Hasta siempre

ANTONIO RUIZ LÓPEZ de Porcuna
Muchas gracias por todo

Antonio Ruiz López, de 51 años, natural de Porcuna, fue, ante todo, un hombre bueno y humilde. Personas buenas no creo que existan muchos como él “si naciste el día de Nochebuena”, cómo iba a ser; nunca echaba, solo quitaba en las críticas. Apasionado del campo, de la caza y, sobre todo, de su familia. Quien lo conocía sabía que tenía un amigo que lo daba todo de corazón sin esperar nada a cambio.
Estuviste tanto tiempo en hospitales, que los ATS, médicos y resto de personal sanitario pudieron darse cuenta de quién eras y decían que no habían conocido un enfermo tan bueno, que nunca se quejaba. Solo tenías ganas de vivir y ser feliz.

    14 jul 2013 / 08:54 H.

    La vida no es justa si una persona como tú se va tan pronto, cortando de raíz tantas ilusiones como tenías. De esta manera, pienso que, si existe “algo”, estarás allí arriba y no tengo ninguna duda de que a algunos, cuando llegan, los ponen a la derecha y, a otros, a izquierdas. Seguro que a ti Él te dejó directamente su sillón. Qué orgullosos estarán en el cielo de tenerte con ellos.
    Hace 30 años que conocí a tu hermana —dice que te dé las gracias por la flor que le diste—. Yo era hijo único y, de pronto, me encontré con que tenía 4 hermanos: tú, Luisa María, el cuñado José y tu hermana Mari. Todo lo que teníais lo hicisteis mío. Cuando os necesité, estabais ahí. Descubrí lo que era una familia.
    El día que falleció mi madre estabas ingresado y no pudisteis estar conmigo, como hubieseis querido tú y tu mujer. Pero sé de sobra que eso te produjo un gran dolor. Cómo echo de menos cuando me decías: “Nene, vamos a tomar el aperitivo”, ese que tú nunca perdonabas, o cómo disfrutaba tu padre cuando tomaba un café contigo. Has dejado un vacío muy grande. Todos lo estamos pasando muy mal. La vida es dura. Yo he perdido en un mes a dos personas de las que más quería, a ti y a mi madre. Me consuela pensar que estaréis juntos. Quiero decirte que no te preocupes por nosotros. Tu hermana, yo y mis hijos estamos bien y, sobre todo, como tú me pediste el día de mi santo y yo te prometí, estamos cuidando de tu mujer y de tus hijos. Ya nada volverá a ser igual, por ejemplo, cuando nos juntemos en la cochera, como a ti te gustaba. El vacío que nos provocará tu ausencia será irreemplazable.
    Gracias por habernos dado la posibilidad de despedirnos de ti, gracias por habernos dado la posibilidad de conocer la maravillosa persona que eras y gracias porque esos recuerdos harán que estés siempre en nuestro corazón y recordemos los años que hemos podido compartir contigo. Tu hermana no para de decirme que te diga todo lo que te quiere. Todos sabíamos cuánto nos querías, aunque fueras persona que no traslucías tus sentimientos. Termino diciéndote gracias por haber sido mi hermano, mi cuñado y mi amigo. Adiós, hermano.
    Por tu cuñado Juan.

    Manuel López Miergo de Jaén
    ¿Cómo viviste el último minuto ante el Huracán?

    “Cuéntame cómo viviste, en ese lugar privilegiado, la última jugada, del último minuto, del último partido, del ascenso del Real Jaén”. Te fuiste, amigo Manolo, sin hacer ruido. Hasta el final te comportaste como un hombre íntegro que luchaba con todas sus fuerzas para vivir tranquilo en estos años en los que, una vez dejaste tu profesión, disfrutabas con tu familia, con tus amigos, con los miembros de tu peña y, cómo no, con el Real Jaén, entidad a la que querías como a tu propia vida. Durante muchos años, he estado cerca de Manolo López Miergo, y tengo que decir, de principio, por si luego se me acaba el papel, que sus intenciones en todo momento no eran otras que las de complacer a los demás. Con estas líneas que Diario JAEN me ofrece para recordar a mi amigo Manolo, quiero que el lector descubra muchos de los grandes valores que poseía para ir por la vida intentando apartar a los que le escuchaban del camino de la destrucción, del egoísmo, de dejar de respirar odio, de patalear, porque muchas veces me decía que no entendía cómo era tan difícil ir por la vida siendo respetuosos, complacientes, condescendientes y bondadosos. Y es que Manolo se sentía feliz y complacido ayudando a los demás. ¿Cómo? Sintiendo de forma consciente y agradecida todo lo bueno que le ofrecía la vida. Él así me lo decía cuando acudía muy a menudo a los estudios de COPE Jaén para hablar de fútbol y del Real Jaén o, en el periodo navideño, a llevarme ese décimo de lotería de su peña “Santo Reino” o aquel otro que le habían traído de la administración “La Bruja de Oro”, de Sort, que con tanta ilusión compartíamos.
    Manolo López Miergo, mi amigo, ya no está con nosotros. Han sido cuatro años muy duros para él y para su familia. Junto a sus hijos, su esposa Ana sobre todo, se ha dejado media vida en el camino acompañando a su marido en tantos y tantos momentos, en los que le ha ofrecido su cariño y predisposición, compartiendo con él, y haciéndolo también suyo, el sufrimiento intenso que abarcaba su cuerpo y su alma y que ella mitigaba con su sonrisa siempre dispuesta, con su amor, su generosidad, su cercanía y su inigualable comportamiento de día y de noche. Cuatro años han pasado desde que fuiste intervenido por primera vez, amigo Manolo, coincidiendo aquellas fechas con la fase de ascenso, la fatídica del Villarreal B. Cuatro años han pasado y, ahora, que era el momento de disfrutar con tu equipo, el Real Jaén, te vas, amigo Manolo. Tú tenías claro que tu vida había llegado a su fin y te preparabas para acudir a ese lugar donde no hay odio, ni rencor, ni envidia… Solo esa generosidad que has derramado allá por donde ibas. Manolo sabía que este año era el del ascenso del Real Jaén. En una de mis visitas a “El Neveral”, junto al “lecho de muerte” y, en una breve ausencia de su esposa Anita, me cogió la mano y, con la voz tenue y ya sin fuerza, me dijo: “Manolo, este año el ascenso del Real Jaén no lo voy a ver, ni a disfrutar”. Ahora, que ya te has marchado, seguro que sí, amigo Manolo, el ascenso de “tu” equipo lo has disfrutado desde un lugar privilegiado, donde la alegría y los festejos habrán sido aún más intensos por las formas que en ese sitio se deben de celebrar los acontecimientos.
    Espero que algún día, desde ese lindo lugar, cuando tengas un rato libre, me digas cómo viviste los seis partidos últimos del Real Jaén; los penaltis ante el Alavés; los duelos intensos y complicados ante el Lleida; el gol de Migue Montes en Valencia o, lo que más me interesa, ese último minuto, del último partido con el Huracán, en el que de un penalti a favor, se pasó al instante que pudo ser amargo, pero que para que eso no sucediera, apareció, como por arte de magia, “mi gitano” Raúl Gaitán en la misma línea de gol, para evitar la tragedia deportiva de nuestro equipo. Ya me lo contarás algún día. Ahora disfruta con intensidad los buenos momentos que se avecinan con el equipo de tus amores en Segunda División. Amigo Manolo, cuídate. Anita, tus hijos, tus compañeros de la Peña Santo Reino, Paco, Pedro, Juan, Manolo, Antonio…; los de la Hermandad de Donantes de Sangre, con su presidente Julián al frente, y todos los que te queremos, no dejamos un solo instante de pensar en lo mucho y bueno que hiciste para servir a los demás. Un abrazo. Para ti, mi siempre fraternal saludo: Paz y bien. Por Manuel Contreras Pamos, tu amigo.

    Pascual Baca Balboa de Guadix, afincado en Alcalá
    Abuelo, maestro

    Los arpegios disonantes de tu guitarra
    embargan de ilusiones nuestras miradas./
    Abuelo, padre, maestro./
    Cuando en la Navidad,/
    un belén lleno de vida era el centro de la casa./
    Al igual que a tus alumnos, un Jesús pobre de barro,/
    nos sonreía, envuelto en villancicos de interminables letrillas,/ que con paciencia infinita,/
    dos meses antes creabas./
    Los arpegios disonantes de tu guitarra/
    embargan de ilusiones nuestras miradas./
    Abuelo, padre, maestro./
    Cuando en la Semana Santa,/
    con los mejores vestidos y, después de las natillas que mamá nos preparaba,/
    rezábamos con respeto a Dios, que fue tu gran faro,/
    Y, después de morir, brillaba en la custodia de oro./
    Engalanada con primor por adoradores nocturnos,/
    tus compañeros de las vigilias sagradas./
    Los arpegios disonantes de tu guitarra/
    embargan de ilusiones nuestras miradas./
    Abuelo, padre, maestro./
    Cuando, con perfume a celindas, encajes y sábanas blancas,/
    convertías en un altar a María Inmaculada,/
    un rincón en tus queridas Escuelas de la SAFA./
    Y, de nuevo, la vieja guitarra que siempre desafinaba, /
    pero el calor de tus dedos las canciones transformaban./
    El venir y vamos todos a la Virgen le llegaba,/
    como canto angelical que, al igual que nosotros, /
    tus alumnos, también le cantaban.
    Los arpegios disonantes de tu guitarra./
    embargan de ilusiones nuestras miradas./
    Abuelo, padre, maestro./
    Cuando, con tu traje negro en recta fila guiabas a unas figuritas blancas,/
    que, entre himnos, incensarios y rosas deshojadas,/
    flotaban sobres los juncos de la verde alfombra mágica./
    O cuando, por aquellas Cruces de antaño, la miseria consolabas./
    Conocías a tus alumnos y, solo con la mirada,/
    sabías si tenían hambre, frío, dolor,/
    o, si a su pajarillo, se le había partido un ala./
    Hombre de pocas palabras, las justas y en su momento,/
    con las obras los caminos mostrabas./
    Una chica dijo a Enrique que había olvidado tu cara./
    Solo tenía en su memoria,
    con el respeto que de ti, sus padres hablaban./
    Me quedo con el respeto, luciérnaga de mi alma./
    Los arpegios disonantes de tu guitarra/
    embargan de ilusiones nuestras miradas./
    Abuelo, padre, maestro./
    Vives en nuestra memoria. Gracias.
    Por Piedad Baca.

    María Sánchez Cortés de Úbeda
    Se nos ha ido para siempre la tita María

    Estaba declinando el penúltimo día de junio de 2013 cuando la ejemplar vida de María Sánchez Cortés, mi querida tía, se apagó irremisiblemente. Era la única superviviente femenina de la ubetense familia “Sánchez Cortés”.
    Casi siempre, al deceso de un ser querido se suelen ponderar alabanzas —a veces excesivas— sobre su valía humana. No será hoy así, puesto que lo que yo refleje en este evocador artículo va a ser todo real, como la vida misma; aunque, como no puede ser de otra manera, vaya tildado del amor y del cariño que familiares, vecinos y amigos le profesábamos.
    María nació en una humilde y pobre familia, allá por el año 1918, en nuestra ciudad. Desde muy niña mostró su carácter afable y empático. No solamente pretendía no molestar a nadie, sino contentar a todo el mundo… Siempre fue una trabajadora infatigable, tanto en las labores caseras como en los múltiples quehaceres que ofrece la vida cotidiana, cuando, por aquel entonces, los electrodomésticos —que hoy tenemos por habituales— no habían hecho su aparición en su hogar de soltera ni, luego, durante bastantes años, de casada.
    Crió con sumo cariño y esmero a sus cuatro ejemplares hijos: Juani, Antonia, Manuel y Fernando. Y ellos le han dado a cambio nuevas vidas con las que entretejer su dilatada longevidad de abuela —y bisa— feliz: Silvia, David, María, Raúl, Alba y Selena. Era su biznieta Carlota la que más enternecía y alegraba a su gastado corazón.
    Quería vivir hasta los 95 años, por lo menos, como su hermana Mariana, pero no ha podido ser, aunque se ha quedado muy cerca. ¡Qué le vamos a hacer! Como dijo mi padre, su hermano Fernando y único superviviente de la “familia Sánchez Cortés”, con abundantes lágrimas en los ojos, al comunicarle yo la noticia de su fallecimiento: “Una santa menos que hay en la Tierra”.
    Era prudente y discreta. No se entrometía en los asuntos de hijos y nietos, aunque llevase dieciséis años conviviendo —alternativamente— en los hogares de sus dos hijas.
    Gracias a Dios se ha ido al otro mundo henchida de amor, estando rodeada siempre de sus cuatro hijos. ¡Qué suerte la suya, tenerlos todos en Úbeda!
    Quiero agradecerle, ahora y desde aquí, que, cuando tenía yo cuatro años, entrase a la operación de amigdalitis que me hicieron —cuando la moda médica del momento aconsejaba extirpar las anginas, así como así—, donde hoy está la sala de exposiciones del Centro de participación activa de las personas mayores, pues mis padres se sintieron incapaces de hacerlo. Todavía saboreo los boquerones fritos que me puso un día que estuve de visita en su casa, cuando todavía vivía mi abuela Antonia y yo era un niño.
    Siempre tuvo pronto y fácil alojamiento para sus hermanos emigrados, especialmente para José , que marchó a Francia por culpa de la guerra civil española, y para su sobrino nieto Stéphane y su familia. ¡Cuanto disfrutó y lloró en las reuniones de  “Los Sánchez Cortés” —celebradas en el Parador de Turismo de Úbeda el 15 de agosto de 2009 y, en el Hotel Ciudad de Úbeda, al día siguiente—, especialmente, cuando vio a sus sobrinos franceses-españoles, ya mayores y crecidos.
    Mi hija Margarita, tan amante de recoger la vida y milagros de todos los componentes familiares, ¡cómo no!, tiene recogidas multitud de anécdotas que su tía abuela María le fue contando oral y pacientemente, entre finales del 2008 y principios del 2009, tanto suyas como de sus padres, hermanos y demás familia, pues tenía una memoria portentosa, agudizada por su ceguera. Todas ellas exhalan un tierno y añorado amor por los tiempos de su infancia, juventud y madurez, que ya nunca volverán. Resumo algunas.
    Su bautismo (gratuito) con el nombre de María y no de Lorenza, como quería el prior de Santa María. Aquellas Navidades de antaño, de su infancia, pobres, pero dichosas. Los recuerdos de su etapa educativa en la escuela del Alcázar, que inauguró como alumna, y las vivencias de sus abuelos, tíos, primos, padres y hermanos que habrán salido al encuentro a recibirla con los brazos abiertos, allá en el Cielo… Siempre agradecida, hizo su dote y parte de la de su hermana Mariana, cuando en la escuela se enseñaba a las niñas a coser y bordar, cuando, por su pobreza infantil, comía en el comedor social del Hospital de Santiago. Vivió en muchos y diferentes domicilios, siempre en su Úbeda natal y tan querida a lo largo de su dilatada vida hasta que recaló con sus dos hijas, que la han cuidado al alimón en la calle Alfareros, desde hace dieciséis años.
    Siempre tan bondadosa. Cuidó a su hermano Fernando en su tuberculosis juvenil; a su hermano Juan cuando estuvo en la cárcel; y a su madre, mi abuela Antonia, los siete últimos años de su vida, que los pasó postrada en una cama por culpa de la trombosis que le dio una Navidad, en Madrid.
    Su hermano José, tan guapo él, como ella decía, la habrá recibido en el Cielo llamándole “bruja”, como hace tantísimos años cuando se iban los dos a coger aceituna —pues siempre  le gustaba llevarla—, para traer el jornalillo que tanto necesitaban en casa.
    Cuando se muere una persona se nos cierra una historia real, aunque novelada, que jamás podremos leer a no ser en nuestros recuerdos y en los apuntes escritos que hayamos hecho de ella, pero nunca será igual. Así, la historia de su vida, que comenzó en Úbeda, el 8 de noviembre de 1918, acaba de finiquitarse, también en Úbeda, el 29 de junio de 2013, aunque sus ecos y resonancias perdurarán largo tiempo mientras familiares, vecinos y amigos la tengan presente en sus recuerdos y oraciones.
    ¡Descansa en paz, tita María! ¡Ten por seguro que para la reunión familiar que “Los Sánchez Cortés” tendréis en el Cielo, Dios te abrirá las puertas del Paraíso y todos te recordarán todo lo bueno que has hecho aquí, en la Tierra!


    Por Fernando Sánchez Resa.