Hasta siempre

MARÍA LUQUE CÍVICO de Jaén
Una luchadora incansable

Te fuiste en plena juventud, aunque no por ello curtida en mil batallas libradas durante once años contra los males que atentaban contra tu salud. De todas ellas saliste victoriosa gracias a tu valentía, constancia, fuerza de voluntad y, por qué no decirlo, a la tozudez que siempre te caracterizó, así como a la entrega y sabios consejos de tus fieles escuderos Loli y Juan (tus padres), con los que no siempre compartías criterios, pero a los que siempre acudías y a los que siempre encontrabas allí donde los necesitabas.

    07 ago 2011 / 10:45 H.

    Pero, a pesar de todo ello, la batalla a la que fuiste mas confiada tú, y todos nosotros, sabiendo que serías capaz de superarla, de llevártela de calle, de volver triunfante una vez más, en esta que libró en una ciudad a la que por múltiples circunstancias, además de ser la tierra de tus padres, le tenías un cariño especial; en esta, tu última batalla, en la que no pudimos ni desearte suerte cuando partiste hacia ella.
    En esta estalló la fatalidad, y a pesar de tu amplio bagaje, no pudiste lograr el triunfo, triunfo terrenal por supuesto, ya que en el espiritual estamos seguros y confiamos  desde esa temprana hora del día 29 de julio donde no tuviste ni aliento para decirles adiós a tus fieles escuderos. Desde ese día, aún demasiado cercano para que no nos tiemble la mano y los sentimientos afloren a nuestros ojos al recordarlo, desde ese día, estarás gozando de una tranquilidad y felicidad, que tan merecida tienes, aunque a toda tu familia y a todos los que te conocimos y gozamos de tu amistad, nos quede el vacío que solo la buena gente deja. Un beso y un hasta siempre.
      Por tus amigos,
    Paco García y Antoñita Cano.


    Pilar Calahorro Calahorro
    de Jaén
    “Siempre estarás en nuestros corazones”

    No puedo reprimir que mis ojos se inunden al escribirte estas líneas, pues eso significa que no estás aquí con nosotros, que te has marchado y que no te volveremos a ver, aunque nunca te irás de nuestros pensamientos ni de nuestros corazones. Te queríamos siempre aquí, a nuestro lado, que siguieras cuidando de nosotros como has hecho desde el primer día hasta el último, desde que nos cogiste entre tus brazos hasta que te fuiste a descansar para siempre. Cierro los ojos y deseo que vuelvas para seguir disfrutando de ti, para preguntarle a mamá cómo estás y para ir a verte y que me des esos abrazos y esos besos tan sinceros, tan bonitos, tan cariñosos y llenos de sentimiento que tanto estoy echando ya de menos, pero los guardaré para siempre porque son un tesoro interminable para mí. Quién me iba a decir cuando estuve contigo hace unos días que esa sonrisa no la volvería a ver más, que esa despedida era la última y que “Mamá Pilar” me estaba diciendo adiós. Y me pregunto por qué ahora cuando estabas tan bien y te habías vuelto a animar, pero lo importante es que te has ido en paz, que has dejado una huella imborrable en todos los que hemos tenido la suerte de formar parte de tu familia, de tenerte cerca y de quererte.
    Todos los que hemos estado a tu lado, hemos compartido nuestra vida con una mujer extraordinaria, pues te hacías querer rápidamente, siempre pendiente de los demás y volcada en el cuidado de los tuyos, de nosotros, de tu familia, a la que nos has dedicado todo tu tiempo de una manera digna de admiración. Por eso te echamos tanto de menos, porque has sido la abuela más maravillosa del mundo, y eso siempre quedará en nuestros corazones. Ahora están más vacíos, pues te has llevado una parte contigo para siempre y ese hueco nunca se volverá a llenar. Sobre todo el nuestro, el de tus nietos, las personas a las que has hecho tan felices cada día, por las que sentías devoción, al igual que nosotros tres por ti. Tú has sabido llenarlo de amor como nadie y ese hueco siempre será para ti, “Mamá Pilar”. Nos has tratado con tanta dulzura, con tanta bondad, que has sido otra madre más. Estar contigo ha sido precioso porque no has dejado de darnos cariño y ternura. Estamos muy orgullosos de ti, por enseñarnos a querernos, por ayudarnos a crecer junto a ti y por habernos cuidado de esa manera tan especial con la que tú lo has hecho. Ha sido precioso tenerte cerca todos estos años, has llenado de alegría cada momento de nuestra vida y has inculcado en nosotros unos valores que nos llevarán a querer ser como tú, un ejemplo como esposa, madre y abuela.
    Gracias por todo lo que nos has dado y todo lo que nos has hecho sentir, por ser tan buena, porque esa es la palabra que mejor te define, buena. Se hace muy difícil tu ausencia, pero sabemos que desde el cielo te sigues preocupando por nosotros y que no dejas de cuidarnos cada día; seguro que aún más que antes de irte. No nos dejes nunca, nosotros no lo haremos contigo porque sigues viva, nunca te irás, estarás en cada lágrima, en cada suspiro, en cada sonrisa. Tu esencia, tu recuerdo y tu ejemplo siempre nos acompañarán y vivirán en nuestras almas. Descansa como te mereces, ahora ya estás junto a Cates, tu marido, nuestro abuelo, la persona a la que has echado tanto de menos y en la que no has dejado de pensar ni un segundo de tu vida. Dale un beso muy grande, seguro que estas líneas las estáis leyendo juntos, y dile que lo echamos mucho de menos y que lo queremos como el primer día. El cielo os habrá reservado un sitio muy especial, el que os merecéis. Ahora contigo allí brilla más y, cada vez que lo miremos, seréis el faro que nos guía. Te llevaste una foto en el corazón, cuídalo como solo tú sabes hacerlo.
    Si algún día me preguntan cuál es la definición de amor, diré que para mí, “Mamá Pilar”, amor eres tú. Te queremos.
     Por Jesús Ortiz Ruano.


    Luisa Moral López 
    de Valdepeñas
    “Te lloro en silencio sin saber nada de ti”

    Querida madre: Te dejo este bello mensaje a ti, mi dulce ángel perdido…
    ¡No sé dónde tú estarás hoy! Mi alma te llora en silencio....
    Como la lluvia en las noches de invierno, mi corazón cansado de buscarte entre las nieblas de este feo y triste mundo, el cual jamás nunca me dio noticias de ti.
    En cada mamá que veo, te veo a ti, madre, que una vez me abrigaste en tu bello regazo. Te lloro en silencio sin saber nada de ti. ¿Dónde estarás, mamá? Te amo, te amo, te amo.
    ¿Dónde estarás? ¡Te busco y no sé! El silencio de la noche y la luz del día no me pueden responder. Allí donde te encuentres, le pido al Señor que te cuide mucho, madre mía. Te llevo dentro de mi corazón. Jamás te olvidaré, ni te he olvidado; tu sonrisa está en mi rostro marcado, mi bella mamá.
    En este día tan especial, le pido al Señor que te cuide y que te tenga siempre a su lado… Que te cuide para yo poder verte algún día, mamá. Piensa en mí, yo te amo.
    Feliz día, mamá, dondequiera que estés. Te amo, no lo olvides nunca.
    A todos los hijos e hijas que tengan a su bella mamá con ellos, cuídenla y, a los que no la tengan, el Señor la cuidará bien en este celestial paraíso que Él ha elegido para ellas. ¡Feliz día a todas las madres del mundo!
    La iglesia de San Bartolomé de la capital acoge, mañana lunes, día 8 de agosto, a las ocho de la tarde, una misa por su memoria.

      Por tu hijo, Ignacio Jiménez Moral.

    JUAN DURO PERABÁ de Carchelejo
    A  mi padre, “in memoriam”

    Imágenes, fragancias y ecos de otro tiempo ya lejano renacen en mi memoria mientras me dispongo a escribir unas líneas de reconocimiento a la inmensa figura de mi padre. Me hallo en su pueblo, donde él reposa ya. Hombre que fue ejemplo, desde la dulce modestia de su existencia. Nunca deseó ser el centro y, sin embargo, los que bien lo conocimos, veíamos precisamente eso en él. Era como la luz de un faro en medio de la inmensidad del mar, era el guía, la ruta a seguir.
    ¿Qué queréis que os cuente de él?
    Tal vez que siempre fue una persona curiosa, de mente despejada y rápido intelecto. Sabía de todo porque de todo quiso aprender y… ¡vaya si lo hacía! Observaba a quien podía enseñarle algo y ese aprendizaje lo hacía suyo, dejando de ser aprendiz para pasar directamente a ser maestro.
    ¿Qué queréis que os cuente de él?
    Tal vez que la palabra “humanidad” se hizo carne en él y habitó para siempre. Y por si eso no hubiera sido suficiente, al conocer a mi madre, dio con otra familia que de buena y humana tiene hasta el nombre.
    ¿Qué queréis que os cuente de él?
    Tal vez que le apasionaba la música, que su sueño frustrado de ser músico quedó en eso… su sueño. Que hasta el último día ha disfrutado escuchando viejos vinilos, que siempre fue un rockero con el corazón suave como un blues.
    ¿Qué queréis que os cuente de él?
    Tal vez que cuando era un chiquillo vio a la mujer de su vida y se enamoró loca y perdidamente de ella. Y que la rondó, y que la siguió y que la consiguió enamorar… ¡Y cuánto la amó! Vivía por y para ella. Siempre juntos. Siempre, junto a su pandilla de toda la vida, sus amigos de Carchelejo. Su pueblo, su casa, su vida, sus padres… Su Virgen, la Santísima Virgen del Rosario.
    ¿Qué queréis que os cuente de él?
    Tal vez que fue el mejor padre que pudimos tener. Siempre sabía decirte la palabra justa, o ese gesto, esa sonrisa y esos ojos azules que dulcificaban. Nos llenó de amor, de alegría, de risas, de buenos ratos y de apoyo, de mucho apoyo cuando las cosas no iban bien. Nunca lo vimos rendirse. ¡Qué gran padre fue para mis hermanas y para mí! Tanto que tuvo otros tres hijos más: Juani, Lolo y Sergio, a los que aceptó, amó y cuidó siempre. Y, como abuelo, ¿qué? Le enaltecía serlo y ¡qué bien le sentaba! Si lo hubierais visto con sus nietos Samuel, Guillermo, Adrián y Javier… Mientras estaba con ellos les llenaba la cabeza de curiosidades y el corazón de amor y, al mismo tiempo, se impregnaba de ellos.
    ¿Qué queréis que os cuente de él?
    Tal vez que el mayor ejemplo de su vida lo ha dado cuando estaba tan cerca su partida. En ese momento nos volvió a dar una lección, y nos volvió a guiar. Y volvió a ser luz entre las tinieblas. Y volvió a demostrar su sencillez. Mientras, mi madre ha caminado por este calvario siempre con la sonrisa en los labios, cuidando de mi padre y de nosotros, siempre con una esperanza, siempre entera, siempre con un: “¿Qué necesitas, te traigo algo, te duele algo, cariño?”.
    ¿Qué queréis que os diga?
    Que fue genial vivir junto a él estos años, que partió demasiado pronto, que aprovechó al máximo su vida, que nos enseñó a aprovechar cada segundo de la nuestra. Que vivió feliz, que no le quedó nada por hacer y que se fue tranquilo, dulcemente y rebosante de paz y amor.
    Y a ti, padre, ¿qué quieres que te diga?
    Te doy las gracias por habernos querido tantísimo, gracias por amar a nuestra madre, gracias por estar siempre hasta el final, incluso ahora, gracias por estar dentro de nosotros. ¡Ojalá esto no estuviera ocurriendo! Nos quedaban tantas cosas… Pero, tranquilo, no te preocupes, en todas y cada una de ellas tú estarás presente como lo estás en nuestros hijos, mezcolanza de ti. Cuida de todos nosotros desde donde estés y no olvides que te queremos.
    Por Juan Duro Bueno.

    Domingo Ballesteros Ruiz de Porcuna
    La aventura humana de la sabiduría

    Recorro las notas biográficas sobre la vida de Domingo y llego al túnel de los años que hemos compartido con él, desde la escuela, en los grupos escolares de Porcuna, donde pasaba lista con detenimiento. Cada nombre recibía una mirada, una respuesta  quebrada: “presente”; y otra mirada, para comprobar en la cara infantil de cada uno ese extraño interrogante del futuro, presagio bueno de lo que nos esperaba a todos. Analizábamos las oraciones gramaticales. Aprendimos que sin la “morfosintaxis” nuestro idioma no era nada, que si no sabíamos que había una lengua madre, el latín, y un padre adusto, el griego, no entenderíamos ese lenguaje, “el porcunero”, que tanto manejábamos; muchas de cuyas palabras, que parecen localismos, se utilizan con el acierto de una ciudad de ciudades, producto de un mestizaje único por donde cinco culturas han pasado, dejando un poso de riqueza lingüística sin igual… Y otros tantos nombres de una misma realidad: Ibolca, Obulco, Obolcon, Bulkuna, Porcuna…
    Nació en Porcuna, en 1934, cuarto de ocho hermanos. Ingresó con diez años en el Seminario y, durante otros diez, descubre una vocación que lo llevará toda su vida a preguntarse sobre el origen del verdadero conocimiento. Y esta es su inquietud principal: los demás, hacer llegar a los otros aquella inquietud que mantiene viva nuestra alma, a través de la interrogación sobre el todo.
    En 1960, obtuvo el título de Magisterio, viajó a Francia y, junto a uno de sus hermanos, consiguió un contrato por un año en un petrolero, embarcando en un viaje desde Noruega y hacia Madagascar, en 1962. Su principal objetivo era aprender francés e inglés y sentir directamente ese orbe terráqueo. Este viaje lo acompañará el resto de su vida. Sus vicisitudes son múltiples. Y todos estos datos, ahora ordenados, nos vuelven porque muchos ya los conocíamos a través de sus palabras, en las que, a veces, en sus clases nos conseguía despertar de aquel sueño de niñez y juventud, dejándonos hipnotizados, prestándonos sin saberlo las alas.
    En 1963, preparó oposiciones para maestro y las sacó. En 1964, se casó con Ana García Canales, la que será, sin lugar a dudas, su colaboradora más entusiasta. Porque decir Domingo es decir Ana de igual a igual. Mientras trabajaba en la enseñanza, estudió la carrera de Filosofía y Letras y obtuvo, en 1970, la licenciatura en la rama de Filosofía. 
    En la primera legislatura democrática fue nombrado concejal por la UCD. Su proyección pública en estos años fue bastante intensa, aunque era muy modesto. Pero fueron la inquietud y su espíritu de servicio a la sociedad los que lo moldearon, resistiendo con entereza las dificultades y los desaguisados. Durante estos años, inició una nueva carrera, la de Filología Clásica. Decidió presentarse a oposiciones de instituto y, al año siguiente, también aprobó las de catedrático de instituto.
    Una nueva meta ilumina su horizonte: el estudio de los autores latinos y la literatura clásica española. Durante ocho años estudió a Ovidio, sobre el que hizo su tesis doctoral.
    Desde el propio instituto de ESO de Porcuna desarrolló en sus últimos años una gestión impresionante de los recursos curriculares, jubilándose in extremis y prolongando al máximo sus años de pedagogo.
    Domingo, en los dos últimos años de su vida, se hizo un asiduo del museo. Nació entonces un proyecto que lleva su marca: Proyecto Iberos de Porcuna, en el que colaboró, dando forma, sugiriendo con su humildad desbordante, con su humanidad sin parangón, haciéndonos pequeños en nuestro empeño, pero exigentes en los propósitos.
    —“Estoy haciendo algo que no te voy a enseñar hasta que no esté terminado, bien terminado”.
    Y la figura de “don Domingo” se iba, cerrando tras de sí la puerta, tan delicadamente como la había abierto antes de llamar módicamente; se iba con esas palabras…
    Esta misma frase la repetía cada vez que hablábamos durante un buen rato, que eran minutos u horas, ese lapsus que no se puede medir en tiempo, sino en espacio de miradas, en sucesos de diálogos y monólogos, en respiraciones…
    —“Domingo, yo no soy el más indicado para ayudarte, solo soy escritor. De latín sé lo que me enseñaste, no te podría ayudar en tu trabajo. Tienes alumnos mucho más aventajados...”.
    Y se fue, quizás esa última vez, con una frase entre dientes, seria pero con esos ojos de inmensa esperanza en todos…
    —“… No, Emilio, tú eres el que debe ver lo que he hecho, …tú… Eres rara avis, rara avis...”.
    Y se fue para siempre y no ha vuelto desde entonces… Pero su hija Lourdes, cuando presentábamos este mayo en la Feria del Libro de Jaén Relatos Iberos de Ibolca, dedicado enteramente a su padre, se acercó y me dio la respuesta a todas las charlas, a todos los días, a todos los laberintos emocionales en los cuales los últimos años con Domingo me había sumergido sin saberlo:
    — “Mi padre ha dejado escrita una novela…”.

    Por Luis E. Vallejo Delgado.