Hasta siempre
Miguel García Sánchez de Las Infantas
“Disfruta de una justa recompensa en el cielo”
El barrio de Las Infantas se encuentra de luto porque ha fallecido Miguel García Sánchez, nuestro querido, admirado y respetado Miguel. Se fue lo mismo que vivió, en silencio, sin hacer ruido, sin apenas enterarnos. Últimamente, se encontraba un poco pachucho, pero nada hacía temer un fatal desenlace, ya que, pese a ser una persona con 96 años, gozaba de una buena salud y de una lucidez fuera de lo común.

“Disfruta de una justa recompensa en el cielo”
El barrio de Las Infantas se encuentra de luto porque ha fallecido Miguel García Sánchez, nuestro querido, admirado y respetado Miguel. Se fue lo mismo que vivió, en silencio, sin hacer ruido, sin apenas enterarnos. Últimamente, se encontraba un poco pachucho, pero nada hacía temer un fatal desenlace, ya que, pese a ser una persona con 96 años, gozaba de una buena salud y de una lucidez fuera de lo común.
Le gustaba leer todos los días Diario JAEN, al que llevaba suscrito más de 30 años y, así estaba enterado de todas las noticias importantes que ocurrían en el mundo. La última vez que estuve con él, hace 10 o 12 días, hablamos, casi durante dos horas, de todo tipo de asuntos y me comentaba que había tenido que ir con sus sobrinos al médico de Urgencias porque no se sentía bien, sobre todo de las piernas, pero el facultativo le había asegurado que todos los análisis estaban dentro de lo normal. Miguel fue un hombre bueno. A lo largo de toda su vida se llevó bien con todo el mundo y siempre ayudó a quien se lo pidió.
Tenía un enorme cariño a Las Infantas, lugar en el que nació e hizo su vida. Durante los años sesenta y setenta, ejerció, durante 15 años, como alcalde pedáneo del barrio y luchó y peleó mucho para conseguir importantes mejoras para los vecinos, entre los que destacan el tele-club (en el que los vecinos disfrutaron de un lugar de expansión y ocio), teléfono público, un taxi, la traída del agua...
Fue un hombre muy religioso, durante 50 años, se ocupó de abrir la iglesia y de que todo estuviera preparado para cuando llegara el cura. Estoy seguro de que por todo el bien que hizo, ya estará disfrutando de una justa recompensa en el cielo. José García Almagro.Dolores González Molino se despidió con una sonrisa llena de paz que la reunió con Cristo
Aunque durante todos los días del año, y a cualquier hora, los seres humanos estamos expuestos a morir, sin embargo, a lo que a mí particularmente se refiere, durante la Semana Santa o posteriormente después de su celebración, asiduamente ha coincidido con tristes momentos, por los cuales se han ido familiares y amigos. Hace unos días, inesperadamente, fue Pedro Ayora Luna, amigo y cofrade de blanco y morado, que tenía predilección por el joven apóstol San Juan Evangelista. En fecha tan nazarena y tan marcada como es el Domingo de Ramos, se marchaba sin poder despedirse del Cristo de la Expiración, pero eso sí, lo hacía para reunirse y disfrutar de la paz eterna junto a Jesús ya Resucitado. Estas palabras pueden sonar como cumplidas, pero no es así, la noticia fue de gran impacto y el mazo de la muerte cayó como un golpe seco sobre mi cabeza, en un día que permanece la luz sublime de una Estrella que brilla con luz propia. Sin lugar a dudas, Ella también lo tendrá a su lado.
La muerte creía que nos iba a dejar descansar, pero qué más lejos de la realidad. Unos días después, y como si de algo misterioso se tratara, el sábado en el que Cristo aún está muerto, por medio de una llamada telefónica, se nos daba la noticia de que mi tía Lola había fallecido. Ante tan funesto y lamentable suceso, lo primero que se me viene a la cabeza son sus hijos, José Luis, Manuel Ángel, Rafael y Loli, y por descendencia, todos los que formamos parte de su familia. Desde luego y casi sin darnos cuenta, la vida transcurre con una lentitud sofocante, aunque a la vez constante, lo cual hace que poco a poco nos vayamos quedando sin los seres queridos. En la vida todos los momentos son irrepetibles, y aunque parece que fue el año pasado, la realidad no es esa. Atrás han quedado para el recuerdo, e impregnados de nostalgia, días veraniegos que disfrutamos en su frondosa casa de campo, donde no faltaba mientras vivió la mirada y labor labriega de su querido y recordado esposo José Estrella Martínez. Aquel era un lugar que emanaba alegría, donde chapuceaban en la piscina sus numerosos nietos, los cuales poco a poco han ido creciendo, consiguiendo destacadas metas dentro del fin estudiantil deseado.
Ahora ya han pasado varias fechas desde que se produjo tu fallecimiento, Dolores, cuando recientemente habías celebrado tu onomástica, siempre preámbulo a la “dolores” que nuestra Madre la Virgen María padece durante la Pasión de su Hijo, aunque con la explosión final de la Resurrección. Tú, desde aquel día, conseguiste el preciado galardón de ser elegida, ya que de seguro, ¡qué envidia!, Cristo, que acababa de resucitar, te cogió de su mano y tuviste el privilegio de adentrarte en el paraíso con Él, en ese lugar donde siempre reina la paz, y aunque antes de abandonar lo terrenal dirigiste una triste mirada hacia atrás a todos los que aquí dejabas, sin embargo, pronto tu rostro se cambió en leve sonrisa, ya que ante ti y entre una nube de incienso, apareció una legión de ángeles y arcángeles para recibir a Cristo, al que con humildad acompañabas fuertemente cogida a su mano. De pronto, aparecieron personas queridas con rostros de tenue alegría y vestidas con túnicas blancas. Eran aquellos que nos dejaron hace mucho tiempo y por los que tanto lloraste, pero que tú, a partir de ahora, tendrás la dicha de estar siempre con ellos.
Estos párrafos que te dedico llegan a su fin, es lo mínimo que tu sobrino podía hacer, correspondiendo así al cariño que siempre te tuvimos y nos tuviste a todos. A partir de ahora, nosotros viviremos en la esperanza de recibir el mismo galardón. Descansa en la paz del Señor. Por Joaquín Sánchez EstrellaPatxi Sánchez del Moral de Jaén
“El adiós de Patxi”
Me cuesta trabajo teclear sobre lo inevitable. Con lágrimas contenidas o derramadas patinan las ideas, los conceptos obituarios. La vida, aunque es el inicio anunciado de la muerte, está sujeta a la canalla enfermedad que se empeña, malvada ella, insolente ella, en afrentarse a la medicina, al galeno, al personal sanitario, al cuido esmerado, cariñoso y exhaustivo familiar y, también, a las prerrogativas por la mejoría de quienes le conocieron y trataron, afable y dicharacheramente.
Patxi Sánchez del Moral nos ha dicho adiós recién las palmas y ramas de olivo abrían, de par en par, las puertas de la iglesia Nuestra Señora de Belén y San Roque al Señor de La Borriquilla, que iba a hacer un viaje corto hacia la incomprensible y absurda muerte.
Noble, incansable y honrado trabajador de la linotipia del americano Merghentaler, allá por Pamplona, Oviedo y Jaén, su cuna, cuando el Portillo de San Jerónimo, la campana del Convento de las Hermanas Franciscanas marcaba las horas.
Precisamente, en Diario JAEN, entonces editado en el hoy ruinoso Palacio del Conde Corbul, se forjó en los menesteres tipográficos. Del olivo jaenero se fue joven, apenas con pelusa de membrillo en la cara. Y a Jaén volvió, al que tanto quiso, ya curtido en años, ahora con otro trabajo relacionado con las letras: la Biblioteca Pública. Sí. Nos has dicho adiós, ligero de equipaje machadiano y sin maleta atada con cuerdas, porque para volar alto, muy alto, como tú lo estás haciendo ahora, las alas se han despojado de la carne, tu carne, tantas veces martirizada por las noches en vela, con la aguja hipodérmica, con la transfusión sanguínea, con la píldora que hace bien para una cosa, pero que fastidia algunas veces, a otro órgano. La muerte, hermano Patxi, es una transición soberana, biológica, aunque tu pérdida nos sigue robando el sueño, nos pone la carne de gallina y un nudo en la garganta nos impide decir hasta los buenos días. Hasta siempre, hermano. José Sánchez del Moral.Francisca Boyano García de Jaén
“Nos enseñó a no rendirnos y a ser valientes”
La vida de Francisca Boyano García fue como la de muchas mujeres de su época, muy dura, ya que le tocó vivir los horrores de la Guerra Civil. Sin embargo, la contienda no le arrebató ni su ilusión por la vida ni la fuerza ni el arrojo necesario para sacar adelante a su familia. Por desgracia, hace poco que falleció y dejó a su hija y a sus nietos sumidos en un fuerte dolor. No en vano, Francisca no les dejó solos. Siempre estuvo a su lado viéndolos crecer y ayudando en lo que fuera necesario. Pero, antes, cuando aún era joven, se enamoró de Antonio Hoyofrío y con el formó una familia.
Lo suyo era un amor verdadero, se notaba al ver cómo se miraban o cómo hablaban. Fruto de esta unión nació su única hija, Conchi, por la que lo dio todo. Para Francisca, según recuerdan sus nietos, lo más importante era su familia. De hecho, su afición favorita era el tiempo que pasaba con los suyos.
En cuanto a su marido, Antonio, era pastelero y siempre tuvo dulces para todos. Y es que consiguieron el objetivo de Francisca, ser una familia unida y feliz. Sus nietos recuerdan que era muy cariñosa, aunque, cuando tenía que reñirles, lo hacía sin dudarlo. De alguna manera, fue una segunda madre, ya que vivieron bajo el mismo techo. De carácter fuerte, trabajadora y muy religiosa, Francisca Boyano García le dejó a sus nietos una lección difícil de olvidar: “Ser valiente ante las pruebas de la vida y nunca rendirse por muy difícil que fuera el objetivo”. Este no fue un consejo teórico, ya que ella misma lo aplicó en todas las etapas de su vida. Su fuerte carácter no solapó la ternura que irradiaba, sobre todo, cuando contaba cuentos tradicionales o relataba las costumbres de su época. Tus nietos.Sor Rosa Domínguez Melado fue un firme ejemplo de entrega a Jesús y a la Virgen María
Sor Rosa Domínguez Melado falleció en Jaén el 15 de abril, a las once de la mañana. Natural de Zafra, nació el 20 de mayo 1925. Al sentir una fuerte vocación por la vida religiosa, ingresó en Sevilla en las Siervas de María (llamadas en Jaén monjas de San Antonio) a los 21 años. La vida de sor Rosa la podríamos condensar en tres facetas: mujer hacendosa, donde destaca su vida de laboriosidad, y disponibilidad, de tal manera que podemos decir sin equivocarnos que vivía “sólo para servir”, enamorada de su vocación y pertenencia al Señor, como lo manifiesta en uno de sus apuntes: “Hasta el fin del mundo estoy dispuesta a ir para salvar mi vocación”. Por último, destacó su gran amor hacia la vida comunitaria.
Si se le pedía un favor no descansaba hasta que no lo realizaba. Disfrutaba mucho alegrando la comunidad. ¿Quién no recuerda en las fiestas comunitarias a nuestra querida sor Rosa poniendo su punto de humor y de alegría? ¡Cuánto entusiasmo difundía y contagiaba en las aspirantes el tiempo que estuvo destinada en nuestro colegio de Úbeda! ¿Cómo gozaba, bromeaba, aconsejaba y animaba a “sus niñas”, a las que cariñosamente así llamaba. Sin duda que para Sor Rosa, los centros de formación han constituido su mayor encanto, tanto en Úbeda como en Iturmendi dejó su huella inconfundible como religiosa y como mujer feliz. Aunque su vida transcurrió entre pucheros, su habilidad e ingenio para otras muchas cosas la llevaban a estar presente en cualquier necesidad que surgiese en la comunidad.
Si bien hace muchos años que padecía de diabetes, esto no le supuso impedimento para realizar sus actividades. De hecho, en nuestra comunidad de Jaén, lo continuó haciendo hasta sus 82 años. Su falta de salud la obligó a retirarse por completo de la cocina, se esmeraba en acompañar a las otras hermanas mayores y cuando alguna se quejaba su respuesta era: “Algo tenemos que sufrir”. Otra expresión muy suya fue: “Miro al cielo y me digo ¡ánimo! que la recompensa es eterna y vale la pena sufrir por quien dio la vida por mí”.
Siempre, pero, sobre todo, en esta etapa de su vida, demostró de forma más evidente su extraordinario amor a Jesús Sacramentado; todos los ratos libres los pasaba prácticamente en su compañía. Daba gusto verla por la mañana acercarse al Sagrario y saludar al Señor diciendo: ¡Qué bien se está cerquita de Él! Su amor a la Virgen era palpable. Frecuentemente, se la veía con el rosario en la mano, incluso, mientras paseaba por los pasillos de la casa. Llamaba la atención que, a pesar de su deterioro mental, en lo espiritual no había perdido facultades y seguía los rezos y cantos con verdadero entusiasmo. Nuestra hermana sor Rosa supo conjugar su fuerte carácter con una graciosa vivacidad que alegraba la convivencia y armonizaba las fiestas con sus ocurrentes y creativas actuaciones cargadas de buen humor y aire festivo.
Sentía, vivía y transmitía a todos, dentro y fuera de la casa, la alegría de ser religiosa, de su vocación, de su consagración con amor y pasión. Fue generoso desgastarse en su labor oculta y delicada; fue un vivo y elocuente testimonio de mujer feliz que ha sabido dar sabor a la vida cotidiana, atenta y dedicada a su Señor. En este irse consumiendo, vivió intensamente la pasión unida a la de Cristo. Días de sufrimiento y dolor, agonía y calvario, pero el Señor la supo premiar al acogerla, precisamente, en plena octava de Pascua llamándola a su lado para gozar con Él de su resurrección y vivir la vida eterna.
Descanse en Paz.
De las Siervas de MaríaJuan Carlos Aguilar Torres de Mancha Real
Un joven alegre, cariñoso y lleno de vida
Ha pasado más de un año, desde que la muerte, esa dama negra, truncó una vida que acababa de empezar. Tenías 25 años, cuando un guardarrail sesgó tu futuro. Fue el 13 de enero de 2008. Te marchaste de casa como un día cualquiera para disfrutar de tu gran afición, el motociclismo, pero ya no regresaste. “Estamos tranquilos, pero esto es algo para toda la vida, no se puede olvidar”, dice tu hermana Marisa.
Y no es para menos, tenías y, seguro que tienes donde estés, una alegría desbordante. Confiabas en el futuro y demostrabas siempre una gran ilusión por todo lo que te rodeaba, como por tu trabajo, familia y amigos. Pero ya no regresaste.
“Se quería comer el mundo” y, sin embargo, en la curva que pasa el río Torres junto al Puente del Obispo, en la carretera que une Baeza con Mancha Real, todo acabó. Tu vida se apagó y, con ella, se fue un poco de todos los que te queríamos. Eras el hermano pequeño y, como tal, te cuidaban tus hermanas Marisa y Nuria. Es cierto que el tiempo pasa, pero las heridas nunca se curan del todo, la cicatriz siempre está presente. Aunque estamos bien.
La familia era para Juan Carlos su pilar más importante. Tal y como lo recuerdan, era un joven honesto, cariñoso, bromista y juguetón. Dedicaba mucho tiempo a estar con los suyos, a los que siempre dedicó una sonrisa. También sabía ponerse serio y echar una mano siempre que hiciese falta. Fue generoso hasta el final. Nunca se quejaba del trabajo que le encomendaron o del esfuerzo que tuviese que hacer para ayudar al que lo necesitaba. Pero ya no volviste. Por eso, desde aquí te decimos que te queremos mucho y que por mucho tiempo que pase siempre estaremos a tu lado. Tu familia.