Hasta siempre

Sor Buen consejo beitia urcelay de Oñate (Guipúzcoa)
“Se fue rodeada de toda la comunidad”

El 17 de mayo de 1914, el pueblo guipuzcoano de Oñate vio nacer a Pascuala Beitia, en el seno de una familia de profundas raíces religiosas. Sus padres, Anastasio y Triburcia, le enseñaron las valores cristianos y una fe sin fisuras. Por este motivo, cuando el 4 de julio de 1938, tomó el Hábito en Azpeitia, hubo gran alegría.

    08 may 2011 / 10:42 H.

    Su vida religiosa estuvo marcada por los continuos traslados. Así, el 5 de julio de 1940 fue trasladada a Sevilla. De allí, en 1942 marchó a Granada. En 1945, estuvo en Azpeitia para su tercera probación. Ese mismo año, en Granada, realizó la Profesión Perpetua. Ya en 1956, fue superiora en Jaén. Tres años más tarde ocupa el mismo cargo en la ciudad de la Alhambra. Allí residió hasta 1965, cuando marchó a Las Palmas. Cesó en este cargo en 1973 y, en diciembre de ese mismo año, fue destinada a La Laguna.  Fue en febrero de 2010 cuando llegó a la comunidad jiennense.
    Tiempo de noviciado. Un tiempo de gracia que llenó de vida y amor disponiendo su corazón para celebrar las Bodas del Cordero y vivir permanentemente el compromiso de Jesús por medio de los votos de pobreza, castidad y obediencia.
    En su vida resaltó el testimonio del mandato nuevo de Jesús: Amor a Dios y al prójimo, en servicio humilde a la comunidad y celosa en la misión junto a los enfermos. Mujer de pocas palabras, pero que no dejó de hablarnos con su ejemplo de vida. En los últimos años, su campo de apostolado fue la portería. Siempre puntual, atenta y delicada en el trato para con todos. Supo transmitir a los que le pedían ayuda y consejo palabras de sabiduría propias de esas almas que están en continuo contacto con el señor.
    Quien la ha conocido la califica como un alma de Dios, transmisora de paz, de gran caridad y prudencia, siempre conforme con la voluntad de Dios manifestada a través de los superiores.
    Siempre acudió a María como su querida Madre. A ella rezaba y se acogía y de Ella hablaba y contaba con la candidez de un niño.
    Enfermedad. Poco a poco fue sintiendo en su cuerpo el desgaste de los años. Ella ha sabido aceptar sin queja alguna sus limitaciones. Siempre se mostró agradecida, dejándose hacer en todo.
    Falleció el 2 de mayo, a las once de la mañana, rodeada de toda la comunidad, que la acompañó en este paso de encuentro con el Señor con oraciones y jaculatorias. Anteriormente, había sido confortada con la bendición y absolución de varios sacerdotes amigos de esta comunidad que vinieron a visitarla.
    Por las Religiosas Siervas de María, Ministras de los Enfermos.

    FERNANDO Y JOSÉ  IZQUIERDO ÁLVAREZ
    de Alcalá la Real

    Emigrantes orgullosos de su tierra
    Se ha escrito mucho sobre el emigrante andaluz. Se ha hecho pintoresca la imagen de la maleta de madera o de cartón piedra en la diáspora de la posguerra y, últimamente, se ha ahondado en muchos sitios sobre su retorno a nuestra patria. Incluso se ha cantado por amantes de la copla. Pero, ha quedado en el tintero la historia de muchos emigrantes que abandonaron nuestro país, buscaron nuevos horizontes y fueron grandes emprendedores y embajadores de España en otros países. Desde las empresas industriales hasta los triunfos de los intelectuales en el extranjero, podrían multiplicarse los ejemplos. Pero, parece que el ramo de la hostelería ocuparía el primer rango de personas que cambiaron el rumbo de sus vidas asentándose en otros países y abriéndose nuevos horizontes. Descubrieron nuevos mercados, formaron en la lejanía sus familias —algunos con el mestizaje de las naciones que los acogieron— y propagaron las culturas española y andaluza en otras tierras europeas, y, mucho más, en tierras americanas. Hace unos días, me vino a la mente la personalidad de este tipo de emigrantes con motivo del fallecimiento de Fernando Izquierdo que, el 21 de abril, murió, fruto de una colisión con un ciclista en las afueras de la factoría Poppy en la carretera de Petersham. La prensa inglesa recogía la noticia destacando la popularidad de Fernando como fundador de un conocido restaurante de nombre Don Fernando, cercano de la estación de Richmond, inaugurado por este emprendedor alcalaíno en los años noventa. Además, añadía la noticia que había acudido a Richmond para visitar a su hermano Pepe Izquierdo, que había fallecido, días antes, después de una cruel enfermedad, con quien le unían lazos de ser también compañero del mundo de la hostelería en aquella empresa familiar.
    Pues Fernando emigró a Inglaterra por los años cincuenta con su hermano Pepe. E introdujo las tapas de España en la cocina inglesa, logrando que su restaurante fuera uno de los más visitados por los españoles residentes en Londres y por los propios londinenses. Sus familiares definían a Fernando “He was larger than life, a very charming man” (él era más grande que la vida, un hombre muy encantador). En verdad que era encantador en el discurso y en la simpatía que respiraba en el discurso cotidiano con los que entablaba el encuentro amical. Pero, para mí, su personalidad destacaba, sobre todo, por su generosidad y afabilidad, de la que fui testigo en varias ocasiones. Lo pude comprobar en esos momentos dulces, cuando la riqueza afloraba en muchos pudientes vecinos de Alcalá la Real. Ejerciendo el cargo público del más grande servicio al ciudadano, les solicitaba para una obra de bien común, un trozo de su bien particular a favor de la comunidad. La respuesta era clara y evidente: todos querían aprovecharse del erario público vendiendo lo privado a los más altos precios en detrimento de los menos favorecidos. Me acerqué a Fernando Izquierdo, y, solícito, acudió a la cita del compromiso de todos. Le expuse que muchas personas del barrio de la Tejuela no podían ver la mayoría de los canales de televisión, y, sobre todo, la radiotelevisión andaluza. No tuve ni que persuadirle un segundo. Se ofreció a cambio de nada. No podía creérmelo, cuando había sufrido tanto acto de cicatería y un cúmulo de conversaciones baldías con otras personas. Además, Fernando gozaba del saber y de la especial idiosincrasia del hombre de detrás de la barra. Como alcalaíno ausente, siempre añoraba su tierra y volvía en la primera ocasión que se le ofrecía. Siempre lo saludaba por las fiestas patronales y me transmitía la atracción de la simpatía y el beneficio de la empatía vital. Era un auténtico amante de Alcalá la Real, pero no con la boca chica, sino sabiendo pregonar con gallardía el nombre de su pueblo a su derredor inglés. Si le pedías algo, no ponía inconvenientes a nada. Recuerdo que también cooperó con otro asunto muy importante de los barrios bajos de Alcalá para salvar a los vecinos de la Tejuela dejando pasar la canalización del ovoide que recogía las aguas de Llanos. Amaba a la Virgen de las Mercedes como el que más, y llegó a ocupar un sitio privilegiado en los peldaños de nuestra patrona, que lo habría recogido bajo el manto. Tuvo grandes amigos, con los que compartió momentos felices y les ofreció su casa cuando sus hijos, ya mayores, quisieron hacer los primeros pasos del inglés hablado en tierras londinenses. Durante su camino octogenario, la tragedia le marcó en muchos momentos desgarrándole con la muerte accidentada de alguno de sus hijos y nietos. Siempre le vi feliz con su mujer, también emigrante en tierras inglesas. Afrontó las desgracias como un Cid Campeador y siempre la sonrisa le marcó en las relaciones humanas edulcorando y haciendo fácil el trato con todo tipo de personas. Su semilla no ha quedado en terreno árido, sino que su familia siempre lo recordará en la planta de restauración que creó en tierras londinenses y, en Alcalá, Fernando siempre será un ejemplo a seguir del alcalaíno ausente, más bien presente por su espíritu emprendedor en tierras foráneas y en su Cauchil, donde su alma aletea, junto con la de su hermano Pepe, entre sonrisas y rezos a la Virgen del Cerro de San Marcos. Como decían de ti: “He was a great front of house man” (fue un gran tipo al frente de su casa). Por Francisco Martín.

    Francisca Martínez García de Jaén
    “Te quiero”

    Mi madre. Es profundo decir madre. Lo sé. Ha sido y es mi verdad. Ella lo era todo. Hizo completamente su labor.
    Se caracterizó por el sacrificio y la entrega absoluta hacia sus hijos.
    Hay algo indescriptible dentro de mí, apenas impronunciable. Es un sentimiento superior que me acongoja y, por supuesto, que no se me olvida y ni puedo superar. Se me ha ido.
    A esta ausencia inolvidable quiero decirle: te siento. A cada instante lo tuviste. Por supuesto, tenerte dentro de mi corazón.
    Mis últimas palabras, si fueran las definitivas serían: “Te quiero, madre”.
    Para terminar con estas líneas, solo me queda reseñar un recuerdo especial para mi tía Emilia Jiménez, dentro siempre de mi pensamiento.
    Por Manolo Suti.l

    buenaventura valverde gonzález
    de Ribera Baja (Alcalá la Real)

    Un ejemplo de persona laboriosa y muy afable
    Hace unos meses se marchó el cuerpo de Buenaventura Valverde González, aunque a su mente ya hacía tiempo que se la había llevado el alzhéimer. Nacido en una generación difícil, Ventura, como lo conocían todos, tuvo que vivir una época difícil en el mundo rural. Nacido en una familia muy numerosa, al estar entre los hermanos nacidos primero, siempre tuvo que arrimar el hombro y trabajar desde pequeño para sacar adelante a la numerosa prole de sus padres. De esta manera, su infancia y juventud transcurrió en el cortijo de Blancares, a medio camino entre las aldeas alcalaínas de Santa Ana y Ribera Baja.
    Una vez que contrajo matrimonio se trasladó a esta última pedanía, a una casa situada en las cercanías de la ermita de San Jerónimo. Junto con su esposa, Mercedes, formó un matrimonio muy unido, aunque no tuvo descendencia. Sin embargo, Ventura siempre estuvo rodeado de sobrinos, primos y demás familia.
    Fue un ejemplo personal por su laboriosidad. Durante años trabajó de manera infatigable con una yunta de mulos y en otros cometidos de la huerta y el olivar. De hecho, incluso jubilado, no faltaba a la recolección de la aceituna. Sin embargo, lo que más recordarán de él siempre quienes le conocían es su talante servicial y su carácter muy afable y dicharachero. Descanse en paz.
     
    Por Juan Rafael Hinojosa

    Antonia Vázquez Tuñón de Ibros
    “Tu alma siempre vendrá conmigo”

    Era 9 de octubre y el cielo amaneció gris. Recuerdo que, a eso de la una y media, empezó a llover y mis pensamientos se dirigieron entonces a ella. “El cielo llora”, pensé. Las manillas del reloj apuntaban a las dos de la tarde cuando llamamos a mi madre y justo en el momento en que me puse a hablar con ella, alguien le susurró: “Juani, ya. Ya se ha muerto”.
    Recuerdo que en ese instante mi voz fue incapaz de encontrar el camino de salida y se perdió en mi garganta. No supe cómo reaccionar, ni qué decir… Lloré. El cielo continuaba dejando caer sus lágrimas cada vez con más fuerza y todo a mi alrededor se tornaba en tristeza. Recuerdo, me recuerdo vistiéndome de negro y pensando en cómo afrontar verla allí, descansando dentro de un ataúd. Recuerdo que, cuando llegué al tanatorio, no reparé en nadie de cuantos ocupaban las sillas en aquella sala y mis pies caminaron hasta detenerse frente al cristal… Allí estaba… como si solo estuviera durmiendo. Recuerdo que estaba bien vestida y que sus manos inertes reposaban sobre su pecho sosteniendo un par de rosarios. Recuerdo que sentí cómo mi alma se estremecía al verla sin vida, hundida en una caja fúnebre y, entonces, empezaron a brotar de mi alma las lágrimas más amargas que jamás hubieran surcado mi rostro. Recuerdo que era imposible apartar de mi mente aquella triste palabra… adiós.
    Aquel día pasó como si las horas se hubieran tornado en segundos. Yo lloraba y lloraba mientras familiares, vecinos, amigos, conocidos y demás pasaban por aquella sala para velar por su cuerpo. La noche del 9 fue tan efímera como la vida de una lágrima. Recuerdo cerrar los ojos y despertar sin haber dormido. Ese día amaneció más temprano que de costumbre o, al menos, eso me pareció. Aquella fue una de esas mañanas otoñales en las que el frío penetra en los huesos, congelando los pensamientos, los sentidos y hasta el alma.
    Recuerdo que esa mañana todos caminamos al cementerio para ver cómo sacaban a mi abuelo para enterrarlos a ambos juntos. La madera de la caja se deshacía como un terrón de azúcar en agua y sus huesos estaban negros y desintegrados por la humedad y el tiempo. Recuerdo ver el traje con el que lo enterraron y pensar en cuánto lo había estado echando de menos y cuánta falta me había hecho hasta entonces. Volví al tanatorio absorta en mis pensamientos, “se ha ido…”. Recuerdo el momento más triste para mí. La hora de dejar el tanatorio y, con él, la última imagen que tendría de mi abuela. Lloré, lloré y lloré si poder contener mis lágrimas. Quería que supiera tantas cosas. No quiero dejarte ir.
    Fue tan doloroso… Recuerdo el llanto de los míos, en especial el tuyo, mami, pero no te preocupes, que allí donde esté presumirá de hija y pronunciará tu nombre con orgullo. Nunca nadie tendrá una hija como tú. Lo sabes, lo sabemos y ahora también lo sabrán los de allí arriba. Ella nos espera para abrazarnos al reencuentro, mantengámosla viva hasta entonces. El único consuelo que me queda es que sé que ahora estás a su lado, como antes de que él se marchara, como si el tiempo se hubiera estancado en un buen recuerdo. Ahora podrás darle los besos que te pedía cuando se fue, podrás contarle todo lo que ha ocurrido desde aquel día. Háblale de mí, dile que aún me acuerdo de él.
    Recuerdo que aquel día la iglesia estaba llena de gente que quería despedirse de ella y que todos rezamos por su alma, para que encontrase la paz. Yo aún rezo.
    Diles, Virgen, que aquí no nos olvidamos, dile a mi abuelo que ya han pasado 12 años y recuerdo a la perfección momentos a su lado. Dile que sigue conmigo y que este tiempo lo he necesitado mucho, que lo he llevado en mi corazón y que siento que Eva no te conociera. Yo sé que te habría querido un montón y que le hubiera encantado que le pelaras castañas como a nosotras, ¿recuerdas? Diles, Virgen, que, por favor, sean mis ángeles, que los necesito. Dile a mi abuela que la echaré mucho de menos y que la conservaré en mi mejor recuerdo. Diles, Santísima, que siento con toda mi alma que se vayan a perder todo lo que venga. Diles que los quiero con todo mi corazón y que siempre me acompañarán. Y ahora te ruego, Virgen mía, que me los cuides, yo sé que lo harás. Confío en ti. Recuerdo aquel día 10 que caminé incrédula tras el coche fúnebre y que, al llegar al cementerio, sentí que un trozo de mi corazón se quedaba con vosotros, tras esa pared que os dejó al otro lado. Recuerdo que partir, dejándola allí, fue lo más duro que he hecho en toda mi vida, pero, aunque tu cuerpo esté encerrado entre cuatro paredes, tu alma siempre vendrá conmigo. Nunca, nunca, nunca te voy a olvidar. Siempre fuiste, eres y serás la mejor abuela que se puede desear. Te quiero.
    “Te echo de menos”.  Se va.../ Pasará el tiempo y ahí seguirá./ Se esfuma... donde todo es eterno,/ su sonrisa entre las lágrimas de un triste adiós,/ donde todos se alimentan del recuerdo./ Recuerdos y momentos pasados inundan mi mente/ donde nada se pierde con el tiempo, / y es en ese instante en que paso./ Ahí estará.../ a protegerla del frío del invierno en mi corazón,/ como enero en su  invierno/ donde nada ni nadie/ o la flor en primavera, / podrá arrebatármela jamás,/ Ahí... donde cada mañana me dará los buenos días/ como Dios en el cielo/ y será el ángel que vele mis sueños/ y el hombre en la tierra. /Se va... se esfuma,/ por siempre, esperando/ entre dolorosos suspiros./ Para abrazarme al reencuentro./ Y todo aquello que ya pasó,/ Allí donde residen sueño e ilusión/ regresa para estar más cerca que nunca./ Por siempre allí... en mi corazón”.
    (Texto extraído de la  revista de la Hermandad de la Virgen de los Remedios para las fiestas de Ibros).
    Por  Tony Carrasco García.