Hasta siempre

JUAN ANTONIO SÁNCHEZ ÁNGELES, de Jaén. Tito, cuídanos desde el Cielo

Hace tan solo unas horas que tu cuerpo nos ha dejado; pero no así tu espíritu y recuerdo. A todos los que te hemos conocido, se nos ha quedado un gran vacío en el corazón; ese que tú tenías tan enorme, aunque a veces refunfuñaras mucho y otras veces callabas por no molestar. En tan solo quince días iniciaste un viaje, que aunque sabíamos que tenías que hacer, pensábamos que duraría algo más. Ha sucedido tan deprisa, que todavía no lo hemos asimilado.

    16 sep 2012 / 10:33 H.

    Te has ido tranquilo, sin molestar a nadie como a ti te gustaba; y rodeado de tus seres queridos, sobre todo de tu compañera de viaje, nuestra querida tita Carmen, que ha estado junto a ti todo este tiempo. Habéis pasado por buenos y malos momentos juntos, pero pese a todo, hasta el último momento os unió el amor. Allá donde estés cuida de ella, que todos nosotros lo haremos desde aquí, nunca va a estar o sentirse sola; y cuando así sea estaremos pendiente para acompañarla en este y en todos momentos. Son muchas las cosas que me gustaría haberte dicho, pero para eso ya es tarde; aunque estoy segura de que ya lo haremos de otra manera. Te habrás reencontrado con tres de tus hermanos y tus padres y seguro que con ellos ahora serás feliz.
    Recuerda que siempre te llevaremos en nuestro corazón y nuestros pensamientos.
    Te queremos tito, cuídanos mucho desde el cielo.
    Por Coral Sánchez Montilla en nombre de toda la familia Sánchez Montilla

    José María Usero García, de Torreperogil. Hasta siempre, José Mari

    Con la fuerza que tu recuerdo me proporciona quiero erigirme ahora en portavoz de los sentimientos que anidan en los corazones de los que siempre te hemos acompañado, huellas imborrables que tu paso por nuestras vidas ha dejado incrustadas para siempre en nuestras almas. No te vas ni nos dejas, tan solo has emprendido el sendero de una ausencia que jamás entenderemos pero que tendremos que asumir aunque solo sea porque al final de nuestros días nos derive a tu encuentro.
    Hasta ese momento, permítenos intentar retenerte como únicamente podemos hacerlo: manteniendo tu recuerdo. Reavivando el recuerdo de aquellos días de jara y camino, de campos y madrugadas, cuando al cobijo del matorral esperabas paciente la insensatez del pájaro de perdiz que embelesado se arrimaba al canto cautivador del reclamo que mimabas celosamente en su jaula. O cuando la deslumbradora luminosidad del día te permitía alcanzar con tu vista al conejo saltarín que cruzaba imprudente el altozano del coto.
    Permítenos aupar el recuerdo de tu voz emulando los desatinos de un tal Diego “miau” cuando alguna vez te lo llevaste en tu camión cuando ibas a la venta ambulante de Sabiote y reproducías su enfado por alguna broma tuya que inocentemente le habías dado.
    O los manoteos y las exageradas expresiones de Perico “maroya”, cuando en “los Rosales” intentabas con tus amigos exponerlo a alguna situación insospechada y abrumadora para él de la que sin embargo escapaba de forma inteligente e inesperada por vosotros. Déjanos adivinarte en tus alabanzas del queso manchego o de las bondades del buen jamón y del buen queso curado cuando nos los ofrecías con una cerveza fresca o con la socorrida bota de vino que tanto te gustaba compartir. Déjanos recordar la vehemencia con que afrontabas los noventa minutos y los triunfos de tu Real Madrid y la arrebatadora concentración con que nos hacías partícipes de esos eventos que retransmitían por el televisor o que presenciabas en el Bernabéu. Permítenos rememorar aquellos minutos cuando tapeábamos en Almuñécar, en “Enfrente de misa” y a carcajada tendida comentamos el recuerdo de una lavadora semiabandonada en la puerta de su casa por un vecino de Villanueva, empeñado en que el servicio de recogida de basuras le diera una nueva porque la suya se la había llevado el camión sin saber que estaba allí para evitar que pudiera ser estropeada por las reformas y pinturas que su dueño estaba haciendo en el interior de la casa. Permite que en este momento recordemos tus onomásticas, cuando año tras año nos congratulaba felicitarte: Jose, José Mari, José María, Josema, José…, y en el salón de tu casa o en el balcón nos agasajabas con exquisitas raciones del conejo que tu mujer había preparado, ese mismo que habías abatido por la mañana en Terrinches. Recordamos, por haberlo vivido contigo o porque nos han dado referencias de ello, tus andanzas por Terrinches, tu apego a la tierra que te vio nacer, con sus costumbres e idiosincrasia, y tus alabanzas a maneras de ser y estar, algunas veces incomprendidas pero en cualquier caso siempre formando parte de tus creencias y aspiraciones. O los días en que viniste a Torreperogil y encontraste el surco de tu vida y el amor que te conquistaría para siempre y que hoy ves confirmado. No te vas ni nos dejas, porque el sendero de la ausencia que hoy empiezas a recorrer se nos vislumbra mucho más transitable por nuestro deseo de reencontrarte en el momento ansiado en que nuestro Dios permita que ello suceda.
    Hasta siempre, José Mari.
    Por Diego Hurtado Medina, Torreperogil

    Secundina Moyano, de Ermita Nueva (Alcalá la Real). Una centenaria que fue feminista sin saberlo

    Secundina Moyano Palomino murió recientemente en Ermita Nueva (Alcalá la Real) a los 101 años. Pertenecía a una familia de gente longeva. De hecho, su padre falleció con 98, su madre con 97 y 5 de sus hermanos con 90 o más. La defunción de la primogénita de sus hermanas al dar a luz la marcó. Muy trabajadora (ya septuagenaria segaba todavía y subía a los tejados para encalar los caballetes y mojaba la oreja a muchos hombres) y con una personalidad muy fuerte y trabajadora, según sus familiares, no murió de enfermedad, sino de agotamiento y aburrimiento. En algún momento, ayudó a todos sus allegados y cuando le pedían apoyo nunca se negaba. Para sacar adelante la casa, en los tiempos malos, vendía en Alcalá sus gallinas y productos del campo, en una actividad que unos llamaban estraperlo y otros, supervivencia. Su humanidad quedó patente cuando, durante más de un lustro, llevó comida y enseres a un cuñado encarcelado por “rojo”. Quienes la trataron dicen que era muy perfeccionista y que por eso no se casó, a pesar de los pretendientes que se le presentaron y de que se celebraba su belleza. Siempre estuvo volcada en sus quehaceres y sus familiares. “En el supuesto de que hubiese estudiado y en nuestra época, la imagino al frente de una empresa o un banco, como superiora en un convento, en las misiones o en una ONG. Secundina nació muy pronto y vivió mucho porque quería hacer muchas cosas, sueños imposibles por la edad”, afirma su sobrino nieto Antonio López Moyano, con quien pasó los últimos años en la Cruz del Piojo. Para él, por defender la igualdad de hombres y mujeres, era, sin saberlo, una feminista.
    Por Juan Rafael Hinojosa

    Juan Sutil Romero, de Jaén. Una centenaria que fue feminista sin saberlo

    Secundina Moyano Palomino murió recientemente en Ermita Nueva (Alcalá la Real) a los 101 años. Pertenecía a una familia de gente longeva. De hecho, su padre falleció con 98, su madre con 97 y 5 de sus hermanos con 90 o más. La defunción de la primogénita de sus hermanas al dar a luz la marcó. Muy trabajadora (ya septuagenaria segaba todavía y subía a los tejados para encalar los caballetes y mojaba la oreja a muchos hombres) y con una personalidad muy fuerte y trabajadora, según sus familiares, no murió de enfermedad, sino de agotamiento y aburrimiento. En algún momento, ayudó a todos sus allegados y cuando le pedían apoyo nunca se negaba. Para sacar adelante la casa, en los tiempos malos, vendía en Alcalá sus gallinas y productos del campo, en una actividad que unos llamaban estraperlo y otros, supervivencia. Su humanidad quedó patente cuando, durante más de un lustro, llevó comida y enseres a un cuñado encarcelado por “rojo”. Quienes la trataron dicen que era muy perfeccionista y que por eso no se casó, a pesar de los pretendientes que se le presentaron y de que se celebraba su belleza. Siempre estuvo volcada en sus quehaceres y sus familiares. “En el supuesto de que hubiese estudiado y en nuestra época, la imagino al frente de una empresa o un banco, como superiora en un convento, en las misiones o en una ONG. Secundina nació muy pronto y vivió mucho porque quería hacer muchas cosas, sueños imposibles por la edad”, afirma su sobrino nieto Antonio López Moyano, con quien pasó los últimos años en la Cruz del Piojo. Para él, por defender la igualdad de hombres y mujeres, era, sin saberlo, una feminista.
    Por Encarni Sutil Romero, tu hermana.

    José La Cal Serrano, de Santa Ana. A Pepe, alcalde pedáneo

    Con frecuencia, los escritores rebuscan en los arcones de la historia los personajes más inverosímiles con el fin de llevar a cabo un reportaje inédito. Y, en la vida local, no se frecuentan los vecinos del pueblo llano, que ejercen de ciudadanos y que,     en demasía, han merecido la medalla del reconocimiento colectivo. La figura del     alcalde pedáneo es una buena muestra de esta realidad; se remonta a los inicios de nuestra romanización, porque participan de la delegación del “legatus pro pretore” (el delegado del jefe) y de los duumviros o ediles locales (por su incardinación y     su representación de su ámbito territorial).
    A partir de la Constitución de la Pepa y de la I República, se abrieron nuevos aires en estos representantes y sus competencias se ampliaron a los barrios y aldeas con representación política. El alcalde pedáneo vivió, como los representantes de distrito de las grandes capitales, a expensas de alcaldes de los partidos turnistas, que eran los que nombraban. Siempre, las autoridades locales, conscientes de que el alcalde pedáneo era su máximo representante delegado en su ámbito concreto, cuidaban esmeradamente de cada uno de ellos. Esto no era óbice para que, si llegaban los liberales, eligieran a los compromisarios de su partido; o, si lo hacían los conservadores, lo cambiaran por un miembro de sus filas; incluso vino la Segunda República, y se nombraron los miembros de la coalición republicano-socialista.
    Con la llegada de la actual democracia, se frecuentó la consulta a la hora de elegir a estos delegados de la alcaldía. Se asumía la delegación y la representación, de un lado; pero, por otro, se invitaba a participación vecinal. En la historia de las consultas hay casos curiosos y extravagantes de las disfunciones de no comprender la singularidad de este cargo, pero no puede olvidarse que entre el alcalde pedáneo y la máxima autoridad siempre se ha establecido un inteligente equilibrio, en el que se fundamenta la autoritas del alcalde pedáneo, o sea entre la delegación y la representación popular.
    Muchos alcaldes podrían encarnar esta manera tan acertada de ejercer este cargo tan entrañable. Nos quedamos con Pepe La Cal, recientemente fallecido y que desempeñó el cargo de alcalde pedáneo de la aldea de Santa Ana durante un amplio periodo de tiempo (1991-2007). Con Pepe la vocalía de barrio se humanizó, porque bebió de fuentes de un padre de bien, muerto repentinamente en los años treinta del pasado siglo, al que la aldea le rindió una solemne despedida por su entrega a la República. Desde julio de 1991, Pepe supo perfectamente ejercer el verbo conjugar su delegación municipal con hacer valer su representación vecinal, sin intimidarse con los arañazos de los demagogos de turno; se convirtió en un reivindicativo personero de su pueblo, de su gente y de sus representados, ya que fue concejal en 1995, Lo hizo con la fuerza del voto oficial de las urnas, y con la gallardía de no creerse ufano ni ostentoso, sino sencillo, con el alma humilde que siempre le ha caracterizado. Probablemente, durante estos meses de verano y con la enfermedad acosándole a diario, haya recorrido en la agenda de su memoria todas las obras y servicios en las que colaboró y compartió con la Corporación Municipal alcalaína (por ejemplo, en educación, cuando la escuela rural de Santa Ana se remodeló, se amplió, y se incorporó al colegio Sierra Sur dentro de todo el ciclo de Primaria de la ESO, o se creó la guardería; en asuntos sociales y médicos, cuando se pusieron en funcionamiento y se levantaron el Centro Social en octubre 1992 o el nuevo consultorio en 2006; en las fiestas, cuando se dieron grandes pasos de progreso; o en patrimonio artístico, cuando se convirtió Santa Ana en un lugar para visitar y la Escuela Taller intervino en varias restauraciones de la iglesia de Santa Ana y la Fuente del Rey en 1992, y cuando con vecinos de Santa Ana y su parroquia se dio una nueva imagen a sus cuadros, imágenes, retablo, fachadas, o cuando se descubrió la tumba algárica del Humilladero y cuando las monjas trinitarias se trasladaron a la Fuente del Rey).
    Todo esto lo procuró, durante estos años de mandato con la vista puesta en sus vecinos y prestando su más leal colaboración y su incondicional disponibilidad personal ( la gran ampliación industrial de la aldea de Santa Ana, los nuevos servicios médicos, escolares o sociales que se renovaron en la aldea y la Fuente del Rey, el empuje del sector servicios de este rincón tan entrañable de Alcalá, la participación ciudadana de uno de los tejidos más vivos de nuestro alrededor). No podemos soslayar que, en la industria, se amplió el minipolígono del Chaparral y se crearon naves industriales municipales y particulares como Caiba, Planta Hormigonera, Cotex, Troflex, en sus inicios, y Bandesur, Cooperativas textiles, Cartonaje; se abrió la explotación de la cantera del Chaparral; también, en servicios. Se puso en funcionamiento el Centro Agroganadero, proliferaron de empresas de servicios como los mesones rurales o el concurso de Hortalizas, se donó la finca de la Solana y Enagás instaló algunos puntos y depósito fundamentales por su zona en 1993, sin olvidar el polígono urbano de la Fuente del Rey y del Chaparral, los semáforos en Santa Ana, la pavimentación de calles y plaza y el Parque del Comendador y Fuente. Pero, por encima de todo, Pepe fue el prototipo del alcalde pedáneo, como todos los que he conocido, hombre de consenso, servidor de sus vecinos, amante de la paz social; y siempre abierto a las empresas futuras que beneficiaban a este partido de campo. No fue un francotirador encubierto, ni se escondió en las catacumbas: un hombre leal con la autoridad, responsable con sus vecinos y excelente mediador en los momentos difíciles. Con este bagaje de José La Cal, Santa Ana recordará un periodo singular y de progreso de su historia. Su homenaje no es sino un pequeño reconocimiento de una entrega total, generosa y, a veces, incomprendida.
    Y en verdad que, a lo largo de sus dieciséis años de alcalde pedáneo fue una persona que supo conjugar los intereses de los vecinos con la representación del Gobierno local: Por ello, la historia de su aldea es una muestra de un manifiesto progreso en la extensión de servicios, en la diversificación económica con el desarrollo del tejido industrial (dos polígonos) y en la paz social de la que disfrutaron en estos años de democracia, cuando tuvo el honor de ser alcalde pedáneo y concejal.
    Por Francisco  Martín Rosales