Hasta siempre

Antonio Vicente Morales Bellón de Úbeda
Una labor educadora que trasciende del aula

Si estuvieras ahora escuchando estas palabras, probablemente, tus ojillos nerviosos se esconderían tras esas inconfundibles gafas no sabiendo muy bien a dónde mirar, ya que nunca has sido persona a la que le gustara ser el centro de atención o recibir homenajes. No obstante, amigo Vicen, los recordatorios no son para los que los anhelan, sino para los que lo merecen.

    03 feb 2013 / 10:01 H.

    Te has sabido ganar el cariño de todas las personas que te hemos conocido, no solo por tu labor profesional, sino por la faceta personal. Con tres décadas a las espaldas en nuestro centro, cientos de alumnos han pasado por tus manos, esos mismos que hoy te recuerdan con cariño. Por no hablar de las docenas y docenas de chavales con los que has compartido unas de tus grandes pasiones en la vida: viajar. Desde la tribu más desconocida de África hasta el rincón del Tíbet más recóndito, allí has estado con tu querida Pepa, con quien has compartido media vida.
    Y siempre con buena disposición, simpático, alegre. Solo se te torcía el gesto, serio más que serio, con los del ciclo cuando la liaban. En tus propias palabras, “estos me los dejáis a mí”. Esa labor educadora que trasciende el aula, la educación en mayúsculas, es otra de tus señas de identidad, ya que son esas mismas personas las que hoy te recuerdan, no solo como profesor, sino como mucho más que eso. Qué decir de quienes hemos tenido la suerte de ser tus compañeros, que compartimos ese mismo sentir por ese chico alegre que vendía lotería y al que a veces se le olvidaba cobrar. Te vas y, a pesar de la tristeza que nos invade, esa es la imagen: la eterna sonrisa que apenas se dejaba ver tras tu poblado mostacho. El día que nos dejaste caía, como solías decir, un “agua recia”, pero mucho más “recio” es tu recuerdo entre nosotros. Hasta siempre, amigo Vicen, hasta siempre.
    (Texto leído en la sesión del Claustro de Profesores).
    Por la Comunidad Educativa del IES Los Cerros.


    Bernardo Villanueva Guzmán de Huelma
    Maestro zapatero en Huelma

    Bernardo Villanueva Guzmán falleció, el pasado 5 de enero, a los 98 años. Era la segunda persona de mayor edad del municipio. La primera cumplirá en septiembre 101 años. Este huelmense nació el 28 de mayo de 1914. Vivió su infancia en la calle Santa Ana del pueblo junto a su padre, Esteban; su madre, Dolores, y sus hermanos Miguel y Tomás, que pronto emigraron a Barcelona a buscarse la vida. A diferencia de sus hermanos, que en sus años de adolescencia se dedicaron a la agricultura, y, al igual que su padre, Bernardo quiso aprender un oficio. Se decantó por dos, la barbería y la zapatería, aunque, al final, se dedicó a este último. Durante la Guerra Civil estuvo en el frente de Pozoblanco, en cuyo destino era el telefonista. De esta etapa contaba muchas anécdotas, como que tuvo que estar una semana escondido en un pozo junto con varios de sus compañeros o, también, que, durante una visita que hicieron a la playa a Alicante, estuvo a punto de ahogarse y una enfermera le salvó la vida.
    Una vez de regreso a su pueblo, retomó la zapatería, en la que empleaba a 4 o 5 personas como aprendices. Muchas personas del municipio recuerdan los años en los que les enseñó este oficio en el taller que tenía en su domicilio. En aquellos tiempos en los que la artesanía era casi la única opción, Villanueva Guzmán y su equipo elaboraban zapatos finos de vestir, botas de campo o albarcas para Huelma y toda la comarca. Asimismo, hacía todo tipo de arreglos. Siempre tuvo una amplia y fiel clientela que habla de él como el “maestro zapatero”.
    Después de la jubilación, y hasta los 90 años más o menos, seguía arreglando los zapatos a sus familiares y amigos más cercanos, ya que, además de su profesión, la zapatería era una de sus aficiones. Además, le gustaba pasear todos los días, salir con sus muchos amigos a “ligar”, como se denomina en Huelma al hecho de tomar el aperitivo, y el campo. Disfrutaba con el trabajo en sus olivares y fue uno de los fundadores de la Sociedad Cooperativa San Isidro de Huelma, que lo homenajeó, hace unos años, junto con otras personas. Otra de sus aficiones fue viajar. Junto con su amigo Lázaro, y las esposas de ambos, recorrió prácticamente todas las ciudades de España, así como las Islas Canarias y Mallorca.
    Se casó con su prima Juana Galiano Guzmán y tuvo dos hijas, Lola y Juanita. Durante su larga vida nunca estuvo enfermo ni necesitó intervención quirúrgica alguna. Siempre tuvo una salud férrea, debido, según cuentan sus dos hijas, a lo mucho que andaba cada día, especialmente, desde su jubilación, cuando se recorría el pueblo varias veces. Bernardo tenía diez nietos: María José, Antonio, Bernardo y Juana Mari, por parte de Juanita y su marido Rafael; Amanda, Juana Mari, Tomás, Lola, Teresa y Bernardo, por parte de Lola y su esposo Francisco; y tres biznietos: Manuel, Carlos y Francisco.
    A pesar de la festividad del día en el que falleció, numerosos huelmenses acudieron al tanatorio municipal a acompañar a la familia y a despedirse del maestro zapatero de Huelma. El día 6 de enero lo enterraron y, el próximo 7 de febrero, se le dedicará una misa en la parroquia Virgen de la Fuensanta de Huelma.
    Por Teresa Guzmán.

    José Calles Almagro de Villatorres
    Cuando un amigo se va

    El pasado sábado, un frío 26 de enero, despedimos a nuestro amigo José Calles. Ese día, la nobleza, la elegancia, el buen talante, la serenidad y la amistad quedaron un poco más huérfanos. Poca gente como José se ha paseado por la vida con tanta dignidad. Se dice que cuando una persona tan querida se marcha no desaparece, solo aprendemos a vivir sin su presencia. Él ha quedado entre nosotros, permanece una parte importante: Las vivencias, su ejemplo, sus acciones, su recuerdo, etcétera.
    Era José un hombre de valores profundos, enamorado de su profesión (la agricultura) y del campo, enemigo del ruido y los atascos tan inherentes a esta sociedad moderna. Creía en la familia como un núcleo vital para la sociedad. Sin familia no hay nada. Disfrutaba de las tertulias con los amigos y del trato con la gente sencilla como él. Un hombre católico, practicante, que dedicaba casi todo su tiempo a los demás. Tenía muchas aficiones. Yo destacaré una: leer y releer “El Quijote” comentando algunos pasajes con sus amigos. Siempre dispuesto al sacrificio por los demás, fue condecorado por Cruz Roja por su labor en el municipio de Villatorres.
    Es difícil encontrar un mejor cofrade. Él tenía un sentimiento especial por la Virgen de la Cabeza. Siempre recordaba “una deuda”, yo diría devoción. Ahora creo que la Morenita la tiene con él. Conseguía transformar un problema en una enseñanza y en una oportunidad. Tenía la habilidad de sacar lo mejor de cada uno de nosotros y lo ofrecía todo. En su labor como hombre político y comprometido con la sociedad, debo destacar que siempre daba un paso adelante cuando se presentaban dificultades y tres hacia atrás cuando todo iba bien y había que poner nombre y apellidos a los éxitos. El Partido Popular de la provincia de Jaén siempre le estará agradecido. Ha sido concejal en varias legislaturas, portavoz y presidente de nuestro partido en Villatorres. Siempre ahí, al pie del cañón, en su despedida me decía una amiga: “¿Qué vamos a hacer ahora sin él?”.
    Es complicado aunar tantas virtudes en un ser humano, pero imposible encontrar mejor amigo. Entre sus defectos, ser tan buena persona, nunca un mal gesto, una mala mirada, una mala acción, siempre una sonrisa. La misma con la que se despidió de mí, una sonrisa como la luz que iluminó su vida y ahora permanece entre nosotros. Hasta siempre, amigo.

    Por Agustín Moral,
    presidente del PP de Villatorres.


    Manuel Ruiz López (el sereno) de Fuensanta
    “Reflejaba pasión por el conocer y capacidad para escuchar y empapar los frutos del espíritu”

    Si tuviéramos que identificar las tierras de la Abadía con el nombre de un monumento o un elemento del paisaje, a Alcalá la Real le adjudicaría la fortaleza de la Mota; a Priego, el Adarve; a Frailes y Castillo de Locubín, con los nombre del los ríos, San Juan y Velillos —denominado con el nombre de la villa frailera por estos lares—.
    Pero si a cada época tuviéramos que bautizarla con nombres de personajes que hicieron patria supramunicipal, en el Medievo, señalaríamos a los señores de Alcaudete; en la Edad Moderna, a la familia de artistas de los Raxis —Pablo de Rojas, Miguel, Nicolás, Pedro y Melchor Sardo—; en los años de la Ilustración, con la palabra de colono que dio lugar al nacimiento de las aldeas y al asentamiento definitivo la villa de Frailes. Pero si tuviéramos que hacerlo en los últimos siglos, formaron comarca los diputados Abril (Gregorio y Rafael), Pablo Batmala y Carlos León Álvarez Lara y Juan Montilla Adán Adán. Pero, por encima de todos ellos, Manuel López Ruiz ocupa el lugar privilegiado de agrandar aquella abadía y las tierras del conde de Alcaudete con el abrazo que forjó entre muchas gentes de las tierras de la comarca de la Sierra Sur —desde los Villares hasta la aldea de Ermita Nueva—. Curiosamente, sus manos no emplearon los fines legítimos de la política, como muchos de los personajes mencionados anteriormente. Manolo, haciendo gala de la virtud de su apelativo, “Sereno”, empleó otras artes para atraer a su tierra adoptiva el optimismo vital, la generosidad compartida y la pasión por lo auténtico.
    Cualquiera de los muchos que han conocido a Manolo podría rememorar muchas anécdotas acaecidas con su persona, divulgar historias, relatos y reminiscencias de costumbres que transmitió a eruditos, artistas y viajeros de la Sierra Sur. Tuve la fortuna de conocerlo allá por los años setenta y siempre me quedé cautivado de su generosidad y de su alma de servicio hacia los demás. Fue con motivo del descubrimiento de una tumba romana en el límite de Alcalá la Real y Frailes. En aquel encuentro descubrí que Manolo reflejaba pasión por el conocer y el saber, capacidad para escuchar y empapar los frutos del espíritu y solidez para valorar la cultura. Este encuentro se encadenó en otros muchos momentos de generosidad compartida en las citas culturales de la comarca, en los ágapes fraternales en su privilegiada casa, más bien en su mansión de todos, en los actos que organizó como mecenas poniendo a disposición de muchas personas todo lo suyo y, sobre todo, aportando la sonrisa en sus labios sin caer nunca en el desaliento.
    Hace unos días leía estos versos de Nacha Guevara que me recordaban su actitud ante la vida: “Cuando no hay más que amor/ para abrir el camino/ y forzar el destino/ en cualquier ocasión./ Así habrá que forjar/ nuestro mundo y luchar/ sin tener nada más/ que la fuerza de amar/”. Ahora me viene a la mente que siempre que me adentre por los bellos parajes de la villa de Frailes, tu espíritu volará entre las callejas dando abrazos y saludos de amor. Pues no solo hiciste comarca, sino que forjaste la intrahistoria del estallido diario de tantos encuentros. Cooperaste en efusiones de alegría compartidas, fraguaste mañanas de proyectos humanistas entre pueblos y armonizaste un coro de manos entrelazadas porque, como decía la anterior poeta, cuando no hay más que amor/ como única sed, como única fe, como único don… la deuda con tu persona será un reto para los hombres de la Sierra Sur. 
    Por Francisco Martín Rosales.

    La vida alegre de “El Sereno”
    Entornó los ojos unos segundos, como si quisiera coquetear con el sueño. No despertó más. Seguro que lo lamenta. Me imagino a Manolo “El Sereno” reflexionando sobre su defunción y pienso en Saramago: “Morirme no me da miedo, solo me molesta”.
    Manuel Ruiz nació en Fuensanta de Martos y creció en Fuerte del Rey. Falleció en Frailes, municipio donde residió la mayor parte de su vida, tras ochenta y ocho años de aventuras. No perdió el tiempo en la tierra. Aupado por una energía que retaba a la naturaleza, “El Sereno” vivió la vejez con intensidad. Como Benjamin Button, personaje de David Fincher, el embajador más laureado de Frailes rejuvenecía con los años. Al menos, en espíritu. Caminaba con su filosofía servicial como credo: auxiliar a quien llamase a su puerta. No había jerarquías sociales para “El Sereno”: pobres, ricos, foráneos, vecinos, obreros e intelectuales entraban y salían de su casa borrachos de hospitalidad.
    Me gusta recordarlo a lomos de su Suzuki verde, los ojos abatidos por las arrugas, el rostro de ignorar qué vías conducen al destino. El copiloto más fiel de su última etapa vital fue el escritor inglés Michael Jacobs. La amistad entre ellos, imprescindible para que el británico se sienta hoy frailero, creció en ese coche, en rutas por la Sierra Sur. Si se aferraba al volante era porque de esa forma, a cuatro ruedas, vigilaba mejor el pueblo, como en sus tiempos de guardián nocturno. Hombre de progreso, “El Sereno” siempre fue un cómplice del Ayuntamiento. Asesoró a Encarnación Anguita, única mujer alcaldesa de Frailes, ayudó a los socialistas Antonio Garrido y Antonio Cano, y se puso a la disposición de José Manuel Garrido, primer alcalde frailero del PP. “Amaba a su pueblo. Lo demostró con su trabajo. Más que con su papel de ‘embajador’, me quedo con la persona. Fui su última pareja de tute”, expresa Cano. “Nunca olvidaré cómo se portó conmigo. Él siempre pensaba en el futuro. Nos queda su legado”, tercia Garrido.
    Los aniversarios que Manuel Ruiz celebraba en su casa aumentaban durante días el censo poblacional. Su don de gentes le sirvió para abrigarse en una suerte de farándula artística llegada de toda España. “Cada vez tengo más amigos escritores”, presumía cuando apagaba las velas. La vitalidad desafiante de “El Sereno” quedó demostrada cuando Sara Montiel visitó Frailes. La artista, glamurosa y entrada en años, se quedó encerrada en el cuarto de baño de Ruiz. No hay crónica que esclarezca si aquello quedó en anécdota o el anfitrión cumplió una fantasía de adolescente.
    El amor no tocó a su puerta; él se adelantó y llamó a los timbres de todas las doncellas, solteras o esposas en funciones. “Le gustaban mucho las mujeres. El viernes pasado intentó ligar con las enfermeras que lo atendían”, asegura Lolo Caño, amigo del fallecido, para dar fe de la salud hormonal que exhibió el octogenario hasta en sus últimas gotas de vida.
    Me quedo sin entrevistar a uno de los hombres más importantes de la historia de Frailes, capaz de crear en un rincón la fábrica de aceite de oliva más pequeña del mundo. Manuel Ruiz, que siempre estaba despierto para velar a su pueblo, cabeceó un poco y se quedó dormido. Nadie creyó que hiciese falta despertarle. Al fin y al cabo, la vigilia era su reino: él era “El Sereno”.
    Por Fran Cano.