Hasta siempre

Pilar Gálvez de Alcalá la Real
“Una mujer valiente y trabajadora”

Durante estos días, me topé con un documento sonado allá por los años sesenta, cuando un grupo de trabajadores tuvo un accidente en el que fallecieron varios de ellos. Me acordé de las viudas de aquellos trabajadores de los años del tercermundismo y de otras que se quedaron sin su marido en los primeros años de su mocedad conyugal y tuvieron que salir al frente de su casas y de sus hijos con mucho esfuerzo y trabajo, cuando el feminismo se ocultaba en las páginas de los libros de historia del exilio.

    03 jun 2012 / 10:08 H.

    Una viuda de estos últimos trabajadores —la mayoría eran jornaleros o peones de albañilería— era Pilar Gálvez, mi vecina de la casa de vecinos de la calle Veracruz. Aquella casa con varios apartamentos sin servicios sanitarios y fachada de piedra, denominada popularmente la Casa del Cura (probablemente otrora era una casa propiedad de una capellanía regentada por algún clérigo). Allí, compartimos servicios de higiene en el pilón junto al brocal del pozo, donde, por la mañana, nos aseábamos casi una treintena de personas. La lavandería, por otra parte, era compartida por todas las mujeres en una habitación anexa al gran patio con empedrado de piedra ígnea  —ijena le llamaban por nuestros lares—. Allí sufrimos algún que otro sobresalto, como la caída del techo de un salón de aquellas familias y, a las puertas de esta casa vecinal, todas las esposas vivieron una trágica tarde la feria de septiembre de los años cincuenta esperando a sus maridos tras el derrumbe de la plaza portátil de toros cuando llevaban a los heridos al Hospital de la calle Rosario. Aquella mujer no tuvo esta única desgracia, sino que su hija falleció también en la flor de la vida. Pero siempre fue una mujer de carácter, una mujer valiente, trabajadora y siempre con un optimismo innato que se lo había impregnado su amor por una devoción especial, el gallardete de Jesús.
    Allá por los años ochenta del siglo pasado, tuve la suerte de compartir una tarde en su piso en el que me rememoró toda su biografía de la manera más gozosa que se puede producir. Me lo hizo cantando, en medio de una tarde tormentosa, cuando contemplábamos que en los edificios de La Mota los relámpagos se veían coronados por los fulgores de los relámpagos desde su apartamento del antiguo Parque Cinema. Entre el temor y su voz ya más tenue, me cantó romances de ciego heredados de la tradición alcalaína, y que recogimos en el libro “Cancionero, relatos y leyendas de Alcalá la Real” algunas coplas de la zona republicana, como una versión original del asedio del Santuario del Cerro de la Virgen de la Cabeza. Me aportó varios villancicos romanceados con su correspondiente musicalidad, unos conocidos en antologías locales y otros inéditos. No podré olvidar el que publiqué en una revista del Cristo Sanjuanero allá por los años ochenta (me quedaba embobado con su intensidad de tono y la fuerza de su voz al cantarme el “Niño Jesús de Pasión. El niño carpintero”). Y, sobre todo, me ilustró en el mundo de la saeta y sus cantaores y cantaoras en Alcalá la Real. Me enlazó su cante saetero (una saetera de la posguerra que renació por los años cincuenta) con la primera generación de cantaores de saetas alcalaínos, aquellos que comienzan a aflamencarlas en tiempos de José Angola, un jornalero que iba a segar, por los años de la preguerra a la campiña sevillana. En concreto, a Paradas y, allí, aprendió muchos palos, entre ellos, se trajo la saeta a Alcalá la Real. Me citaba otras cantaoras, como Patro Vega y su hermana Ana María, que estaban muy influenciadas por la saeta de Puente Genil y se veían imbuidas de la letra de los pregones cantados de nuestra Semana Santa. Incluso algunos pregones coincidían con las saetas romanceadas de los pasajes de la Pasión. Aquella tarde me ilustró de todos los mecanismos y su puesta en escena a la hora de cantar desde los balcones de la Plaza del Rosario, o en la calle Veracruz. Me metía en la escena de una saetera en el momento que entabla un dúo de la tragedia pasional con la imagen semanasantera o, en su caso, con su gallardete de Jesús, al que siempre cantó en quinarios o en la calle hasta que le resistieron las fuerzas de su salud. Y es que, a pesar de su debilidad coronaria, era una mujer que afloraba vigor y fortaleza para afrontar todas las desavenencias que le ocasionó la vida. Supo hacerles frente con sus propias manos y, en esto, son sus mejores testigos su hijo y nietos. Debe considerarse como una mujer modelo, trabajadora y creyente, porque sabía de dónde podía sacar el agua de la fuente viva. Que, en su descanso en paz del espíritu, se le premie su diaconía musical, de la que dará testimonio con el canto de una saeta prolongada en la vida de la resurrección eterna. O como dice una saeta suya: “¿A dónde vas, Paloma, / a deshoras de la noche?/ Voy en busca de mi hijo (bis)/ que lo entierran esta noche./ Jueves Santo murió Cristo/ Viernes Santo lo enterraron,/  Sábado tocan a Gloria, Domingo ha resucitado”.
    Por Francisco Martín.

    Pedro Frías Iglesias de Alcalá la Real
    Era un artista artesano de la música

    El día 26 del pasado abril de este año tuvimos la noticia de la muerte de un músico de Alcalá la Real. No era de Conservatorio ni labrado en las novedosas agrupaciones musicales semanasanteras. Era algo más, un músico alcalaíno que entroncaba con la tradición de los grupos musicales de la comarca, los que alegraban las verbenas de las fiestas locales, aquellos profesionales autodidactas que recogieron los vientos de la Orquesta Florida, pero que se enraizaron en el mundo de las baladas de los Beatles, del rock and roll de Elvis Presley, de la música de los Pekenikes y de las canciones de Juan Pardo allá por los años setenta, años de niños de melenas largas y patillas de bandoleros. Este músico era mi amigo Pedro Frías Iglesias.
    Para todos, por su estatura, le llamábamos cariñosamente Pedrito. Alma máter de ese conjunto musical de la comarca de la Sierra Sur que eran los Came Ros’s,  que alegraba las tardes de los guateques en el hotel de los Tres Amigos o en los salones Peñalver, que sembró alfombras con “hilos del eros” en las veladas de la feria alcalaína o los días de la Cruz de la calle Rosa, que hizo más solemne el banquete nupcial de muchas parejas... Al fin y al cabo, los que reclamábamos, ya cincuentones, para que acudieran a la renovada feria septembrina compitiendo con las orquestas valencianas.
    De físico y estatura, Pedro era pequeño, pero de corazón era tan grande como la campana María de la Mota. Siempre recordaré una foto de mi niñez cuando fue mi pareja de acompañamiento de la cruz-guía del Cristo Sanjuanero en la tarde del Viernes Santo. Compartimos vivencias de hermandad en el barrio de San Juan con nuestros padres en el patín del parral verde que cubría con la sombra de la amistad a su padre y el mío (Pedro, el zapatero de las manitas de oro, y Antonio, el pegujarero de la calle Veracruz, ambos unidos por aquella cofradía de raíces campesinas y de artesanos de barrio y en casa de vecindad). Disfruté de su sonrisa y simpatía en muchas conversaciones y siempre que le solicitaba sus servicios musicales en mi gestión como edil, no me fracasaba, me abría un hueco en su agenda musical y completaba el programa festivo sacándome de apuros. Palpaba que era un compañero de los que sabían construir la unidad frente al protagonismo de los divos.
    Luego, marchó a otros puntos de España y, en la Costa del Sol, nunca abandonó su saxofón ni su grupo. Me contaba miles de anécdotas cuando me comunicaba con él, y me ponía al día de las novedades musicales. Era un artista artesano de la música. Allí, cariñosamente, lo rebautizaron con el cariñoso “Tiu”, con lo que marcaba la huella de la tendencia alcalaína por transformar los fonemas vocálicos encerrados para hacernos más íntimos. Como Pedro era una persona muy entrañable a la manera de su tiu. Y, de él y su grupo, se podría esperar esa afabilidad y que la demostraban en los apadrinamientos de otros grupos musicales. En la costa, lo hicieron con el grupo de Gato Negro, que ha sentido mucho su pérdida. Pues su relación de amistad rayaba la de familiaridad entrañable y han sentido la pérdida, cómo no, como un buen músico, sino como una gran persona hasta el punto que clamaban, en el día de su muerte tras una larga enfermedad, la que no pudo superar, con estas palabras: “Pedrito, allá donde tú estés, no dejes de sonar tu saxo”.
    No sé dónde habrá quedado tu instrumento. De lo que estoy seguro es de que siempre recordaré las notas dulces de tus monodios musicales cuando llegue la víspera del primer domingo de septiembre y la víspera de San Juan. Ya no están los garbanzos tostados ni el ponche aliñado Paco Gámez, pero mi mente me lleva a los compases de un músico que alegró muchos corazones de parejas alcalaínas, y el mío en particular.
    Por Francisco Martín Rosales.

    SALUSTIANO VIDAL PACIOS de Vegas de Yeres, de Puente de Domingo Flores (León)
    “Dolora a Tano, adiós Tano”

    Dolora a Tano, adiós Tano. Hoy gime el viento en los montes de Castroquilame, los chopos tañen y modulan la brisa para volver a lanzar al viento esta Dolora, mientras el coro de los castaños y nogales repiten con dolor: Tano se ha ido, adiós Tano, con Dios Tano.   
    Adiós Tano, ayer mañana, tuve la triste noticia del desenlace de la penosa enfermedad que te llevó, te fuiste, la muerte, Dios te lleva a ese lugar donde podrás pasear por los montes paradisíacos de la gloria y me figuro, sin riesgo de equivocarme, que elegirás hacerlo por aquellos que sean los gemelos a tus montes, los de la Cabrera, los del Bierzo, bueno, los de tu León natal.
    Difícil se hizo digerir la amarga noticia, pensé lo espinoso que debe ser dejar de verte y oírte, sobre todo, para quienes quedan en esa tierra donde te conocieron y trataron. Incluso será penoso para los mismos montes de Cabrera que te sintieron; con seguridad, hasta los parajes se habrán entristecido al conocer que no oirán más tu voz rotunda y firme, ¡cómo no!, la que corresponde a un hombre cabal, al que se le oía al llamar a cualquiera de los suyos.   
    Te conocí, años ¡ah!, una mañana de agosto, mañana en que vine a aterrizar en tu tierra, en un lugar que solo conocía de paso al ser camino obligado a Galicia, tierra de mi progenitor. ¡Sí!, había llegado, estaba en Castroquilame, municipio de Puente de Domingo Flores y provincia de León. Allí estaba yo, mientras tú me observabas. Todavía desconocías que yo era el novio de la prima de tu querida Dora. Conociéndote como después llegué a conocerte, imagino que dijiste: ¿Quién será este?”.
    Fue poco más tarde cuando te conocí en realidad, cuando me decían para identificarte: “Ese que viene por ahí es Tano, el marido de mi prima Dora”. Estabas justo allí, delate de tus vacas, (la Garbosa y la Rubia), uncidas tirando de un carro de yerba. Caminabas imperturbable con la callada al hombro, cuando de nuevo la que hoy es la madre de mis hijos, repitió cuando estabas prácticamente a nuestra altura, es Tano, el marido de Dora. Entonces me fijé con detenimiento en tu figura, era la del hombre castellano viejo, joven pero recio y curtido por el contacto directo con la tierra que te vio nacer, de aspecto fuerte y sobrio, de rostro amable, alegre con sonrisa franca y una mirada limpia. Se vislumbraba en tu persona la humanidad, que, luego, pude comprobar rebosabas siempre que alguien demandaba o tú percibías que necesitaba ayuda o auxilio, allí estaba Tano y, si te descuidabas, aparecía  Dora para contribuir al auxilio.
     Tu sabiduría era grande, esa de la que la naturaleza, en raras ocasiones, dota a algunos pocos privilegiados entre aquellos que están apegados y pelean con la tierra, aquellos a los que la sabia naturaleza da un saber innato y les abre las puestas de la primera y mejor Universidad, la del saber y la vida.
    Universidad del saber y la vida, que si estuviera en el ránking de universidades estaría en el primer puesto. La vida, la tuya, estuvo llena de sacrificios y trabajo, incluso, tuviste que emigrar fuera de tu tierra, a otras lejanas, a Suiza. De allí volviste con tu primer hijo, fijo que alguien te sigue recordando por aquellos lugares donde, seguro, dejaste la impronta de tu bondad y tus buenas acciones.   
    Tano has pasado a formar parte de los inmortales porque nadie muere mientras que alguien te recuerde con lo que se puede asegurar que tú tienes la inmortalidad ganada a pulso porque, además de tus familiares y allegados, nunca faltará multitud que te recuerde por agradecimiento o, simplemente, porque te conocieron y, consecuentemente, te admiraron por tus cualidades humanas y tu sabiduría natural.
    Hasta siempre, Tano, siempre vivirás en mi recuerdo. Descansa en paz. 

    Por José Olivares.

    Ángel Martínez Villén de Jaén
    “Lo consideramos uno más de nosotros”

    Cuando nos pidieron que escribiéramos sobre la figura de Ángel Martínez Villén consultamos su currículum, curriculum vitae con una intensísima actividad y los datos de su gestión al frente de la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Jaén.
    Pero, aunque todo eso da fe de su magnífica actividad profesional, queda relegada su personalidad. Por eso, nos hemos retrotraído al pasado para recordar las palabras que en su despedida como presidente de la Cámara de Comercio de Jaén le dedicaron sus empleados.
    “Hace cuatro años, cuando llegó a la Cámara, usted era un completo desconocido para la mayoría de nosotros. Pronto se encargó de disipar las primeras dudas, y su trato cordial y cercano rápidamente levantó los ánimos y aligeraron notablemente el peso de dicha cruz. Tanto es así que estos cuatro años han pasado rápidamente y, hoy, nos encontramos en su comida de despedida.
    Tener al mando como presidente a una persona con la dilatada trayectoria empresarial que acredita así como la formación académica que posee (doctor ingeniero industrial y profesor de la universidad) ha sido para esta Cámara un auténtico lujo, y se ha notado en su buen hacer.
    A nivel institucional, usted ha defendido siempre los intereses de la Cámara, y por tanto de todo el empresariado de la provincia. Nos consta que esto no ha sido siempre fácil y ha tenido que soportar muchas presiones. Y, sin embargo, su mandato se ha caracterizado por la colaboración con las demás cámaras, con otras instituciones (Junta, Diputación, Ayuntamiento) y con las federaciones empresariales. Con una mayor presencia geográfica en la provincia, la creación de una plataforma tecnológica y el aumento de la internacionalización de nuestras empresas.
    Pero más importante que todo esto es su aspecto humano. Queremos agradecerle la cordialidad y accesibilidad que siempre ha mostrado con nosotros. Durante estos cuatro años, en la Cámara se ha trabajado con buen ambiente y con libertad. Se han escuchado las opiniones de los distintos departamentos y las peticiones y demandas del personal siempre se han atendido en la medida de lo posible. Su afabilidad y carácter han hecho que muchos hayamos llegado a considerarle, más que como representante de la institución y una figura distante, como uno más de nosotros, trabajando día a día por el bien de todos.
    Por todo esto, ¡Gracias!”
    Para nosotros estas afectuosas palabras definen a don Ángel Martínez Villén.  
    Por los Empleados de la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Jaén.