Hasta siempre

Juan María Bustamante Torres de Peñolite
“No te olvidamos”

Parece que fue ayer cuando nos dejaste y aún te tengo en mi retina. Es difícil olvidarte, ya que nos unían muchas cosas. Con frecuencia, salgo a pasear por las calles del pueblo y eso me encanta. Me agrada hacerlo a deshoras, de tal modo que el silencio reina por todos los rincones. Eso me sirve para concentrar mis pensamientos, saborear la calma y dejar que los recuerdos fluyan. En una comunidad tan pequeña como la nuestra, no es difícil pasar mucho tiempo sin encontrar algo o alguien que te haga recordar cosas del pasado.

    28 abr 2013 / 09:36 H.

    En mis frecuentes paseos, suelo pasar por la era tobilla y me detengo delante de tu casa. Por unos instantes observo cómo se van demacrando las cosas con el paso del tiempo y el abandono. Siempre se acelera el proceso. ¡Qué pena! En ocasiones, subo a los huertos del tobazo y, al pasar por la alberca del “chorrillo”, todo esta muy diferente de cuando tú cuidabas el lugar. Los zarzales han invadido la totalidad del huerto, los higos se caen, pues nadie los coge y el nogal, un tanto de lo mismo. Lamentablemente, cada día que pasa, quedan menos hortelanos genuinos y tú eras uno de ellos. El tiempo va demasiado deprisa y parece que fue ayer cuando aún estabas entre nosotros, cuando en la plaza relatabas alguna de tus aventuras ante un grupo de amigos. Yo recuerdo bien la aventura tan fascinante que viviste el día que aprobaste el carné de conducir. Para mí era la más graciosa. Te echamos mucho de menos, pero sé que estarás en un lugar de privilegio, allá en la gloria, como toda la buena gente. Tú jamás hiciste mal a nadie y pasaste por este mundo sin llamar la atención, pero cumpliendo con las ordenanzas de la buena conducta.
    Cuando estuviste en la residencia de Villanueva no fui a verte y lo siento. Además, en el día de tu último adiós, tampoco me fue posible asistir. Ya sé que no estoy en deuda contigo, pero, después de escribir estas líneas, me siento mucho mejor. De cualquier manera, mi deseo es que este obituario sirva para que, aunque solo sea por un corto espacio de tiempo, vuelvas entre nosotros y, así, todos los que te queríamos podamos verte, aunque solo sea en los recuerdos. Descansa en paz.
    Por Sebastián Bustamante.

    Juana Martos Nieto de Cazorla
    Su espíritu de lucha y valores siempre estarán presentes entre nosotros

    Un tal sábado 19 de abril de 2003, sábado de Gloria, en plena Semana Santa, nuestra querida amiga y presidenta, Juana Martos Nieto, se nos fue para luchar por las personas con discapacidad en algún otro lugar. Durante estos 10 años, su espíritu de lucha, su imagen, sus valores han estado presentes y han reforzado a una asociación que ha crecido y ha continuado luchando por las personas con discapacidad de la comarca de la Sierra de Cazorla.
    Tras la marcha de Juana Martos, esta asociación, denominada, en aquella época, Asociación Amifcca tenía dos opciones: desaparecer y continuar luchando por todo lo que Juana, familia, socios, personas con discapacidad de la comarca habían conseguido. Tras una asamblea general extraordinaria. Fue elegido Juan Manuel Olivares como presidente (29 mayo 2003 – 17 noviembre 2010). Posteriormente, tomó el testigo José Tíscar Marín, el 17 de noviembre de 2010 y hasta la fecha de hoy.
    Inicialmente, se pensó en realizar distintos homenajes a la persona y figura de Juana Martos y, entre ellos, destaca que, en la actualidad y desde hace unos años, la asociación que ella fundó lleva su nombre, Juana Martos. De la misma manera, se celebra un homenaje anual en forma de concierto y, este año 2013, celebraremos el décimo Memorial Juana Martos e, incluso, durante el acto de celebración del quince aniversario de la asociación, el alcalde de Cazorla nos entregó la placa de la calle Juana Martos Nieto, que irá situada en la urbanización que existe la salida de Cazorla, en la carretera de la Sierra.
    Juana Martos Nieto fue educada en el seno de una familia humilde. Mimada y protegida en contra de su voluntad, siempre tuvo un constante afán de superación y espíritu de lucha. Juana Martos siempre fue, y seguirá siendo en nuestros corazones, una mujer luchadora, constante, pertinaz y valiente, que nunca traicionó sus propias convicciones ni permitió una injusticia en ningún sentido. Generosa con el sector de la discapacidad física, aportó con su participación un punto crítico que, en las mayoría de las ocasiones, se convirtió en motor de avances y mejoras.
    Juana fue de esas personas que siempre estuvieron ahí. Pensar en la discapacidad física en la provincia de Jaén y no reparar en ella es imposible y seguirá siéndolo no relacionar su presencia con las personas con discapacidad física.
    Comenzó en el movimiento asociativo como socia de la asociación Aspramif. Fue fundadora del colectivo Amifcca de Cazorla, hoy denominado Asociación Juana Martos —su web es http://www.asociacionjuanamartos.org— y su presidenta en todo momento. Miembro de la junta directiva de Fejidif y de la directiva de la Asociación Andaluza de Mujeres con Discapacidad “Luna”. Tuvo una participación activa en el movimiento asociativo de la discapacidad física en Andalucía, movimiento asociativo al que jamás pidió nada para sí misma y al que se entregó en cuerpo y alma.
    Muchos y muy ambiciosos eran sus proyectos, que no acabaron con su marcha, sino que estamos viendo hechos realidad con el paso del tiempo, porque su trabajo dejó la semilla y el germen del futuro.
    Precisamente, en 2003, Año Europeo de las Personas con Discapacidad, fue testigo de la ausencia de una de sus mejores exponentes en todos los sentidos. Seguro que eran muchas las ideas que bullían en la cabeza de Juana en torno a la celebración de este año histórico para el sector de la discapacidad. Su concepto del mundo partía siempre de una perspectiva comprensiva de la realidad de las cosas y del diálogo como principal herramienta para propiciar la transformación social.
    Para algunos de nosotros detrás de esa mujer del movimiento asociativo había una gran persona, una gran amiga que siempre demostró serlo, aun en los momentos más difíciles, cuando sería más fácil decir lo que el otro quiere escuchar y no lo que se piensa de verdad. Esa era la mejor cualidad de Juana, la de ser amiga de sus amigos.
    Por encima de todo, Juana siempre fue una mujer sencilla, accesible, humilde y muy inteligente, una conversadora incansable con la que compartir muchos buenos momentos. Aquellos que tuvimos la fortuna de conocerla más a fondo, nunca la olvidaremos porque, sin ella ser consciente, se instaló en el corazón de los que nos cruzamos en su camino, como, sin duda, su recuerdo ha quedado impreso para siempre en sus paisanos de Cazorla.
    Por la Asociación Juana Martos.

    Fidel Garrido García de Ibros
    “Hasta siempre, Fidel”

    Hoy quiero decirle a Dios
    que derrame tu alma entre las flores,
    que convoque a sus celestes ruiseñores
    a componer canciones con tu voz.

    Hoy quiero decirle a Dios
    que en tu rincón preferido
    deje tu nombre dormido
    sobre las alas del sol.

    Para que sueñen contigo
    quienes más te comprendieron,
    quienes más fieles te fueron
    en las batallas del amor.
    Hoy quiero, mi buen amigo,
    hoy quiero decirle a Dios
    que te acerque aquí, conmigo,
    y que de tu Ibros querido
    podamos charlar los dos.


    Texto extraído de “El programa”, la revista de la Hermandad de la Virgen de los Remedios, editada con motivo de las Fiestas Patronales..
    Por Manuel Escudero.


    ENRIQUE TORAL peñaranda
    de El Escorial
    Las riquezas de Enrique Toral

    Cuando disfrutamos de la obra de un creador —toda obra es una creación—, de alguna manera, y ahora nosotros empleamos la acepción en su sentido más amplio, podemos conocer o no algo de su autor. Cabe que ni sepamos de él nada, ni ello nos preocupe. A veces, ni volveremos a acordarnos del nombre, ni llegaremos siquiera a retenerlo. Tal una novela anglosajona desconocida comprada en una edición barata en el aeropuerto para entretener el viaje.
    En otras ocasiones, nos constan algunas cosas del hombre lejano en el espacio y en el tiempo cuyos frutos estamos saboreando. Eventos, situaciones, decisiones, conductas que pueden no resistir el cotejo con los frutos que estamos gustando. Ante los aspectos negativos de las personas de ciertos escritores, yo oí opinar a una profesora de Literatura que ellos habían dado en su producción lo mejor de sí mismos y no les había quedado sino un residuo poco grato para el resto de su vida.
    Quienes en el futuro lean alguno de los libros o artículos de Enrique Toral Peñaranda y no le hayan conocido, ¿qué idea se harán de él? A mí me resulta algo difícil dar una contestación precisa. Precisamente, por haber tenido la suerte enriquecedora de haberle conocido bastante, aunque, ahora que falta, lamento no haber estado más tiempo inmerso en sus conversaciones inagotables. Pero me atrevo a sugerir que su imagen virtual estará próxima a la realidad que tuvo. Porque en los escritos eruditos de Enrique están las dos cualidades que mejor le definieron. De una parte, el sosiego, la calma y cierta bondad discreta. De la otra el rigor, por un lado, para no bajar la guardia en la exigencia ante sí mismo y, por el otro, para tomar postura en la vida.
    Ahora bien, hay otro aspecto a este propósito. Podemos, también, interrogarnos, no ya sobre cómo fue la persona del creador, sino qué obra se llevó consigo sin haberla dejado plasmada para el uso de los supervivientes. Y qué obra fue tejiendo en la cotidianidad de su palabra y de sus actos.
    Y, en este sentido, estoy convencido de que quienes no hayan tenido el privilegio de haber hablado con él, no podrán formarse una idea cabal de su fecundidad por mucho que aprecien los soportes en que han cuajado sus empresas intelectuales.
    Porque Enrique era un archivo viviente de la vida y la cultura españolas de todo el siglo que le tocó vivir e, incluso, de una parte del anterior. En parte, como legatario de una estirpe muy pródiga en andar los caminos del espíritu a lo ancho de su espacio. Y, cuando escribo esto, pienso en su solar, las Antillas y la Hispanoasia.
    Era casi imposible mencionar un hombre de cierta relevancia en la España de esos largos años sin que Enrique nos aportara algo a su conocimiento. Y más a menudo aún haciéndonos recorrer ámbitos de los que no están en los libros ni se encuentran en los archivos. Más de una vez, deseoso yo de saber algo más de ciertos personajes, tomaba nota para mencionarlos en la próxima visita a Enrique. Seguro, como siempre fue, de que algo me añadiría a lo que había encontrado y sabía. En ese sentido, Enrique era muy modesto. Quiero decir que estando en posesión de una cultura tan abrumadora no la prodigaba como adorno de sus excursiones a temas concretos. Lo contrario de tantos como sin tenerla se inventan una falsa para refugio de su pedantería.
    Pocos hijos podrán presumir de haber honrado en su medida la memoria de su padre. El que vivió el sitio de Manila y siendo notario en Madrid dejó una huella profunda tanto en su menester de la dación de fe como en la vida literaria de su tiempo y lugar. Pero así las cosas, a la vista del libro que últimamente le dedicó, yo estoy convencido de que pecó de modestia. En él no figuran muchas cosas significativas que yo aprendí de él.
    En la circunstancia de mi edad, no demasiado distante de la suya, esta separación es particularmente cruel. Cuando veo tan lejanos los días juveniles en que, opositor al notariado, veía como un castillo encantado esa Dirección General de los Registros de la que Enrique fue funcionario. La misma sede de la labor profesional de Manuel Azaña. Y de otros hombres callados, pero de mensaje profundo, como el humanista Pablo Jordán de Urrés. Felizmente, Enrique Toral nos ha dejado una obra copiosa.
    La prosecución de la misma, contra el viento y marea de la adversidad, sin menguar un ápice de su rendimiento y entusiasmo, ante la falta de su Pilar, cuyo recuerdo iba con él en todo instante, para mí, ha de ser un acicate en lo que me quede de paso por la tierra. Con el pensamiento en los jóvenes a quienes hemos de dejar un legado, todo el que a nuestro alcance se encuentre, como él en su día lo hizo, en Francisco Toro y en su Asociación Cultural en su Alcalá la Real, por mucho que parezca que en un mundo tan cambiado los ecos van a sonar más tibios y lejanos.
    Desde su piso madrileño, desde su mansión campestre cercana, Enrique no dejaba de darse todos los días una vuelta por los lugares amados Alcalá la Real, Andújar, Jaén. Las servidumbres capitalinas no le alejaron de ellos. A su servicio viajaba hasta alcanzarlos, día a día, sobre los libros y los viejos papeles. Una de mis satisfacciones en esta hora de orfandad es haber coadyuvado a sus idas en la realidad a los mismos. ¡Y cómo se pasaba de unos a otros rostros y evocaciones a su lado mientras iban quedando atrás los kilómetros!
    La espléndida sede del Colegio Notarial de Madrid, en la calle de Juan de Mena, fue una adquisición del notario Toral. Yo recordaré a su hijo siempre que vuelva a ella. Apelando a su memoria para que la merma en las fuerzas no me mengüe el afán con que allí mismo fui, en otros días, a dar cuenta de mi temario.
    Por Antonio Linage Conde.

    Rafael Alarcón Cruz de Jaén
    Homenaje a un gran padre

    Querido padre. Hace seis meses que no estás con nosotros. Ahora, los días pasan más lentamente. A veces, las fuerzas comienzan de nuevo a fallar y la ilusión se va perdiendo. Ahora, todas mis preguntas comienzan de la misma forma: ¿Por qué? Y no hay respuesta. ¿Por qué tengo que vivir una mañana, pero que ya nunca más sea contigo y que no pueda abrazarme a ti, como solía hacer cuando cumplía un sueño? ¿Por qué te has tenido que ir precisamente tú, el gran pilar de mi vida? Tengo que decirte tantas cosas. Decidiste marcharte a los 56 años, pero, aun así, sigues brillando desde arriba como una estrella escoltada por dos luceros caminando con la Virgen de Fátima por las calles del cielo.
    Quiero dedicarte mil palabras de agradecimiento, papi. Me has enseñado a darle un enfoque distinto a la vida. Gracias por inculcarme la devoción y la bondad cuando apenas yo sabía hablar. Siempre has sido un ejemplo. Déjame pedirte una cosa, papá. Que cada mañana, yo levante los ojos al cielo y vea un resplandor de tu eterna sonrisa y el negro de tus ojos mostrándome el amor que hay que sentir por una madre, ese amor que siempre has llevado por bandera. Señor, quiero acercarme a mi padre cuando sea llamada de la tierra y, en nuestro reencuentro, abrazarme a él y decir que todo ha sido un sueño. Ese será mi despertar. Mientras tanto, seguiré soñando. Por eso, quiero hablar sobre ti.
    Padre, desde pequeña, te vi pasar por malos momentos. Ya estaba acostumbrada a que ocurriera a veces, pero siempre volvías a casa después del mal trago… Y tus ganas de vivir en los momentos en los que te ponías mal no se olvidan. Pero no todas las cosas eran malas, también teníamos las buenas. Entre ellas, cuando yo salía contigo a dar una vuelta o, simplemente, cruzar una calle. Y esas cosas que me decías a mí y a todas las personas de tu alrededor no se me olvidan. Yo era tu niña, aún con 26 años, me seguías llamando así: “mi niña” y presumías delante de tus amistades y familiares siempre que íbamos a algún lado. Aunque, como toda niña adolescente, hice mis trastadas, de las que, luego, gracias a ti, aprendí. Gracias por enseñarme lo que era la vida  y el sacrificio de vivirla. Aun así, seguía siendo tu niña. Llegó un momento en el que te pusiste mal y tuviste que ser ingresado en Córdoba. En un solo minuto, sentí un gran abrazo y me dijiste que volverías pronto, que cuidara de la casa, que ya estaba echa una mujer. Jamás eras de abrazar, besar y menos aún decir te quiero, “mi niña”.
    Saliste de casa y caí en un valle de lágrimas. Nunca me demostrabas tu cariño. Por suerte, volviste de nuevo, pero no duró mucho, ya que no estabas bien. Te volviste a ir a Córdoba, pero esta vez no fue igual. Por fin, llegó el corazón que tanto esperabas. Te cogí de las manos y me transmitiste tanto amor. Todos tus hijos y tu “rubia”, tu gran mujer, la que nunca se separó de ti, estábamos allí contigo. No parabas de sonreír con ilusión por ser trasplantado. Llegó la hora de entrar a quirófano. Nos besaste a todos y te fuiste con una gran sonrisa. Admiro tu fuerza en ese momento. Llegó la intervención y la espera hasta que salieron corriendo contigo hasta la UCI. Las primeras palabras de los médicos parecían de esperanza, pero, pasadas las horas, decían que estabas peor. Tus órganos fallaban y yo intentaba no decaer, porque había vida, había esperanza. Y tú, con lo fuerte que eras, lucharías, pero no fue así. Llegaron las siete de la tarde del día 28 de octubre de 2012. Nos dieron una noticia que yo no esperaba. Mi vida dio un giro muy grande. Toda mi casa, mamá, tus hijos, cuñados, hermanos, nietos, nueras y yerno e, incluso, todas tus amistades y sobrinos… Todo se convirtió en un valle de lágrimas. Nos hacías y nos haces tanta falta. En casa todo me recordaba a ti. No podía estar sola y aún me cuesta. Solo quiero recordar lo que escribo aquí porque fuiste un gran luchador, ya que, desde que tengo uso de razón, arrastrabas esa dichosa enfermedad.
    Mis noches, mis días, son complicados sin ti. A veces, hasta pensé que era una pesadilla de la que despertaría, pero aún no he despertado. No pasa una noche en la que no imagine tus buenas noches. Mamá te llama entre sueños. Lo eres todo para ella.
    Todo el mundo dice que la vida sigue y hay que asumirlo, porque sin ti ya nada es lo mismo. Todo lo que me queda de ti son recuerdos, imágenes, experiencias y miles de consejos. Tú eras esa persona especial, que nunca va a salir de mi cabeza y, mucho menos, de mi corazón. Tú ya no estás, pero tu estrella me vigilará y cuidará. Padre, tu final se adelantó. Creíamos que siempre estarías con nosotros y fue tan rápido tu adiós que nos dejó tantas frases perdidas. Aunque ya no estás aquí, sé que tal vez nos puedas oír. Por mucho que pase, jamás podremos acostumbrarnos. Te llevamos tan dentro que jamás podremos olvidarte, te vemos en todas partes. Cuánto nos cuesta vivir sin ti. Te ganaste el cariño de todos con esa dulce sonrisa y esa preciosa y cansada mirada que aún vemos cuando cerramos los ojos y que nunca olvidaremos ni mamá, ni tus hijos, nietos, familias y esos amigos que has tenido a lo largo de tu vida. Son parte de la familia. Finalizando este homenaje de “tu niña” te quiero decir: Padre, te quedas en nuestro corazón y en nuestra mente dejándonos tu luz, que nos alumbra; tu recuerdo, que todo lo llena y una gran tristeza que nos inunda con la esperanza de reunirnos algún día. Mil besos al cielo al mejor de los padres. Te queremos. Por Pilar Alarcón Vílchez.