Hasta siempre
Miguel Calvo Morillo de Martos
Un ilustre marteño, poeta del amor y la palabra
No es esta la primera ocasión en que mi pensamiento me honra solicitándome escribir de Miguel Calvo Morillo. Hace quince meses, también a la carrera, ya tuve ocasión de hacerlo, con motivo de su fallecimiento. Inevitablemente, voy a repetir algunas cosas que entonces dije, así como de las distintas personas que escribieron y hablaron sobre él, aunque trataré de que sean las menos posibles repetidas. Por suerte para los marteños que improvisaron en su entierro quedarán grabadas en la memoria, y aun así de modo muy parcial. Una cosa que casi todos estaban conformes al llamarle al poeta marteño, poeta del amor. Ese es, sin duda, el signo esencial de su enorme y fecunda tarea intelectual.
Un ilustre marteño, poeta del amor y la palabra
No es esta la primera ocasión en que mi pensamiento me honra solicitándome escribir de Miguel Calvo Morillo. Hace quince meses, también a la carrera, ya tuve ocasión de hacerlo, con motivo de su fallecimiento. Inevitablemente, voy a repetir algunas cosas que entonces dije, así como de las distintas personas que escribieron y hablaron sobre él, aunque trataré de que sean las menos posibles repetidas. Por suerte para los marteños que improvisaron en su entierro quedarán grabadas en la memoria, y aun así de modo muy parcial. Una cosa que casi todos estaban conformes al llamarle al poeta marteño, poeta del amor. Ese es, sin duda, el signo esencial de su enorme y fecunda tarea intelectual.
El abundante número de sus artículos, poesías, pregones y conferencias, y el área que ellos cubren, no impiden señalar ese signo como centro unificador de su gran tarea y de su enorme personalidad. Pues la existencia de tal centro está lejos de contradecir el hecho evidente de que un verdadero pensamiento necesita ir enriqueciendo: pero se enriquece creciendo cada vez más hacia la plenitud de sí mismo. Creo que a esto apuntaban todas las personas en lo que se dijo aquel día. Todos veíamos en Miguel un certero conocedor de la historia de Martos, de sus rincones y sus gentes. Y nada más alentador que buscaba cualquier resquicio para contar los detalles de nuestra ciudad, que conocía muy bien y le gustaba darla a conocer para engrandecer la historia marteña. Todos sabemos que Miguel era un mito marteño, un seductor de la palabra, de la poesía; su interés esencial era divulgar las cosas de Martos y cuando se daba su aparición pública producía unas sensaciones agradables que se dan en la vida y que pocas veces vuelven a suceder, y ahora, con su desaparición, es difícil que se produzcan.
Miguel era un conversador fuera de serie. Nada de lo humano le era ajeno, como los buenos escritores y a partir de esa curiosidad resultaba delicioso disfrutar de su palabra, que iba de la historia marteña a la literatura, los recuerdos, dejándonos siempre en el alma la sensación de haber cambiado impresiones de un hombre genial. Consciente de la importancia de la familia o de la amistad, las charlas las ilustraba para transmitir esa levadura moral, que la sociedad necesita en los tiempos actuales.
Quiero valorar ante todo, resaltar esa labor tan extraordinaria que ha desarrollado a lo largo de su vida, como un verdadero maestro que era, conviene conservar en la memoria, saboreando y reconociendo los estupendos detalles de nuestra historia que fue dando a conocer, con esa voz tan peculiar suya y su pluma magistral. Nada más emocionante que seguir los pasos de un maestro que vivía como nadie la necesidad de comunicación y que, al mejor modo, ha ido gestando verdaderos conceptos, como correspondía a una inteligencia privilegiada. Todo hacía a través de la literatura y su poesía, ,en un mundo tan complejo, tan difícil y atractivo para darnos a conocer nuestra historia milenaria marteña.Gracias a sus libros y a su poesía se puede recorrer el camino a través del cual avanza, paso a paso con lentitud, el ritmo de su pensamiento, la marcha reflexiva que nos conduce a su obra.
Miguel era la sencillez personificada, siempre mostraba un buen talante y se adaptaba fácilmente al oyente. Porque tenía un verbo fácil del que brotaban las palabras que hacía feliz, al que tuviera la suerte de escucharle. Al cumplirse el primer aniversario de su muerte, la emisora local de Martos tuvo un emotivo recuerdo a su obra y a su persona.
La historia era su sueño, la vida fue un sueño y su muerte un sueño que cuesta creer que ya no está con nosotros. Miguel sigue vivo en la memoria de todos los marteños y seguirá vivo siempre que haya quiénes sepan alimentarse de la llama de su poesía, de sus conferencias y sus escritos de la historia de Martos. Su biografía, su labor, es demasiado valiosa para muchos marteños, ya que a través de sus libros fue divulgando, con sensibilidad literaria, como él la sentía.
El pueblo de Martos tiene una deuda con Miguel Calvo Murillo, como poeta, escritor conferenciante y como cronista oficial de Martos y debe buscar la fórmula de agradecerle tanto trabajo que desarrolló en beneficio de Martos.
Por Juan Castellano
Martos
Antonio Alcalá Venceslada de Andújar
Escritor, poeta y ensayista insigne
Este mes de julio, siempre por julio, se cumplen años de la pérdida de Antonio Alcalá Venceslada. Don Antonio. Nos dejó en el mes de julio de 1955 en Jaén. Nació en Andújar en 1883 y tenía, por tanto, 72 años.
Fue escritor, poeta, archivero, profesor y ensayista. Antonio Alcalá pasó a la fama por ser autor del Vocabulario Andaluz, publicado por primera vez en la imprenta “La Puritana” de Manuel Blanco, en 1934, en Andújar, y reeditado con posterioridad por Gredos (en mi biblioteca tengo una reimpresión de 1980 y una original de 1934) y por Unidad Editorial en 1999. Tal vez los estudiosos que más sepan de su obra y de su persona sean José Carlos de Torres, Ignacio Ahumada y Francisco Manuel Carriscondo. A su hija Rosario Alcalá le oí decir que pasó tardes enteras durante años preparando el Vocabulario Andaluz, reseñando palabras, buscando sus significados, sus localizaciones. En la obra de don Antonio están grandes escritores como Lorca, los Machado, Valera, Espinel, los Quintero, Alarcón... El lingüista Ignacio Ahumada asegura que nadie ha superado su Vocabulario Andaluz, que sirvió para incorporar voces andaluzas al Diccionario de la Real Academia. Bachiller en Málaga y Jaén, estudió Filosofía y Letras y Derecho en las universidades de Granada y Sevilla. En 1915 ingresó en el Cuerpo Nacional de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, siendo su primer destino Santiago de Compostela. Más tarde trabajó en Cádiz, Huelva y Jaén, y se incorporó como profesor del instituto nacional “Virgen del Carmen” de Jaén, decano de los institutos de la provincia. En la capital participó en la política local como concejal de su Ayuntamiento y fue nombrado consejero del Instituto de Estudios Giennenses.
Muy pronto compaginó su labor docente con la de escritor en los medios escritos de su época, allí por donde anduvo don Antonio, y así escribió en el Diario de Galicia, ABC, Blanco y Negro, Andújar, El Guadalquivir, La Regeneración, Don Lope de Sosa, Paisaje, El Norte Andaluz y Diario JAEN. En Jaén, una calle y un colegio evocan su nombre y, en Andújar, una calle y un hito con su soneto a la ciudad que le vio nacer. Fue nombrado Hijo Predilecto a título póstumo en 2005. Más vale tarde que nunca. Escribió en 1925 De la Solera Fina; en 1930, Cuentos de Maricastaña, y Coplas Andaluza; en 1946 La Flor de la Canela, publicado en Andújar. Antonio Alcalá fue un hombre con una gran inquietud por el conocimiento, según nos decía su hija Rosario en una entrevista publicada en “El Mundo” el 11 de noviembre de 1999. Un hombre plenamente identificado con su ciudad del Guadalquivir, en su casa no faltaba en la mesa el ajo blanco, el gazpacho o la carne de monte. Y en su decoración no faltaba la cerámica típica de Andújar. Quiso también mucho a Marmolejo, la villa blanca del agua, que cariñosamente la vio como un barrio de Andújar. “Lo que de Marmolejo es, es de Andújar; lo que de Andújar es, es de Marmolejo”, escribió. Un magnífico conservador y comunicador, afable, discreto y profundo. “Tucho Castelo” fue su seudónomo para las crónicas taurinas para “ABC” o “La Voz de Galicia”. En Andújar, y más concretamente en el Santuario de la Virgen de la Cabeza, nos dejó el Rosario Monumental que se erigió en 1927, en los actos del VII Centenario de la Aparición, obra en la que puso don Antonio mucho interés. El Rosario Monumental llevaba sonetos alusivos a los misterios en relieve del escultor gaditano Basallo Parodi. El Rosario fue destruido en la Guerra Civil y reconstruido por el escultor Antonio González Orea.
Por Juan Vicente Córcoles. Andújar
Vicente castillo gutiérrez de Jaén
“Te fuiste sin hacer ruido”
Cuando recibí la llamada del hermano mayor de la cofradía dándome la noticia, no me lo creía, pero la verdad es que había ocurrido, te habías ido sin dar un ruido. Nos conocimos en los últimos años de la década de los 70. Por entonces, yo empezaba a tener responsabilidades en la junta de gobierno del Perdón (fui nombrado vicesecretario) y contigo teníamos algunas reuniones sobre el mantenimiento del magnífico trono de Jesús del Perdón. Ya no perdimos el contacto, e ir a tu taller era visita obligada en el barrio que te vio nacer, San Juan, junto a un buen amigo, el Martes Santo por la tarde, a la bajada de la Magdalena después de ver salir a la cofradía. Allí, entre virutas y serrín, con tu bata de trabajo blanca, eras feliz, se te veía en la cara. Siempre nos contabas anécdotas de tu dilatada vida como tallista, no en vano dejaste tu impronta en las Escuelas de Artes aplicadas de Cádiz, Úbeda y Jaén, en la que te jubilaste. Te has ido a descansar, pero ya estás junto a tu querida esposa, que se adelantó en nueve meses en el viaje eterno, y te has ido con la satisfacción del deber cumplido.
Este pasado Miércoles Santo estuviste muy cerca de Jesús del Perdón. Alguien decidió que tú hicieras esa primera llamada a los costaleros para que sacaran al Perdón a las calles de Jaén para dar esa catequesis plástica que cada Semana Santa imparte en las calles. Tu hijo José, que como nadie guía este paso, dijo unas palabra emocionadas, cómo no, sobre tu persona. Tú, muy emocionado, le pediste que te llevara junto a Él, que ya no aguantabas más una larga y maldita enfermedad que te estaba consumiendo día a día. Y qué poco has tardado en irte con Él, el tiempo justo para que Jaén se quede con otro recuerdo tuyo, la calle que tan merecidamente lleva tu nombre, que se inauguró el pasado 21 de junio. Allí estaban tus hijos, tus nietos, toda tu familia y amigos más allegados.
Nos dejas muchas cosas como para recordarte siempre. Esa calle, tus innumerables tallas, muchas de ellas de relevancia, como el gran retablo para San Lorenzo en la iglesia de San Juan Evangelista de Mancha Real o los distintos tronos que tallaste para nuestra Semana Santa. Entre ellos, destaca, por ser sin duda alguna el mejor trono barroco que hay en Jaén, el que luce Jesús del Perdón cada Miércoles Santo. Este era tu orgullo, el orgullo de la cofradía del Perdón y el orgullo de todo Jaén.
Por Juan José Romero-Ávila. Jaén
José González García de Jaén
“Mientras lo recordemos seguirá vivo”
Comencé mi andadura con don José hace trece años, primero en Secretaría General compartiendo trabajo con mi gran amiga y su anterior secretaria, Cati Medina. Más tarde, en el Vicerrectorado de Estudiantes. El cambio me produjo incertidumbre, con miedo y con la responsabilidad de hacerlo bien, pero, como todo reto, siempre creo que es mejor vivirlo que no, así fue como comenzamos. He pasado los mejores años de mi vida trabajando, y sí, digo bien, los mejores años, junto a Domingo, Macario, David y Patricio, entre otros. Para mí, él siempre fue don José.
En alguna ocasión me dijo que lo llamara Pepe. Al principio fue una cuestión de protocolo y con el tiempo por admiración, por una admiración compartida con mis hijos, que han crecido escuchando hablar de él, de mi trabajo, de la saturación que teníamos algunas veces, pero siempre me han visto feliz, pues él tenía la capacidad de hacer que lo suyo fuera tuyo. Me cuesta explicar con palabras lo especial que era, parece que lo estoy viendo cruzar el umbral del Vicerrectorado todas las mañanas, saludando con un “hola” o “buenos días” con voz cariñosa.
Algunos días, el humor era diferente, pero todo cambiaba cuando compartíamos un café en la misma mesa y discutíamos por pagar los 50 céntimos que costaba. Allí planificábamos la jornada, no preguntábamos qué se hacía o qué no, esto no tenía cabida, daba igual, todos trabajábamos a una. Cuando mis nervios me jugaban una mala pasada siempre decía: “Tú tranquilla, lo que no se haga hoy se hace mañana”. El destino ha querido que yo no esté allí ya y cada vez que paso por ese pasillo no quiero mirar. Recuerdo esa terraza que nos servía de punto de encuentro entre todos los compañeros. Todo el mundo que se acercaba allí lo hacía con agrado. Era un punto de encuentro y unión que jamás se ha repetido. Compartí con él momentos mágicos, como cuando llevaba a su hija Mamen el día de su boda o el nacimiento de su nieta Lucía, que tenía prisa por llegar y ver a su abuelo. No tardó nada en enviarnos una foto a todos en el móvil. En uno de mis últimos paseos con él, cuando mi marido le preguntó por la niña, don José, poniéndole las manos en los hombros le dijo: “Esa, esa me lo quita todo”. La vida nos unió en el trabajo y en el dolor. Todavía recuerdo el 19 de octubre, estando ingresada en el hospital, cuando me dio la noticia: “Santos, tengo cáncer”. “¿Cómo?”, pregunté. “Sí, que tengo cáncer, que no quiero que te enteres por otros”. Me aferré a aquella sabana, la retorcí y empecé a llorar aguatando sin que se notara y le dije que no lo dejaría nunca, que esto no iba a poder con nosotros. Después de colgar pasé el rato más amargo, no me lo podía creer. Al día siguiente nos encontramos y nos abrazamos y, con la mano cogida, le dije que íbamos a luchar.
Recuerdo su cuerpo temblando de los nervios y la emoción, las lágrimas brotaron, empezábamos a luchar, una lucha que, aun sabiendo que no la ganábamos, teníamos que lucharla y así fue como lo hizo él, como un gran caballero. Perdió la batalla, pero con la dignidad de un señor, nos dio una lección de cómo se pueden llevar las cosas, era grande y testarudo y, no puedo decir amigo de sus amigos sino amante de ellos. Por esto mismo la lealtad la llevaba como estandarte. Nuestro punto de encuentro era el hospital, siempre nos llamábamos por si teníamos cita, dejamos el bricolaje y la jardinería para hablar de los sentimientos, era celoso de expresarlos. Jamás pensé que compartiría conmigo ese espacio donde yo meses antes estuve sentada muchas horas, nunca pensé que se sentaría allí, que conocería a mi oncóloga y psicóloga, que conocería a mis hermanas y a mi madre. Quiero darle las gracias porque fue otra parte de mi vida que compartió conmigo en la que sufrí mucho y él nunca me dejó. Gracias.
Disfrutamos de varios paseos y siempre, cuando me quedaba sola de vuelta a casa, lloraba en el coche, pero lloraba de admiración y emoción. Me recomendaron que me retirara porque iba a sufrir, pero retirarse es de cobardes, viví con el tiempo parado, donde lo único que importaba era ser y hacer feliz, y ese es el mejor recuerdo que tengo. Me siento privilegiada y orgullosa de haberle conocido.
Gracias, don José, por quererme como a una hija, gracias por estar conmigo en los momentos más difíciles, gracias por hacerme partícipe de su vida, junto con mi familia, mis amigos, es de la cosas más bonitas que me ha pasado en la vida. Gracias Carmen, Mamen, Ana, José y Mariano por hacer posibles muchos de estos momentos.
Por María de los Santos Cueto Jiménez,
responsable de Gestión de Unidad de Apoyo en la UJA. Jaén