ¿es posible? Sí, sí que es posible. Ha pasado un año desde que nos dejó Antonio Carrillo Gutiérrez y estoy plenamente seguro de que ninguno de sus amigos ha podido olvidarle.
Sí, es verdad, no hemos podido olvidarle porque, a lo largo de la vida de cada uno de nosotros, no habremos podido conocer a un hombre tan íntegro y de tan inmejorables cualidades. Emprendedor, honrado, amable y de una personalidad tan arrolladora que, a su paso, las puertas se abrían y el entorno se iluminaba para alegrarnos hasta en los peores momentos.
“En recuerdo de mi amigo Antonio”
Ha pasado un año, ¿es posible? Sí, sí que es posible. Ha pasado un año desde que nos dejó Antonio Carrillo Gutiérrez y estoy plenamente seguro de que ninguno de sus amigos ha podido olvidarle.
Sí, es verdad, no hemos podido olvidarle porque, a lo largo de la vida de cada uno de nosotros, no habremos podido conocer a un hombre tan íntegro y de tan inmejorables cualidades. Emprendedor, honrado, amable y de una personalidad tan arrolladora que, a su paso, las puertas se abrían y el entorno se iluminaba para alegrarnos hasta en los peores momentos.
Y —¿cómo no?— aquí viene una de las anécdotas más íntimas, pero que quiero compartir como signo de la amistad que con Antonio me unía. Por lo mismo, recuerdo con emoción el día en que, dirigiéndose a mí, lo hizo con el mismo respeto y confianza que se le suele tener a un padre. Y ocurrió tal y como os lo digo y tal y como lo escuché.
—Bernardo –me dijo—, quiero presentarle a mi novia.
—¡Estupendo, Antonio! Me alegraré mucho de conocerla
—Pero, Bernardo, yo no quiero presentársela como pudiera hacerlo con algún otro amigo.
—Entonces, ¿cómo lo quieres hacer?
—Quiero presentársela formalmente para que, una vez que usted la conozca, si le parece, nos dé su bendición.
Conocí a Marisa, me deslumbró y ambos consideraron que su noviazgo había quedado consolidado. Os parecerá raro el hecho o, incluso, un poco chapado a la antigua, pero así era Antonio Carrillo Gutiérrez y, a pesar de su avanzado modernismo, también era sumamente respetuoso con las costumbres de sus ancestros. ¿Él por qué me eligió a mí? Eso ya es otra historia, que, de momento, no viene a cuento porque este escrito es una historia interminable.
¿Cómo yo, en particular, puedo olvidar a mi amigo Antonio? No, no puedo. Fue un amigo que, como podréis observar por el diálogo y a pesar de mi insistencia, jamás se permitió el uso del tuteo con mi persona.
Por Bernardo Ruiz López.
Mercedes Lendínez Serrano de Jaén
A ti, mi reina
¡Hola, mi reina! Estas palabras aquí reflejas no son ni la milésima parte de lo que te mereces. Comencé a escribirte esta carta esta mañana, 11 de mayo, frente a ti, antes de darte el último adiós. Ante todo, quiero agradecerte la vida de plena felicidad que me has brindado, he sido una niña muy feliz y gran parte de ello te lo debo a ti. Desde pequeñita, no has parado de mimarme.
Hoy me despido de una de las personas que más me ha enseñado en la vida. Tú has sabido indicarme un camino correcto en muchas situaciones y me despido de una de las personas que más ha luchado por vivir. Estos 23 días en el hospital has demostrado la fuerza y las ganas con las que querías seguir entre nosotros. Me quedo con muchas cosas de estos fatídicos días, pero, sobre todo, me quedo con tres palabras que me decías nada más verme, daba igual si era el día que más contenta estabas o el día que más débil te encontrabas, pero, cuando yo me acercaba a saludarte, no parabas de besarme y me decías: “Guapa, guapa mía”. Recuerdo la noche de aquel lunes, cuando te pusiste tan malita. Me quedé sola con Álex esperando que mi hermano viniese para dormir contigo. Tú no tenías fuerzas ni para abrir los ojos. Yo pensaba que ya te me ibas y, entre lágrimas, te apreté fuerte la mano y te dije: “Te quiero”. Tu reacción fue devolverme el apretón de manos. No se me va a olvidar ese gesto tuyo en la vida. Apenas sin fuerza, al escuchar mi voz, me hiciste saber que me estabas escuchando. Esa mañana, cuando estabas tan débil y sin apenas poder hablar, dijiste en dos ocasiones: “Mi Juan Ángel, mi Juan Ángel”. Pues sí, algo decía que tu Juan Ángel esa noche tenía que quedarse a dormir contigo. Una noche en la que, con su valentía y coraje, te ayudó para que no te fueses tan pronto de entre nosotros. Esa noche y otra de las que más malita te pusiste estaba él. Algo decía que tenía que ser tu Juan Ángel quien esas noches te acompañase para ayudarte a salir adelante, y así fue. Todos sabemos que hizo mucho, muchísimo, por ti para que aguantases un poquito más.
Muchos son los recuerdos que tienes con cada uno de tus nietos. Tu nieta Loli vino de Alemania para verte y despedirse de ti, pero, al final, tú sacaste fuerza y decidiste acompañarnos dos semanas más. Tus nietas de Almería, los de tu “Paquito”... Y, cuando la otra tarde, le dijiste a Fran: “Gachón”. Eso sí, la gracia que tenías no te la quitaba nadie, estuvieses como estuvieses. También está aquella persona que ha compartido contigo la mayoría de las noches en el hospital, mi tata. Una noche la cogiste de la mano y, con voz súper tierna, le dijiste: “Ya estoy mejor”. Esa frase tu nieta no la va a olvidar en su vida. Todos tus nietos te adoran, todos. Hay uno en especial que nunca llora, nunca. Es así de duro, pero sé, y todos sabemos, que te quería con locura. Es tu Pedrín. Tienes 13 nietos a los que has enseñado siempre el camino correcto a seguir. A los más pequeños, a los que no has dejado de mimarnos, como tu David y yo. Y tus hijos e hijos políticos te aman. Eras una madre ejemplar y una suegra única.
Me despido ya de ti, mi reina. Tú mejor que nadie sabes lo que significabas para mí. He intentado hacerlo lo mejor que he podido contigo, estando a tu lado hasta tu último suspiro; sí, ese último suspiro, que fue la peor sensación que he sentido en mi vida cuando ya le dije a mi madre y a los titos, ya está, dejadla tranquilita. Tú me viste nacer y yo te vi marcharte. Pero, a la vez, siento alivio, alivio porque mi reina ya no iba a sufrir más y, sobre todo, porque sé que no estás sola. Estás con tu Francisco entre otra mucha gente a la que tú quieres y el abuelo, ahora, debe estar súper contento de que vuelve a su lado la persona más maravillosa que pudo conocer en su vida. Nunca te voy a olvidar, mi reina, nunca. Te quiero.
Por tu “Elenilla”, Elena García Sánchez.
JAVIER LOZANO RODRíGUEZ de Linares
“Que seas feliz donde estés”
El pasado día 27 de abril, a eso de las 8 de la mañana, y cuando me disponía a levantarme para celebrar mi cumpleaños, recibí una llamada de teléfono de mi compañera de trabajo Inma, en la que me comunicaba con palabras entrecortadas: “Juan, Javi no ha podido más”. Después de ese momento, no hubo más conversación entre nosotros. Se me vinieron encima multitud de recuerdos y anécdotas que nos habían pasado a Javi y a mí juntos.
Comencé a comunicárselo a todos los compañeros que tenía al alcance del teléfono y a todos les dije la misma noticia: “A las 8 de la mañana de hoy ha fallecido nuestro compañero Javi Lozano. D. E. P.”. Todos volvían a llamarme incrédulos por la noticia que yo les había dado; otros ya lo sabían a través de otras personas.
Han sido cincuenta días luchando por no dejarnos, cincuenta eternos y largos días, puesto que estábamos todos informados de cómo ibas evolucionando y nunca perdíamos la esperanza de que lo ibas a superar. Al final, y cansado de luchar, nos has dejado.
Nos has dejado, pero para nosotros ha quedado tu sabiduría, tu profesionalidad, casi toda en la Unidad de Traumatología del Hospital “Princesa” de Jaén, tu manera de ser, siempre con buen humor. Nos hemos quedado muy tristes, huérfanos de un gran compañero, de un gran amigo al que nunca olvidaremos, de un gran enfermero “con Pin”.
En mi nombre propio y en el de todos los trabajadores de este “tu Hospital”, te deseamos que, allá en el cielo, sigas desarrollando toda tu enseñanza y el cariño que tenías a tu profesión. Nosotros nunca te olvidaremos y esa planta del Princesa en la que ejerciste la mayor parte de tu carrera profesional ya no será para mí la quinta planta, será la planta de Javi. Que seas feliz allá donde te encuentres, amigo.
Por Juan Zumaquero Gallardo y demás compañeros de la Unidad de Traumatología del Hospital Princesa de Jaén.
PEDRO MOLERO GARCÍA de Garcíez
Una persona ejemplar
Querido abuelo, esta será la última vez que estarás cerca de nosotros y no queremos que te vayas sin una despedida como te mereces.
Para nosotros fuiste una persona ejemplar, un padre justo y el mejor abuelo que un nieto pudiera tener. Trabajador y honrado a no poder ser más. En este tiempo, cada uno de nosotros te hemos dado una pequeña parte de lo que tú nos diste: Muchísimo amor, cariño, apoyo, felicidad, unión y otras muchas más cosas, tantas que nos faltaría papel para poder expresarlas.
Siempre recordaremos cuando, siendo niños, pasábamos grandes temporadas con vosotros mientras nuestros padres tenían que trabajar. En tu casa nunca nos faltó de nada y, lo más importante, nunca vimos una mala cara, ni un mal gesto tuyo ni de la abuela, sino al contrario, y eso siempre os lo agradeceremos.
Hoy que estamos todos juntos hemos estado recordando tus refranes, tus canciones y muchas anécdotas que nos dejaste y que nunca podremos olvidar. Sin duda, eran vivencias para contar a nuestros hijos y, por qué no, a nuestros nietos.
Abuelo, qué duro y difícil es decirte adiós, pero solo con pensar que estás con lo que más querías, nos llena de gozo y compensa un poco más nuestra tristeza. Ya estás con ella, con “tu Antonia”. Cuéntale a la abuela todo el cariño y compañía que has tenido hasta el último momento.
Me gustaría que pudieras levantarte y ver cómo estaba la iglesia el día de tu entierro. Cómo te acompañaron los Hermanos del Cristo de las Injurias hasta el cementerio, cómo te llevaron tus nietos en hombros desde la iglesia, cómo se ha volcado todo el pueblo con nosotros, cómo hemos sentido el cariño de nuestros vecinos, que te lloran desconsolados, y cómo todos los garcileños han estado en todo momento a nuestro lado, sintiendo nuestra pena como suya. No se recuerda nada igual en Garcíez.
Por eso, más que nunca, nos sentimos orgullosos de ser los nietos del “Rojillo”. No dudes de que siempre estarás en nuestros corazones, abuelo. Qué bonita palabra es “abuelo” para ya no poder decírtelo más. Un abrazo muy fuerte de tus nietos. Te queremos, abuelo.
Por tus nietos.
José Heredia Cortés de Alcalá la Real
“Se acumulan las vivencias”
Me cuesta escribir este obituario. Y, en modo alguno, no es porque no tenga datos suficientes sobre Pepe Heredia, que era como familiarmente lo llamábamos. Pero se me acumulan las vivencias y se me ofrecen por doquier los lazos de amistad que compartí con su persona y sigo compartiendo con toda la familia. Desde mi niñez hasta su óbito, pasando por los años de buena vecindad que nuestras familias mantuvieron en el barrio sanjuanero, se me abre un libro de numerosas páginas de encuentros esperados, sentimientos comunes y vivencias apreciadas. En las afueras de aquel barrio, donde vivían sus padres, Rafael y Paquita. Me impactaban mucho por la sabiduría natural de las familias sencillas cuando acudíamos su nieto Antonio y yo a aquella casa que despedía la Alcalá urbana. Me vienen a la mente muchos momentos de recuerdo entre mi padre y Pepe, porque compartieron el laboreo yuntero en los campos de Frasquito Huertes, aquel personaje de espíritu patriarcal que los despertó con su ejemplo y testimonio de religiosidad familiar en la profunda amistad y en la devoción al Cristo sanjuanero. Mi padre y Pepe vivieron momentos fundamentales de la reorganización de aquella hermandad de abolengo campesino que se transformó en cofradía pasionaria, también sintieron en común los primeros sones semanasanteros con el nacimiento de la primera banda del Cristo de la Salud y la segunda mixta con la cofradía de la Angustias, el mundo de las demandas agosteñas en el campo, la praxis religiosa austera y sincera con todos los de su derredor, la cita ineludible de los primeros domingos de septiembre y, sobre todo, la atracción por la sinceridad formal hacia aquel hombre de manos sarmentosas y alargada y pálida cara, lo que siempre me comentaba como vínculo de unión entre familias, vecindades y amistades.
Después, Pepe junto con Aurora y su prole tuvieron la suerte de disfrutar de la estación diaria y de aquel rincón, tramo intermedio de la calle Veracruz y de la calle Llana, que se convertía en el patio común donde crecieron la sana amistad de nuestras familias, en medio de juegos tradicionales, la enseñanza de la escuela de calle y los hogares abiertos a la solidaridad vecinal. No olvidaré nunca su mirada protectora hacia el crecimiento generacional de un grupo humano de chavales que mantuvo hasta hoy los principios de la buena familia. Fueron los años en los que Pepe se desvivió por la formación de sus hijos en los centros escolares y en el instituto. Vivió con pasión su participación en el equipo de Cesta y Puntos de su hijo Antonio. Su casa se engrandecía con el nacimiento y el primer puesto de trabajo de Rafa, Francisco y Aurora, convirtiéndose en una modélica familia numerosa que, como padre honrado y trabajador, sacó adelante en su nuevo currículo laboral de peón caminero de la Diputación… En palabras de Ángel González se sentía: “De vosotros/ los jóvenes,/ espero/ no menos cosas grandes que las que realizaron/ vuestros antepasados/”. Bajó al llano, nunca se olvidó de la naturaleza, ni del laboreo del campo, del andar por los caminos del ruedo de Alcalá. Siempre presto a participar en la conversación agradable y atender el saludo cariñoso, se nos ofrecía como un andante jacobino para superar y vencer los achaques de la salud. Nunca olvidaré su generosidad y su lealtad en momentos difíciles. Me recordaba a los buenos caballeros de la palabra dada y mantenida y, siempre, obviaba el camino del escondrijo y se oponía al de la frontalidad insulsa. Fue el primero que permitió que, con sus pocos bienes, se acercara la fortaleza de la Mota a las nuevas vías de comunicación, cediendo su pequeño peculio cuando se lo pidieron. Sin poner obstáculos, con altura de miras y sin egoísmo de otros que, con mucho, no dejaban resquicio para la colectividad. De seguro que estará contemplando la cara de aquel Cristo al que siguió muchos años tras el paso procesional de la tarde del primer domingo de septiembre. Y, con las alforjas llenas de las buenas acciones de la vida, le premiará con los frutos de la eternidad. Me costaba escribir el obituario de Pepe, lo comprendo, puesto que estas letras son simplemente un preámbulo cuyos mejores testigos han sido sus hijos y nietos, que han disfrutado de su amor y cariño paternales. Me quedo con estos versos del poeta anterior: “Os entrego/ una herencia grandiosa:/ sostenella. Amparad ese río/ de sangre, / sujetad con segura/ mano/ el tronco de caballos/ viejísimos, / pero aún poderosos, /que arrastran con pujanza/ el fardo de los siglos/ pasados/”.
Por Francisco Martín.
Juana Catena Ogayar de Albanchez de Mágina
Un homenaje para la mejor
Querido ángel mensajero, este homenaje en el día de la Madre tiene un destinatario: Es para la mejor madre y abuela.
La abuelilla Juanilla, como la llamábamos. La que más nos quería, a la que todo le parecía bien y la que más nos alababa.
La más graciosa, con la que pasábamos muchos ratos de risas.
Ya hace un año que te fuiste de nuestro lado, un año de pena aunque, con un consuelo, que estarás con papá y que algún día estaremos juntos otra vez. Guárdarnos un rinconcito a vuestro lado. Os queremos mucho, mucho.
Por Ramona Muñoz Catena.