Hasta siempre

Encarnación Martínez Olmedo de Mengíbar
“A mi madre”

A ti, madre, que hace tanto tiempo que nos dejaste, aunque tu recuerdo sigue vivo en nuestra memoria y en nuestro corazón, te escribo estas líneas para decirte lo que nunca te dije en mi vida. Porque los hijos damos por hecho que vosotros sabéis que os queremos aunque no lo digamos.

    04 nov 2012 / 10:23 H.

    Una madre que mientras la tenemos a nuestro lado no sabemos apreciar todo el amor que día a día nos da, el sacrificio que llega a hacer por nosotros sin pedir nada a cambio y después de muerta daríamos todo lo que tenemos por abrazarla y besarla, aunque fuese un instante. Como madre era una trabajadora infatigable, luchaste por tu familia para poder sacarnos adelante. Era de estatura pequeña, gigante de corazón. Como madre luchaste en la vida, siempre en la adversidad te levantabas con más fuerza. Te tocó vivir lo más duro de la vida; no tenías estudios pues tenías la sabiduría que te había enseñado la vida, que para mí la hubiese querido.
    Hoy es un día especial, ha nacido tu biznieta. Ahora sé el orgullo que te llenaba cuando hablabas de tus nietos. Se acerca tu aniversario y no ha pasado ni un día que no te hayamos echado de menos. Tú ya no estás entre nosotros, pero mientras vivas en nuestra memoria y en nuestros corazones para siempre vivirás.
    Por tu hija Loli.
    De Mengíbar


    Salustiano Cano Cuadros de Beas de Segura
    “En tu memoria, hermano Salustiano”

    Para cualquiera de nosotros es muy complicado comenzar este escrito. En nuestra mente se amontonan recuerdos de difícil diferenciación con el denominador común de la felicidad compartida con quien comenzó siendo nuestro maestro, maestro de academia y maestro de la vida, maestro de maestros y de catedráticos, maestro en la escuela y maestro en la calle y terminó siendo nuestro hermano.
    Tú, hermano Salustiano, nos enseñaste y nos convenciste para ser hombres de Dios, seguidores de la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre.
    Ante todo, fuiste amigo, tomando la amistad en el más amplio sentido. En ti encontramos a una persona maravillosa que supo estar cerca de nuestros corazones para siempre y cumpliste con creces todos los requisitos que hay que tener siendo amigos.
    Estuviste a nuestro lado en aquellos momentos difíciles sin que te llamásemos, cualquiera de nosotros encontró en tus consejos ese bálsamo tan necesario en esos momentos, también compartiste con nosotros los buenos ratos con nuestra cofradía, adornando el trono. Siendo niños nos enseñaste a buscar las florecillas silvestres para componer el más bello cadalso. En las reuniones, sentando cátedra con tus sentencias que todos veíamos adecuadas y justas.
    En las procesiones, con la solemnidad necesaria para hacer de ese desfile una catequesis viva por nuestras calles y en las reuniones de los Sábados Santos por la noche, una vez que Cristo había resucitado con la satisfacción del deber cumplido, noche de alegría y crucial para la vida de un cristiano.
    Eras de los que estaban presentes, siempre dispuesto, calladamente, a dar lo que tenías; eras un buen amigo, el mejor.
    Ahora, hoy, eres una ausencia que todo lo llena. Esperamos y sabemos que mañana, pasado, cuando sea, serás uno de esos recuerdos imborrables y recordar los buenos momentos que pasamos juntos será lo que nos haga esbozar una sonrisa cuando más la necesitemos. Amigo, no te olvidaremos nunca, te añoraremos siempre.
    A ciencia cierta sabemos que ya que peleaste en la buena batalla de la fe, ahora en la vida eterna, a la cual has sido llamado habiendo hecho buena profesión delante de muchos testigos, estarás gozando del merecido descanso en presencia del Amor de los Amores.
    (Salustiano Cano Cuadros murió a los 76 años de edad el día 4 de marzo de 2012. Fue maestro nacional y hermano de la Cofradía del Santo Entierro y Santo Sepulcro de Cristo de Beas de Segura).

    Por Dionisio Martos Medina
    de Beas de Segura


    Carmen López Téllez de Torredonjimeno
    “Toda su vida se guió por el afán de servicio y de entrega a los demás”

    Me pongo a escribir unas letras sobre mi madre y la primera descripción que acude a mi mente es la de una mujer valiente y con unos sólidos principios. ¡Cómo volcar en unas pocas líneas unas pinceladas sobre una vida llena de decisiones y acontecimientos, que contados sin precisión o sin acierto podrían llevar a pensar que, en un momento de su vida, fue una persona “alocada”!
    Nada más lejos de la realidad. En su vida se guió por un fuerte ideal: el servicio a los demás. Siendo muy joven, creyó encontrar ese camino dentro del seno de la Iglesia. Tardó varios años en darse cuenta de que la realidad puede ser un fuerte muro sobre el que se estrellan todas tus ilusiones. Y con una valentía que cuesta entender en aquella época y más en una mujer, abandonó la vida religiosa y se entregó a la enseñanza, volcando en ella todo su espíritu de lucha y sacrificio por los demás. Ser maestra era su vida y su pasión. Muchos han sido los alumnos que han pasado por sus manos y me han hablado de su buen hacer: “Si no hubiese sido por ella, hoy no sería quien soy”.
    Cuando pienso en mi infancia (los recuerdos son caprichosos) las imágenes que vienen a mí son una mezcolanza en las que aparecen mi padre, mi madre, mi hermano, pero, por su puesto, la “Escuela”, siempre está presente. Formaba parte de nuestra familia, como si de un componente más de ella se tratara. Porque no solo era el quehacer diario de mis padres, sino su vida.
    La escuela eran las paredes entre las que pasaba gran parte de su día a día, pero también lo eran los niños y niñas por los que luchaban y los compañeros con los que trabajaban, que eran además amigos y casi hermanos en esa lucha diaria que era entonces la enseñanza. Eran tiempos en los que la falta de dinero y material se suplía siempre con esfuerzo, imaginación y, sobre todo, cariño.
    Carmen López, como yo la llamaba muchas veces, era una mujer inteligente, íntegra, afectuosa, amiga de sus amigos, volcada en su familia, amante de sus nietos, con una forma de pensar y ver la vida siempre adelantada a su época. Una persona que me ha enseñado a ser crítica con los asuntos de la vida, pero también me ha proporcionado unos sólidos cimientos con los que construir una vida, mi vida, en la que ahora ella ya, por desgracia, no está físicamente, pero que siempre estará en mi recuerdo y en mi corazón y, por su puesto, en el corazón de todos aquellos que la conocieron y la quisieron.
    Por tu hija, Alicia García-Escribano López
    de Torredonjimeno


    Fernando Zaldúa Muñoz de Sevilla
    “Vivió cada minuto como si fuera el primero”

    “Feo, que eres muy feo”. Fernando se partía de risa cuando, al regreso de un congreso del PP celebrado en Granada, nos contaba la anécdota a quienes regresábamos en su coche hacia Jaén. La cosa fue tal como sigue: Un grupo de descontentos con los gobiernos de la época intentó reventar desde dentro el acto del partido. Recién había tomado la palabra Miguel Sánchez de Alcázar, entonces alcalde de la ciudad, se inició el griterío en la grada, que los militantes intentaron sofocar con aplausos. Uno de ellos, sin embargo, se encaró con un crítico, al que echó en cara su enemistad con la belleza: “Feo, que eres muy feo”.
    Fernando, que estaba al lado de los contendientes, nos relató los hechos por lo menos cuatro veces en el viaje: dentro del palacio de congresos, en el coche, cuando paramos a comer y cuando llegamos a Jaén. Y cada vez que la contaba se reía más. Lo que no le costaba mucho porque la felicidad era su seña de identidad. Fernando era una persona entrañable, alegre, de esas que por la mañana adquieren el valor de un periódico por aquello que siempre es mejor tomar el café con él. 
    El recuerdo es un buen aventador. Separa el grano de la paja sin esfuerzo. Cuando pienso en Fernando no me viene a la mente su etapa de concejal, sino su condición de hombre encantador, bien educado, un poco silencioso, de los que prefieren hablar con los ojos. Y eso que como edil realizó, a mi juicio, una buena gestión.
    Eran, desde luego, otros tiempos, en los que la ausencia de crisis permitía a la Corporación más alegrías. Aun así, no todo el mundo le aplaudió, si bien las críticas, que las tuvo, las encajó no ya con talante, sino con humor. Tengo la impresión de que transitaba por la vida con la certeza de que había que aprovecharla sin estridencias. Más que vivir cada minuto como si fuera el último, lo vivía como si fuera el primero. Era lógico: en el último te entran las prisas y él era más bien un hombre de los que se paraban para disfrutar lo bueno de la vida, fuera un día lluvioso o un día soleado, con lo que dejaba claro que él era a la vez abril y agosto.
    Por Javier López, de Jaén

    Dolores Lillo Lillo de Mengíbar
    “Una veterana adoradora nocturna de Mengíbar”

    Dolores Lillo Lillo fue una adoradora veterana de la Sección Adoradora Nocturna de Mengíbar. Su muerte, a los 78 años, fue muy sentida, además de su familia, por todos los que tuvimos la suerte de conocerla, convivir con ella y gozar de su amistad. Dolores Lillo fue, sobre todo, una cristiana ejemplar, que lo testimonió en todos los ambientes con los que tuvo contacto. Supo unir a su familia, esposo, hijos y nietos, dándose a todos ellos en cuerpo y alma, y formando y haciendo posible un hogar muy feliz. Serían muchos los ejemplos que podríamos aducir para demostrar el gran amor y dedicación a todos sus familiares. Gozaba y hacía todo lo posible, mientras su salud se lo permitió, para celebrar en su hogar inolvidables y emocionantes encuentros de miembros de la familia Lillo, algunos residentes lejos de Mengíbar. Ello hizo que su familia fuese admirada por los mengibareños.
    También su espíritu cristiano la llevó a ser generosa en extremo con todas las personas, conocidas y no conocidas. Supo estar donde había alguna necesidad y siempre intentó remediarla, pero con delicadeza, humildad, silencio y buen estilo, tratando siempre de eludir la vanidad y el orgullo.
    Su amor a la Eucaristía le hizo asistir a misa diariamente, a pesar de los muchos achaques de su enfermedad en los últimos años. Ingresó en la Sección Adoradora Nocturna de Mengíbar en 2001, asistió a 131 vigilias y se le impuso el distintivo de Adoradora Veterana en junio de 2011. Aunque por razones familiares últimamente residía en Linares, su esposo y ella, ambos adoradores nocturnos, venían, mensualmente, a Mengíbar para hacer las vigilias, a pesar de las inclemencias, sobre todo, de los inviernos, y tener que volver a horas intempestivas a Linares, por lo que el Consejo Local de Mengíbar, con toda justicia, los citaba en las memorias anuales como adoradores nocturnos ejemplares. Una prueba más de su amor a la Adoración Nocturna fue el pasado 20 de julio, cuando asistió a su última vigilia ordinaria, aunque ya estaba gravemente enferma, pues falleció seis días después, pero su gran amor y devoción a Jesús-Eucaristía le hacían olvidarse y dejar de lado sus muchos achaques, cada vez más notables, y desear estar adorando al Amor de los Amores.
    Dolores Lillo sintió también un gran amor y devoción a la Virgen María, en la advocación de La Cabeza. Su marido, José María Beltrán Pareja, es hermano de la Cofradía de la Virgen de la Cabeza de Mengíbar, desde que era un niño, así como sus hijas, María José, la secretaria de la cofradía, y Lola, además de varios de sus nietos, por lo que en su hogar son muy visibles y patentes las muestras de la devoción de esta familia a la Virgen, y es que Dolores supo transmitir ese amor a todos sus hijos y nietos. No podemos olvidar que también fue camarera de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Mengíbar. ¡Y con qué primor, celo y mimo custodiaba y cuidaba de la ropa de Jesús Nazareno y demás enseres de la cofradía! Estamos seguros de que la Virgen de la Cabeza ha acompañado a Dolores Lillo en su encuentro con Jesús y de que ya está gozando de Él, en vigilia eterna y permanente.
    Los adoradores y adoradoras de la sección de Mengíbar nos unimos al dolor de su familia, por el fallecimiento de Dolores, especialmente, de su marido, José María Beltrán Pareja, que tanto la ayudó y amó; de sus hijos, María José, Juan Ignacio, Consuelo, Carmen y Lola, que la cuidaron con todo el cariño y esmero posibles; y, cómo no, de sus encantadores nietos, que la quisieron con locura y aprendieron mucho de ella; todos tuvieron la dicha de haber tenido tan ejemplar y buena esposa, madre y abuela.
    Sebastián Barahona Vallecillo
    de la Sección de la Adoración Nocturna de Mengíbar


    Manuel Gámez Nájar de Mengíbar
    “Te fuiste de puntillas, sin molestar”

    De puntillas te fuiste, sin querer molestar, un 25 de septiembre, después de luchar valientemente contra tu enfermedad. A los doce años perdiste a tu padre y a tan corta edad fuiste el hombre que cuidó de tu familia, aprendiendo a luchar por los demás. Siempre callado, sin quejarte y con valentía tu vida llevaste.
    No pudiste esperar a tu Virgen del Rosario para poderle cantar, aunque de madrugada y con lágrimas en los ojos, un “Padre Nuestro” tus hermanos te vieron rezar. Te recordamos por tu bondad, por tu enseñanza de saber respetar a los demás y por el mucho amor que a todos nos diste por igual.
    En la iglesia de la Inmaculada tu recuerdo quedará. Los hermanos del Señor de las Lluvias te recordarán, pues eras el más antiguo de la hermandad. A tus amigos les damos las gracias por acompañarnos en tu último adiós sabiendo que siempre le recordaréis en vuestro corazón. Desde el cielo siempre nos ayudarás, porque con tus acciones en la Tierra buen sitio tendrás. En nuestros corazones siempre estarás. Tu familia que te quiere y nunca te olvidará.

    Por tu hija Loli
    y tu nieto Miguel Ángel