Hasta siempre

Recordando a un gran hombre

José Cuesta Águila, de Jaén
En estos días se ha cumplido el primer aniversario de la muerte de Pepe Cuesta Águila, de aquella fatídica tarde, en la que el padre Pablo, durante la misa nos comunicaba que Pepe acababa de fallecer en Jaén.
Pepe había nacido entre olores y aromas de las semillas, esas semillas que son tan necesarias y tan vitales para la vida y que le habían acompañado desde su niñez bajo la atenta mirada de su abuelo, que fue quien le inició y le ayudó a dar los primeros pasos comerciales que luego seguiría durante toda su vida.

    02 sep 2012 / 10:02 H.

    Él, mejor que nadie, sabía que las semillas necesitan agua y calor para que germinen, y cada persona que conocía o trataba se convertía en un amigo para siempre.
    Se puede decir que Pepe empezó a andar con un libro de contabilidad y una hoja de ruta de clientes que le llevaría a ser un hombre de negocios, emprendedor y dinámico para los asuntos comerciales. Pepe era una persona polifacética, de las que harían falta ahora mismo en España muchas como él, hombres de talento y valentía para crear puestos de trabajo.
     Algunas veces me decía: “Juan, hay que hacer frente a la vida donde el destino te ponga y el destino reparte las cartas y cada uno tiene que jugarlas con su inteligencia y con arreglo a las circunstancias. Algunas personas van por la vida como una patinadora ciega y así el éxito es difícil”. Solo el correr de los años y su enfermedad de Párkinson pudieron retenerle de aquellos impulsos mercantiles que realizó siempre, ya que Pepe veía un negocio en cualquier cosa y en cualquier momento y lugar, era como un Rey Midas que todo lo que tocaba lo convertía en prosperidad, hasta cruzó el Atlántico y puso su ingenio en crear riqueza en tierras americanas. Cuando Pepe te abría la puerta de su casa, era como si entraras en un paraíso, porque lo primero que veías eran los preciosos cuadros que en vida pintó su mujer, Esperanza, que le había dejado como un recuerdo permanente, aunque Pepe no necesitaba nada para mantenerla viva en su memoria.
    Los cuadros que pintara su esposa Esperanza, flores que brotaban en las paredes, con su vistosidad y colores, los mantenía vivos como si se regaran todos los días. Nadie se repone de la muerte de su esposa.
    Le costaba mucho poder andar, sus pasos últimamente eran vacilantes, quién le iba a decir que las ruedas del destino, ese coche eléctrico que le llevaba a donde sus frágiles piernas no podían, le iban a jugar una mala pasada
    A Pepe Cuesta lo tendremos siempre en nuestra memoria porque fue un hombre honesto, servicial, agradable, culto, cordial, atento…, era un buen conversador y le sobraban los discursos, amigo de los amigos y generoso hasta no poder más.
    Las amistades y el afecto no caducan nunca, ni se pierden por la muerte del otro.
    La tumba abre su boca para todos, pero cuando se trata de personas buenas se nota más y, en este caso de Pepe Cuesta, nos duele y es difícil olvidar, a pesar de que nuestra vida es fugaz, porque estamos hechos para morir y Pepe iba teniendo una edad en la que la muerte es un hecho posible.
    Nunca te olvidaremos, siempre te recordaremos, porque por tu forma de ser te ganaste un hueco en el corazón del que tuvo la suerte de conocerte. Gracias, Pepe, por habernos proporcionado felicidad, por haber sido un buen amigo. Dicen que la muerte no nos separa de los seres queridos, que es hermana del sueño. “El sueño es una muerte corta. La muerte es un sueño largo”.
    Tu amigo, Juan Castellano Sánchez

    Recuerdos imborrables

    Vicente Ortiz Pegalajar, de Jaén
    Querido Papá: Ya hace un mes que te fuiste, mi Vicen, Nikitas, como te conocía todo el mundo o el Niki como te solían llamar tus amigos. No hay día que pase que no nos acordemos de ti. Tus hijos, tu mujer y tu “Mayka” porque nos has dejado un gran vacío que jamás nadie ocupará. Nunca se me olvidará cuando te llamaba por teléfono y decías “Mamá, mañana mismo hago la maleta y me voy a La Carolina City con mi     hija”, o tu genial frase: “¿Te apuestas un duro?”.
    Fuiste una gran persona, un gran hombre enamorado de tu mujer y de tus hijos. Bueno y bondadoso. Tengo tan buenos recuerdos que me es imposible destacar solo uno, porque toda tu vida ha sido un ejemplo para nosotros. Alguien me dijo un día que Dios siempre se lleva a las mejores personas a su lado cuando menos te lo esperas porque las necesita para que le echen una mano, y yo sé que estás desde ahí arriba cuidando de nosotros, de tu familia, de los tuyos.
    Te fuiste, y se ha ido una parte de nosotros contigo, porque eras nuestro cómplice para todo, pero en estos momentos de tristeza solo podemos decirte: “Gracias papá”. Gracias por ser nuestro padre, por cuidarnos y querernos tanto, por hacer a mamá, la mujer más feliz del mundo. Estamos orgullosos de tu forma de ser. Gracias por hacerme un hueco en tu cama cuando me daban miedo las tormentas, o cuando te esperabas despierto viendo la tele a que llegásemos los sábados por la noche. Gracias por esas clases de flamenco y por la primera cerveza que nos tomamos juntos. Gracias por ser así. Gracias por hacer de mi hermano un gran hombre. Como dice él, te fuiste con clase. Como lo que eres, papá, un tío con clase.
    Todo el barrio te echa de menos, cuando salías a pasear con la perrita, o esperando a mamá a que llegase de trabajar.
    Nunca se me olvidará cómo llorabas cuando te canté el pasodoble hace dos años en carnavales. Que orgullosa me sentía entonces, y qué orgullosa me siento ahora. Y para que allí donde estés, al lado del abuelo Juan, del tío Javi y Kiki, de los titos Nicanor y Luisa y de la Gran “Gitana Rizos” presumas de las letrillas que te hacía tu hija, quiero volver a dedicarte aquella letrilla, que cuando se hizo, nunca pensé que me serviría para despedirme de ti.

    1. Aún no sé cómo expresarme
    para decirte que te quiero.
    Déjame que yo me aclare
    y te diga lo que siento.

    2. Pero si es que fue el hombre
    el perfecto compañero
    quien me regalo sus sueños
    y el cariño verdadero

    3.  Y fue aquel, que me curó,
    todas las heridas que mi alma encierra
    y para él siempre seré
    la chiquilla más guapa de esta tierra.

    4 Él es el mejor amigo
    que nunca me dio la espalda
    el que escucha lo que digo
    sin pedir a cambio nada

    5. Y aunque en muchos momentos
    con su ayuda no conté
    con el paso de algún tiempo
    yo sé que me equivoqué.

    6. Y cuando miro sus ojos
    yo me pierdo en su mirada
    puedo ver la alegría
    dibujada en su cara.

    7. Y ahora sabes lo que siento
    que me muero si me faltas
    mi corazón es tuyo entero
    y ahora te digo: Papá yo te quiero.


    Y sin más me despido. No nos dejes nunca solos, y cuida siempre de todos nosotros, que te tendremos presente toda la vida. 
    Esto no es un adiós, es un hasta luego de tu mujer Paqui, tus hijos Mari Carmen, Juanvi y Yolanda, y tu perrita Mayka. Por María del Carmen Ortiz Huertas


    ¡Felicidades, mi Águedo!

    Águedo Alcalde Guerrero, de Los Villares

    Ayer, día 1 de septiembre, fue tu cumpleaños, cumplirías 50 años, pero, como los grandes mitos, te has ido antes de cumplirlos, te has ido demasiado pronto.
    Águedo, el último Águedo del pueblo, decías. Nombre “llamativo” e inolvidable para muchos; porque somos muchos los que te llevamos en el corazón.
    Me decías no tengo salud, ni dinero, pero tengo muchas ganas de vivir. Y se cuál es la razón, tienes la principal amor, sí con mayúsculas.
    El amor de tu madre, a la que tenías embaucada con tu forma de ser, nada te podía negar. La que estuvo siempre a tu lado, al lado de su hijo; luchando y acompañándote siempre, porque su amor por ti es eterno.
    El amor de tu mujer, compañera dedicada a ti. Mujer que te hizo descubrir el verdadero amor, ese del que hablaba Santo Tomás, el amor paciente, el que nada espera a cambio, el que todo lo perdona.
    El amor de tus amigos, que siempre te apoyaron y estuvieron a tu lado para conseguir realizar tus sueños.
    Gran amante de la velocidad llegaste a ser campeón de Andalucía de Rallies en tu categoría.
    Detallista con los tuyos, nuestros niños tuvieron maravillosos regalos gracias a ti. No puedo olvidarme cómo la tuna me regaló una serenata telefónica. ¡Cómo olvidarte!
    Cuando ibas a partir te hicimos un encargo, cuida de David, y no sé quién cuidará a quién, pero de lo que estoy segura, es de que donde estéis reinarán la alegría, el optimismo y las ganas de vivir.
    Todo nuestro amor está con vosotros.
    Por Rosa María Alcalde Guerrero
    Los Villares



    Compromiso y honradez

    Lope Morales Uceda, de Los Royos (Orcera)

    Definir a nuestro padre en dos palabras es fácil. Una buena persona. Un serrano afable y cordial, que trató de agradar a todo el mundo, que no dudó en ayudar al que lo necesitase ni en enfrentarse a la injusticia para dar la cara por los demás cuando hizo falta y sin buscar más compensación que su propio sentido de la honradez y el compromiso     social con sus paisanos.
    Nació en Los Royos, en el término de Orcera y muy cerca de Segura de la Sierra. En el corazón de la sierra que en gran parte condicionó y dio sentido a su existencia. Conoció los secretos de los montes de Segura en su variada actividad como maderero, comerciante de piensos y ganadero. Para la memoria queda la noche que intentó llegar a sus ovejas aisladas por una nevada de las de antaño. No llegó hasta el rebaño, pero sí pudimos comprobar que era capaz de jugarse la vida defendiendo sus querencias. Para la memoria quedan también sus arriesgadas decisiones y vivencias en la guerra a la que, como a tantos, le llevaron con tan sólo diecisiete años. Y como a tantos otros también, los bichos que navegaban en los platos de lentejas de los dos bandos le quitaron las ganas de probarlas para el resto de su vida. Cuando había lentejas en casa para comer, a él se le ponían dos huevos fritos. Pero nunca nos transmitió rencor alguno. Ni hacia las personas ni hacia las ideas. “Las lágrimas de los hijos son iguales, las viudas visten de negro en los dos bandos. No hay diferencias cuando la guerra es entre hermanos.” Para la memoria sus inmersiones en la política en tiempos nada fáciles y sin pedir, faltaría más, absolutamente nada a cambio. Más bien lo contrario. Para la memoria sus geniales despistes, como cuando perdió la yegua, o sus ocurrencias ingeniosas ante las situaciones más complicadas, manteniendo el buen humor, agarrándose a la vida como a un clavo ardiendo, apartando a la muerte cada vez que se cruzaba en su camino. “De morir, ni hablar”, se le ocurrió escribir en un papel de fumar cuando todos lo daban por muerto en un hospital de Madrid.
    Una y otra vez fue demostrándonos una integridad personal y una coherencia vital que no por sencilla dejaba de tener importancia. Su manera de ser y estar en la vida carecía de vanidades, aunque no de orgullo; era valiente, sin ostentar serlo; podía ser crítico y hasta un poco “borde”, pero con más humor que maldad. Nos decía que la honradez y el conocimiento era el mejor de los patrimonios, que honestidad e inteligencia no solo no están reñidas sino que precisamente lo más inteligente es ser honestos. La honradez como inversión. Para la memoria queda su afición a los toros, su gran conocimiento en la materia, su sentido para entender los toros, y aquellas revistas de “El Ruedo” que de niños nos comentaba. Afición que le llevaba a organizar cualquier evento relacionado con lo taurino en la sierra. Él fue quien, en un viaje de negocios con Amancio Endrino a Santiago de la Espada, arregló las cosas para la primera actuación en Segura de Paquito Esplá, con lo que trajo eso después.
    Su afición y aprecio a la vida no pudo evitar su muerte. Como dijera Belmonte tras la cogida del gran Joselito, “si a este lo ha matado un toro, ninguno tenemos seguro lo de salir vivos de la plaza.” De lo que sí estamos seguros es de que está en buen sitio, con buena compañía y deseando ver los toros de Segura desde los palcos del cielo. Del cielo de Segura.
    Gracias por todo, padre.
    Por tus hijos,
    Lope, Antonio y Julia



    Gracias por darme todo sin pedir nada a cambio

    FERNANDO FERNÁNDEZ MARTÍNEZ, de Jaén
    Hace ya catorce meses que no estás. Todos nos vamos de este mundo algún día. Tenemos una hora, un día, un lugar, un cómo y un porqué, de dónde y cómo acabará el libro del destino… Después de que llegue ese día, las lamentaciones, las palabras y los reproches que los que aquí quedamos podamos llegar a decir no servirán para nada. Como el abuelo siempre dice: lo que tengas que hacerle a esa persona, que sea en vida.
    Creo que te has ido muy bien de esta vida porque te hicimos todo lo que necesitaste. Aunque no siempre te lo hemos hecho nosotros todo; tú también nos supiste aconsejar a quien lo necesitó y te pidió ayuda, me supiste cuidar y supiste darle a la abuela fuerzas para levantarse cada mañana y estoy segura de que sigues haciéndolo todavía.  Recordando y hablando un poco de todo, me acuerdo de esas Navidades a tu lado: no hubo Navidad, hasta que te fuiste, en la que no me sentara a tu vera, Nochevieja que no te pelara las uvas. Cuánta paciencia usaste conmigo. Me viste llorar, me viste reír. Gracias por darme todo sin pedirme nada a cambio.
    Porque para mí fuiste y serás más que mi tío, para mí serás siempre como un padre.
    Y sí, te dije muchas veces todo esto y lo que te quería, pero no fueron suficientes y por eso te lo digo una vez más y te lo diré siempre: gracias, te quiero, chico.

    Por Carolina Sánchez
    Fernández
    Jaén