Hasta siempre
Eugenio Ojeda García, de La Carolina
Hola, viejo, bueno, mi saludo era siempre viejarráncano. No sé por qué te saludaba así, pero me salía del alma. En mi silencio, te pedía que no pelearás más por salir de esa enfermedad maldita que apareció sin avisar, porque, lamentablemente, los daños del cerebro eran irreparables y no volverías a ser el que eras. Siempre nos callamos lo que sentimos, como no decir de vez en cuando una frase tan sencilla como: “Te quiero, padre”.

Hola, viejo, bueno, mi saludo era siempre viejarráncano. No sé por qué te saludaba así, pero me salía del alma. En mi silencio, te pedía que no pelearás más por salir de esa enfermedad maldita que apareció sin avisar, porque, lamentablemente, los daños del cerebro eran irreparables y no volverías a ser el que eras. Siempre nos callamos lo que sentimos, como no decir de vez en cuando una frase tan sencilla como: “Te quiero, padre”.
Hoy me doy cuenta de que siempre te rompiste el lomo para que, cada día, estuviésemos mejor. Tus ganas de conseguir que estuviésemos todos unidos se convirtieron en realidad, como todo lo que te propusiste en esta vida, porque, para mí, eras el más cabezón del mundo, una gran virtud, porque tus fines siempre eran buenos.
Nos dejas miles de recuerdos y anécdotas, pero, de estos últimos días, me viene uno muy especial a la cabeza. ¿Recuerdas cuántas veces te decía recriminándote lo del veneno a las olivas? ¡Qué contradicción!, porque ahora soy yo el que lo hago. Me hubiera gustado que me hubieses echado una bronca, porque eras así: decías algo y, a los tres minutos, se te olvidaba, ya que no existió nunca el rencor en tu corazón.
Te echamos de menos, padre, todas tus pequeñas manías y todas tus virtudes, que superaban un millón de veces lo demás. Aquí todo sigue igual aunque sabemos que tú, desde arriba, nos contemplas para que todo vaya bien, tu gran preocupación. El otro día, “la Andrea” le dijo a Uge que le mandabas un euro desde el cielo y que lo metiera en su cajón de los tesoros para ir guardando ese dinero y ahorrar, poco a poco, con los siguientes envíos. Todavía me acuerdo de las risas que me echaba el Luisito, ¿recuerdas? Ahora comprendo tu cariño a los animales, a la tierra y a los amigos. ¿Sabes una cosa viejo? Ya hasta le he cogido cariño a los gatos, créetelo. Te quiero papá, nunca te olvido. Ah, menuda temporada la de tu equipo: ¡Triplete! Una vez más, te reitero que ¡te quiero, viejo!
Tu hijo Andrés.Felipe Moreno: “Dichoso el siervo a quien el Señor, al llegar y llamar, lo encuentre en vela” (Luc. 12, 36-37)
Descansaba tu cuerpo en el ataúd al pie del presbiterio de la capilla mayor del Seminario cuando llegué, poco tiempo después de recibir el aviso de que el Señor te había llamado. Y comentamos algunos compañeros: “Aquí, hace tres años, celebraba con los de su curso, el cincuenta aniversario de aquella otra fecha, en que, en este mismo lugar, yacían postrados los nuevos sacerdotes de 1956, invocando al Espíritu Santo, que les enviaba a la viña del Señor”. Juventud, intereses temporales, rectitud de intención, alma llena de ilusión y entusiasmo, cualidades y talentos recibidos… todo yacía puesto al servicio Dios de y de las almas para la Iglesia del Santo Reino. Cincuenta y tres años de fidelidad en la diaria entrega pastoral gozaron sucesivamente de tus desvelos: Chiclana de Segura, Jimena, Sabiote, y en la “caída de la tarde”, “antes de pasar el examen del amor”, colaborando eficaz y amistosamente con Antonio y José en la parroquia de San Bartolomé de Jaén.
¡Qué pobres y breves palabras para encerrar tu vida: 53 años sacerdotales, plenamente sacerdotales! Las páginas de muchas vidas sólo podrán leerse precisamente en el “Libro de la Vida”. Ahora, tu cuerpo cansado, agotado quizás, y, definitivamente, abatido, quedó yerto junto al altar y el sagrario, en que te preparabas para la celebración de la misa, tu Santa Misa. En la capilla donde, como nos recordó el señor obispo en tu misa exequial, te había visto tantas veces en oración personal, ha terminado tu misión como comenzó y en el mismo lugar: al pie del altar del sacrificio. Te sentías bien, lo sé, porque de otro modo no hubieras consentido en celebrar sin un concelebrante o, al menos, acompañante. Pero te sentías bien. Preparaste el cáliz sobre la mesa, el misal, encendiste las velas… y, mientras tanto, como de costumbre, recitas el “Ego volo celebrare misam et conficere Corpus et Sanguinem Domini Nostri Jesu Chriti…”.
Enseguida te acercas a revestirte las vestiduras sagradas, porque vas a ejercer de Cristo sacerdote: “Sacrificio mío y vuestro”. Comienzas por el alba y rezas la oración litúrgica que acompaña a cada vestidura y dispone a la participación fructuosa del misterio: “Blanquéame, Señor, y limpia mi corazón, para que, purificado en la sangre del Cordero, merezca alcanzar las alegrías del cielo”. ¿Lo llegaste a pronunciar así?
Es igual: el Señor debió contentarse con el “Ego volo celebrare..” Y debiste escuchar su voz paternal: “Felipe, ven”/ y entendió que la muerte ya no estaba./ Morir sólo es morir. Morir se acaba./ Morir es una hoguera fugitiva./ Es cruzar una puerta a la deriva/ y encontrar lo que tanto se buscaba./ “La Noche —luz tras tanta noche oscura—”, Martín Descalzo.
Las velas encendidas en el altar acompañaron tu cuerpo, convertido el oratorio en capilla ardiente. Era el jueves 28 de abril de 2009. Estaba a punto de concluir el tiempo Pascual, cuando celebraste “tu Pascua cristiana”. Nos consuela un punto de Camino, el 744: “Tú —si eres apóstol— no has de morir. Cambiarás de casa, y nada más.”
Por Francisco Barredo SalazarEn recuerdo de mi hermano Antonio Saravia
Quisiera agradecer todas las muestras de afecto y respeto que nos hicieron llegar todos aquellos que nos acompañasteis en esos momentos tan duros para los que perdemos no sólo a nuestro hermano sino a un amigo.
El que bien lo conoció, sabe que no era sólo el hombre impulsivo, dicharachero y lleno de alegría y carisma que conseguía casi todo. Antonio era mucho más. Fue un hombre generoso, de palabra, comprometido, amigo de sus amigos, luchador, innovador, confiado…
Tenía en nosotros, su familia, su cobijo, su desahogo, sus recuerdos y sus miedos. Éramos confidentes. Más que hermanos, amigos. Yo conocía los secretos de su corazón mejor que nadie, aquellos que no compartía con nadie más y sus miedos eran mis miedos, y los míos, los suyos. Mi defensor ante las tonterías de la vida y mi apoyo en la soledad que a ambos nos oprimía desde la marcha de nuestros padres. Jugábamos, cada uno, nuestro día a día, pero era él quien creaba, soñaba e intentaba hacer sus sueños realidad.
Siempre hablamos mucho y, últimamente, me decía que se sentía muy querido en Jaén, de donde nunca quiso marcharse a pesar de mi insistencia porque estuviésemos juntos. Yo llevaba mal que estuviese tan solo en los momentos en los que se sentía desamparado o contrariado, solo a pesar de todos los que le rodeaban, y añorándonos tanto, tantísimo, teniendo esas crisis de soledad que tanto nos entristecían y que, seguramente, nadie más que yo conocía. Éramos su cobijo, su hogar, su familia. Nos adoraba, sobre todo, a “sus niñas” como decía de mis hijas, de la pequeña era el padrino y la mayor se nos casa en septiembre y ya no podrá acompañarla.
Mi hermana mayor era para Antonio como una madre. Le cuidó de pequeño y le adoraba y tenía en su casa de Madrid su punto estratégico para viajes y visitas: su segunda casa. Sus sobrinos, casi de su edad, eran amigos, y Raúl, un gran compañero de aventuras.
Os diré también lo orgulloso que se sintió por las continuas demostraciones de cariño de parte de todos sus amigos desde que sabían que no estaba bien y tened por seguro que nos llevará a todos en el corazón para siempre, como nosotros a él.
Agradecer a Arancha lo bien que lo cuidó, sus atenciones para con él en estos tres meses de enfermedad. Sé el esfuerzo personal que supuso tener que estar soportando los altibajos de una enfermedad tan delicada. Espero que no se deje llevar por fantasías, que ponga los pies en la tierra, que agradezca lo que ha sido capaz de aprender y de crecer como persona, como socia y como amiga, estando a su lado y cumpla con sus últimas voluntades. Pepa Saravia Molina.Enrique Ardoy Cabeza
Esta carta va dedicada con todo cariño al jiennense Juan Enrique Ardoy Cabeza (Quique para los amigos), que falleció el pasado día 9, con tan sólo 45 años de edad y, tan repentinamente, que creo que aún estamos todos perplejos y atónitos.
Amigo Quique, cuando ese día, a la una de la madrugada, cogí el teléfono y pronunciaron tu nombre, algo se quebró en mi interior, algo que me decía que no era posible el que nos hubieras dejado, así, ahora, de pronto, sin un adiós o un …espera que te diga…
¿Con qué edad nos conocimos Quique?, ¿cuándo empezamos a jugar juntos por aquellas calles y patios de Las Protegidas? Recuerdo la piña que éramos todos los amigos, porque lo cierto es que hubo un impresionante baby-boom en aquellos años 60 y en el periodo de unos tres años, nacimos casi todos nosotros (“Los Amigos”). No creo que en todas Las Protegidas hubiera algún rincón que se nos quedase olvidado para realizar algún juego, alguna nueva aventura.
Aún me sorprendo de la suerte que tuvimos de mantener hasta hoy en día esa amistad intacta y la avidez por reunirnos, cada final de año, para vernos y celebrar con una comida o una cena junto a nuestras parejas y poder revivir y rememorar todas y cada una de nuestras vivencias.
Quién tocará ahora esa guitarra, amigo, quién la hará sonar con los acordes de “Camel”, a la puerta de la tienda de campaña, en alguno de esos rincones de las montañas de nuestro Jaén que tanto te gustaban.
Hasta el campo estaba triste el otro día, amigo, cuando esparcimos tus cenizas. Un ensordecedor silencio envolvió aquel momento y todos esos paisajes que te deslumbraban observaron en respetuosa quietud tu último trayecto. Sé que has ido a abrir una nueva ruta por un paisaje para nosotros desconocido y que, cuando nos toque coger esa vereda, tú estarás esperándonos para ser nuestro guía y orientarnos.
Sabes que todos animaremos a tu desconsolada Lola y a tus dos preciosas hijas y que el tiempo, poco a poco, se encargará de ir cerrando heridas. Es ley de vida, pero esto no quita que muchas veces desearía echarme a la cara a “La Vida” y decirle un par de cosas.
Sólo me queda decirte que no pasará un solo día en que no te recordemos (porque esto, seguro, que lo puedo decir en nombre de todos tus amigos) y que sepas que me siento muy orgulloso de haber podido disfrutar de tu amistad durante estos años y ofrecerte como despedida un poema Cherokee, que, como bien sabes, siempre he dicho, tú debías de tener algo de sangre India:
“No te pares al lado de mi tumba y solloces./ No estoy ahí, no duermo./ Soy un millar de vientos que soplan y sostienen/ las alas de los pájaros./ Soy el destello del diamante sobre la nieve. / Soy el reflejo de la luz sobre el grano maduro, /soy la semilla y la lluvia benévola de otoño./ Cuando despiertas en la quietud de la mañana,/ soy la mariposa que viene a tu ventana./ Soy la suave brisa repentina que juega con tu pelo./ Soy las estrellas que brillan en la noche./ No te pares al lado de mi tumba y solloces./ No estoy ahí, no he muerto.” Poema Cherokee. Hasta siempre amigo. De tu amigo Cristóbal Castillo.Homenaje a nuestra hermana Visitación Tamayo Henares
Visitación Tamayo Henares ha supuesto para la Hermandad de la Virgen de la Cabeza de Cazorla la auténtica luz de guía. Su devoción y fe hacia Nuestra Señora, que trasladó, en todo momento, a cada una de las juntas directivas de la cofradía durante su longeva vida, se convirtió en el ejemplo a seguir por cada uno de los miembros de la hermandad.
Por ello, hemos creído justo reconocer a través de escuetos pasajes de su historia con esta fraternidad la importancia de esa vitalidad, ilusión y amor por la Virgen de la Cabeza, algo que demostró hasta el final de su vida.
Desde su más tierna infancia estuvo vinculada a la Virgen en una devoción que aumentó con el paso de los años y que, si cabe, continuó con más fuerza, a pesar del alejamiento geográfico, ya que fijó su residencia en la capital del país. Cada último domingo de abril y primer domingo de junio, nos hacía saber que ya estaba en Cazorla para disfrutar de la romería y posterior subida de la imagen al santuario. A pesar de la edad, en los últimos años, y cuando su fuerzas no se lo permitieron, sólo pedía una cosa: que alguno de los miembros de su familia, como sus hijas o nietos, le hiciesen llegar un completo reportaje fotográfico y documentación sobre cómo había transcurrido la fiesta en honor de la patrona de Cazorla. Su Virgen de la Cabeza presidía cada uno de los momentos importantes de su vida y era a Ella a la que se asía con fuerza en los más dolorosos. Por ello, hemos sentido de forma especial esta pérdida de la hermana Visitación Tamayo, que deja un enorme vacío. No obstante, continuará llenando su recuerdo a perpetuidad como el título que le otorgó esta hermandad.
En no pocas ocasiones, es justo reconocer que sus generosas donaciones permitieron que esta cofradía pudiera llevar a cabo muchas de las reformas que, hoy en día, disfrutamos en la ermita. Lo recordamos desde el respeto y teniendo en cuenta que no era dada a publicar estos gestos cariñosos y desinteresados. Ella decía: “Lo que mi mano derecha haga, que no lo sepa la mano izquierda”. Así nos lo hacía ver en cada ocasión. Demostraba que su gratitud con la Virgen iba mucho mas allá de los intereses espurios. Tan emocionados eran los encuentros de pequeñas representaciones de la hermandad, cuando íbamos a verla a Madrid o Fuengirola, para ella como para nosotros. Su manifiesta felicidad hacía aflorar las lagrimas en nuestros ojos: ¡Cómo esta venerable anciana sonreía ante nuestra presencia como si le llevásemos a la propia Virgen de la Cabeza! Y es que todo lo que tuviese que ver con Nuestra Señora la inundaba de felicidad. Su visita al santuario, hace unos tres años, con avanzada edad, nos hizo entender que, tal vez, sería la última, y pusimos todo el empeño para que se sintiera los más cerca posible de su venerada imagen. “Desde el camarín bajamos a Nuestra Señora de la Cabeza” para que, durante unos instantes, su cansada vista la pudiera ver más cerca. Posteriormente, conoció el museo y todas las novedades que se habían hecho en la ermita desde que ella no podía acudir. Una tarde para su memoria y para la nuestra contagiándonos su felicidad y devoción.
Por la Hermandad de la Virgen de la Cabeza de Cazorla