Hasta siempre
Agustín Laínez García de Andújar
“Un sacerdote que nos llevó por los caminos del Señor”
Eran las dos menos cuarto de la tarde del 27 de marzo de 2009. Poco más de tres horas después, volvió a la parroquia de San Eufrasio el cuerpo sin vida de Agustín Laínez García.

Eran las dos menos cuarto de la tarde del 27 de marzo de 2009. Poco más de tres horas después, volvió a la parroquia de San Eufrasio el cuerpo sin vida de Agustín Laínez García.
Nuestro querido Agustín falleció esa madrugada, tras una larga y penosa enfermedad, aunque la llevó con la santa resignación de un buen cristiano. Ahora que quisiera hacer el merecido panegírico del pastor y maestro, guía espiritual de los eufrasianos, creador entusiasta de nuestra hermandad, figura señera y fundamental de la devoción al Santo Patrón en Andújar, no encuentro las palabras justas y merecidas que su permanente catequesis dejó entre nosotros.
Fue al principio de los años ochenta, del pasado siglo, cuando arribara a este humilde barrio y parroquia para emprender su devota tarea. Fue tal la simbiosis que tuvo con los feligreses que, como reza en su esquela, es “Párroco de San Eufrasio y Las Viñas”, y no necesita más presentación, para ser sobradamente conocido y querido, por todos aquellos que gozaron de su amistad y supieron de sus enseñanzas. Los eufrasianos, especialmente, se sienten consternados en esta hora de su partida hacia Dios. No en vano, estuvo presente en todos los sacramentos que impartió entre ellos, bautizos, primeras comuniones, confirmaciones, matrimonio y en cuantas celebraciones cristianas tuvieron lugar en su magisterio sacerdotal, laboriosamente desempeñado, con la humildad de los buenos y la grandeza de los sabios.
Acudieron a recibirlo todos los eufrasianos que le precedieron en el camino hacia el cielo. Llegaron a su encuentro, como ángeles risueños, sus amigos del alma, Francisco Rodríguez Lorente, Restituto Valverde Zafra, María Josefa Escribano Carrasco, Francisco Calzado Duro, Manuela Morente Mena y Juan Rosado Martín, que recibieron de sus manos cetro, banda y bendición, como hermanos mayores de la Hermandad de San Eufrasio, patrón de Andújar y de la Diócesis de Jaén, que él fundara y rigiera, durante largos años, con amor y dedicación. Y en los corazones huérfanos de quienes le queremos y respetamos, deja el recuerdo eternamente agradecido a quien, con su ejemplo, nos llevara por los caminos del Señor. Entre los pinos que rodean la Ermita de las Viñas de Peñallana, se escucha el viento que lleva palabras, consejos y serena nostalgia de un modesto sacerdote que entregó su vida sirviendo a Dios y guiando a los hombres. Que su ejemplo nos llene de provecho, para que, de esta forma, él descanse en paz. Juan M. Barrero Macías, hermano mayor de San Eufrasio 1999/00.
Tomás Casas Cañas, un empresario honesto que lo dio todo por su familia y seres queridos
Tomás Casas Cañas tuvo una vida extensa y dilatada. Nació el 20 de abril de 1916 y la muerte se lo llevó el pasado 17 de febrero. Sus hijos reseñan que su forma de ser se caracterizaba por su carácter hogareño y su cordialidad. Fue un hombre muy respetuoso con los demás y esto fue lo que intentó transmitir a sus hijos.
Procedía de una familia muy humilde, como muchas en aquella época. Así, con doce años, tuvo que dejar el colegio para empezar a trabajar. Comenzó en el sector de la construcción. Se dedicaba a llevar el agua. Pero su carácter inquieto y sus ganas de aprender hicieron que aprendiera bien el oficio y consiguió ser albañil y contratista. Por desgracia, comenzó la Guerra Civil y su destino cambió de forma radical. Se tuvo que alistar y estuvo en todos los frentes. De estos tristes años, sus hijos recuerdan que fue el único que quedó vivo de su batallón. Después de la contienda, estuvo exiliado en el país galo. Aunque no se libró de los horrores de aquella época, ya que conoció la crueldad de los campos de concentración. Por fin le dieron la posibilidad de volver a casa, pero a cambio de luchar junto a Francia contra a Alemania.
Cuando regresó, llegó uno de los momentos más emotivos de su vida: su matrimonio con Marina Beltrán, el gran amor de su vida. Si por algo destacaba esta pareja era por el gran cariño que se profesaban. Fruto de esta unión nacieron sus dos hijos: Tomás y Paco.
En 1949, Tomás Casas y sus hermanos Diego y Francisco conocieron al perito aparejador Antonio Gutiérrez. Juntos fundaron Pavimentos Litón, la gran apuesta de futuro. Su hijo Tomás recuerda cómo la vida de este empresario siempre estuvo muy ligada a la construcción y a la venta de materiales.
Su empresa hoy sigue en pie y está fuerte y consolidada gracias al empeño de Tomás y sus socios. No en vano, supieron ganarse la confianza de los jiennenses con tesón, buen servicio y, sobre todo, con honestidad. “Dio en la clave de cómo hacerlo. Siempre supo que ser sincero era lo más importante”, recuerdan sus hijos, y esta premisa no sólo la aplicó a sus negocios, sino que fue la que dirigió su vida privada. Y no le fue mal, ya que son muchos los amigos y seres queridos que dejó. En cuanto a su empresa, Pavimentos Litón está a punto de pasar a manos de la tercera generación. Los hijos de Tomás la regentan en la actualidad, pero ya piensan en la jubilación, así que, pronto, pasará a manos de sus nietos, que perpetuarán la estela de su abuelo, con ilusión y, cómo no, con la honradez que Tomás Casas imprimía a todo lo que hacía. Tomás Casas era un hombre familiar. Todo lo hacía por su mujer y sus hijos, a los que quería con locura. Siempre procuró darles lo mejor, no sólo en objetos materiales, sino también en cariño y valores. Igual que se portaba con su familia, lo hacía con la gente de fuera. Era generoso y le gustaba escuchar. Amigo de sus amigos, nunca dudó en echar una mano a todos los que le necesitaron. Lo mejor es que siempre lo hizo con una sonrisa. Su comportamiento con los trabajadores de su empresa no fue diferente. Consiguió que se sintieran como en su casa.
Por eso, aunque hace casi dos meses desde que se marchó, su recuerdo sigue vivo. Es mucho lo que se dio a los demás y será muy difícil olvidar sus consejos, su cariño y su amor. Siempre estará entre ellos. Tu familia.
Enrique Toro García de Alcalá la Real
“Amenizarás las tardes en el cielo junto a tu padre”
Enrique Toro García, mi padre, nació en las Ventas de Agramaderos (Alcalá la Real). Desde muy niño, recibió clases semanales de música y violín de manos de doña Clotilde, porque él quería ser “músico de partitura”, que no era cualquier cosa.
A su vez, el gran músico alcalaíno Manuel Hermoso, le enseñó los secretos del acordeón. Su padre le obligaba para que pudiera acompañarlo por las noches, de cortijo en cortijo, para tocar a la luz del candil, en los bailes del pellizco, acompañado de la bandurria de Felipe Ramos.
No eran pocas las veces que, fatigado por el trabajo de todo el día, cuidando a los animales y en las labores del campo, se iba quedando dormido, disminuyendo el ritmo del violín. Su padre le golpeaba por lo bajo y el niño reaccionaba poniéndose tieso y acelerando los movimientos. Esto provocaba las risas de los presentes.
El abuelo Enrique también metió el gusanillo de la música a sus otros dos hijos: Paco y Boni, que tocaron en distintos grupos de la época, el “yamba”, la actual batería. Cuando vino a vivir a Alcalá, siendo joven, ya que su padre compró la “posá” de San Antón, dejó de lado la música, pero comenzó a formar otro tipo de orquesta muy especial, ya que conoció a su vecina de enfrente, mi madre. Desde entonces hasta su jubilación la única música que conseguía oír era la que ponía Luis del Olmo en su programa “Protagonistas”, mientras subía la Cuesta Velillos con su camión Barreiros. Una vez jubilado volvió a reencontrarse con la música. Acudía todas las tardes a ensayar en el Hogar del Jubilado y amenizaba los bailes de los sábados con sus pasodobles y canciones varias. Incluso inició con sus amigos Frasques y Calzado, “El baile del candil” en la feria de San Mateo. Ahora, alguno de sus nietos seguirá sus pasos como “músico de partitura”, mientras que él amenizará las tardes en el cielo, junto con su padre y sus hermanos, con la gran Orquesta de los Toro de la Venta. Tu hijo, Paco Toro.
Rafael Pérez Gálvez, hermano mayor de la Cofradía del Cristo de la Salud de Alcalá la Real
Cuando se cumplía el penúltimo día del mes de marzo, Rafael Pérez Gálvez se fue para siempre. Su fallecimiento dejó conmocionado a todo un pueblo. Su amigo Francisco Martín le ha escrito estas líneas de despedida:
Decía el poeta malagueño Manuel Altolaguirre: “Era mi dolor tan alto/que miraba al otro mundo/por encima del ocaso”. Y eso nos aconteció, el pasado lunes 30 de marzo, cuando despedíamos a nuestro amigo Rafael Pérez Gálvez, que fue trasladado al camposanto del cerrito Vílchez a hombros de compañeros de trabajo y amigos de la hermandad. Cada paso era una huella de recuerdos de tu entrega al compañerismo que forjaste en la aventura del trabajo asociativo en la Cooperativa Metalúrgica San José Artesano, una huella pulida por tu trabajo bien hecho de artesano de oro que nos dejaste perenne como regalos generosos en aquel yunque de homenaje al mundo laboral. Cada huella de aquel itinerario, Rafael, fue un recuerdo de tu entrega voluntaria en la vida social de la ciudad (tu participación en las bandas de tambores y trompetas, en el mundo cofrade del Rocío, Virgen de las Mercedes y, sobre todo, del Cristo de la Salud, donde fuiste, en varios mandatos, hermano mayor y, desde que nosotros te conocimos, miembro de la junta directiva). Cada huella de tu subida a la ciudad celestial fue el recuerdo de tu desprendimiento sincero, esforzado y valiente —porque eras un hombre con cuerpo y alma de bronce—, en cada uno de tus diferentes trabajos y de tus colaboraciones voluntarias con los demás. Cada huella, la última en la tierra, marcaba el amor derrochado durante todos estos años a toda su familia (desde su esposa Carmina hasta su nieto, pasando por sus tres hijos, Diego, Marta y Menti y, cómo no, sus hermanos y cuñados), que, siempre, como decía el poeta les “has pintado el recuerdo los cuadros / que decoran sus estancias/ allí mis pasadas dichas/ con mi pena hoy contrastan”.
Fue aquel día, un día de huellas porque, por encima de todo, aunque el gigante de la muerte te haya aplastado, Rafael, estoy convencido de que una estela de amor grande te eleva triunfador en nuestros corazones.
Por Francisco Martín. Alcalá la Real.
Martín Otiñar Muñoz de Mancha Real
“Dos ejemplos de vida marcados por su vocación de servicio”
Martín Otiñar Muñoz se marchó para siempre tan sólo hace algunos meses, con una edad de 79 años. En cuestión de nada, en tan sólo unos días, murió en el hospital. Lo que parecía ser un simple resfriado dio lugar a una muerte inesperada y que nos sumió en la tristeza
Aquella bella estampa de amabilidad y calidad humana del tito Martín quedó empañada por el destino definitivo e inesquivable que supone, para cualquier persona, la muerte. Y los recuerdos quedaron en gran parte rotos cuando su mujer, Juliana Romero Vega, a los 76 años, falleció hace cuatro años, en 2005. Un mal golpe en la cabeza puso fin a una gran mujer llena de vitalidad y muy querida por todos.
Nacida en Carchelejo, Juliana Romero, cuando era muy joven, se trasladó a Mancha Real, donde se casó con Martín Otiñar Muñoz, natural de este municipio.
Desde que murió Juliana, para Martín la vida nunca fue igual. En sus ojos se reflejaba la falta de ilusión y las ganas de vivir. Quizás ante la cercana puerta de la muerte, sólo se dejó llevar sin poner reparo alguno. En Mancha Real, durante largos años, convivieron hasta que ocurrieron el desgraciado accidente de Juliana y la muerte natural de Martín, que los separó para siempre. Aunque sin hijos, su casa siempre ha estado rodeada de sobrinos, familiares, vecinos y conocidos. En el recuerdo y en los corazones de todos los que los conocían siempre estará esta pareja afable, bondadosa, cariñosa, etcétera.
Para mí, son dos espejos en los que mirarme por su honestidad y dulzura. Sus cuerpos descansan en el cementerio municipal del municipio de Mancha Real. Martín Otiñar y Juliana Romero han sido ejemplos de vida a lo largo de toda su trayectoria. Desde jóvenes, y sin la posibilidad de tener niños, han estado marcados por una única línea de dedicación a los demás y trabajo duro como herramienta de subsistencia, algo que ha definido una vida sencilla, humilde y siempre en concordancia con los que la trataban. Hoy sólo queda el desconsuelo de su fallecimiento, las lágrimas derramadas y la soledad de su familia, acompañada por vecinos y amigos. Ernesto Angulo.