Hasta siempre

José Cantero Rueda de Jaén
“Jamás te olvidaremos, hermano”

¡Hermano mío! Hace ya dos años que materialmente te marchaste de nosotros, aunque espiritualmente vives y vivirás siempre en nuestros corazones. Dos años sin ti, sin tu alegría, sin tu amor, sin la generosidad y entrega incondicional hacia los demás y que desbordaba tu corazón, sin tus chistes, chascarrillos y ocurrencias, sin tantas cosas. En este bienio de tu ausencia, la vida ha continuado, han venido sucediéndose hechos y circunstancias que nos hubiera gustado muchísimo compartir contigo.

    31 oct 2010 / 10:51 H.

    O, digo bien, que tú hubieses estado encantado y feliz de compartirlo con toda la familia, porque tú eres el actor principal, el galán de esta “película” llamada vida, donde nosotros somos simples actores secundarios:
    —Tu nieto Alejandro, esa  pequeña y encantadora criatura que apenas llegaste a compartir y disfrutar —como a cualquier otro abuelo que se le cae la baba con su nieto— está cada día más guapo y hermoso. Este curso ya ha empezado su periplo escolar.
    —La terminación de la casa de campo que empezamos a construir cuando tu salud ya comenzaba a flaquear.  Ilusionadísimo nos decías: “Cuando me recupere, os voy a hacer un pequeño huerto, en el que os voy a plantar pimientos, tomates, pepinos, y hasta unos cerezos”. ¡Qué lección de pundonor nos estabas dando a todos cuando decías todo eso, aun sabiendo lo malito que estabas! En memoria tuya, y en un lugar destacado de la casa, hemos plantado un cerezo y a fe que está creciendo. No nos cabe la menor duda de que ha sido plantado por ti desde el cielo. Papá y mamá, cuando lo ven, y aun haciendo un esfuerzo encomiable por no llorar exclaman: “¡Si lo viera el Pepe, que maravilla sería!”, lo ha plantado él.
    —Papá y mamá,  aún viejecitos y con la salud mermada, siguen adelante, luchando por la vida gracias a tus recuerdos y el ánimo y la fuerza que les insuflas desde el cielo. Tu mujer y tus hijos Juanjo y  Mary Loli, así como tu nieto  Alejandro, este verano han pasado unos días en el campo. Si vieras cómo jugaba y qué bien se lo ha pasado en la piscina con su padre y abuela y bisabuelos. ¡Qué bueno, hermano, hubiera sido que tú estuvieras allí! ¡Te echamos de menos!
    —El nacimiento y bautizo de los nietos de tu “preferida” y “querida” hermana Lola, sí, digo bien, porque, aunque todos los hermanos nos queremos y estamos unidos, sin embargo, somos conscientes y, además, nos alegramos de ello, de que tú tenías una especial predilección y complicidad con ella, que, dicho sea de paso, ese sentimiento era recíproco.
    —Este año 2010, y como tú sabrás desde arriba, como buen aficionado al deporte rey que eres, la Selección Española de Fútbol ha quedado Campeona del Mundo. Es la primera vez que consigue este hito. ¡Cuánto hubieses disfrutado con ella! Y con tu querido Real Madrid. Esta temporada parece que va a enmendar su rumbo algo perdido en las últimas campañas, si bien, y para ser honestos, hay que reconocer que el eterno rival, el Barcelona, ha estado jugando de maravilla y ha sido un brillante acreedor a los últimos éxitos obtenidos. En cuanto a tu Real Jaén, en las dos temporadas pasadas ha jugado la liguilla de ascenso a Segunda A, pero no ha podido ser. La campaña actual, la ha iniciado mal, deportiva y extradeportivamente, esperemos que en ambos sentidos la situación se reconduzca y mejore.
    —Hace unos días, y en conmemoración de tu marcha, toda la familia —hermanos, sobrinos, cuñados— hemos organizado un partido-homenaje de fútbol, en el que hemos vestido camisetas imprimidas con tu nombre y con la leyenda “Siempre con nosotros”. Han asistido papá y mamá, tu mujer, las hermanas y demás miembros de la familia. La árbitra del partido fue la sobrina Eva. Ha sido muy emotivo y bonito,  pero ¡qué te voy a contar, si tú lo has visto y seguido con atención desde el cielo!
    —Podría relatar aún algún acontecimiento más, pero, con el ánimo de no caer en la exhaustividad, bien valen estas pequeñas referencias; pero todo ello tiene un denominador común: cuando la familia nos reunimos en un acontecimiento (boda, bautizo, en Navidad, o por cualquier otra circunstancia), procuramos mantener la entereza y fortaleza sin derrumbarnos. Pero, cuando miramos alrededor y estamos todos y no te vemos, nuestro subconsciente nos traiciona intentando encontrarte con nuestras ávidas miradas, pues aún no nos hacemos a la idea de que físicamente ya no estás con nosotros. En esta situación y momento, no decimos nada, pero sabemos de sobra, que en un momento determinado de la reunión, la mayoría, todos, de forma escalonada, como si previamente se hubiese acordado o convenido, cada uno de nosotros, a solas y furtivamente para no preocupar a los demás, busca un rincón de la casa para, sin querer, deslizar unas lágrimas por sus mejillas y, así, dar rienda suelta a sus sentimientos y desazón. Craso error, si lo que pretendemos con ello es no despertar “la preocupación” de los otros , que con la misma finalidad hacen lo propio ausentándose momentáneamente de la reunión familiar.
    Ciertamente, hermano mío, en estas situaciones lo pasamos nada más que regular, faltas tú, un miembro de la familia. Es verdad que la vida sigue y queda mucho camino por recorrer, camino que se haría más corto y llevadero con tu presencia; pero en fin. “No tuviese arco iris el alma, si los ojos no tuviesen lágrimas”.
    De vez en cuando, hermano, ponemos la cinta de la comunión de Antonio, tu sobrino, y nos haces ver que con poca cosa se puede ser feliz, que, a veces, nos complicamos la vida con necedades, con absurdos prejuicios, lo soberbios que, en ocasiones, somos en contra de esa virtud que en vida tú predicabas: la humildad. ¿Te acuerdas cuando llegó la tuna a la mesa de la celebración en el restaurante, y tú, con esa gracia y espontaneidad que te caracterizaba, le cogiste a un tuno su pandereta y te pusiste a tocar y cantar a la sazón con ellos? ¡Ciertamente, estuviste genial ¡Hacías de una cosa insignificante un momento tremendamente feliz para toda la familia!
    Bueno, hermano, no quisiera extenderme mucho más de lo que lo estoy haciendo, sino expresarte, una vez más, en nombre propio y en el de toda la familia, el tremendo vacío que ha supuesto tu pérdida, y pedirte que nos cuides desde el cielo, porque nos consta que tú estás muy bien acompañado en él con el Todopoderoso, porque “No es posible decidir cómo morir y cuándo. Solamente se puede decidir cómo vivir… ahora”. Gracias a Diario JAEN por permitir y dar la oportunidad de expresar públicamente los sentimientos. Un abrazo muy fuerte de toda tu familia.
    Por tu hermano, Antonio Cantero Rueda.

    Luis Valenzuela “depressed”  de Jaén
    “Nos encontraremos en alguna parte del camino”

    “Las almas grandes no están destinadas a habitar en espacios pequeños”. No sé qué sentido tiene declamar este duelo,/ o decir cuán gran persona ha sido alguien cuando ya no está./ Ahora mismo, sólo puedo soltar el lastre doloroso en espumarajos de sílabas,/ el que resquebraja las entrañas en estallidos,/ en latigazos de indignación irreflexiva,/ con la imposibilidad de la indiferencia/
    hacia alguien que merecía su hueco y una forma más digna de morir./
    Quizás bajo el semblante de un amago de oración que no se sabe a dónde va,/ tan sólo un declamo de rabia entonado fuera de sí/,  escupiéndolo/, quizás sea de lo poco que queda por hacer/  antes de anegar el corazón en las tenebrosas aguas de la impotencia./

     No sé siquiera si vendrás a visitarnos alguna noche,/ a dejarnos algún recado “sotto voce”,/ o tan sólo dejarás caer encima de las mejillas de las madrugadas/ alguno de tus enramados y negros mechones,/ casi como broma de quien no cesa su humor ácido y entrometido./
    A veces te imagino y te veo como uno de esos dandis transeúntes del diecinueve,/ con la salutación de un gótico amante de la música como forma de existencia/  y ajeno a esta era del despropósito y el escrúpulo./

    No pienso rendirte mis lágrimas delante del telón de raso,/ ni esparcir tus cenizas tras el polvo de las bambalinas,/ tampoco tengo intención alguna de levantar mi copa/ para agitar mi orgullo y posar clemente ante tu hoguera./ No, mía no es la balada de los galones./ Una mañana adusta de un otoño sin guía,/
    sin apenas verde en el horizonte de los dioses sin altar de pleitesía,/ en esa mañana,/
    tu cuerpo se unió al fuego para poblar el aire de los acordes eternos./
    Cuán duro es decir adiós a un amigo/ que ya no asomará su sonrisa tras la vetusta escena de este cristal./ Cuán carcomida se siente la respiración,/ empedrada de sal y arena,/ al no poder seguir sintiendo por quienes ya se han ido/  y, sin embargo, perdemos la oportunidad del instante,/ derrochamos su tesoro en un nocivo postergar,/ mientras en esa espera del después/ otro segundo más se ha perdido./ Y otro más que se fuga/, se agota frágil,/ cada vez más cerca del olvido./
    Bajo la fingida calma de una mueca de compostura,/ trato de aceptar tu marcha,/ de hablarte a tientas entre esta brisa de ficción enrarecida/ y de encontrar un soplo de perfume/  que me recuerde tu presencia en la ausencia de las horas./ Como en la soledad del náufrago que busca desdeñar mareas,/ vagabundos somos del sudor de la tiniebla./
    Poco o nada entiendo de responsos,/
    de palabras fúnebres o sentencias de apocalipsis,/ y no sé cómo te verías a ti mismo/ con la irrisoria imagen de una cruz sobre tu frente,/ tú, el más ateo de los héroes de El Parnaso,/ el más devoto profano/ de la canción más triste de los lugares sin nombre.
    Con razón de sortilegio,/ aullará la plata de esta noche,/ más oscura si cabe,/ imprecando una disculpa por los que ya jamás regresan,/
    mas la voz del ocaso se desvestirá de sombra/ al acogerte en su regazo./ Y una vez más,/
    tú, corsario de los laúdes de estrellas, levarás el ancla apostada en tu barbilla,/  y, sin apenas tierra que navegar entre estaciones,/
    brotarán de tu sueño melodías aún por escribirse,/ al nómada compás de la otra orilla.
    “Y los muertos no saben que
    están muertos, ni siquiera que mueren”
    Stéphane Mallarmé.
    Nos encontraremos, jinetes bajo la tormenta, en alguna parte del camino. Hasta pronto, querido amigo. Por Belén Yángüez


    José María Orta Ruiz de Linares
    Un hombre con mayúsculas

    El día 26 de noviembre de 1990 nacía tu novena nieta, Raquel, y recuerdo como si fuera hoy mismo que, cuando la viste por primera vez, exclamaste: “Un nacimiento y una muerte”. Justo treinta y cinco días más tarde se cumplieron tus palabras y nos dejaste para siempre. José María Orta Ruiz fue un hombre con letras mayúsculas. Una persona buena, afable, honrada y muy cariñosa, lo que le valió el afecto de todas aquellas personas que le conocían y que trataban con él de forma asidua. José María fue empleado de banca y desarrolló su labor en el Banco Central de Linares, al que dedicó cuarenta años de su vida con ahínco y un entusiasmo que no le faltó nunca.
    Y justo cuando llegó el momento de su jubilación, de dedicar el tiempo libre a todas aquellas actividades y aficiones que le gustaban y de las que disfrutó tan sólo en los huecos que le dejó su jornada laboral, él subió al cielo, dejándonos un vacío en nuestros corazones que será imposible de llenar. Tu esposa, Carmen Paredes, y tus hijos, Mariano (ya fallecido), María del Carmen, Catalina, Isabel María, Josefa, María de los Ángeles y Rocío no te olvidan. Además, tus quince nietos te recuerdan con cariño siempre.  Te queremos, papá.
    Por Catalina Orta.





    Fidel Paniagua Ferrándiz de Madrid
    Fidel y la gente de Jaén

    Estalla el cerebro; se rompen las neuronas. El método se pierde en un río de corazones unidos por el dolor. La muerte; ha llegado la muerte. Y, entonces, las cabezas, que antes parecían nebulosas, abortan la ciencia y dejan paso a la pasión incontinente. Fidel, el amigo al que nunca conocí por culpa de un cerebro enfermo. Fidel, marido y esposo amado de mi Luisa. Mi Manolo Galán, hermano, ¡qué manera de ser tan elegante! Preciso, atento, tierno: Ignacio Sánchez Mejías. La gran familia de Torres, sabiduría y estancia. Mis chicos de Lazos Humanos, mi Agustín, mi Manoli y tantos otros ¿Cómo es posible que unos cuidadores de cuerpos inertes lloren de esa manera la muerte en su trabajo? Y vuestro precioso ramo de flores en los pies de quien tan bien habéis cuidado. Mi Rosita, muchacha de la casa. ¿Cómo es posible tanto llanto, si sólo te pagan por trabajar? ¿Por qué lloráis la muerte de Fidel? Ahora que escribo, ya lo sé. Lloráis a un hombre que, destruido el cerebro por su enfermedad, era capaz de tirarnos besitos y decirnos: “Guapo, guapa, guapo, guapa”. No conocemos el cerebro, pero hoy he empezado a pensar que nuestros enfermos de alzhéimer, de demencia o de otros males que aquejan nuestros nervios guardan unas pocas neuronas indestructibles a virus y otros ataques. Las voy a llamar “El Alma”. Gracias, Manolo Parras; gracias, Luis Parras; gracias, Juan Torres; gracias, María Ángeles Peinado; gracias, Pedro Galera; gracias, Cristina Nestares.
    Y, gracias, a todo Jaén en nombre de Luisa, Almudena, Belén y Rosa (Mari). Me voy a la cama, a soñar que no hemos luchado en vano: hoy he visto “El Alma” en Jaén.
    Por Vicente García Villarrubia, director general de Bioaveda.




    Antonio Camacho Garrido de Jaén
    “Te echo mucho de menos, abuelo”

    Reproducción del texto manuscrito que hay junto al dibujo:
    “Tú, que eres mi abuelo, cuídame desde el cielo. Te echo mucho de menos, pero allí puedes ver a tus padres, a tu hermana, amigos y familiares. Yo rezo por ti porque ya no te veré hasta que yo muera. Si estuvieras, te diría muchas cosas y te las voy a segur diciendo, pero podíamos jugar a muchas cosas. Te quiero mucho y eres bueno, pero ahora estás en el cielo. Ojalá vinieras al mundo. Por favor, ven, quiero verte otra vez en el mundo.”
    Por Antonio Camacho Ruano, de 8 años









    Amparo Díaz Perálvarez de Alcalá la Real
    Se entregó a los demás

    Sé que esta mujer, Amparo Díaz Perálvarez, sin saberlo, recogió como enseñanza, durante su vida, aquellas palabras del Eclesiástico: “El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial con el pobre”. No podía ser de otra manera, esta mujer, forjada en las duras tierras aldeanas (sobre todo, tras la posguerra), había bebido de las enseñanzas del duro trabajo de sus antepasados campesinos, y, también había compartido, con muchos de sus convecinos, las dificultades de los difíciles años, en los que las garras del hambre hicieron huella en muchas familias famélicas. Pero aquellas vivencias no la desgarraron, ni le crearon rencores; por el contrario, la inmunizaron contra todo tipo de resentimiento y la vitaminizaron con las proteínas de la entrega y la generosidad hacia los más débiles. Por eso, desde el primer momento, como mujer sencilla y religiosa, —inmediatamente que pudo y llegó el momento de poderse integrar y luchar por los más débiles—, lo hizo y se entregó al voluntariado de la solidaridad.
    Se integró dentro de esa gran familia que es y era Cáritas Interparroquial de Alcalá y se vació con toda su persona. Aportó lo que ella tenía a su alcance: sus manos para trabajar en lo que se le encomendaba por los excluidos; empleó sus pies para buscar en los rincones más recónditos a los desprotegidos del sistema y erradicar, al menos, las noches de hambre de muchas personas. Escudriñó con su palabras la conciencia de los dirigentes de la institución y de muchos amigos, para que no olvidaran al niño que no podía tomar una dieta equilibrada, o a la viuda o viudo pobre de solemnidad que se consumían famélicos en la alcoba de su soledad, o al enfermo que no podía pagar las medicinas.  Amparo te paraba y te lanzaba el dardo acertado, porque te enseñaba que la caridad te obligaba a mirar a los pobres (“mis pobres,” con el afecto que las llamaba) y no hacerlo de una manera burocrática.
    Tenía una sabiduría sencilla, intuitiva y constante, la sabiduría auténtica del Evangelio de la liberación de los pobres. No sabía los entresijos de los grandes dogmas, aunque practicaba la liturgia adecuada para su vivencia de fe del carbonero; creía que con la limosna del domingo se podían arreglar muchos casos de manos vacías. Colaboraba con su esfuerzo en la limpieza de la parroquia del Salvador, sin olvidar que era buena practicante cristiana. Su batalla la dilucidaba en conseguir que los gritos del pobre atravesaran las nubes y alcanzaran a Dios. Por ello, no cejaba nunca en su empeño, cuando conocía un caso de una familia sin trabajo, un emigrante sin techo o un caso de injusticia.
    Como buena esposa, logró que su marido José compartiera aquellos desvelos hacia los que necesitaban que alguien les representase en hacer oír su voz, y, su marido también formó parte del voluntariado de Cáritas y de muchas de sus acciones de amor.
    También sus hijos y descendientes recibieron señales de aquel ejemplo de generosidad, lo comprobaron en su casa, y lo vivieron al verla dando lo mejor de sí para su formación y comprobando que sacaba de sus propios bienes, como la viuda de la moneda pequeña, para los más necesitados: incluso percibiendo la muestra de su generosidad que era capaz de dar a pesar de que a veces se veía incomprendida en los años de las vacas flacas. Estoy seguro de que “la que no cejó en su empeño, Dios la atendió y el juez justo le hace justicia”.
    Por Francisco Martín Rosales.