Hasta siempre
Pedro Antonio Robles Punzano de Puente de Génave
“Gracias por transformar nuestras vidas”
Querido amigo Pedro: Cuentan que había una joven adolescente, quien abrumada por los problemas propios de su edad, le contaba a su padre lo desgraciada que se sentía. Su padre, que era cocinero, le dijo que le ayudara a poner tres ollas en el fuego. En una puso zanahorias, en otra huevos y en la otra puso café. La joven, al ver la aparente indiferencia de su padre, le dijo: Hay que ver, yo contándote mis problemas y tú pensando en cocinar. Su padre le contestó: querida hija ayúdame a apartarlas y a enfriarlas.
“Gracias por transformar nuestras vidas”
Querido amigo Pedro: Cuentan que había una joven adolescente, quien abrumada por los problemas propios de su edad, le contaba a su padre lo desgraciada que se sentía. Su padre, que era cocinero, le dijo que le ayudara a poner tres ollas en el fuego. En una puso zanahorias, en otra huevos y en la otra puso café. La joven, al ver la aparente indiferencia de su padre, le dijo: Hay que ver, yo contándote mis problemas y tú pensando en cocinar. Su padre le contestó: querida hija ayúdame a apartarlas y a enfriarlas.
Cuando estuvieron frías, le dijo: toca la zanahoria de la primera olla y dime qué notas. Que están blandas. Después le hizo repetir la operación con la segunda olla y la joven respondió, los huevos están duros. Y su padre le dijo, por efecto del calor, algo duro como la zanahoria se volvió blando y algo blando como el huevo, se volvió duro, pero solo en la tercera olla se ha producido la verdadera transformación. El café además de transformarse él mismo, ha transformado el agua en la que estaba. Querida hija, procura ser siempre como el café, de modo que transformándote tú, transformas también el medio en el que estás. La hija comprendió y aceptó el consejo. Después de un año sin ti Pedro, quiero decirte, que nunca te di las gracias por transformar tu vida y, de ese modo, transformar también las nuestras. Incluso con el gesto de infinita generosidad de donar tu cuerpo a la ciencia, gesto que, cuando llegó el momento, no fuimos capaces de entender. Tu muerte nos dejó huérfanos de afecto y con muchas conversaciones sin terminar, que supongo que el no tener un cuerpo al que velar, ni un lugar en el que llorar, salvo en nuestros corazones, no nos ayudó demasiado.
Ahora sé que no podía ser de otro modo. Frente a los que mueren matando, tú moriste regalando vida, intentando transformar la dura realidad de la enfermedad, no ya en ti, sino en otros. Donde quiera que estés, sabemos que estarás haciendo lo mismo: mejorar lo que te rodea. Por todo esto y mucho más, es para nosotros un gran honor haberte conocido, querido amigo, un grandísimo honor.
Por Mari Carmen y todos los que te queremos
José González García de Jaén
“Su recuerdo sigue vivo en la mente de muchos”
Fue catedrático del departamento de Derecho Civil, Financiero y Tributario de la Universidad de Jaén, gran amigo y mejor persona. Hace poco más de un año nos abandonaba un gran hombre en todos los sentidos. José González García, Pepe González, como muchos amigos lo conocían, o don José, como algunos otros lo llamábamos hasta en las reuniones más íntimas. Nos abandonó el pasado 14 de junio de 2011.
Ahora, un año después de su muerte, su recuerdo sigue muy presente en la memoria de muchos y así lo pudimos comprobar hace unas semanas en un merecido homenaje rendido por el Ayuntamiento de Jaén con su antiguo alumno, amigo y alcalde, José Enrique Fernández de Moya, a la cabeza. En el acto se descubrió un monolito coronado por una escultura en metal que preside la entrada peatonal principal de la Universidad de Jaén por la Avenida Antonio Pascual Acosta. Sin duda, un merecido lugar para alguien que durante tantos años estuvo velando por los estudiantes que entraban a esta casa.
Personalmente, en 2003 tuve la gran suerte de comenzar a trabajar como becario en el Vicerrectorado de Estudiantes de la Universidad de Jaén. Siempre recordaré aquel primer día en el que un señor con traje entraba por la puerta rebosando alegría y se me presentaba como José González. Desde aquel momento, empezamos a trabajar en distintos diseños web, materia en la que, pese a ser totalmente profano por su formación, tenía una gran curiosidad, y comenzamos a entablar una muy buena amistad.
Durante aquella época pude aprender muchas cosas de él, ya que su forma de ser y de enfocar el trabajo se contagiaba a todos los que compartíamos tareas con él. De hecho, recuerdo cómo, si había que quedarse por la tarde a averiguar cualquier trabajo que corría prisa, Santos, Domingo o yo nos quedábamos con él no solo de buen agrado, sino esperando que la tarde se alargase para seguir compartiendo momentos entre amigos. Y es que no hay nadie que compartiese un rato con él que no terminase teniéndole aprecio. Él siempre decía que la institución era lo primero y que nadie era imprescindible. En este sentido, en más de una ocasión le pude oír decir que a él solo le faltaba ponerse a fregar y barrer la Universidad, que había hecho de todo, y bien cierto que es, pues han sido muchos los momentos en que sacrificó tiempo de su vida personal para moldear la Universidad tal y como hoy la conocemos. En aquella época pude entablar una estrecha amistad, que todavía hoy mantengo, con su hijo Mariano, así como conocer a Mamen, José Luis y Ana, al igual que a doña Carmen, su esposa, y después, me presentaba a su nieta, la pequeña Lucía, vestida de ayudante de Papa Noel, a través de una fotografía que me enviaba al móvil. Para ellos, esta gran pérdida ha supuesto un año duro y pasará mucho tiempo, si no toda la vida, en los que habrá momentos duros y recuerden a esta gran persona, pero seguro que con sus enseñanzas y valores, a pesar de las dificultades, el camino se hace un poco más llevadero.
Para mí, don José siempre ocupará un lugar especial en mi corazón y mi memoria como parte importante de mi vida que fue. Allá donde esté, seguro que sigue dando buenos consejos y clases magistrales.
Por David Susí. Torredonjimeno.
Ernesto Aguilar Azañón de Jaén
“A la memoria de mi abuelo”
Resulta muy difícil escribir sobre alguien querido que ya no está entre nosotros, muy difícil saber qué contar acerca de esa persona que recuerde a los que lo conocieron los aspectos fundamentales de su vida, y que muestre a los que no lo conocieron qué tipo de persona fue. Pero esta empresa se tergiversa aún más si se trata de Ernesto Aguilar Azañón.
Mi abuelo fue, ante todo, un incansable. Un incansable en todo lo que hacía. Quizás ese carácter fue lo que le permitió aunar tantas virtudes: músico, pintor, escritor, cuentahistorias… Pero por encima de todas ellas, se encuentran las que lo definieron como persona y, sin duda, las que han dejado una impagable huella en los que ahora lo recordamos, y son la familia y su fe.
Hermano de once hermanos. Esposo de Anita durante más de 55 años, padre de cinco hijos, abuelo de siete nietos, bisabuelo de un biznieto, la familia fue para él siempre la piedra sobre la que edificó su vida.
Tanto que no se dejó vencer por la enfermedad hasta que conoció a su biznieto, el último en llegar a nuestra familia.
Capaz de reunir a todos sus hermanos, sobrinos y demás familia directa en maravillosos encuentros de convivencia. Cinco generaciones de Aguilares sentados a una mesa permitiéndonos a los más jóvenes descubrir nuestras raíces, a nuestros antepasados, y poder beber de esencia del cristianismo, la familia. La fe que mi abuelo profesó durante toda su vida es de esas que ya casi creíamos olvidadas en estos tiempos que corren de prisas y cambios. La vida llegó a ser dura con ellos, y pudo poner a prueba su fe con situaciones en ocasiones extremas, pero siempre supieron que en la fe es donde encontrarían la salida a todas esas dificultades, y digo supieron porque fueron los dos, Ernesto y Anita, Anita y Ernesto, porque no se puede entender a uno sin el otro.
Su implicación con la Iglesia es de sobra conocida en Jaén, el trabajo que realizó en la Adoración Nocturna, su devoción por las distintas advocaciones marianas, su compromiso con la Cofradía de Nuestro Padre Jesús, de la que era cofrade yo creo que ni él sabía desde cuando, y tantas otras que no voy a nombrar porque seguro que olvidaría muchas, que hicieron de Ernesto un cristiano modélico, de los que cada vez abundan menos y que cada vez son más necesarios.
Con estos párrafos trato de compartir lo Ernesto nos legó. Tuve la suerte de disfrutarlo durante 31 años, muchos de vosotros más y seguro que se sentirá orgulloso si nosotros nos empeñamos como lo hizo él por ser incansables con nuestra familia y con nuestra fe.
Por Jesús Antonio Aguilar Prieto.
Jaén.
FRancisco Rafael Mariscal Montilla
de Jaén
“Te estaré eternamente agradecida”
No sé cómo empezar estas líneas, pues la palabra gracias no engloba el sentimiento de agradecimiento que tengo hacia ti, mi vida, por haberme dado 23 años de amor, por enseñarme día a día a ver lo positivo de la vida y valorar lo realmente importante y, sobre todo, te agradezco, mi amor, que me hayas dejado lo mejor de ti, nuestro hijo. Te has ido tan deprisa que creo que voy a despertar y nada de esto ha pasado. Sé que donde estás verás las muchas muestras de cariño que tanto tu hijo como yo hemos recibido. Por eso quiero que sirva de despedida a todos los que te quisimos, el beso que la mariposa te dio y tú nos mandas desde arriba. Y aprovechar para agradecer de corazón en tu nombre, el de Fran y el mío: a tus compañeros de Recaudación, que sin conoceros personalmente a algunos, os aseguro que os conocía porque Paco me contaba que formabais parte de su vida, que cada uno de vosotros le aportabais algo y como él decía, cada uno teníais vuestro ‘puntillo’. A aquellos que me llamaron ofreciéndose para donar si a Paco le hacía falta, nunca los olvidaré. A nuestros amigos de la juventud por llorar conmigo demostrando que aunque la vida nos lleve por senderos distintos a la hora de la verdad el cariño es lo que prevalece. A vosotros que estuvisteis y estáis conmigo en todo momento, a partir de ahora los claveles, para Paco y para mí, serán el símbolo de la amistad. A ti que cuando supiste lo que estaba pasando no dudaste en hacer kilómetros para visitar a tu santo preferido, para pedirle expresamente por él. Si no pudo ser es porque así tendría que suceder. A tus compañeros de meditación por estar luchando por ti hasta el último momento. A nuestra familia por estar viviendo minuto a minuto nuestra desesperación. A ti, que estuviste con tu primo desde el principio hasta el fin y a vosotras que habéis movido cielo y tierra por conseguirme un poco de tranquilidad en esta locura, os quiero mucho. A mis compañeras por apoyarme minuto a minuto. Y a ti, que me cogiste la mano cuando empezó todo y todavía no me la has soltado. A tu Cofradía del Perdón, por apoyarnos en todo momento y volcarse en muestras de cariño con nuestro hijo, contigo y conmigo. A los amigos de Fran, en sus abrazos y lagrimas sintió a auténticos hermanos. Al coro polifónico, el himno a Jaén que te dedicaron lo disfrutarías enormemente pues, como decías, ‘yo soy jaenero por los cuatros costados’. A tus padres porque con el dolor inmenso de tu pérdida, siempre tienen una sonrisa preparada para su nieto y para mí; también soy vuestra hija, os quiero. A mi madre y hermanos por sobrellevar con resignación y amor mis momentos de desesperación, os quiero mucho. Un beso muy fuerte a todos los que han llorado tu pérdida con nosotros. Quiero deciros que si necesitáis algo de mí en la tierra, buscarme que ahí estaré. Y si lo necesitáis de él, mirad para arriba y hacerle un guiño que el pedirá por nosotros.
Por Inmaculada Cobo, Paco y Fran.
Jaén.
Ana Cañas Jiménez de Villargordo
“A mi abuela Anilla, la del quiosco de Villargordo”
—“¡Abuelita, abuelita!, ¿Cómo se echa el trompo?”. —“¡Me caguen la puta orden!, ¡Con lo que yo era!”.
Simplemente, entre los mayores de 25 años, esta expresión sería suficiente para identificar a quien me refiero. De piel blanca cerúlea, melena corta, lacia y cenicienta, sin arreglo de peluquería, rostro surcado por angostos caminos, reflejo de los que anduvo cuando se dedicaba al trabajo de costura de Villargordo (a quién no le habrá traído alguna vez ropa del tinte, forrado algún botón por encargo en casa Infante de Jaén, quién no habrá fumado, alguna vez, un cigarrillo americano de contrabando). Delgada, de pequeña estatura, vivaz, fuerte carácter, servicial, gran corazón y muy trabajadora. De niña no llegaba a la mesa y subida en una silla amasaba el pan en el horno de papa Miguel. Con ese tipo de inteligencia forjada en la escuela de la vida que convierte al ser humano en un superviviente. En invierno un abrigo de color oscuro indefinido y una lata colgada de una guita con carbones encendidos para no pasar frío mientras atendía su cuartillo.
—“Ana. ¿Tendrá un poco de agua fresca por ahí?”.
— “¡Me cagüen la puta orden! Pero no sabes que sí”.
Servicial como ella sola. Amiga de hacer favores hasta donde le permitía su exigua hacienda, no le escocían prendas en pedirlos si las circunstancias obligaban.
—“Ese caramelo no me gusta. Quiero uno de tutifruti”. —“¡Pero niiiño! Ése está en el fondo del cacharro”. —“¡Me caguen la puta orden!”. —“Era el otro”.
No era, que digamos, muy amable con los niños. Tenía debilidad por sus nietos y en ellos volcaba todo su amor, parece que no le quedaba para los demás. Cierto día un niño me dijo que mi abuelita había muerto. Era mentira. Cuando volvió al cuartillo, me encontró llorando. Al saber la cruel broma, cerró el quiosco airada, se dirigió a la casa del imberbe y, ni corta ni perezosa, le arreó dos tortas. —“¡Ana! ¡Por Dios!”. Explicadas las razones, todo quedó aclarado. Fue la única vez que le puso la mano encima a un niño.
—“La niña bonita! ¡Tengo un quebraíllo! ¡El anillo de la reina!”.
—“¿Te queda alguno en cinco?”. —“Aquí hay uno y además es capicúa”.
Tenía una ilusión en su vida: Dejar a sus hijos bien situados. Y el único camino que veía posible era el del azar (la lotería y las quinielas). Sin embargo, parecía como si no valorara que ella sola había ganado, con mil fatigas, una casa para cada hijo, un huerto y un pequeño olivar. Un domingo por la tarde, alguien, al revisarle la quiniela, le dijo que tenía 14. De la alegría, comenzó a lanzar al aire chucherías. En el descuento, el Sevilla había ganado al Español. Nuestro gozo en un pozo, los catorce sólo eran trece. Un remedo de la de Berlanga.
—“¡Niña! ¿Será pecado que yo te quiera tanto?”. —“¡No abuelita! A mí me pasa lo mismo”. Debemos nuestra existencia al amor de nuestros padres, reflejo del Supremo Amor de Dios hacía el género humano. ¿Cómo va ser eso un pecado?”.
—“¡Me caguen la puta orden! ¿Por qué habrá que morirse? Aunque me han dicho que venimos varias veces, y con esa esperanza vivo yo”. Una fría mañana de noviembre de 1995 se apagó la tenue llama que ardía en su pecho. Mi niñez y mi juventud se iban con ella, me desperté bruscamente de mi vida de felicidad a su lado, convertida en mujer, esposa y madre.
Por Ana Serrano Castillo y tus nietos. Villargordo.
José Pérez Navarro de Jaén
“Con todo nuestro amor”
Querido Pepín: Te dedico estas palabras para darte las gracias. Gracias por haberme permitido compartir contigo tus últimas horas de vida. No sé si fue casualidad o porque así estuviese escrito. Pero lo que sí te digo es que me siento muy feliz, porque tuve el honor de compartir tus últimas palabras contigo y fueron para mí. Como yo te dije, yo también “te quiero”.
Solo decirte que, en ese momento, no me dio tiempo de llevarte a la discoteca, pero de lo que sí me da tiempo es de llevarte las 24 horas del día en mi corazón.
Abre tus alas y agítalas al viento, para que todos los que te queremos nos llegue la brisa de tus caricias y nos rocen la mejilla y entenderemos que nos llegan tus besos.
Coge a ese bebito y cuídamelo hasta que yo vaya a vuestro encuentro. ¿Quién mejor que su tito Pepín para cuidármelo junto con mi Madre y mi Padre eternos? Desde nuestro corazón: “Te queremos”.
Por tu cuñada Antonia López Padilla “Toñi”.
Jaén.