Hasta siempre
Antonio Francisco Salas López de Jaén
“Era mi cuñado y mi amigo”
Esta humilde dedicatoria es para nuestro jiennense Antonio, que, con sólo 52 años, nos lo ha arrebatado “la otra vida”. Se fue el 24 de enero. Supongo que sabréis que hacer este tipo de recordatorio es siempre triste y, además, complicado, pues cómo condensar tantos recuerdos, tantos sentimientos sobre alguien sin que te dejes flecos importantes. Es imposible, pero creo que es más triste no hacer nada.
“Era mi cuñado y mi amigo”
Esta humilde dedicatoria es para nuestro jiennense Antonio, que, con sólo 52 años, nos lo ha arrebatado “la otra vida”. Se fue el 24 de enero. Supongo que sabréis que hacer este tipo de recordatorio es siempre triste y, además, complicado, pues cómo condensar tantos recuerdos, tantos sentimientos sobre alguien sin que te dejes flecos importantes. Es imposible, pero creo que es más triste no hacer nada.
Quiero explicaros que, para mí, Antonio no sólo era mi cuñado, era también mi amigo. Ya era nuestra amistad mayor de edad, más de 22 años de trato, de roce, de cariño, de tantas y tantas vivencias que no puedo enumerar. Siempre estuviste dispuesto para apoyarnos, para darnos tu consejo y, algo muy importante, te hiciste la referencia de la familia, ese nexo de unión que, después de la muerte de nuestros suegros, sirvió para mantenerla más unida.
Aún recuerdo la primera vez que fui a El Centenillo e iba tras de ti en mi coche. Te juro que pensé: “Es imposible que alguien pueda conducir así por una carretera como esta”. ¡Pues mira!, sí que se puede, incluso yo lo conseguí. ¡Cómo te gustaba El Centenillo! Esos paseos a Pozo Nuevo, esos largos coloquios con la gente, esa sonrisa que te marcaba el rostro cuando, al entrar a ver a nuestro amigo Helio, él te recibía con su clásico: “Ya está aquí el Patriarca”.
Con tu marcha, El Centenillo pierde un nuevo personaje carismático y de referencia, como lo fue nuestro otro cuñado Paco, que te precedió hace cinco meses y, seguro, que ya estáis discutiendo que si el Real Jaén así, o que asá. Se os va a echar mucho de menos en el pueblo.
Querido Antonio, sabes que lo que leí en el momento de esparcir tus cenizas era cierto. No te vas de vacío, te llevas parte de cada uno de los que te conocieron y puedes tener por seguro que te quedarás siempre en nuestro recuerdo.
Y no te preocupes cuñado, los que quedamos en este barrio mágico que es la vida haremos lo posible para apoyar y estar junto a tu esposa María Luisa y tus niños. Nunca olvidaré cuando te vi allí, tumbado, quieto como en silencio para no molestar y cómo te acariciaba tu esposa las mejillas, aún sonrosadas, mientras sollozaba: ¡Ay, mi gordito! Tu marcha nos vuelve a mostrar lo efímero de la vida y lo importante que es vivirla intensamente, dándolo todo de nosotros mismos sin tapujos, sin miedos, sacándole toda la sustancia a cada minuto, pues si los dejamos escapar en blanco perdemos el tesoro de la vida.
Poco más que contarte amigo Antonio, sólo darte las gracias por haber compartido junto a mí tantos momentos entrañables. Nunca te olvidaremos.
Estás aquí.
“Me perdí en las montañas,
y me hice halcón para buscarte,
y no te hallé.
Me hice brisa fresca de verano,
pero no te rocé.
Me hice nube de tormenta,
y no te mojé.
Me paré y cerré mis ojos.
¡Te encontré!”
Por tu cuñado
Cristóbal Castillo.
EDUARDO ORTEGA ANGUITA de Jaén
Una semblanza de mi maestro
Don Eduardo Ortega Anguita, mi maestro, mi compañero y mi amigo, ilustre abogado litigante “per se”, falleció el pasado día 25 de enero.
Colegiado número 34 del Ilustre Colegio de Abogados de Jaén, con antigüedad del 12 de mayo de 1944, habiéndolo sido también de los Colegios de Granada y Madrid.
Avala esta semblanza mi relación personal con él durante dos años como pasante, otros dos como colaborador en su despacho, cinco compartiendo afanes colegiales en la junta de gobierno del Ilustre Colegio de Abogados de Jaén, y ciñendo todo el tiempo transcurrido desde principios de 1962, en que lo conocí y hasta su muerte, con el afecto mutuo que sinceramente compartíamos.
Si bien su inclinación profesional estudiantil fue de periodista, incitado por las circunstancias familiares y por la costumbre de entonces, tornó a dedicarse al ejercicio de la abogacía. Obtuvo la licenciatura asistiendo como libre-oyente a la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada y adquirió la práctica jurídica con su tío, don Virgilio Anguita, prestigioso abogado en Jaén.
Dijo Massieu: “El agradecimiento es la memoria del corazón”. Quiero, por tanto, expresar, en primer lugar, mi gratitud a quien me abrió las puertas de su despacho al principio del año 1962, dándome, con ello, la oportunidad de forjarme como abogado. De esta manera, culminó el previo esfuerzo de mis padres en aras de mi formación jurídica.
Mi permanencia en su despacho de la calle Arquitecto Berges transcurrió, aproximadamente, durante cuatro años. Los dos primeros como pasante junto a mis compañeros Salvio Codes, Bartolomé Pérez y José María Nogales y, los dos últimos, como colaborador profesional. Una parte de este periodo coincidió con su mandato en la Alcaldía del Ayuntamiento de Jaén.
Para corresponder a su ruego, accedí a formar parte en su candidatura a las elecciones de renovación parcial de la junta de gobierno del Ilustre Colegio de Abogados de Jaén de 1986, encabezada por él como decano. El 17 de diciembre de 1986 accedió al Decanato, labor que cesó el 22 de enero de 1992. Durante ese periodo, compartí con él, como diputado primero, sus constantes desvelos por dar respuesta a los problemas del Colegio. Entre sus logros, resaltó los de modernización de la institución, la puesta en funcionamiento de la Escuela de Prácticas Jurídicas, la creación de una póliza colectiva de responsabilidad civil, la formalización de un seguro con la Mutualidad de la Abogacía por incapacidad profesional transitoria, la aprobación de las normas de honorarios profesionales y del código ético o deontológico, la adaptación de la sala de togas y la instauración de despachos para que los abogados pudieran atender a sus clientes. Y si bien no pudo alcanzar una de sus promesas electorales, la de lograr una sede colegial, sí consiguió con su gestión una reserva económica significativa que preparó la financiación precisa para que se alcanzase el objetivo por la junta de gobierno que le sustituyera.
En su despacho, ocupaban un lugar preferente los dos tomos de las Leyes Civiles de Medina y Marañón. Me sorprendió el conocimiento que de las mismas tenía, por lo que tan sólo ocasionalmente eran consultadas.
Dominador de la palabra oral y escrita, seguro de sí mismo cuando subía a los estrados para actuar con libertad sin transgredir sus convicciones éticas y en donde, tras ostentar la autoridad del peso de sus razones, finalizaba suplicando a quien evaluaría aquellas. En sus asesoramientos, informes, dictámenes y negociaciones, jugaba tanto su condición de “jurista”, como su talante personal.
Aconsejaba a sus pasantes: Hechos escuetos y fundamentos de derecho precisos, con un suplico reflexivamente seductor. Efectivamente, al redactar sus demandas, era un preciso mago del “petitum”.
Hábil en la proposición de la prueba e incansablemente combativo durante su práctica.
Sin incurrir en dispersión alguna, era denso en la exposición con la que se dirigía con interés de convencimiento al intelecto del juzgador para retornar a una hábil y escueta síntesis de lo previamente expuesto cuando, para finalizar su exposición, se proponía persuadir la voluntad del Tribunal.
Respetuoso con sus compañeros y siempre solícito a sus requerimientos.
Le honraba su sentimiento religioso y humano, actitud que realzaba ante cualquier otro interés.
La última vez que lo visité, en fecha cercana a su fallecimiento, lo hice en su domicilio familiar, cuando ya, con deteriorada salud, sentado delante de una mesa camilla, conforme le era de gustar, y examinando algunos expedientes profesionales del despacho, ya regentado por su hijo Diego José. No había medio de extraerlo de sus comentarios jurídicos, actitud que conformaba al “vocacional periodista” en un “genio y figura” de la abogacía.
Desde mi perspectiva de alumno, compañero y amigo, deseo expresar que don Eduardo Ortega Anguita dejó nuestra compañía irrogado de un intachable pasado profesional y humano que le legitimó en vida. Con cariño, admiración y respeto, como creyente, ruego a Dios por su alma, como un testimonio de gratitud a su apoyo y consejo para mi formación profesional.
Por Francisco Duro, abogado.
Trini Botello Gelices de Málaga
Vivió para la danza
Desde muy pequeña, en su queridísima Málaga natal, comenzó sus primeros pasos de baile con los “Grupos de Educación y Descanso”, donde, desde temprana edad, ya despertaba su interés por todo lo relacionado con lo que más tarde marcaría el ritmo de su vida. Siendo una joven adolescente despierta e inquieta, trasladó su residencia a Jaén, donde continuó su aprendizaje y formó parte de los grupos de coros y danzas de esta ciudad, con los que recorrió la geografía española y extranjera. Destacó por su viveza y valía.
Pasado el tiempo, decidió retomar el vínculo con el mundo de la danza con la apertura de la conocidísima “Academia de baile Trini”, en la céntrica calle Cuatro Torres de Jaén, y por la que tanta gente ha pasado. ¿Quién no se ha detenido en la puerta a escuchar el repiqueteo de unas castañuelas, los rítmicos zapateados o la voz de una malagueña que marcaba el compás?
Somos tantos y tantos los alumnos que hemos aprendido y disfrutado del simpático y cariñoso carácter de esta luchadora malagueña que amaba la danza. Era un placer acudir a una de sus clases por la ilusión con la que nos recibía, el cariño con el que nos enseñaba cada paso, cada gesto, cada movimiento, con el característico acento que tanta simpatía nos causaba y que nunca perdió.
Disfrutaba, sobre todas las cosas, cuando nos enseñaba los bailes típicos de su tierra, pero sin nunca olvidar el folclore de Jaén, que siempre tenía presente, vibrando con la Danza Española y con el más puro Flamenco. Fueron tantas y tan variadas actuaciones en las que el alumnado mostrábamos orgullosos su valía: Asuán, Darymelia, Auditorio. Y escenarios tan lejanos como Francia, Italia, Argentina, EE UU; siempre marcado por su sello personal tan característico.
En nombre de tantos y tantísimos alumnos y alumnas que hemos tenido la suerte y el privilegio de haberte tenido tan cerca, haber aprendido tanto de ti y haber logrado amor a la Danza. Gracias.
Por Raquel Damas.
Francisco Fuentes de Villanueva de la Reina
“Los que le queríamos, le echaremos de menos”
No siempre es fácil escribir sobre la pérdida de alguien. Menos aún si esa persona ha estado relacionada contigo a lo largo de la vida. Francisco Fuentes, Paco, como todos lo conocíamos, nos dejó, el pasado día 29, después de un fatídico accidente del que todavía no nos hemos recuperado. Paco era un hombre sencillo, humilde, cariñoso, trabajador, pero, sobre todo, una gran persona. Siempre que querías contar con él, ahí estaba. Prueba de ello es la gran cantidad de amigos que tenía y lo que presumía de estar rodeado de tanta gente.
Mi relación con Paco no ha sido desde que éramos pequeños. Como con muchos de mis paisanos, la amistad y la relación la adquirimos en el negocio familiar que regentaba mi familia y que atendía junto con mis hermanos. Recuerdo la primera etapa. Yo, aún muy joven, cuando trabajaba de camarero en la discoteca. No había noche que no nos hiciera una visita antes de empezar su turno y encargarnos que le lleváramos un bocata para reponer fuerzas a mitad de la noche. Pero sus estancias en nuestro negocio no se reducían sólo a esto. Mis hermanos y yo le teníamos mucho cariño, mucho aprecio, porque siempre estaba ahí para lo que nos hiciera falta. Me consta y sé que este cariño era recíproco.
El día que nos enteramos del accidente, las primeras llamadas que recibí fueron de mis dos hermanos, que, como muchos de tus paisanos, todavía no damos crédito de lo ocurrido. Manuel me contó que, recientemente, había coincidido contigo en un pub del pueblo y que estuvisteis recordando toda esa etapa de vuestras vidas tan llenas de alegrías.
De hecho, le reconoció ese cariño y ese aprecio que mantenía hacia nosotros. Paco ha sido un enamorado de su pueblo, de su familia, de sus costumbres y tradiciones. Hace muchos años, decidió emprender una nueva etapa en Pamplona junto con su hermano. Nunca olvidaré la última noche, antes de viajar hacia su nuevo destino, el abrazo que nos dimos con él, casi sin poder hablar, mis hermanos y yo. No sabía el tiempo que ibas a durar allí, lejos de tus padres, de tu familia, de tus amigos, de tu gente. Durante su estancia en Pamplona, siempre tenías un “hueco” para sus amigos del Burguer. Siempre se acordaba de nosotros y siempre se interesaba por las cosas de su pueblo.
No sé cuántos años fueron los que estuvo en Pamplona, pero, al final, decidió volver a Villanueva de la Reina, con sus padres, con su familia, con sus amigos. Cuando llegaba los sábados, a la hora de “ligar” como le dicen en el pueblo, siempre tenía compañía, siempre. Unos días con una junta, otros días con otra, pero, siempre, había alguien que quería compartir un rato de tertulia junto a él. Desde que mi familia traspasó el negocio, es verdad que no nos veíamos como antes, pero siempre que nos cruzábamos, nos saludábamos y solíamos recordar cualquier anécdota vivida que nos hiciera soltar una carcajada. No me puedo olvidar su etapa de futbolista. Desde que era un chaval jugó en el equipo de su pueblo. Su comportamiento en los campos de fútbol siempre fue ejemplar y me quedo con esa imagen suya con la camiseta azul con el número dos en una foto que nos hizo Miguel en la que estamos mis hermanos y yo con todo el equipo de Villanueva. A partir de ahora, todos los que le conocíamos y le apreciábamos, le vamos a echar de menos.
Por José Carlos León.
Dolores Vaca Hernández de Pedro Martínez
“Madre mía, ¿por qué te fuiste tan lejos?”
Un año hace ya que te marchaste. Cuánta falta me haces, cuánto dolor dejaste en mí al partir a un lugar del que ya no puedes regresar, ni yo visitarte.
Fuiste la mejor madre y, ahora, vives en mí con tus recuerdos, que no son pocos. Pasaste tu vida ofreciendo amor y doy gracias a Dios por haberte escogido para que fueras mi madre.
Ya ha pasado un año. Cuando miré tu féretro y creí que estabas dormida, te hablaba y no me respondías, toqué tus manos y las sentí frías como el hielo, entonces, comprendí que te habías ido para siempre y que no te volvería a ver.
Recuerdo tu funeral, fue una procesión en la cual se percibía respeto, dolor y, como si de una Virgen se tratara, todo el pueblo de Pedro Martínez te llevó a hombros a tu nueva morada, donde descansarías eternamente. Esto es porque la gente te quería y, aunque ha pasado tiempo todavía, te recuerdan con cariño.
Madre mía, ¿por qué me dejaste, por qué te fuiste tan lejos? Te sigo llorando día a día, te llamo de noche y sólo hay silencio porque tus labios están sellados para siempre.
Aunque no me respondes, sé que me escuchas y te hablo aunque ya no te encuentres en este lado de la vida. Te digo que mi salud va mejorando, las ganas de vivir que ahora tengo, lo que han crecido tus nietas, que Lola hará la comunión con el vestido que tú compraste y cuánto te quiero. Y es que es tan dura tu ausencia que, a veces, quiero ser la niña que asustada se metía en tu cama para que la abrazaras.
Siempre estarás en mí, hasta siempre madre mía.
Por Mari Carmen
Fernández Vaca.