Hasta siempre

Marcos Alcázar Civantos de Torredelcampo
 “Siempre estarás en mi corazón”

Cuántas veces hemos pensado: “Con tanto bien como hizo y lo bueno que era, por qué se lo tuvo que llevar Dios, y en esas condiciones. ¿Por qué le tuvo que tocar a él y no a otra persona con tanta gente mala, cruel y sin principios que hay en la tierra?”

    20 jun 2010 / 10:54 H.

    En cambio, su vida fue dura, siempre luchando por mantener a los suyos y sus ideales en un país hecho para gente rica y con poder. Sin embargo, él salió adelante. Puso un negocio que levantó poco a poco junto a su familia. Siempre los compaginó con su afán de cambiar el mundo opresor en el que vivía: “Toda persona tiene derecho a una vivienda digna y a un sueldo justo”, solía decir.
    A pesar del momento en el que vivían, con tanta escasez, su casa parecía una vivienda de acogida. Tenía familia numerosa: cinco hijas y un hijo, además de su esposa. Eso no era suficiente excusa para negarle un techo a alguien. Amparaba a toda persona que le pidiese ayuda fuese o no de su familia y lo hospedaba en su casa dándole cobijo y comida de manera altruista.
    Por si fuera poco, le diagnosticaron una enfermedad que ni los médicos se explicaban cómo estuvo tanto tiempo viviendo con ella sin que esta mostrase la cara. Aun así, para mí, fueron pocos los años que estuvo con nosotros, pero suficientes para dejarnos esa huella que hace que su recuerdo siga vivo, a pesar del tiempo que ha pasado desde que se fue.
    Fue un gran hombre. Sabio, con mucha fuerza, gran ternura y un genio que lo caracterizaba y lo hacía único.
    Su pasión por la lectura hizo de él un hombre muy culto, a pesar de sus escasos estudios. Tenía una gran facilidad de palabra que a mí me fascinaba.
    Después de una vida dedicada a la política y luchando por los suyos, en el momento de su muerte, no tuvo el reconocimiento que se merecía por su tan amado “partido” y, ahora, me han dado a mí esta oportunidad para poder dedicar tan sólo unas líneas a alguien que dio su vida entera a los demás. “Gracias, ‘Papa Marcos’, por todo lo que te dio tiempo a transmitirme” “Gracias por todo Papa Marcos”.
    Te mando un beso muy fuerte.
    Por tu nieta, que no te olvida y te quiere.

    Luis Ruiz Ruiz de Úbeda
    Carta a mi amigo

    El pasado 10 de junio hace cuatro meses desde que nos dejó nuestro amigo, compañero y hermano Luis Ruiz Ruiz. Parece que el tiempo no corre y que pasa casi sin darnos cuenta. Luis, una persona marcada con el sello de la enfermedad desde que tenía veinte años. Una insuficiencia renal le tuvo sujeto a una máquina durante más de veinticinco años de su vida, pero esa enfermedad no le ha impedido nunca demostrar la calidad de persona que ha sido.
    Tuve el privilegio de conocer a Luis desde que era muy joven, pero mi relación más intensa con él data de noviembre de 1991, cuando, después de dejar de trabajar en una farmacia de Úbeda, se vino a trabajar conmigo. Desde entonces y hasta su fallecimiento, he tenido la suerte de conocer toda su trayectoria de vida, sus esfuerzos, sus sacrificios ante su enfermedad, sus luchas por conseguir un riñón que le pudiera hacer vivir como cualquier otra persona, su generosidad ante los demás, su profundo amor a su Cofradía del Santísimo Cristo de la Humildad, así como su entrega generosa y altruista a la hermandad de costaleros, de la cual dejó de ser hermano mayor unos meses antes de fallecer.
    Luis ha sido una persona luchadora a lo largo de estos años en los que ha llevado la cruz de su enfermedad con una dignidad impresionante. Jamás se le ha visto un mal modo, ni un mal gesto, ni una palabra malsonante. Sólo cuando estaba desmoralizado, cansado, o alterado se le oía  ese “jorobines, no puedo más”, y enseguida aparecía una sonrisa en su cara que olvidaba el desánimo y nos demostraba la entereza de la que disponía, la alegría de corazón con la que ha vivido y las tremendas ganas de vivir y luchar que tenía.
    Luis nació, un 23 de enero de 1964, en su ciudad de Úbeda, a la que amaba con toda su alma. Hizo sus estudios de Primaria en SAFA. Después, se marchó unos años a Estepona por motivos de trabajo de su padre, pero, en breve, volvió a Úbeda, donde trabajó de fontanero hasta que, a sus 19 años, una subida de tensión inesperada le dejó sin vista por unas horas, vista que recuperó tras normalizar la tensión, pero que ya había provocado la insuficiencia renal que le acompañaría a  lo largo de toda su vida. Fue trasplantado y tuvo un riñón durante tres años, después de los cuales se produjo el rechazo. Desde entonces, empezaron unos veinte años a la espera de un riñón que nunca volvió a llegar.
    No merece la pena hablar más de la enfermedad de nuestro amigo, ni de lo que ha pasado a la largo de estos veinte años de espera, pues le han sucedido cosas que han sido inexplicables, errores médicos, negligencias, abandono, dejadez, aunque, en algunos momentos, también se topó con profesionales que le han ayudado y han luchado por su vida. Pero la balanza se inclina al peor lado, a pesar de que la lógica debería de haberlo hecho al lado contrario, entendiendo que la profesión médica es o debe ser una profesión, por encima de todo, vocacional. Tratamos con personas y no con objetos. Luis es un ejemplo de vida para los que hemos tenido la suerte de conocerle, persona fiel, buena, honrada, alegre, cariñosa y, sobre todo, cristiana. Es muy difícil que haya alguien en Úbeda que no lo conozca. Él fue una persona que, si ibas a su lado, te sorprendías de la cantidad de gente que conocía. Para todos tenía una palabra cariñosa, amable o algún gesto de complicidad. Quien lo veía, con sólo mirarlo, ya sabía lo que quería decir. Luis tenía una memoria prodigiosa, un talento muy desarrollado, una capacidad para retener en su cabeza las cosas que nos dejaba alucinados a todos. A veces le decíamos, de modo cariñoso, que era nuestra agenda viviente, no necesitábamos hacer anotación alguna, pues él nos recordaba las cosas que teníamos que hacer y estaba pendiente de las que quedaba por realizar, era increíble la capacidad que tenía para retener en su memoria lo que había que hacer.
    Luis, a lo largo de su vida, nos ha dado una lección de cristianismo. Ha sido una persona comprometida con sus cofradías y con nuestra patrona, la Virgen de Guadalupe. Un luchador sin descanso para encontrar el sentido cristiano de su vida, consiguiendo ser un enamorado de Cristo a lo largo de toda ella. Él, ante su enfermedad, nunca ha demostrado miedo alguno, a pesar de haber pasado casi tres meses sólo en la UVI, ya que siempre decía que su Cristo de la Humildad nunca lo dejaría.
    Tuve la suerte, en septiembre, poco antes de que le realizaran una operación que nunca llegó a realizarse por aparecer una infección terrorífica que le causaría la muerte, de asistir a la Unción de enfermos que él mismo pidió. Sólo estábamos dos sacerdotes, él y yo. Difícil fue contener las lágrimas por mi parte, pero él, sin embargo, la recibió con una dulzura y felicidad que sólo puedo decir que me dejó maravillado, viendo y aceptando que dicho sacramento es un sacramento de vivos y no de muertos. Tras recibirlo, me dijo: “Ya estoy dispuesto para lo que me tengan que hacer”. No pude articular palabra. Sólo darle un abrazo y decirle: “Luis, tienes que darnos todavía mucha guerra”.
    Luis ha sido una persona que nunca ha olvidado el sentido positivo de la vida, que nunca ha perdido las ganas de vivir, de luchar, de hacer feliz a todos los que lo rodeábamos. No sé lo que pensarán los demás que han tenido la oportunidad de conocerle, pero a mí, personalmente, y a mi familia nos ha dado fuerzas para seguir adelante, para no perder la esperanza, para no derrumbarnos por cualquier situación o cualquier problema. Luis siempre estaba ahí, en los mejores y en los peores momentos de su vida. Siempre aparentaba una gran fortaleza, que muchos nos preguntábamos si de verdad era posible. Luis intentaba hacer reír, transmitía vitalidad y felicidad. Era una persona con la que se podía hablar, una persona que nunca perdió la sonrisa por muy mal que se encontrara.
    Luis ha luchado, ha sufrido, ha vivido, ha disfrutado y, hace poco, nos ha dejado, pero sin duda creo que él sigue aquí. Su vitalidad, su lucha, sus fuerzas no han sido en balde. Ha conseguido transmitirlas  a todos los que tuvimos la suerte de conocerle. Será una persona imposible de olvidar, una persona que siempre estará con nosotros.
    Luis ha sido un elegido por Jesús para darnos un ejemplo de vida, de entereza, de amor hacia los demás, de sacrificio, de cariño, de paciencia, de dulzura, y de cualquier cualidad que un buen cristiano debe tener. Luis, amigo, hasta pronto. Siempre estarás en el corazón de mi familia.
    Por Miguel Molina Navarrete.

    Miguel Ángel Castro Muñoz de Andújar
    Algún  pequeño milagro

    Ha transcurrido un año más y, aunque no he dejado de pensar en ti ni un solo día desde que te marchaste, hoy tu ausencia se me hace especialmente dolorosa porque vuelvo a recordar aquellos últimos días en los que aún era capaz de creer en un milagro.
    Pero no sucedió milagro alguno. Y un amanecer te fuiste, sumiendo mi vida en el silencio y la nostalgia. Y tuve que aprender a vivir de nuevo. Esta vez sin tu alegría, sin tu entusiasmo, sin tu amor. Sin ti, en definitiva. En ese largo y penoso camino sin ti hubo momentos de duda y desaliento, de esa tristeza infinita que produce el no sentirse feliz, el saber a ciencia cierta que nada volverá a ser como antes.
    Y es que resulta muy difícil seguir en solitario un camino que se ha emprendido en compañía de alguien tan especial como tú.
    No obstante, a lo largo de estos años, también he comprendido que quizás sí había producido algún milagro. No uno extraordinario, como el que esperaba en aquellos días previos a tu marcha, sino algún otro más modesto: el milagro de vivir cada día a pesar del dolor y la tristeza. De ser capaz de sonreír de nuevo, incluso, de confiar en el mañana. El milagro de sentirte cerca, de comprobar que el tiempo había ido reforzando tu recuerdo que seguía, que sigue tan vivo como el día de tu partida. Y, sobre todo, el milagro de creer y esperar que algún día nuestros caminos volverán a unirse y, esta vez, para siempre.
     Por Chelo Fernández Labrada.

    Juana Aranda de Torreperogil
    Se nos ha ido “la abuela de Torreperogil” con 104 años

    El pasado 7 de junio, Juana se fue, a donde quién sabe sea donde se van antes que uno mismo todos aquellos a los que ya no podremos abrazar de nuevo. Sólo lo hacemos en nuestro pensamiento, sólo en nuestro corazón. Se fue con la misma discreción y elegancia con la que supo llevar su vida, una larga vida de 104 años que la han convertido en “la abuela de Torreperogil”. Pequeñita de estatura, era grande, rebosaba, tenía excelencia de alma, de cuerpo. La excelencia de los que aman mucho, de los que abrazan la vida, cada rincón de ella, de los que regalan cariño y amistad. Era grande como el campo, como un cántaro de leche, de esa leche que en los años de estrechez buscó sin denuedo para alimentar a los suyos; entera siempre y asomada a sus ojillos de madre que todo lo veían, que a todos miraban. Juana era un cuerpo a cuerpo, un “corazón desabrochao”. Así, al menos, la conocí. Así, al menos la recuerdo,
    Juana era demasiado, como esa otra “fortaleza” de Teresa de Ávila, mujeres inmensas, personas-universo que no pasan por pasar, sino por hacer surco, que siembran, que no saben de lo estéril, que son fructíferas —diez hijos parió— y cobijan y dan sombra. Pero me viene, también, el recuerdo de sus manos. Eran pequeñas, manitas de niña con hoyitos lacerados por la aspereza del trabajo y de la vida.
    Socialista y cristiana. Ella siempre decía que había tenido mucha suerte, que Dios había sido generoso, que la vida, aun dura, la había tratado bien, que le había dado mucho: su familia, sus hijos, a su gran amor Gonzalo y, pese a los malos tiempos —había nacido en junio de 1906, por lo que la incivil contienda le pilló de lleno—, nunca le faltó un trabajo y la valentía para sacar unas “perrillas” con las que salir adelante. Pues a ella, lo que importaba era el presente, estar aquí, vivir ahora, caminar ahora, amar ahora. Y así lo hacía y así se comportaba, como si cada minuto fuera el último y el más sabroso. Y sus manitas de niña y sus ojillos vivarachos seguían teniendo para todos una caricia, un gesto, una sonrisa.
    Baste decir con respecto a Juana, que no debiera haber muerto nunca. Es verdad eso de que las campanas “tañen por ti”, pero, a veces, tañen más fuerte de lo esperado nublando ese “Clavelitos” que tus ahijados de la Tuna “Aceituna” cantan para ti. Gracias a su familia por haberla compartido más de un siglo, mi amistad a sus hijos Toribia, Francisco y Faustina y a todos los que la amaron, la respetaron y la disfrutaron.
    Por Vicente Ruiz Raigal.

    Celia Sánchez Castillo de Jaén
    “Siempre viva para nosotros”

    El tiempo transcurre de una forma incomprensible para los que, en uno u otro momento, se nos para la vida cuando una madre nos abandona para siempre. Hace ya un año que, para nuestra familia, el reloj se quedó instalado en las seis y media de la tarde de un triste 17 de junio. Ese día se nos fue nuestro principal apoyo, más que madre, que lo fue con mayúsculas, se nos fueron sus risas, su alegría de vivir, su cordialidad, su elegancia, sus sabias palabras, etcétera. Con ella se nos fue la vida.
     Cada día te preguntas por qué a ella. Así es la vida, te llegas a consolar. Quizás tanto derroche de vida y de generosidad proyectada hacia su marido, a sus cuatro hijos y a sus ocho nietos terminó por agotar su propia existencia. Tenías mucha gasolina que dar, pero no guardaste ninguna para ti, mamá. A cambio, nos dejas el tesoro inagotable de tu recuerdo, que no tiene límites. Y es que no nos cansaremos de decir, siempre que tengamos ocasión, que nos diste tanto, pero tanto, tanto, mamá.
    Podríamos escribir un libro, como ella misma decía, hablando de sus virtudes y sus vivencias. Sólo se nos ocurre resumir lo que ella ha sido y seguirá siendo evocando la letra de una canción de Francis Cabrel: “Ella para las horas de cada reloj y me ayuda a pintar transparente el dolor con su sonrisa. Construye una torre desde el cielo hasta aquí y me cose unas alas y me ayuda a subir a toda prisa, la quiero a morir. Me atrapa en un lazo que no aprieta jamás como un hilo de seda que no puedo soltar. No quiero soltar, no quiero soltar. Podéis destrozar todo aquello que veis, porque ella de un soplo lo vuelve a crear como si nada. Conoce bien cada guerra, cada herida, cada ser. Conoce bien cada guerra de la vida y del amor también”.
    Un recuerdo a todos los padres que este año se fueron y dejaron a familias vacías como la nuestra. Isabel, Menchu, María, Juan, Enrique cuidad de nosotros, os necesitamos.
    Espero que comprendan que estas palabras parten de los sentimientos de una familia llena de dolor y, a la vez, orgullosa de la mujer con la que hemos compartido la vida. ¡Un beso, guapa!
    Por tus cuatro hijos.