Hasta siempre

Maika Cano expósito de Jaén
“Quiero quedarme con tu dulzura”

Querida amiga: Ya nos has dejado y me siento triste y, a la vez, alegre. Triste porque ya no te podré ver y ya no podré conversar contigo en la lejanía por internet; triste porque ya no podré contarte mis cosas, mis preocupaciones, mis alegrías y las cosas que pasan día a día.

    09 ene 2011 / 10:47 H.

    Alegre porque ya has dejado de sufrir, ya estás junto a tu padre, en aquel lugar tan inmenso al que llamamos cielo, junto a Dios el que nos ha arrebatado tu compañía.
    Pero me quiero quedar con lo positivo que hay en ti. Quiero quedarme con la dulzura con la que me mirabas, quiero quedarme con los consejos que he recibido de ti, quiero quedarme con tus bromas. ¿Te acuerdas cuando bromeabas con tu madre? Qué risas nos sacabas a las dos. Quiero recordarte cuando subías a mi casa para esperar a Loles a que llegara a recogerte. 
    Quiero recordar cuando íbamos de compras, cómo te gustaba regatear. Quiero recordar el desparpajo que tenías y cuando venía gente famosa a Jaén, cómo te ibas, cámara en mano, para hacerte la gran foto. Eras única y sé que, allí en el cielo, vas a estar en un lugar privilegiado, porque te lo mereces.
    Querida amiga, me has dejado y sigo llorando tu pérdida. Te echo tanto de menos, pero con estas palabras no te quiero decir adiós, sino hasta luego. Todos tenemos que irnos algún día y, entonces, volveremos a estar juntas de nuevo, haciendo trastadas con San Pedro ¿verdad?
    Un beso y un te quiero. De tu amiga que te lleva en el corazón y no te olvirá.

    Por Ascensión Valenzuela Pérez (Choni) de Baeza

    JUANA GARRIDO ROBLES de Jaén
    “Tenías un corazón muy grande”

    Abuela, ya no estás aquí, y no me lo puedo creer. Te has ido como tú querías: en silencio, sin hacer ruido, como tú soñabas. Te has ido de forma tranquila, sin hacer sufrir a tus hijos y nietos. Sin embargo, nos ha faltado tiempo para asimilar tu ausencia. Lo compensaremos con tu recuerdo, que siempre llevaremos en nuestro corazón.Abuela, te has ido en un día muy especial, no sólo por la fecha tan señalada, sino, sobre todo, porque era uno de esos días que tanto te gustaban a ti: un día lluvioso (Jabalcuz, dónde tú naciste, tenía montera), un día en el que tenías aquí a toda tu familia, un día en el que, después de casi 18 años, te reunirías con tu amor más querido (el abuelo), un día en el que mi madre y yo lo hubiéramos dado todo porque mi padre y mi hermano también hubieran estado a tu lado; y no obstante un día demasiado triste para toda la familia.

    Eras madre de seis hijos biológicos y de uno “de leche”. Mi padre, Paco, el mayor, estará ahora contigo y con mi hermano en el cielo, tu casa, ese lugar que Nuestro Padre Jesús, al que tanto querías, ha reservado para ti. El tío Pedrín siempre, hasta tu último suspiro, ha permanecido a tu lado, de una forma muy especial, como especial era tu relación con él y con tu nieta Inmaculada (Lala), a la que tanto querías.
    El tío Juande y el tío Pepe, a los que tanto les cuesta exteriorizar sus sentimientos, en su interior se encuentran destrozados. La tata Mary y la tata Yeyes, que te querían y mimaban como a nadie, el maestro (tu taxista particular), Manolo y tus nueras, sienten un vacío inmenso en su corazón.
    Para tu sobrina Carmen (Pri) eras una tía única y especial, ella recuerda cómo, de pequeños, les dabas de comer a todos y sólo tú lo hacías.
    Tus nietos y bisnietos (tus bombones), sabrán y recordarán la pasión que sentías por ellos y que ellos sentían por ti. Fran, tu ángel de la guarda, a quien contabas tus secretos en esas noches de lluvia y brasero, llorará tu ausencia y sentirá el vacío de las noches en que te acompañaba. Tu hermano Paco, que te quería con una locura infinita, se siente inmensamente solo con tu partida. Mis queridos suegros, Martín y Paula, han llorado tu muerte pues sentían hacia ti el mismo afecto que tú mostrabas por ellos.
    Abuela, han sido muchos años juntas, tú me criaste, me contabas que cuando yo nací, el abuelo estaba que se le caía la baba conmigo, me subía a misa de los domingos en la iglesia de La Merced iba mirando al suelo para no pisar ninguna piedrecita con el cochecito. Me querías como a una nieta y como a una hija y tú me demostrabas constamente un cariño muy especial. Echaré de menos nuestras tertulias, tus consejos, tus historias, nuestras risas, tus besos en la frente y en la naríz, esos besos de amor. Nos faltará la compañía que hacías a mi madre cuando mi marido y yo nos íbamos de viaje y tu complicidad con Martín para que no trabajara tanto.
    Abuela, eras muy trabajadora, honesta y, ante todo, generosa con los tuyos y con los demás; repartías a toda la familia amor, respeto, serenidad, sabiduría e historia, creando una piña cosida (nunca mejor dicho) con la palabra “amor”, eras sencillamente buena.
    ¿Quién nos comprará esos roscones de Reyes? ¿Y esos décimos de lotería? ¿Quién barrerá las hojas del campo y arreglará los ruedos de los olivos?
    Tú siempre preocupada por las labores del campo. Te recuerdo con tu pañuelo en la cabeza y la vara de olivo que, últimamente, te servía de bastón cuando paseabas por el campo. Disfrutabas mucho cuando íbamos de excursión al Mingo, donde pasaste toda tu juventud y recordabas tu vida junto a toda tu familia.
    Por eso, en el día de tu adiós, la iglesia estuvo llena de todos aquellos que quisieron devolverte, con su presencia y cariño, el amor que tú les diste. Te dejo, abuela, que estoy segura de que estás deseosa de reunirte con tus seres queridos, quienes te estarán esperando con los brazos abiertos.
    Siempre estarás presente en mi corazón. Te quiero, abuela.

    Por tu nieta María del Carmen Peragón
    de Jaén


    Antonio Carrillo Viana de Alcalá la Real
    Un apasionado de su ciudad

    No sé por qué razón últimamente no se ensalzan los oficios de muchos trabajadores, pues parece como si hubiéramos quedado anonadados ante esta vorágine que nos engulle en el sistema económico actual, donde predomina el mercado —y su mercurio justiciero que es el mundo financiero— como un dios pagano que nos subsume a todos en el más profundo anonimato. Hace años, esto no era normal, abundaban los hombres del campo, el sector primario. Ser portador de un carné de oficio artesanal o industrial agregaba una categoría especial a la persona. Más aún, ejercerlo en el mundo urbano y rural le hacía casi ser un miembro familiar más. Por eso, años atrás, en las canciones de moda se cantaba al cartero, al policía, al lechero y al butanero. No era extraño que dieran el saludo matinal y aportaran la primera noticia en los domicilios cuando les proporcionaban a sus miembros algún bien básico de subsistencia. Este es el caso de Antonio Carrillo Viana, hombre ligado con el mundo de la energía, vital para muchos hogares desde los años sesenta que sustituyeron la leña por el gas butano en aquella España del subdesarrollo.
    Sus manos proporcionaron muchas alegrías a las amas de casa, cuando, en su función de técnico de gas, visitaba los hogares y reparaba las cocinas, que se creían eternas y sufrían las típicas averías de la sofisticada técnica. Pero su trabajo no quedaba en el mero acto laboral de muchos obreros de número del mundo actual, aportaba su simpatía y su carácter chicharrero entablando una relación vecinal y amistosa con todos los clientes. Incluso, cuando ya no le correspondía hacerlo por motivos de la edad, subsanó muchas deficiencias que en épocas de abundancia soslayaban los pequeños detalles inoportunos que paralizaban el fuego de los hogares. Se le llamaba y acudía pronto, no se importunaba y era atento con todos.
    Como hombre de familia, compartía con su esposa Josefa todos los momentos de su ganada jubilación y tenía pasión por todos sus hijos, —José, Rafael y Antonio José— con los que compartía sus aficiones, lo acompañaba a los actos cuando actuaban en algún evento de la ciudad y trataba de procurarles un trabajo que les asegurara el futuro. Un padre auténtico, ejemplo de las generaciones actuales (y eso que la naturaleza le privó de la audición de una manera temprana). Les insufló esa misma pasión por el voluntarismo con los demás, y así, algunos de ellos forman parte de asociaciones musicales o de organizaciones no gubernamentales, como la Cruz Roja.
    Pero, por encima de todo, era un hombre de pasión por su barrio, por su gente y, sobre todo, por la cofradía del barrio de San Juan. Era hermano de los antiguos del Cristo de la Salud, se integró allá por los años cincuenta y, mientras pudo con sus fuerzas, participó en su organización directiva y en las labores que se le solicitaron. El jardín relucía mucho más cuando sus manos arreglaban los arriates y las parras del patín; el museo se engrandeció con algún objeto como los que llevaban los demandantes a la hora de acudir a los cortijos; siempre donaba algo para aquella hermandad de sus amores. Daba lo que tenía, porque era como se suele decir, “un manitas”, dispuesto a todo. Siempre se mereció el homenaje que se le dio, años atrás, por su labor silenciosa y callada, pero fructífera y cofrade. Sin embargo, qué mejor homenaje que haber creído en ese Cristo que celebramos en estos días y nos trajo la noticia del Evangelio, de la Resurrección y un Nuevo Reino, por el que tú, en tu parcela siempre luchaste. Ah, más bien trabajaste como artesano fiel de la tierra.

    Por Francisco Martín Rosales de Alcalá la Real

    Manuel Agudo Gimena de Jódar
    “Amigo, consejero y confidente”

    Queridísimo don Manuel, quisiera que estas palabras sirvieran como regalo del día de su santo, que ya vive junto a Él. La experiencia de vida, vivida junto a usted durante muchísimos años, créame, no ha caído en saco roto. Por la Comunión de los Santos, sé que me está viendo y leyendo en mi corazón, no sufra que al escribir esto llore de nostalgia o de impotencia tal vez. Fue usted, mi querido don Manuel, el que me inculcó muchos valores para la vida. Me hizo ver el concepto de la amistad aun para aquellos que hacían el mal. Ambos fuimos confidentes, incluso hasta la muerte, recuerde aquello que le dije al oído y que me asintió apretando su débil mano con la mía. Consejero, quizá no lo entendí bien, porque nunca se me dio. Sé cuánto sufrió por mí, por mi felicidad, no sólo sufrió como sacerdote sino como el fiel amigo que siempre tuve en Jódar. Cuántas confidencias dando vueltas a la lonja.
    Cuántas veces me confesó paseando por la lonja. Sólo usted y yo sabemos lo que hemos compartido. Solamente le vi llorar en tres ocasiones. En la muerte de sus padres y cuando usted y yo sabemos aquello que pasó. Usted fue sacerdote, persona y amigo. Se fue de Jódar con repique de campanas porque yo así lo quise, pero quedará en mi memoria cómo se despidió de su San José, y de su Asunción, y ese gesto amable diciéndonos adiós con la mano. Hubo momentos turbulentos tras su ida, pero nunca, nunca se olvido de mí ni de mi madre, a la que me consta adoraba. Tanto a mi padre como a mi madre vi morir, al igual que a usted, que se me quedó en las manos; ya están juntos, imagino. Quiso Dios que me esperara para morir, me reconoció, me esbozó, entre la vida y la muerte, una sonrisa y esa leve mano sobre mi cabeza. Se le encomendé el alma al Señor y no me soltó la mano hasta que con esa mirada maravillosa hacia el cielo, entregó su alma al Señor. Le amortajé, como tantísimas veces le ayudé a revestirse para celebrar la eucaristía. Se lo dije ya cadáver, que le estaba ayudando para celebrar su eucaristía junto al Señor. Le acompañé ya cadáver hasta depositarle donde usted quería, en la capilla donde se hizo sacerdote.
    Don Manuel, usted ya está junto a San José, la Santísima Virgen y su Cristo de la Misericordia. Quizá sea egoísta, pero sólo le pido que ruegue por mí, sus manitas como me decía, y que si ve a mi madre, que ambos rueguen por mí. Don Manuel, este es el último homenaje que se merecía, y mi última felicitación de el día de su santo. Que su alma descanse en paz hasta que me llegue el momento en que pueda abrazarme a aquellos que me quisieron.

    Por Lito Navarrete Rodríguez
    de Jódar


    Claudia González Sabariego de Jaén
    “Agradece una fugaz sonrisa con mirada inocente”

    Una lágrima recorre su rostro suavemente, es melodía tu llanto… Es un ángel o es la princesa del amor, es cielo o una estrella brillando con más potencia que el sol…
    Lagrima cristalina y pura que surca su tez pálida; se conmueve con un guiño, agradece una fugaz sonrisa con una mirada inocente y muy, pero que muy especial.
    Qué grado de mal puede haber en ti, si, desde dentro de ese pecho tuyo, abre sus alas enormes el amor, en su más pura naturaleza, eres magnífica experiencia de amor, cómo no existir en ti si no...
    Eres grande, porque eres pequeña, eres sensible porque callas y sólo notas el tacto de quien bien te quiere, sólo con eso interpretas y sientes lo que mucho después olvidamos sentir. Eres nota musical que suena alegre incesante, eres frágil y fuerte porque tienes toda una vida por delante, eres luz que ilumina por sí sola, sin necesidad de disfraces…
    Después de ti, después de hoy, todo cambió, después de hoy no hay vuelta atrás, sino al frente y muy de frente grito a Dios mis gracias y grito al mundo que hay mucho amor aún que ofrecer, y que hay muchas cosas más importantes que las que a diario nos preocupan. Grito con esperanza por sentir de nuevo esa confianza en el amor, que auténtico conservas tú en tu mirada de ahora. Grito, que quiero gritar. Grito de alegría, grito por lo que podía haber sido y por lo que finalmente ha sido. Que tu Luz brille y siga brillando más allá de hoy, porque hoy sé que soy afortunada de conocerte, de tenerte cerca y cuando no estás, ya deseo que vuelvas…
    Por Esther González González, dedicado a la pequeña  Claudia González Sabariego fallecida a los seis meses. Este relato fue escrito tras una operación de corazón, que se realizó en Córdoba, cuando parecía que todo había salido bien.