Hasta siempre

Tomás Moreno Molino, de Torredonjimeno. “A mi respetado primo, excelsa persona”

Una grata alegría, inmenso gozo y fantástica experiencia cuando rememoro que, a finales de junio del año pasado, mi mujer y yo coincidimos contigo y con tu atenta mujer Eva, paseando en una bulliciosa nohe de feria en nuestro pueblo, Torredonjimeno. Este particular recuerdo, imborrable, a veces me es grato y en otras ocasiones me inunda de tristeza y desazón. No puedo ocultar que, ahora mismo, me están aflorando las lágrimas, probablemente acrecentadas por recordarte e intentar esbozar en unas líneas este breve epitafio o dedicatoria que bien mereces.

    18 nov 2012 / 10:45 H.

    Desde hacía tiempo padecías una cruel enfermedad que, a veces, te mostraba demacrado, débil, enfermo. Pero aquella noche, en la feria, tu estado nos pareció distinto. Tu semblante general había cambiado por completo. Se vislumbraba en ti una ostensible mejoría. Habías ganado peso, estabas pletórico, rebosabas salud, bienestar e irradiabas futuro. Departimos una charla animada e ilusionada por tu absoluta mejoría, concluyendo: “¡A tomar cerverzas y vivir los días de fiestas!”. Internet era mi fuente para amargamente “empaparme” de los entresijos de tu dolencia y sus cuestiones, de la esperanza de vida, de tu mejoría tras el exitoso autotransplante, todo lo que veía y leía lo interpretaba con positividad. Te saldría bien después de tanta lucha, era tu recompensa, tu merecida victoria. Con mi padre y  hermanos cambiábamos impresiones sobre tu buena evolución. Concluíamos que con la cirugía en médula, tu fuerza y tesón, más el firme y denostado apoyo de tu familia, habías logrado derrumbar la enfermedad y renacías como el Ave Fénix. Desgraciadamente, solo se quedó en una maldita ilusión, una quimera, un imposible. Penosa y brutalmente, con alaridos de desazón nos dejastes semanas después de aquella noche patronal, festiva, el triste 21 de julio de 2011, con tan solo 49 años. Descansa en paz.
    La vida es cruel, como la enfermedad que, dos años antes, te había brotado y, cual terminal asesino, te perseguía y acechaba sigilosamente. Navegastes con entereza de tan indeseable pasajero, sufriste en silencio, consiguiendo no exteriorizarlo ni un ápice.
    Tampoco transmitiste la más mínima flaqueza a los que te rodeaban, a nadie. Eso es grande, elogiable, altamente humano y merecedor de  nobles personas, como tú.
    Pese a ello, inevitablemente, el dolor, sufrimiento, pesadumbre e impotencia callada y humildemente la padecían tu abnegada esposa y tres estoicos hijos. A todos vosotros, de corazón, os reitero mi más sincero pesar. Ingrato dolor para tu madre, mi tía María Luisa. La aflicción más extraordinaria que puede paceder esta madre ante la prematura pérdida de su “Tomasito”, como le gusta llamarte. Pobrecilla, qué pena. Infinitamente demolida por el viaje al cielo de su único hijo.Tristeza de otros familiares, allegados y multitud de amigos. Para todos clamo que la ausencia de Tomás os sea lo más llevadera posible.
    Primo, querido primo, nacimos el mismo mes y año en la misma casa. Vinistes al mundo pocos días antes que yo. Tan solo me ganabas por un puñado de jornadas, pero te gustará alaradear de que eras el mayor. Tú eras el primo grande, yo el primo chico. En aquellos años, las familias humildes, asiduamente debían compartir la misma vivienda, eran tiempos de penurias, de inmigraciones, nuestros padres, como auténticos jabatos, emigraron largas temporadas al extranjero, se dejaron su vida y juventud a cambio de mejorar nuestro sustento y condiciones de vida, como habitabilidad o independencia.
    En la infancia, caminamos muchos años juntos, compartimos casa, padres, abuela y juegos. Esparcimientos donde yo a veces te hacia “golferías”. La que mejor recuerdo fue cuando tendríamos, aproximadamente, 5 o 6 años. Te habían regalado una flamante armónica metálica, de vivos colores y sonaba muy bien. Cuando me la dejastes, o quizá te “engatusé” para que me la prestases, la golpeé y la destrozé y no recuerdo el motivo. Después la arrojé a un solar contiguo a nuestra casa. Saliste corriendo, llorando, despavorido para dercírselo a tu madre. Pese a que éramos niños, me preocupé, pero no tanto por la dañada armónica ni incluso por mi reprochable acto, sino al evaluar que el incidente entre nosotros pudiera afectar o interferir en la sana convivencia y amistad de nuestros padres, quienes, asimismo, eran familia directa y convivíamos bajo el mismo techo. 
    Tomás, sé que estás en el cielo, no hay otro lugar posible para ti. Y allí seguirás disfrutando de tu oficio de herrero. Te ubico en el edén, junto a tu padre Manuel. Veo que en tu regazo descansa un ángel, sí, una radiante ángel: tu desdichada hija Biviana fallecida prematura e inesperadamente cuando solo tenía seis meses de edad. Imagino que también rondará por allí nuestra abuelita Julia, “refunfuñando” por cualquier cosa, como era muy normal en ella. También, en ese dulce cielo, aprecio otra grata compañía; la de Luisa, tu tía o “chacha”, como solemos decir en el pueblo. Se trata de mi querida, añorada y cristianísima madre, Luisa Moreno Muñoz, que en paz descanse. Sé que veláis por nosotros, deseándonos lo mejor en este difícil, muy injusto y complicado mundo.
    Espero no haber sido demasiado extenso ni pesado, o transmitir demasiada tristeza o desconsuelo en este mi homenaje para ti, Tomás.
    Reitero paz y sosiego para tantas personas que queríamos a este tosiriano. In memoriam aeterna, para Tomasito, herrero de profesión, forjador de bondades, el mas grande, fuerte, bonachón, humilde, educado, prudente y predilecto primo. Por tu primo hermano Miguel Martos Moreno, de Jaén

    Juan Tejero Bueno, de Monte Lope Álvarez. “Un hombre inmensamente bueno”

    En una fría mañana de otoño, el pasado lunes 12 de noviembre, se fue, discretamente, un hombre honrado, tremendamente honrado, y bueno, inmensamente bueno. Trece días antes había fallecido su esposa, no podía el destino permitir otro final para una historia de amor tan bella. Juan Tejero Bueno fue, además, un hombre trabajador, muy trabajador, comprometido con su entorno y con un alto sentido del deber.
    En tiempos de adoración a becerros de oro y de valores en crisis, este legado para las siguientes generaciones es un tesoro. Pasó por la vida sin querer hacer ruido, intentando no molestar, adaptándose a los cambios de una época distinta. Su recuerdo, su ejemplo de vivir, nos ayudará a crecer a los que le conocimos.
    A veces, hay personas en tu vida transparentes, sin dobleces, de las que aprendes solo observando. He tenido la suerte de convivir muchos años con mi tío Juan, de tratarlo, de entenderlo y, al final, de admiradlo. Cada generación, en el ciclo de la vida, bebe de la anterior, yo no podría haber deseado mejores maestros: honradez en todo momento y situación con los demás y con él mismo, sencillez y discreción, educación (de la que ya no se gasta, como un sabio del campo me dijo una vez), no es poco patrimonio para dar en herencia. No sería yo bien nacido si no aprovechara este altavoz para darle las gracias, una y mil veces más, por cada cosa que hizo por nosotros, por su ayuda en nuestros peores momentos y por sus silencios, oportunos siempre.
    Juan Tejero Bueno (la bondad es una virtud que se hereda y se cultiva cada día) vivió en Monte Lope Álvarez, pedanía de Martos.
    De los ochenta y dos años de su vida compartió sesenta y dos con la hermana de mi padre (siete de noviazgo de los de antes y cincuenta y cinco de matrimonio), a su lado, no a su sombra, como a veces pudiera parecer. Tuvieron cuatro hijos y cinco nietos que les honraron, como dicta el cuarto mandamiento, hasta el final, y lo seguirán haciendo. Si esto no fuera bastante, además, murió en paz, con todo y con todos. ¿Qué más se puede pedir? ¿Dónde hay que firmar?
    Sus últimos días nos permitieron comprobar, otra vez, su envidiable concepto de la familia. Las últimas horas al lado de su mujer, hasta el mismo momento de su muerte, son una lección magistral de amor, fidelidad y ternura, no se puede hacer mejor.
    Su fe nos permite hoy el sosiego que da saber que nos espera satisfecho, sereno y orgulloso de los suyos.
    Hasta siempre tito, desde Córdoba, con el cariño más sincero y una profunda admiración. Por Luis Jesús Chamorro Barranco (Luisje), de Córdoba

    Antonia González Osuna, de Jaén. “Es fácil hablar de ti y sobre ti, no podemos dejar de hacerlo”

    “Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello que en mi juventud me deslumbraba, aunque nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos, pues encontraremos fuerza en el recuerdo, en aquella primera simpatía que, habiendo sido una vez, habrá de ser por siempre, en los consoladores pensamientos que brotaron del humano sufrimiento y en la fe que mira a través de la muerte. Gracias al corazón humano, por el que vivimos, gracias a sus ternuras, a sus alegrías, y a sus temores la flor más humilde, al florecer, puede inspirarme ideas que, a menudo, se muestran demasiado profundas para las lágrimas”.
    Oda a la Inmortalidad, Williams Wordsworth

    Es fácil hablar de ti o sobre ti, Antonia, eres simpática, bonita y brillante. Da gusto verte, incluso vestida con esos pijamas horrendamente verde quirúrgico. Tienes estilo vistiendo y llevas los gorros de quirófano como nadie. Sonrío cuando por el interminable pasillo de quirófanos de la primera planta del Médico Quirúrgico coincido con tu mirada sobre la mascarilla. La visión es fugaz, apenas unos segundos en tránsito. Suficiente para observar tu gesto concentrado mientras instrumentas. Tus movimientos precisos y ágiles. Tu esbeltez, pese al peto de plomo indispensable en las largas horas de exposición al aparateje (tan sofisiticado y necesario) y, de pronto, unas sonrisas, porque en un alarde de tu sentido de la oportunidad y de la responsabilidad con el grupo, has hecho un comentario de los tuyos lleno de sentido del humor y de la ironía (hermana de tu inteligencia). Y ¡zas! has traído un soplo de aire fresco, aliviando la tensión que siempre impera en un quirófano. 
    Es fácil hablar de ti o sobre ti, Antoñita. De lo sobradamente preparada que estás. Por tu experiencia larga y ancha en tu vida profesional, por tu continua y constante inquietud en aprender y mejorar y en el no parar de tus cursos y publicaciones; en lo tuyo, en tu campo, en tu vida laboral.
    Es fácil hablar de ti o sobre ti, Antonia. De la magia que desprendes cuando, como cuentacuentos, nos narras un viaje, una anécdota, un recuerdo de tal manera que el aforo nos partimos la caja de la risa.
    Por lo que contaba antes, por esa capacidad de hacernos ver el mundo con el sentido del humor, de la crítica bien hecha, del análisis certero y de que la realidad no tiene remedio, con el que siempre nos regalas momentos inolvidables.
    Llevamos más de un mes sin tu presencia física. No coincidimos en el vestuario y sus “momentazos”. Tu pelo brillante y tus ojos risueños y oscuros están en nuestro recuerdo mañanero. Tu “¡Buenos días!” “¿Qué pasa?”, resuena y rebota en esas estrechas taquillas donde coincidimos un montón de mujeres en muy pocos metros. Nuestro particular homenaje al camarote de los Hermanos Marx,  ¿recuerdas? 
    Estamos aún en ese “shock” que supuso la noticia de tu salida del campo de juego. Todos y cada uno de nosotros gestionamos el dolor de tu marcha como podemos. Nos conoces y estoy segura de que te habrás reído, llorado, emocionado y alegrado de ver cuánto y tan bien te queremos, te respetamos y te echamos de menos. Cuesta ver que te has ido y aún cuesta más el cómo. Dicen los que saben, y será verdad por cierto, que la energía nunca se pierde. Solo se transforma. En nuestra larga vida como sanitarios en cualquiera de sus estamentos, la muerte forma parte de nuestro trabajo, pero ¡qué sensibles somos a ella cuando alguien nos toca de cerca! Hemos hablado de ello en muchas ocasiones, como de lo humano y lo divino, de buenos libros y mejor cine, de relaciones humanas, de amistad, de compañerismo, de recetas de cocina y de tu impecable e inolvidable tiramisú, de tu “suertaca” por tu no tendencia a engordar y tus hallazgos en las rebajas porque, además, todo te queda bien. De miles de cuestiones en las que, particularmente, te echo mucho de menos, puesto que, una interlocutora tan interesante, peleona, inteligente, afectuosa, concisa y determinante no se encuentra todos los días. Es fácil hablar de ti y sobre ti, Antonia. Dice un axioma: “Al tiempo le pido tiempo y el tiempo tiempo me da”. Eso necesitamos y, como tal, vendrá y la vida, en uno de sus giros sorprendentes y magníficos, nos dará las respuestas necesarias para entender, asumir y aceptar que te has ido y despedirnos de ti. 
    Es fácil hablar de ti y sobre ti, Antonia. No podemos dejar de hacerlo. Estás en nuestros corazones y en nuestras cabezas. He leído en algún cartel del tablón de anuncios de nuestra Unidad de Reanimación Post Anestésica, que, mañana, la gente ha quedado en la calle por ti y para ti. Bueno sea todo aquello que perpetúe tu recuerdo. Pero quiero terminar con esa maravillosa “Oda a la Inmortalidad” que nos conmovió el alma viendo una peli, en una larga noche de turno en la cuarta del “Princesa”. Pasaban por enésima vez “Resplandor en la hierba” y cuando Natalie Wood recita a Wordswoth cerrando un cápitulo de su vida y nosotras, ¡cómo no!, nos secábamos una lagrimilla. Déjame que te la cuente de nuevo y déjame que te mande en nombre de todas y todos tus compañeros, diez kilos de cariños y respetos.

    Por María Asunción (Chon) Sánchez Ruiz, de Jaén,
    en nombre de: Luisa de la Torre, Ana Blanco, Ana Valenzuela, Mariola Nieto, Socorro García, Ana García, Cándida Teba, Claudia Madrid, Paqui García, Pablo Nieto, Mary Ángeles Mármol, Paqui Chinchilla, José Ángel Mendoza, Lola Moya, María José Moreno, María Pérez, Carmen Sánchez, Encarna Chica, Ana del Salto, Águeda Bartolomé, Máximo Cortés, Paco Carrasco, Marisol Aldehuela, Encarna Chica, Chari Montero, Ángel Pozo, José C. Bellido, Mari Carmen García, Virtudes, Titi Cámara, Luis, María José Jiménez, Yolanda, Carmen Cano, Mercedes Domínguez, Encarna, Paco Chiachío, Marga, Pili, Mari Ángeles, Inma, Mati, Guadalupe, Mary Fe, Consuelo, Loly, Mercedes Jurado, Sebastiana, Mary Flor, Carmen Pérez, Juan Carlos Quero, Pedro Martínez y Carmen.
    Así como todo el personal de enfermería del quirófano de la segunda planta. El equipo al completo de médicos de anestesia, el equipo al completo de cirujanos de oftalmología, cirugia vascular y torácica (ellos y ellas). Y un largo número de compañeras y compañeros que coincidieron con esta excepcional mujer, compañera y amiga, en su etapa en el Hospital de Linares, la gente de la época del “Princesa”.

    María garcía campos, de Rus. “Buena madre, esposa y trabajadora”

    Jaén, 6 de noviembre de 2012. Tres de la tarde. Salida de un vuelo con destino al cielo. Pasaje: El alma de Mari. Para ver a sus padres y demás seres queridos. Mientras, en tierra, a los que aún no tenemos el billete para reencontrarnos con ella  nos queda en la memoria los ratos buenos que pasó junto a cada uno de nosotros: hijas, nietos, familiares, vecinos, yernos, consuegros, el Gaby, pero, sobre todo, con Manolo “el del Chiringuito”, su esposo y compañero de fatigas y alegrías.
    Manolo: –“Nena, ya estoy aquí. ¿Cómo estás? ¿Y las chiquillas?”.
    María: –“Bien. Ahí las tienes. Y a ver si haces el favor de no traerles más chuches y me haces más caso, que ya están otra vez discutiendo por la ropa. Bueno, ¿cómo te ha ido el día?”.
    Manolo: –“No está mal. Pero mucho frío”.
    María: –“Ya tienes la panceta cortada, la olla con la carne con tomate y el café molido para mañana. Y venga, vamos a cenar que ya mismo dan las seis”. Así era la Mari. Una buena madre y esposa. Trabajadora incansable que siempre estaba haciendo algo de provecho. Pero, cuando se quitaba la bata, también era de lo más coqueta y las sonajas de las fiestas. Yo no me escapaba sin que me sacara a bailar. Bueno, un beso muy fuerte y gracias por haberte olvidado aquí una maceta llena de buenos recuerdos. Hasta siempre.
    Por Pedro Garrido Almagro, de Jaén