Hasta siempre

Luis Quirós Castilla de Jaén
“Fue la mejor persona”

A lo largo de mi, ya también, larga vida he tenido la oportunidad de conocer y tratar a centenares de personas de toda índole. Mi gran suerte ha sido que la mejor persona de todas las que he conocido fue mi padre. Y no lo digo con amor de hijo, que por supuesto lo tengo, sino que además así lo corroboran, todos los que tuvieron la suerte de conocer y tratar a Luis Quirós Castilla, “El Maestro”, que es como lo llamaban algunos.
Nos dejó en la madrugada del domingo al lunes 25 de julio, a los noventa y cuatro años, con la sonrisa que le caracterizaba, y que era el espejo de su bondad, su talante, su dulzura, y noble comportamiento. Tuvo la desgracia de vivir la Guerra Civil y fue una persona muy culta para el ecuador de su época.

    31 jul 2011 / 09:48 H.

    En aquellos años treinta, trabajó como telegrafista, dominando el alfabeto morse, y sus técnicas tanto lumínicas como sonoras. Pasó por la Escuela de Artes y Oficios, donde destacó por sus dotes artísticas, que fueron la antesala, para su posterior desarrollo profesional, como marmolista y escultor artístico. Son numerosas sus obras, sobre todo funerarias, las que aún se pueden apreciar en el antiguo cementerio de Jaén, así como alguna escultura de la Virgen, como la de la Plaza de San Idelfonso, una obra compartida con el también maestro Manolo “El Cuco”. Son numerosos los morteros de piedra y mármol que tallaba de una sola pieza, en sus ratos libres, y que regalaba a amigos y familiares con motivo de bodas y demás actos sociales.
    Fue una persona dulce, generosa y consensual, que no dejaba entrar en polémicas, pues con un “bueno, vale”,  “de acuerdo”, o “estupendo”, cerraba cualquier conato de posible discusión. Fue esposo y padre intachable, transmisor de paz y amor a la personas y a lo animales. Hemos perdido a una gran persona, ejemplo de filosofía de vida. Querido padre, toda la familia, tus nietas y amigos, te tendremos siempre presente y trataremos de vivir y actuar como tú lo hiciste, como un verdadero ángel, que es lo que sentimos que hemos perdido.

    Por Luis Quirós Carpio
    Jaén


    Este obituario queda guardado en: “www.intercementerio.com”, donde se pueden consultar más datos sobre su persona.  



    Francisco Villén Medina de Castillo de Locubín
    “Tu huerta y la naturaleza que amabas lloran tu pérdida”

    Sencillez. Esa es justo la palabra que lo definiría. Justo la que yo intento que cada día presida mi vida, recordándome en cada rincón su humilde ser. Paco era agricultor, un superviviente de la vida que les tocó librar a nuestros abuelos. Su padre murió cuando él tan solo era un niño, pero, aun así, se crió en el calor de una madre única y del cariño de sus hermanos. Amaba el campo, era agricultor de unos valores que hoy persisten en su hijo Francisco, quien labra cada día con ahínco una tierra que produce, además de frutos, mucha felicidad. Mi abuelo no era hombre de muchas palabras, pero con simples miradas o gestos reflejaba en sus oscuros ojos más conceptos que la Real Academia Española.
    Fue quien me enseñó a jugar a “las cabritas del señor Serrano”, un juego de manos que muchos mayores recordarán y que hoy recapitulo como el mejor juego de todas las jugueterías de la ciudad.
    El día de su muerte, un buen amigo suyo gritó, justo antes de ser sepultado: “¡Ay, Paco que ya dejas tu huerta!”. Creo que nadie pudo mediar palabra porque sabíamos que el campo y la naturaleza se sintieron un poco más pequeños ante la marcha de mi abuelo. Paco tuvo en su camino a una excelente compañera, su esposa Mercedes, alguien que aún hoy día sigue librando su batalla con toda la alegría y generosidad del mundo. Paco iba cada día a su huerta, preparaba el campo acorde con las tareas de cada estación y cuidaba sus animales con esmero. Amaba las corridas de toros.
    También recuerdo que se levantaba muy temprano y desayunaba un tazón de leche donde mojaba trozos de pan. Nunca llegué a entender aquel desayuno, pero supongo que sería fruto del hambre que se libró en la época de su niñez.
    Mi abuelo traía cada año el mejor regalo de cumpleaños, pasar en mi casa dos o tres días. Una de las imágenes más bonitas que habitan mi memoria es la de mis abuelos bajando de un autobús marrón. Bajaba muy despacio las escaleras del vehículo y acto seguido se quitaba su boina para poder abrazarme con más fervor. El hombre de la eterna boina. Un signo que aún le caracteriza en nuestra memoria y que nos hace recordarle con emoción.
    Sus últimos meses prefiero no recordarlos porque, como decía Machado, “no puedo cantar ni quiero a ese señor del madero sino al que anduvo en la mar”. El mal compañero alzheimer nos arrebató con 83 años un alma con tremendo encanto.
    Uno de los momentos más duros lo representó una pregunta algo inoportuna: ¿Abuelo, tú sabes quien son estas? Mirando a sus nietas, saltaron sus lágrimas y una sonrisa a media asta. En aquel momento Paco sintió impotencia de no recordar quiénes éramos, pero sabía que formábamos parte de su vida y que nos quería. Maldito alzhéimer. El próximo 11 de octubre hará cinco años que nos dejó, pero la verdad es que no siento que lo hiciera. Él habita día a día en mí tanto como el ser más vivo de la tierra. Es el ángel más preciado que aguarda cada uno de mis movimientos y me guía por una vida tan feliz, a la que él pone la guinda más dulce. Abuelo, tu querida tierra, Castillo de Locubín, es un poco más pequeña desde que te marchaste. Te quiero.
    Por Alba Villén
    Martos


    Pedro Aldehuela Gómez
    de Andújar
    “Llevó lejos la Sierra de Andújar”

    Cuatro años hace ya que se nos fue de estos pagos de la Sierra de Andújar Pedro Aldehuela Gómez, un hombre cordial que supo sacarle a la vida lo mejor que tuvo. Hijo de Manuel Aldehuela, pintor, ceramista y escenógrafo, y hermano de Luis, el mejor pintor cinegético del arte actual, Pedro se dedicó muy pronto al arte, de ahí que fuese un pintor bajo la sombra de su hermano con su temática y su apellido. La Sierra de Andújar, su fauna, sus rincones, bodegones, fueron sus temas preferidos. Tras la Guerra Civil se vinculó a la organización de Regiones Devastadas para reconstruir la España rota y deshecha, y así tuvo mucho trabajo en la elaboración de retablos y tallas religiosas perdidas a las que le daba un soplo para captar la devoción perdida. Una y mil anécdotas contaba de aquel Jaén de pobreza y penuria recorriendo con su hermano Juan y su primo Manolo las carreteras pedregosas que les llevaban a las ferias de verano de aquellos años con la cámara fotográfica a cuestas para retratar las gentes.
    En 1956 trabaja para la compañía Iberia como jefe de diseño y pintura, concretamente de los Boeing DC-9 y el 727. Este hecho hizo que Pedro Aldehuela conociese medio mundo y que sus pinturas de la sierra, de la caza, costumbristas y bodegones llegasen a salas de Nueva York o Londres. Tras jubilarse y abandonar Madrid, se refugió en su viña de la sierra en el pago de los Majuelos. Su fina ironía y su sentido del humor los compartió en los Pinos, santuario gastronómico, en tardes de charlas sobre la caza o la monterías con un vaso de vino en la mano y al calor de la lumbre. No se me olvidará un viaje que realicé con él a Madrid; se había roto un codo y no podía conducir, yo le llevé con su coche hasta Barajas. Todo el viaje fue contando una y mil anécdotas. Casado con María Luisa Chamorro, el matrimonio tuvo cuatro hijos, Pedro Luis, Eva, Sonia e Iván, siendo su hijo Pedro Luis otro exponente de la pintura bajo el apellido Aldehuela.

    Por Juan Vicente Córcoles
    Andújar


    Nacho Criado de Mengíbar
    En su aniversario

    Días antes de su adiós, mi hermano y yo pensamos en visitarlo para conocerlo, aunque desconocíamos que estaba mal. Nos hacía ilusión vivir a solo unos minutos del mengibareño más importante de la última centuria, cuando los tres, precisamente, vivíamos fuera de Mengíbar, en la capital de España. Pero Nacho Criado (1943-2010) se fue y no pudimos tratarlo en persona. Estando a punto, perdimos la oportunidad. La pena pesa el doble, pues a la admiración le queda pequeña el cariño que le profesan quienes compartimos las calles que nos vieron crecer. No sé qué le hubiéramos dicho, o qué nos hubiera contado, pero hubiera sido un momento excepcional. Seguro.
    Al poco de llegar a Madrid, el destino, o qué sé yo, hizo que se estrenara su penúltima exposición, “No existe” (2006), en el Círculo de Bellas Artes. Fui una tarde a verla, tenía que ir solo porque el arte es un ejercicio de comprensión personal, y su expresión extraordinaria, profunda y anodina así lo requería. Allí comprendí a Nacho Criado, me encontré con su vida y entendí su relevancia. En una fotografía aparecía él, desnudo y boca abajo. “Boca abajo, como a veces está el mundo”, me dije. Comprendí en el Círculo madrileño la esencia de los detalles, donde están las grandes cosas.
    Premio Nacional de Bellas Artes, Medalla de Oro de las Bellas Artes, Premio Pablo Ruiz Picasso, Premio Villa de Madrid y Mariano Benllure, fue nombrado Hijo Predilecto de Mengíbar hace tiempo, ahora a título póstumo, aunque aún no se ha celebrado el acto que así lo inscriba en la historia local. Cuando paseo por las calles de la ciudad de La Torre maldigo algunas cosas, como que en su pueblo no se pueda contemplar ninguna obra suya en ningún lugar público. No hay un solo reconocimiento mengibareño a Nacho Criado, ni siquiera un año después de su fallecimiento, y eso que las personas suelen esperar a que los grandes mueran para rememorar su trabajo. Confío en que esto pronto cambie y que, además, algún edificio cultural lleve su nombre.
    De momento, ha sido una galería madrileña, Formato Cómodo, la única que ha recordado el aniversario, y los testimonios de varios miuras del arte moderno homenajeando a Criado engrandecen la huella del genial artista mengibareño. Al final, nunca le estreché la mano a Nacho. Pero ni falta que hizo. Tampoco conocí a tantos otros grandes que me han hecho, en parte, como soy y, aun así, les estoy agradecido. No en igual medida, claro. Con Nacho Criado comparto el entusiasmo por el pensamiento libre reflejado en pequeños ápices de una vida apasionante. Como su forma de expresarse y como mi forma de admirarle.
     
    Por Jesús Vicioso
    Mengíbar



    José González García de Jaén
    “Fue, ante todo, un amigo”

    A mediados de octubre de 2002 entró en mi vida don José, junto a Santos Cueto y Domingo Jiménez, cuando comenzaba mi andadura como becario en el Vicerrectorado de Estudiantes de la Universidad de Jaén. Recuerdo perfectamente el primer día cuando, poco después de que yo llegase, entraba por la puerta alguien nuevo para mí que se presentó como José González. Segundos más tarde me llamó a su despacho para enseñarme sus últimos descubrimientos en cuanto a diseño web y pronto empezamos a llevarnos bien, a tener una relación, que de jefe o tutor de prácticas pasó a ser de amistad y en algunos momentos, incluso, de familiaridad, no en vano, en muchas ocasiones me presentaba ante sus colegas de trabajo o amistades como “mi David”, lo que a algunos les llevó a preguntarles si es que tenía otro hijo más que no conocían.
    Trabajamos estrechamente durante algo más de dos años en el vicerrectorado, lo que da para muchas anécdotas y, sobre todo, estando cerca de una persona como él, da para aprender mucho sobre su filosofía para abordar cualquier asunto. En este sentido, creo que don José ha sido determinante en muchos aspectos de mi vida laboral, pues con su forma de llevar las cosas, era capaz de involucrarte en ellas hasta el punto en que llegaba a apasionarte el trabajo que estabas realizando, haciéndote partícipe del mismo en todas sus etapas y haciéndote sentir que tu trabajo, aunque en determinadas cuestiones fuera ínfimo, pasara a ser de tal importancia para el éxito que no podías fallar.
    Siempre quedarán grabadas en nuestra memoria frases como “nadie es imprescindible” cuando hacíamos referencia a su liderazgo en el trabajo o su típico “sólo me falta coger una escoba y ponerme a barrer” cuando, tras una tarde metiendo documentación en carpetas, concluía así la jornada.
    Fue una época en la que no nos pesaba llegar un poco antes, tener que quedarnos hasta más tarde o, incluso, alguna tarde para terminar algún trabajo, una época en la que muchos días ibas a trabajar pensando en descubrir qué nueva cosa se le habría ocurrido para hacer.
    Una semana antes de la pasada feria de San Lucas, me encontré con Domingo Jiménez en el rectorado y me dio la noticia de la enfermedad “del jefe”. Durante un instante no pude articular palabra y se me puso el vello de punta. Por experiencias familiares con el cáncer, siempre ha sido un asunto que me ha impuesto mucho respeto y no supe en un primer momento qué hacer, pero no pude esperar mucho. Esa misma tarde le envié un SMS explicándole que me había enterado de la noticia y que podía contar conmigo para cualquier cosa que necesitase.
    Desde entonces, casi siempre que bajaba al campus avisaba y nos veíamos y siempre volvía con una sonrisa porque lo veía muy bien y con el ánimo por las nubes, incluso no perdía las ganas de hacer trabajos en casa. Recuerdo su llamada para pedirme un programa de diseño gráfico que poco después de colgar le envié y no tardó cinco minutos en volver a llamarme para ver cuándo podría pasarme por casa para explicarle un poco el funcionamiento.
    Por desgracia, esa “clasecilla”, como él la llamaba, en algunos casos por volumen de trabajo mío, en otras por indisposición suya, nunca la pudimos celebrar. Durante la Selectividad y coincidiendo con el eclipse de sangre lunar, don José nos dejaba tras muchos meses de lucha contra su enfermedad.
    Don José, muchas gracias por haberme dejado compartir tantos buenos momentos.
    Por David Susí
    Torredonjimeno


    Dionisio Gámez lizana de Alcalá la Real
    “Un gran cofrade del Cristo de la Salud”

    Hace ya unos diez años que fallecieron estos amigos nuestros y ahora  recordamos a estos que, de seguro, que reciben la gracia de la salud, de la salvación, en quien tanto confiaron.
    Dionisio Gámez Lizana, que procedía de familia pajarera y muy ligada en los dos primeros decenios del siglo XX a la Hermandad del Cristo de la Salud. Él cooperó como el primero cuando se le solicitó su aportación poética en muchos años. Ya enfermo y apenas sin poder hablar, nos recordaba un hermano que al verlo lo asimiló de inmediato al Cristo de la Salud, como si lo convocara para rezar juntos. No podemos olvidar su gran generosidad para el patrimonio de la hermandad, cuando nos escribía unos meses antes de morir.
    A José Serrano Rodríguez, que ocupaba el puesto primero de la hermandad y lo vimos cooperando intensamente hasta que sus fuerzas lo permitieron y siempre acudía a las celebraciones litúrgicas de la fiesta de septiembre. Hombre del barrio de San Juan, sus antepasados y familia siempre han estado entroncados con la hermandad. Y fue para su familia y para nosotros una gran pérdida. 
    A Antonio Carrillo Flores, hombre del barrio de San Juan, amable, cariñoso como el que más, también elevamos nuestras oraciones junto con su familia que vive en el mismo barrio y, a veces, abusamos de su amabilidad. Militante de la agrupación del PSOE de Andalucía de Alcalá la Real, siempre estuvo con ella en la lucha y cooperó en la organización del partido en los años ochenta dentro de la ejecutiva local.
    Por sus escasos medios, estuvo al frente del bar durante muchos años. Amable y solícito a todo lo que le pedía la  ejecutiva local. Nunca se nos olvidará su imagen de interventor en la aldea de las Caserías, de la que era natural y nunca puso objeciones para asistir con su presencia en todos los comicios desde el año 1979 hasta que pudo con sus fuerzas.
    Se alegró del triunfo socialista como buen compañero y difundió sus ideales en su entorno familiar y de amigos. Su semilla, de seguro, crecerá. Pues era buen hombre, socialista de bien y  amigo de sus amigos.
    Y qué decir de Pedro Montijano, que no hayamos dicho en años anteriores, todavía lo recordamos con los programas en mano y el Cristo en su corazón. Lo echamos de menos y lo sentimos gozando de la salvación del Cristo de la Salud.

    Por Francisco Martín Rosales
    Alcalá la Real