Hasta siempre

Juan Rivas Espinosa de Linares
“Para ti, papá”

Cómo ha pasado el tiempo y parece que fue ayer cuando te fuiste. Sí, han pasado ya diez años desde que nos dejaste, desde que te fuiste en silencio y sin despedirte cuando aún eras muy joven. A lo largo de este tiempo no hay día en el que no me acuerde de ti, en el que me recuerden que donde yo me pusiera para ti no se ponían mis hermanos, en lo bueno que eras y en todo lo que dabas por los demás. Siempre recordaré aquel maldito 13 de noviembre cuando se te apagó la luz.

    11 nov 2012 / 10:29 H.

    Ese día anterior que pasamos juntos los dos. ¿Sería una despedida? Quiero pensar que sí, que fue así, porque no lo hiciste de otra manera, en un momento se te fue todo, toda la vida y parte de la nuestra también.
    Imagino muchas veces si habrá llegado el momento en que hayas venido de madrugada a despedirte de mí, de mamá, de mis hermanos, que hayas entrado en silencio y nos hayas dado un beso de despedida, el que no pudiste darnos antes de marcharte. Creo pensar que sí lo habrás hecho y que desde allí arriba, desde el cielo, estarás viendo todos los logros que voy consiguiendo y, aunque no te tenga delante, siempre te cuento todo lo que me ocurre y me oyes, ¿verdad? Seguro que sí. Desearía encontrarte esperándome de pie en la puerta para que me preguntaras como siempre hacías: “¿Cómo ha ido hoy?”. Y poder contestarte: “Muy bien, pero si estuvieras, mejor”. En fin, la vida juega malas pasadas y a nosotros nos tocó. Ha sido difícil superar tu partida y aún más para mamá, pero cada día es un reto que hay que ganar y tú desde allí nos tienes que ver como campeones. Te rindo este homenaje para que no solo me escuches cuando te hablo, sino también lo veas plasmado en un papel. Te queremos y nunca te olvidamos.
    De tu hija Sonia Rivas Mora de Linares

    Clotilde Chamorro aranda de Monte Lope Álvarez
    “Una mujer sencilla y muy bondadosa”

    El pasado día 1 de noviembre, festividad de Todos los Santos, asistimos a las exequias de una gran señora, natural de Monte Lope Álvarez (anejo de Martos). Se llamaba Clotilde Chamorro Aranda. Había fallecido el día 30 de octubre rodeada de sus seres más queridos. Una gran manifestación de duelo puso de relieve el cariño y la estima que se le tenía, tanto por parte de sus familiares, como de amigos y vecinos. Clotilde había pasado la mayor parte de su vida en el Monte (que es como coloquialmente llamamos al lugar). Allí contrajo matrimonio con Juan Tejero Bueno y fruto de esta unión nacieron una hembra y tres varones. Se dedicaron al comercio y al transporte, siendo muy competentes y serviciales con todos sus vecinos. Tengo el temor de no saber expresar con mis palabras la verdadera y real dimensión humana de Clotilde, por ello trazo su semblanza con humildad, con mucho cariño familiar que en nada empaña ni menoscaba mi objetividad.
    Cualquiera que haya conocido a Clotilde estará de acuerdo en que los rasgos principales que definían su carácter eran: la sencillez y la bondad, premisas estas que nos llevan a una primera y universal conclusión: Clotilde es y será un modelo a seguir y es momento de adjetivar poniéndole calificativos al sustantivo. Clotilde era generosa, cariñosa, accesible, cercana, ocurrente, humilde, con un genio vivo que le permitía encarar los problemas con valentía y sinceridad, llamando a las cosas por su nombre. Muchos más adjetivos podrían aplicarse a esta singular mujer. Y claro está que, atesorando este rosario de extraordinarias y acrisoladas virtudes, consecuentemente, Clotilde fue una buena hija y hermana, una buena y fiel esposa, una amorosa y generosa madre, una adorable abuela y de una religiosidad comprometida en el ámbito parroquial de su pueblo.
    Tenía fuerte arraigo familiar y participaba en todos los acontecimientos dejando siempre patente la impronta de su chispa humorística y de sus ocurrencias, muy medidas, pero siempre con mensajes que después invitaban a la reflexión. En los momentos tristes, que también los hubo, aparecía su figura como remanso de paz y tranquilidad. Sufrió mucho con la muerte de su hermano Manolo, convirtiéndose en protectora y guía de la numerosa prole que aquel había dejado. Fue una colaboradora excelente de la Asociación Manuel Aranda, en donde siempre mostró la mayor disposición y cariño. Ejercía su influencia maternal para que sus hijos, desde sus puestos de trabajo, ayudaran y mitigaran el sufrimiento de enfermos y familiares para sobrellevar los momentos difíciles que presentan tales situaciones. Pero había dos cualidades que yo no conocía de Clotilde y que ella las ha puesto de manifiesto al dejarnos. Una, Clotilde que era una mujer fuertemente popular y querida en su pueblo, título que silenciosamente le han concedido las buenas gentes del Monte, haciéndole patente su cariño y acompañándola hasta su última morada. Otra, que Clotilde se nos ha mostrado en los días anteriores a su partida como una mujer extraordinariamente valiente, de gran serenidad y dignidad, con una aceptación plena de los designios divinos. Ya a modo de epílogo: Clotilde, ¡cuánto nos acordaremos, el día de la beatificación de nuestro tío seminarista y mártir, de vosotros, los que os habéis ido! ¡Cuánto os recordaremos a vosotros, que nos dejasteis caminos de verdad y rectitud! ¡Cuánto recordaremos vuestra estela y vuestra huella indeleble! ¡Siempre estarás en nuestros corazones! Siempre en el recuerdo.

    Por tu primo Miguel Bueno Aranda,
    de Monte Lope Álvarez


    Fernando Zaldúa Muñoz de Sevilla
    “A mi querido primo”

    Morirse, no cabe duda de que es jodido. Y por mucho cielo azul, atardeceres rojizos y nubes de algodón para dormir contando infinitas estrellas, a mí, como que me convence poco, pero si sabes que al otro lado alguien como tú te está esperando, pues como que te vas para arriba con la sonrisa en la cara. Y es que tiene que ser muy divertido compartir la eternidad contigo todo el día de risas, porque, para mí, tú siempre serás el hombre de la eterna sonrisa. Recuerdo nuestro último encuentro, el otro día de hace unos tres meses, y fue en una carnicería de la que no haremos publicidad. Cuando tú y yo nos veíamos, siempre hacíamos el mismo ritual: “¿Qué pasa prima? A ver si te sabes este”. Y a mí ya me daba la risa. Luego me tocaba a mí y entonces te daba a ti esa risa tan sonora de carcajada bajita, disimulando porque había gente; precisamente, en nuestro ir y venir de un sitio a otro ese día se nos colaron dos personas. Sin embargo, esta vez, tu último chiste no me ha hecho gracia. Ha sido tan malo que todavía estoy llorando, pero lloro por dentro, para que solo mi corazón y yo lo sepamos. Siempre te llevaré ahí, donde nada se olvida y donde todo queda. Donde siempre nos quedaran nuestros recuerdos de juventud en Torredelmar, de nuestra pandilla, de como nació tu amor con María Jesús y, ya de maduritos, interesantes todavía, seguíamos sin perder una pizca de complicidad que los momentos aquellos... Siempre te recordaré y ahí llevas el último chiste que me han contado: “Van dos mocas en una vespa y le dice la de atrás a la mosca conductora: ‘Tía, párate, porque se me ha metido un mosquito en el ojo’ (quizás me dirías que no es de los mejores, pero tampoco es nuestro mejor momento). De todas formas, sé que ya estarás buscando a nuevos amigos a quienes contarle todos tus chistes y sé también que contigo allí, en el “cielo”, todos tienen la risa asegurada, por eso, desde hoy a ser buenos, mil besos primo del alma.

    Por Mayte Pérez,
    de Madrid


    José Martínez Sánchez de  Jaén
    “El tiempo borra el dolor, pero no el cariño”

    Hola mi niño. Otro año más estoy aquí para mi pequeño homenaje dedicado a ti. Otro año más sin ti, cariño. El tiempo pasa muy rápido y, a la vez, muy lento, en el que te recordamos, pero no te encontramos y el día a día se hace duro e incompleto sin ti. Quiero pensar que estás en un largo viaje, porque el contacto y el pensamiento sigue unido a ti, tesoro.
    Me cuesta escribir estas palabras y, a la vez, me alegro por esta nuestra “cita” de todos los años, aunque en el recuerdo te tengo cada día, porque te tenemos unido a nuestros corazones y no queremos que te sueltes nunca.
    A menudo hablamos tu madre y yo de ti, esa madre, a la que tú sabes que quiero tanto y que vale tanto, tu padre y ese hermano que te adora. Supieste ganarte el corazón de los que realmente te conocieron, porque lo tenías grande y noble. Tenías un fondo muy especial y una forma de ser que te hacía encantador.
    Quiero decirte y pedirte, como siempre, ya que estás en el cielo, un lugar que te ganaste de sobra en tu corta vida, que cuides de tus padres y de tu hermano. Ayúdales, y más ahora en estas fechas que se avecinan, que no se entristezcan y que todo vaya bien. Me siento orgullosa de haberte conocido, de ser amiga de tu familia y compartir con ellos esta “cita” como tantas cosas. Dicen que el tiempo cura el dolor de la ausencia, pero no borra ni el cariño, ni la memoria, ni el recuerdo, porque nunca se olvida. Quiero que sepas que, en todo momento, estás entre nosotros y que solo nos queda soñar con el momento de volver a encontrarnos y abrazarnos.
    Un besito muy fuerte para mi heavy rockero favorito, mi ángel de todo corazón, mi Tete.

    Por Rosa María Gómez Muela,
    de Jaén


    Antonio López Expósito de Alcalá la Real
    “Un hombre de campo”

    Hace años, me encontraba en un archivo parroquial de Alcalá la Real tratando de concluir el árbol de mi linaje familiar y grande fue la sorpresa al toparme con su final, pues ya podía avanzar más, inserto en una partida bautismal de una morisca proveniente de las Alpujarras y avecindada en el municipio de la Sierra Sur por su amor con un campesino labrador del cortijo de un famoso alcaide. Con este panorama, me vino a la mente la presencia del apellido de los Expósito tan frecuente en otras épocas y encubierto en palabras de la Cruz o de otra índole. Siempre me ha llamado la atención el interés por conocer sus orígenes de los que ya han asimilado este apellido Expósito como si fuera López o Fernández. Le prometí a su hijo, del mismo nombre, (y a buen seguro que lo plasmaré por escrito) Antonio López Expósito, que se los investigaría por ser su padre un hombre de aspecto cortesano, apuesto en las formas, siempre con la sonrisa en los labios, educado y urbano en sus formas exteriores.
    Respondía más a un doncel del mundo nobiliario que a una persona muy ligada al terruño, al que lo reconocía desde los ángulos más insospechados, como pueden ser los rincones cinegéticos o los paseos trashumantes por los mismos senderos que en otros tiempos recorrió, bajo la guía de su padre, atento al pastoreo caprino o lanar. Pues Antonio había sido cabrero en su mocedad, y, ya en la edad madura, fue peón de una tierra que remontaba sus orígenes en las suertes de propios de la ciudad que había respondido el ayuntamiento entre los yunteros humildes, desalojados por las injusticias de las hipotecas obligadas y de las inclemencias del tiempo. De ahí que Antonio, y por transmisión oral su hijos y nietos, fuera uno de los mejores reconocedores de los puestos más propicios para esperar la perdiz, todos ellos excelentes expertos en recorrer los escondrijos en el corte de los Llanos transformados en una trinchera acolmenada mirando a la Celada y Veintenovias o avizores excelentes del prado donde despuntaban las setas tras las primeras lluvias o reverdecían los cárdenos espárragos trigueros. Con esa sabiduría popular supo mimar y trabajar la tierra hasta que, por las necesidades tan profundas de mediados del siglo XX, tuvo que emigrar a Suiza. Luego, se convirtió en un fiel peón de esa cooperativa de Santo Domingo de Silos que tanto contribuyó al desarrollo de Alcalá la Real, y creó escuela dando paso a su hijo para que aprendiera el oficio de la albañilería. Casado con Consuelo Cano, tuvo una prole que no llegó a la familia numerosa de anteriores tiempos, pero que hoy día se considera con este adjetivo. Sus hijos Antonio, Manolo y Rosi saben lo que es el  luchar por ellos y reconocen el trabajo de sus manos a favor de su manutención, hasta que llegó la jubilación. No fue un hombre impasible, acomodaticio ni amodorrado, se le veía siempre con su vara de cabrero andar caminos y desembocar desde la cañada Nevazo volviendo de la torre de La Moraleja desde donde podía contemplar la bella panorámica de una ciudad de frontera y, en su derredor, unas tierras que se adentraban antiguamente al Reino de Granada con un fondo de sierras, cortes montañosos y una pantalla blanca y majestuosa, al fondo, por las cumbres de Sierra Nevada. Tras la cotidiana marcha, frecuentaba la curia senatorial del Paseo de los Álamos, donde los de su generación arreglaban la ciudad colaborando con las autoridades. Pero esa enfermedad incomprensible que le recorría sus venas, de vez en cuando, le jugaba algunas malas pasadas y le clavó un ictus en forma de rejón mortífero que le paralizó sus andarinas piernas asentándolo en la cama de un hospital de Granada. No pudo reponerse de este zarpazo, lo había tocado de muerte, recorrió muchas noches con su pensamiento el campo trashumante de su pasión por sus hijos y devaneó utopías que le gustaría que se hicieran realidad en su hijo Antonio. Le tocó su final, su corazón no pudo más. Que la tierra que tanto amó, en el andar y el labrar, te sea leve como si fueras un hijo de la madre Cibeles.  
    Por Francisco Martín,
    de Alcalá la Real


    Isidro Beltrán Penadés de Valencia
    Por tu primer aniversario

    Papá, no sabía que te quería tanto. Me acuerdo mucho de ti. Siempre miro tu sofá, donde te sentabas cuando había fútbol o tenis o las películas que echaban por la tele y que a ti te gustaban, y lo paso mal, porque yo las veía contigo. Echo de menos cuando te levantabas y tarareabas la canción “Háblame del mar marinero”, que a mí me hacía gracia, sobre todo estos días. Pero, lo que más echo de menos es poder contarte mis cosas, ver la tele juntos y pelearnos por ella, quitarte el mando a distancia y tú pedírmelo. A veces pienso que no te has ido, que estás aquí con nosotros. A Pablo le hablo mucho de ti. Le digo cómo eras. Lo que más rabia me da es que no lo hayas disfrutado, que te hayas ido cuando podías disfrutarlo. 
    Ahora sé lo que es perder a un padre. ¡Lo que daría por poder estar contigo! Poder darte un beso, darte un abrazo y decirte cuánto te quiero. El día que llegué por primera vez y te vi me asusté, pero luego, conforme pasaban los días, te empecé a coger cariño y así fue como te llegué a querer en serio. Siempre has sido cómplice de mis caprichos. Cuando se interponía mi madre para que no me comprases alguna cosa, siempre te ponías de mi parte, aunque no llevara la razón. Ahora me acuerdo de esos momentos tan felices que pasábamos juntos. A veces, cuando tengo algún problema, me acuerdo de ti, porque siempre te lo contaba todo. Hoy hace un año que me falta todo eso. Eres el mejor pintor del mundo. Todavía se llevan cuadros tuyos y me siento muy orgullosa de ti. Y lo más importante es que eres el mejor padre y, por eso, te quiero tanto. No dejes nunca de acordarte de nosotros y no nos abandones. Te quiero mucho, papá.         Por Yolanda Beltrán Higueras, de Jaén