Hasta siempre

La última trastada. JUAN IGNACIO ÁLAMO CARPIO, de Jaén

Me desgarra el alma cuando intento escribir algo, pero debo hacerlo para vivir en este mundo desierto para mí. El día 4 de agosto falleció mi marido, Juan Ignacio, un ser con una energía increíble a pesar de los varapalos de la vida.
Su pérdida ha sido un mazazo que me costará mucho superar aunque cada segundo intento ver lo positivo. Tu esposa, Carmen, te da las gracias por haber querido compartir estos años con ella y pide una sola cosa: que si alguna persona se ha sentido molesto con él, por hacer o decir algo que no debía, se lo perdonéis.
Era un niño grande cuando hablaba del Real Jaén y admiraba al entrenador; para él, era don Manuel Herrero, lo seguía a todas partes. Él decía que cuando acababa el partido había que pensar en el siguiente y hacerlo mejor. Ahora, su sobrino David será el encargado de animar al equipo de la capital.
Quiero dar las gracias a María Aurora, madre de Juan Ignacio, que nos abandonó el pasado 31 de marzo. Se nos fue sin dolor y en paz. Era una persona encantadora que conmigo se portó genial. María Aurora y si hijo Juan Ignacio se querían a rabiar.
Su hijo nunca superó su pérdida, y en el último instante la llamaba. Eso fue muy duro, pero no estaba sola. Mi madre Paquita estaba conmigo, igual que cuando se fue mi padre, otro golpe durísimo de superar. Me queda un vacío muy grande, pero también me queda la satisfacción de haberlo dado todo y hacer lo posible e imposible para hacerles la vida más agradable.
El día en el que nos casamos fue muy importante. Su madre estaba orgullosa de que su hijo encontrara una buena mujer y yo, agradecida por formar parte de su familia, pero triste también porque faltaban muchos familiares, en especial dos seres maravillosos: nuestros padres, Juan y Vicente. Su ausencia se notó aún más. Gracias a todos los familiares, amigos y conocidos por darnos su apoyo incondicional en estos duros momentos.
Mi amor, el tiempo que aún nos queda, vivámoslo cómo sí fuera eterno.
Forever, Juancho.

Por Carmen Martínez
Jaén

Grande como esposa, madre, hermana, amiga e hija. Mari Inés Casado Hortelano, de Jaén


Inés, hoy ya hace cinco meses que no estás con nosotros, que esa maldita enfermedad te quitó de nuestro lado. Pero, en realidad, estás muy presente y, sobre todo, en tu familia, como con tu madre, que cada mañana coge tu foto, habla contigo y te come a besos, porque la verdad, más que madre e hija, erais amigas, confidentes y cómplices en todo y no se acostumbra ni se acostumbrará a estar sin ti.
Y de tu esposo y marido, tu “Valderrama” como tú lo llamabas, qué te voy a decir. Esa casa tan vacía, sin tu olor, sin tu presencia y, sobre todo, sin tu cariño y amor que cada vez que se encuentra esa cama tan vacía se le echa el techo de la casa encima. Te recuerda todos los días y siempre te recordará, porque sigues muy dentro de él y saca fuerzas de donde no las hay por sus hijos, también tuyos. Hoy tu “Valderrama” y tus hijos, tu Manolín y Luis Miguel, tan jóvenes y sin su madre lo mal que lo están pasando. Ellos son otros que sacan fuerzas que no tienen y que han echado un “par” por luchar por su casa y para ayudar a su padre, ya que no quieren que se caiga lo que tú, con tus fuerzas y cariño, junto con tu marido construisteis.
Se han hecho más hombres en muy pocos días, pero echan muchísimo de menos a su madre, como ellos te llamaban, “madre”, porque Inés, madre no hay nada más que una y ellos echan de menos los consejos que les dabas, cuando te comían a besos, tus abrazos y cuando te daban esos palmetazos en el culo que a ti te cabreaban, pero, a la vez, te reías porque en realidad, se te caía la baba con tus niños. ¿Te acuerdas? Ay, Inés, cuánto te echamos de menos. Fuiste y serás una gran persona. Tanto tus hermanos como tus amigos seguimos pensando en ti, porque es tanto el cariño y el amor que nos diste que nunca se podrá olvidar, porque en el diccionario viene ya escrito “amor+cariño+ternura=María Inés”.
Nunca te enfadabas, siempre quitabas hierro a todo. Ay, Inés, esos días en la playa lo que montabas con tus tapas, tus cervecillas, que no nos dejabas ni tomar el sol, siempre pendiente de que comiéramos, y llegó ese fatídico día que nadie lo esperábamos y que creíamos que estábamos todos en una horrible pesadilla. Pero bueno, donde estés tienes que sentirte orgullosa y feliz, porque antes de irte juntaste a tus hermanos y principalmente lo hiciste por tu madre, porque sabías que sufría y no querías verla así. Y tú, con lo que tenías encima, seguías luchando contra esa maldita enfermedad, pensando en los demás, como siempre.
Aunque a ti también te hizo muy feliz y, ahora, desde arriba estarás viendo que todo por lo que luchaste sigue vivo y el día de tu entierro, fue malo y fatídico, pero muy especial, porque yo con mis 51 años y mi hija, tu cuñada chica, con sus 30 años, no habíamos visto un entierro tan grande y la gente, al salir, dándote aplausos. Eso fue una gran muestra de la gran persona que eres, porque vives muy dentro de todos nosotros, en nuestros corazones. Seguramente que allí arriba tienes que tener un sitio muy especial.
Y tu “Coco”, eso que es un animal, todavía está buscándote, pero no te preocupes, que entre todos nosotros lo protegeremos, cuidaremos y mimaremos como tú lo hacías, porque él es un miembro más de nuestra familia.
Descansa en paz, María Inés. Te queremos.

Por Loli Tello Ramírez y María Loli Cejudo

 

Un matrimonio ejemplar como esposos, padres e hijos. Serafín Tello Torres y Francisca Ramírez Cabrera, de Jaén

El día 24 de julio os juntasteis, papá y mamá, en la otra llamada vida, juntos como habéis estado siempre para lo bueno y lo malo. Tú, mamá, nos dejaste demasiado pronto y eso fue el comienzo de ir quitándonos un trocito de vida a tu esposo e hijos. Hace ya veintisiete años, pero pudimos superarlo con el tiempo. Teníamos a papá, aunque tu hueco nunca lo cambió nadie, pero le teníamos a él, porque vosotros siempre habéis estado cerca de tus hijos y nieta, que entonces tan solo estaba Mari Loli. Poco a poco ya se casó tu hijo Serafín y vino mi hijo Francisco Jesús. Llevabas muy pocos meses en la otra vida y él nos dio una gran alegría: otro miembro más. Después, mi hermano se unió al traer a sus dos hijos, Álvaro y Almudena, dos alegrías más. Ahí ya íbamos engrandeciendo esta familia y tú, a pesar de que no estabas aquí, sentíamos lo contrario, porque siempre has estado, y ahí íbamos tirando, pues papá seguía siempre a nuestro lado, con sus detalles para sus hijos y nietos y también cuidando de su madre, y la vida era más llevadera, pero cuando empezó a olvidarse de dónde vivía, se fue desmemoriando poco a poco. Pero sus hijos ahí estaban y su nieta, que no le dejaba, le mimaba, le consentía, le daba el cariño que él necesitaba. Sin embargo, qué pena ese maldito día inesperado. “Muere papá”. ¡Qué solos nos quedamos! Aunque teníamos nuestras familias, ese trocito de vosotros no lo pudo cubrir nadie. Me vienen a la cabeza tantas y tantas cosas que nos damos cuenta de que eso ya no duele: los Reyes especiales, tus comidas, la esperada llegada de vosotros, navidades, cumpleaños. Eso se queda atrás, aunque vive y vivirán en tus hijos, porque fuisteis unos padres ejemplares, siempre pendientes de ellos. Nunca os falto de nada: papá, siempre trabajando; tú, mamá, siempre pendiente de nosotros. Como decían tus hermanos: erais demasiado padres. Y qué gran verdad. Hoy vuestros hijos y nietos queremos haceros un homenaje a ti, papá, y a ti, mamá, porque sabemos (y creemos) que estáis juntos. A pesar de que nosotros no lo veamos, mamá —que te quería mucho— está junto a ti, papá, y nos estáis viendo, y yo dejo volar mi imaginación y os veo de la mano con una sonrisa muy grande y protegiéndonos. Os queremos y ni la muerte os podrá separaros de nosotros. Que descanséis y estéis en un lugar junto a Dios.
Descansad en paz.
Por Loli Tello Ramírez, Jaén

 

Un sentido adiós a nuestro Rafalete. Rafael Sánchez Díaz, de Santa Ana

Te fuiste sin despedirte ni siquiera de los amigos. Tú siempre lo hacías, pero esta vez no tuviste tiempo. El viaje se presentó sin avisar. Te marchaste con la Virgen Coronada, la pequeñita de la Fuente del Rey (seguramente tu amigo Luis te estaba esperando). No hubo tiempo para despedidas, no hiciste maleta ni equipaje alguno. La verdad es que no lo necesitabas. Solo te llevaste tu gran corazón y tu buen hacer, tu alma de niño en cuerpo de hombre. No necesitabas nada más.
Pasaste por la vida con sencillez y humildad, como buen cristiano; te conformaste con muy poco. Las ideas las tenías muy claras y nadie te hacía cambiar. Siempre fiel a tu Real Madrid (por algo, tu amigo Pepe, tu vecino de toda la vida, te llamaba cariñosamente merengue). Amigo de tus amigos, siempre fiel. Cuando pasabas temporadas en Granada no olvidabas la visita a fray Leopoldo. Esperabas en La Caleta los autobuses de Alcalá para saludar a cualquiera que conocieses; conocías a mucha gente y ellos te conocían porque les dabas tu amistad sin pedir nada a cambio.
Fuimos juntos a la escuela de Encarna; después, con don Luis Gómez Freijoó. Luego tú te fuiste al Ave María de Granada y yo a los Escolapios. También coincidimos en la mili. Seguro que algún día también volveremos a estar juntos. Por todas estas cosas, por tu forma de vivir sencilla y sin dobleces, el Señor ha querido premiarte y te ha llamado a su lado rápidamente, sin preámbulos ni despedidas, sin equipaje material alguno, pues tus valores innatos han sido suficientes para tu viaje definitivo junto al Padre.
Siempre te recordaremos. Descansa en paz. Tu amigo Pepito.
Por José Matías Sánchez Alcaide

 

Va por ti, amigo. Gaby Chalhoub, de Alcalá la Real

Dolor. Incredulidad. Tristeza. Injusticia. Resignación. Más dolor aún. Son las palabras que no cesan de perforar nuestro pensamiento y salir de nuestras bocas, que se presentan amenazadoras a cada momento, que nos recuerdan cómo de efímera es la vida; y aun así,  no son capaces de llegar a describir con eficacia aquello que sentimos con tu cruel y temprana marcha. Quizá no sean estas las palabras que debamos usar. Quizá la expresión correcta sea otra, quizá podamos intentar definir esta tragedia con un simple “otra vez”.
Otra vez. Otra vez la carretera, otra vez ella, la que tanto nos da y tanto nos quita. Otra vez nos ha robado a un ser querido. Ella se ha llevado de nuestro lado a un buen amigo, a un magnífico piloto, a un gran mecánico, y por supuesto, ante todo, a una enorme persona... ¿Pero quién eras tú, Gaby, sin ella?
¿Cómo definirte sin reconocer que tu historia ha sido escrita por y para el asfalto?
No se puede, claro que no, porque tu vida siempre fue una carrera, tu gran carrera. Cada curva peligrosa en el camino, la afrontaste con el pedal a fondo, buscando la mejor trayectoria y tirando del freno de mano si era necesario.  Jamás vimos miedo en tus ojos, sino todo lo contrario, desprendían una ilusión y un afán de superación digno de los grandes, mezclado con una deportividad y una humildad envidiables. Siempre compartiste tu sabiduría con aquel que lo necesitara, y tu trabajo, tu ayuda y tus consejos les valieron a muchos para poder conseguir sus sueños.
Llevabas el espectáculo en la sangre, tenías un don, y le dedicaste a ese don todo el esfuerzo de tu existencia. Y en cada momento, a pesar de los baches, eras tú quien pilotabas el coche y no el coche el que te pilotaba a ti, al igual que fuiste tú el que dominaste a la vida y no la vida la que pudo dominarte a ti. No amigo, no hubo gravilla ni cambio de rasante capaz de hacer que el volante se escapara de tus manos.
¿Nosotros? Nosotros sólo podemos soñar con eso: con “otra vez”. Soñar con ver otra vez aquella flecha naranja que era tu “Polillo” cruzando La Curva del Gitano, con la pegatina de “El Libanés” cortando el viento. Cada año esperaremos verte otra vez asomar el morro de tu Cosworth a la salida del Cruce, y creeremos ver su alerón trasero despedirse de nosotros a la salida de cada curva, mordiendo con rabia la cuneta. O simplemente nos sentaremos en Las Eses... y nuestro recuerdo hará que podamos oír otra vez el rugido de tu BMW retumbando por cada rincón de las montañas, de la carretera, y de nuestra alma.
Estés donde estés Gaby, estamos seguros de que encontrarás algún vehículo que volver a pilotar. Quién sabe, quizás acabes poniendo a punto alguna nube que encuentres por ahí, metiéndole un cambio secuencial nuevo, acoplándole unas llantas bonitas y reprogramando su centralita, para así poder, otra vez, y esta vez de verdad, volver a conducir, como los ángeles.
Posdata: Deseamos enormemente la pronta recuperación de María José. Tienes todo nuestro apoyo, nuestro cariño, y nuestro amor. Ánimo y fuerza, lo conseguirás. Todos esperamos verte sonreír de nuevo.
Por José Carlos Cuenca Pulido

 

Persona dispuesta siempre a ayudar. ANTONIO FUENTES JIMÉNEZ, de Jaén

Fuiste una persona ejemplar, siempre dispuesto a ayudar, tranquilo y buena gente. Recordamos tu imagen impecable, pulcra, siempre trajeado.
Comenzaste a trabajar a los trece años en Correos, empresa a la que siempre estuviste orgulloso de pertenecer, y se notaba que te gustaba tu trabajo, te daba la oportunidad de hablar con gente y hacer amigos. Cuando te jubilaron prematuramente por tu diabetes, te dedicaste a salir a la calle y caminar, encontrarte a los amigos y charlar con ellos.
Estuviste siempre al lado de tu padre, madre y hermanos, facilitándoles la vida y dándoles cariño. Tus sobrinos te recordamos en casa de los abuelos a los que visitabas todos los días al mediodía, explicándoles cosas de papeleos y bebiendo un biscúter (como decía tu madre) con un poco de queso añejo. Sabes que tanto tus padres como tus hermanos te quisieron mucho y que estaban orgullosos de ti.
Después nos enteramos de que tenías alzhéimer, y en poco tiempo fuiste empeorando, se te olvidaban las cosas y te veíamos andando por la calle sin rumbo y dando bandazos. Un día dejaste de visitar a tus hermanos y no te volvimos a ver. Debido a la terrible enfermedad te convertiste en un niño pequeño, que no podía hablar, que no conocía a nadie, que solo se dejaba llevar, estabas pero dejaste de existir. Y llegó el día en que te fuiste para siempre. Queremos que sepas que permanecerás en nuestros corazones hasta que nos volvamos a ver. Mientras tanto te dejamos en manos de tus padres y tu hermana, ellos te cuidarán y se alegrarán de verte. Tus hermanos y sobrinos no te olvidaremos.
Por María Dolores Fuentes Jiménez, Jaén



 

    09 sep 2012 / 09:50 H.