Hasta siempre

JAIME LóPEZ UREÑA de Jaén
No podemos hacernos a la idea

Hace unos días, el 21 de mayo, hemos sufrido una pérdida irreparable y no podemos hacernos a la idea de que no volveremos a verle más.  Se nos ha ido casi sin enterarnos y sin hacer ruido, discretamente, como él era. 

    10 jun 2012 / 10:08 H.

    Jaime era generoso, bondadoso, entrañable, familiar… Se conformaba con poco, tan solo con poder disfrutar de la compañía de su esposa, hijos y nietos que, a diario, hacíamos lo posible por complacerlo, reuniéndonos en torno a ellos, Jaime y Matilde, y así se nos conocía en nuestro ambiente. Creo que algunos amigos de ellos sentían “envidia sana” de verlos siempre rodeados de su familia. Allá donde estuviera  Jaime, estaba siempre acompañado de su prole.
    Sus hijos han perdido un modelo, un referente en el que mirarse. Su esposa, su motivo de existir. Ahora nos toca a nosotros tratar de hacer que se recupere y que, poco a poco, y con ayuda del tiempo, no tratar de que se olvide, sino hacer que se acostumbre a vivir sin su esposo, su amigo, su compañero de un viaje que emprendieron juntos en su adolescencia y que han recorrido cogidos del brazo durante 60 años.
    Esperamos que, desde allí donde esté, siga velando por nosotros y protegiéndonos. Siempre perdurará en nuestros recuerdos y nuestras oraciones.
    Por sus hijos y sus nietos


    Antonio Deliche López de Alcalá la Real
    Un gran trabajador y una persona comprometida

    Hay personas que, tras su muerte, se resume una tipología de comportamiento social muy frecuente en estos lares del Sur. Me refiero a aquellos que vivieron en los albores de la primera democracia truncada por el golpe de estado de 1936. Aquellos que tuvieron que soportar la miseria y la pobreza humana debido al sufrimiento de sus padres en cárceles por haber sido acusados del delito de pertenecer a un sindicato o partido republicano. Se alimentaron con las cartillas de racionamiento, la recolecta de los frutos del campo —tras la campaña de la aceituna— o de la casa furtiva del hurón, con lo que peligraba su vida, ya que podían dar con sus huesos en aquellos insanos presidios de los Juzgados del Partido Judicial. Aquellos que trabajaban sin cumplir la mayoría de edad, segando de sol a sol, vendimiando hasta el anochecer y recogiendo remolachas o patatas en las vegas ribereñas, aquellos que vieron su salvación un día al coger sus maletas de madera y al emprender un nuevo destino en tierras de emigración de la Península Ibérica, América o Europa.
    Antonio Deliche López recoge este perfil humano que tan solo habría que concretar con su padre víctima de la represión de aquellos tiempos, en los que las acusaciones se hacían realidad en fallos ejecutorios sin más testigos que por oídas. Un perfil que él me recordaba, en muchas conversaciones, reviviéndome el arte de la caza de los animales durante la noche, cuando se encontró ocasionalmente con la partida del lector de Julio Verne —y pasó más miedo que vergüenza al ser amenazado por aquel jefe corpulento de ristra de balas en el pecho, si desvelaba el secreto del recorrido de aquella cuadrilla—. Un perfil humano que se hizo agricultor autodidacta con alma de hortelano y protector del mundo de la pajarería —algo que rellenó muchos años de su vida en tiempos de la jubilación—, cuando le dejaban alguna parte de un peculio para plantar las patatas y legumbres que completaban el sueldo de su corta jubilación. Antonio completó perfectamente su perfil de buen trabajador en Bilbao, donde desarrolló varios oficios hasta acabar al mando de un volante, lo que le hizo relacionarse con muchas personas. Allí tuvo varios hijos y una familia numerosa, que, desgraciadamente, quedó reducida en dos hijas. ¡Con lo que duele la muerte de unos hijos en la flor de la vida!  Antonio regresó a su tierra y se convertía en el modelo de emigrante que reclamaba la Junta de Andalucía, abriendo las puertas a muchos andaluces que habían emigrado a otras tierras y querían terminar los últimos años de su vida con los suyos. Lo hizo con su esposa, Ángeles, una matrona generosa de las muchas que existen en Alcalá, una mujer forjada en el sacrificio de la orfandad, porque su padre Domingo Muro Ruiz, él último alcalde alcalaíno de la República, había sido fusilado al acabar la tierra y todos sus hijos debieron labrarse su vida en medio de la más dura adversidad.
    A su regreso, fueron sus años gozosos para este matrimonio, los de su retiro desde el mirador de las calles del entorno de la Corredera. Mientras, se sentía feliz cuidando su huerto, engrandeciendo su casa con la numerosa presencia del mundo de la ornitología. Su esposa daba todo lo mejor de sus cualidades en la escuela de adultos ejerciendo de actriz en obras inolvidables como “Cinco horas con Mario”, entre otras. Fueron los años de una entrega sin igual en el compromiso por la casa de todos, haciendo de conserje, siendo mayordomo de los encargos de sus jefes superiores y colaborando con los compañeros en todas las tareas que implica el cotidiano quehacer y la maquinaria de una agrupación política. ¡Con qué cuidado rellenaban los sobres de las candidaturas de los comicios! Pero llegó el día en el que la calle del barrio de las Torres Bermejas se le convirtió en una cima del Everest, o el día que su corazón no recogía más aire que el artificial de las máquinas oxigas, de tal modo que no podía valerse de su motocicleta para ir a la casa que tanto amaba.
    Allí se mantuvo encerrado durante los últimos días, entre recaídas y recaídas de salud, con la fuerza que la naturaleza da a los sufrientes y con el acompañamiento de su esposa e hijos. Un ramo de flores fue lo último que se quemó junto con sus cenizas. Bello símbolo de los restos de un fuerte hombretón que tenía un corazón muy resistente, pero, siempre, ayudado del abrazo generoso por la entrega vaciada de una esposa extraordinaria.

    Por Francisco Martín Rosales.

    Antonio Amaya de Jaén
    Adiós, la copla te llora

    Era andaluz y de belleza escandalosa.
    Con su sonrisa se fundía el pedernal
    como una espiga al viento se movía
    la picardía iluminaba su mirar.

    Vestía camisas de lunares y volantes,
    chaqueta corta y sombrero cordobés.
    El público aplaudía delirante
    el gentío se rendía ante sus pies.

    Adiós, la copla te llora.
    Adiós, las flores te extrañan.
    Se ha ido el cancionero más grande
    que ha dado jamás España.

    Vivió a su modo sin oír lo que decían.
    Amó con fuerza, a quien quiso y con pasión.
    Mataba penas con su gracia y simpatía
    y las tristezas con su baile y su canción.

    Y ya tranquilo en el retiro de sus días,
    tras el regalo de una vida emocionante,
    sintió que alguien a su lado sonreía.
    La dulce muerte le llamaba susurrante.

    Adiós, leyenda hecha hombre.
    Adiós, artista de raza.
    Tu nombre se escribe con oro.
    Tu canto se borda en el alma.

    Hay una estrella que reluce noche y día.
    Suena su música al compás por toda España.
    En todas partes ya se siente la alegría.
    Oigan señores, ¡es la voz de Antonio Amaya!
    Por Esteban Balagué Peláez.

    Manuel Higueras Ávila de Martos
    “La ausencia del romero”

    No podía dejar de estar allí. Aunque le hace daño. Ya no puede vestir su cabeza con la gorra romera. Y, sin embargo, fiel a su cita, se encontraba en aquel compás del templo de su Virgen de la Victoria, invadiéndole casi al unísono una tristeza que angustiaba su semblante y una ilusión recién estrenada, como la de esos revoltosos monaguillos rodeados de sus padres, que llenaban de una luz de amanecida sus cansados ojos... Divagaba en sus cortos paseos su nostalgia. Se sentía un poco solo. A veces, saludaba a alguno de los menos jóvenes. Ahora era un privilegiado. Solo él podía estar allí sin ser romero ni auxiliar de la cofradía. Solo quedaba él. Una joven se acerca y le da un beso. “Hola papá, este año haré el camino por ti”. Y padre e hija se funden en un eterno abrazo. 
    No podía dejar de estar allí. Entra en la iglesia. Mira quedamente al paso recién prendidas las flores. Su Virgen está bellísima. Piensa en sus hermanos de la hermandad, esos amigos que ya no están y ve sus rostros en el hermoso semblante de la Señora de la Peña. Recuerda las noches interminables de tertulia, vela y vino en la ermita, con cualquier pretexto... ¡Dios mío! Mira a su alrededor. ¡Cuántos jóvenes! ¡Y mujeres! Son otros tiempos. Se lo decía su hija. Así será. En los suyos, la mujer estaba en casa. Detiene sus pensamientos en el rostro tantas veces preocupado de su mujer, esperándole resignada... ¡Está con la hermandad!
    Hermana mayor. Sale al compás donde ya está formado el primer tramo de romeros. Pero él quiere estar junto a su Victoria. Ante sus ojos va pasando la cofradía, su cofradía, la de siempre. Algún pequeño saludo, una mirada en silencio. La alegría de la fiesta ya ha comenzado. No podía dejar de estar allí. Ha vuelto a perder la noción y el sentido de la realidad. Pero, ante sus ojos, un sordo crujido le descubre que la carreta se ha detenido justo a su lado. Miradas de alegría y reconocimiento se abren paso entre las emociones. Las lágrimas vuelven a brillar. Contempla a su Virgen. Reza sin palabras. Diría que lo llama. Se siente vivir en presencia de la muerte. Va junto a su amigo, era la primera vez que hacía el camino. “Hermano, tienes que hacer el camino conmigo y junto a Ella... Es único y repetirás, ya lo verás”.
    La procesión se aleja y las puertas se cierran tras la carreta. No sabe si volverá a vivir este momento. Pero, en las entretelas de su sentido, percibe que no se ha quedado allí, que va con ellos haciendo una nueva romería, aunque esta es diferente. Esta vez podrá contemplar el verdadero rostro de María su Madre, su Amiga, su Victoria... Y su amigo volverá al camino, sabe que no lo hará solo, pues Manolo estará con él; bebiendo un poco de vino y cantando con fe como solo él lo sabía hacer. Descansa en paz, hermano.
    (Texto extraído del libro de la Romería 2012 de Martos).
    Por Diego Moya Villarejo.

    Flor Barranco Cazalla de Andújar
    Ejemplo de humildad

    Esta mujer con el mismo nombre que la capital de la Toscana italiana, Firenze, maravilla del Renacimiento, la ciudad de Dante, de los Medici y cuyo significado en latín es “bella como una flor” fue, durante los años 1962 y 1963, hermana mayor de la Cofradía Matriz junto a su marido José Muñoz, más conocido como Pepito Roque. Tenían una ferretería en la calle San Francisco. Todos coinciden en describirlos como prudentes, humildes en sus formas, gentes de bien, con una gran categoría como personas.
    Ambos vivieron una década cargada de grandes acontecimientos: la Recoronación de la Virgen, la visita de los Príncipes Juan Carlos y Sofía, se inauguró la Virgen de la Paz de Orea y el monumento al Jabalí por los monteros de España, se inició la ofrenda de flores y el pregón…  La Virgen no les concedió la dicha de ser padres, no sabemos si a cambio permitió que Flor estuviera protegida entre sus mantos durante casi 50 años.
    Una vez acabado su mandato, continuó perfeccionando su vocación como camarera de la Virgen en su ermita de Andújar. Custodió los mantos desde el fallecimiento de doña Concha Mármol. Se ha ocupado del aseo y cuidado de las ropas: camisas, enaguas, corpiños, delantales, fajines, manguitos, mantos y sobremantos. En su casa, habilitó una de las habitaciones con un ropero a medida para estas exclusivas prendas. Tan bien ejercía su vocación que, de forma tácita, todos aceptaron su continuidad en el cargo de vestidora.
    Procuraba la máxima intimidad durante los cambios, rezaba el Rosario, disponiendo de forma exquisita prendas y aderezos, así año tras año. A veces, tendemos a subestimar las acciones pequeñas. Para Flor, cambiar a la Virgen ha sido su peculiar forma de rezarle. Hasta hace muy poco, la hemos visto, ya con ayuda, hacer ese recorrido de San Francisco a Ollerías protegiendo con mimo las divinas prendas. Desde el primer momento, entendió que, llegado el momento, los mantos saldrían de su casa. Su familia nos comenta que vive con cierta amargura cada vez que esto se produce.
    Lucas Sánchez Muro afirma que para él, Flor ha sido un ejemplo de humildad y, por lo tanto, de vivencia mariana y me pide que exprese públicamente su petición a la cofradía para que, esta regale a Flor el más modesto de los mantos, la razón: méritos propios. Fue nombrada cofrade distinguida por la Cofradía Matriz de la Virgen de la Cabeza.

    Texto leído por María Quirós en la entrega del galardón Romera de Oro 2012, ceremonia celebrada el pasado mes de abril.

    Cofrade ejemplar
    Gracias Señor por la vida y por todo lo que nos das. Gracias Señor porque con tu resurrección has vencido para siempre al mal, a la muerte y al pecado y nos has dado una nueva vida y la dignidad de ser hijos de Dios y como hijos, herederos. Gracias Señor por haber puesto en nuestras vidas a Flor, cristiana y cofrade ejemplar, que hoy parte de nuestro lado a esa nueva vida que nos has dado donde nunca más habrá muerte ni luto, ni llanto ni dolor.
    Gracias Santísima Virgen de la Cabeza por ser nuestra patrona, reina y madre. Una madre en la que Flor siempre confió y amó sin límites. Ella, a lo largo de su vida, siempre cuidó, Madre Santísima, todo tu ajuar, tus enseres con los que te veneramos, con el mimo, el respeto y el cuidado con el que una hija cuida a la mejor de las Madres. Ahora, tú, Virgen Santísima de la Cabeza, acógela, abrázala en tu regazo de Madre amantísima junto a tu Hijo para que Él le conceda el Reino prometido, la romería eterna en el Camarín del Cielo. Gracias, hermana Flor, por tu vida de cariño y de servicio con todos los que te hemos conocido, con tu Cofradía Matriz y sobre todo, con tu Madre, con nuestra Madre de la Cabeza. Gracias por tu trabajo ejemplar, por cuidar de Ella durante tantos años. Gracias por haber sido nuestra hermana mayor. Gracias por haber sido camarera de la Virgen.
    Gracias por tu ejemplo, por el que te concedimos el título de Cofrade Distinguida.
    Gracias por ser nuestra Romera de Oro este año. Y, sobre todo, gracias, porque ya estarás junto a la Virgen de la Cabeza pidiendo al Padre por todos nosotros. Descansa en paz.
    ¡Viva la Virgen de la Cabeza!
    Por la Junta de Gobierno de la Real e Ilustre Cofradía Matriz de la Santísima Virgen de la Cabeza.