Hasta siempre

Romualdo Amezcua Fuentes de Mancha Real
“Se fue una persona buena, sociable, cariñosa, justa y solidaria: mi padre”

Romualdo Amezcua Fuentes nació el 12 de abril de 1937, un día en el que aún vibraba la tierra de este pueblo por el bombardeo de Jaén, el 1 de abril, a manos de la aviación alemana. Partiendo en este contexto de una sociedad horrorizada por una cruel Guerra Civil, parecía que el destino le iba a deparar una vida incierta: con solo dos años y medio, su padre, Francisco Amezcua Jurado, fue asesinado el 26 de octubre de 1939, a los 31 años, fruto de la represión franquista y yace en una fosa común del cementerio local.

    08 ene 2012 / 10:45 H.

    Con esta tierna edad había que crecer soportando las miradas recelosas que señalaban a este niño, el camino no era fácil. Fue cursando el río de la vida huérfano de padre, pero protegido por su adorable madre, Paulina Fuentes Olmedo; su hermano Paco y sus inseparables tías solteras, Carmen, Alfonsa y la viuda Ana Dolores. Entre todas mantenían la casa y obtenían ingresos por costuras y jornales del campo. A los dos niños no les podía faltar de nada, tenían que vivir dignamente en unos tiempos difíciles.
    En torno a los 7 años, la vena artística de Romualdo fue emanando con una intensidad tal que se escondía en las escaleras del local donde ensayaba la rondalla de Falange hasta que un buen día un señor lo admitió como aprendiz de laúd. Con este colectivo participó en numerosos actos. Destacaron las dotes musicales que este niño tenía.
    Tal era su interés por la música que su madre habló con el maestro de la banda municipal para que a sus dos hijos les dieran sendos instrumentos, pues la economía no estaba para comprarlos. A él le gustaba el clarinete, pero no era viable. Se le podía adjudicar un bombardino y un trombón para su hermano Paco. Después de varias gestiones y recomendaciones, Paulina logró que a su niño le dieran el instrumento que soñaba: el clarinete. Los hermanos Amezcua “hacían ojo” en la banda municipal, decía mi abuela. Fueron escalonando puestos en el atril hasta llegar a tocar como solistas dentro de la agrupación. Aparte de las aficiones había que buscarles un oficio y su madre consiguió incorporar a Romualdo al taller de carpintería del maestro Fernando y, a Paco, de albañil. Esta profesión le costó la vida a Paco al hacer una reparación en el cortijo de Penas. Al llegar la noche, mientras dormía entre paja, tuvo la mala suerte de  que un alacrán le picó con tan mala fortuna, que, a los pocos días, murió con 19 años. Este hecho conmocionó a la familia y a los vecinos de Mancha Real. Fue un golpe más de la injusta vida que Romualdo tuvo que soportar con tan solo 17 años. Superarlo le costó vencer a una profunda depresión y extremada delgadez.
    El tiempo fue pasando entre carpintería y música hasta que conoció a su gran compañera de viaje con la que formaría su familia, mi madre, María Guerrero López. Trabajaron juntos hasta poder establecerse en un pequeño taller de carpintería donde Romualdo hacía muebles por encargo mientras su esposa tapizaba sillas. De forma paralela, él iba trabajando de noche dando serenatas con el laúd, clarinete, guitarra, saxofón o tocando en bodas, banquetes y ferias para dar sustento a sus 3 hijos: Francisco, Paulina y Antonio Miguel. Con ahínco y trabajo consiguió su sueño: cultivar una finca de olivos en Peñaflor, su querido “Llano de la hormiga”.
    Se mantuvo bastantes años en la banda de música hasta que empezó a tocar en orquestas de baile, sobresaliendo su virtuosismo entre el saxofón y la guitarra. Mancha Real siempre ha destacado por la gran afición a este arte y en los años 60 pudo aportar su colaboración con varias orquestas locales, entre las que podemos destacar “Los Ibéricos” o los “Páterfil”. Su retirada de la música fue durante algunos años, hasta que un concejal del Ayuntamiento le propuso dirigir la banda municipal. Él aceptó mientras se encontraba un director titular. La música ha sido su seña de identidad, su vida. Como si llegara el final de una composición a bombo y platillo con grandes acordes triunfales y solemnes de fanfarria, así fue la despedida que nos dio mi padre en sus últimos compases. Parecía que estaba anunciando su última obra, su Réquiem. Convocó a su esposa, hijos y nietos a su alrededor y, con tranquilidad, paz absoluta y, estoy convencido, con la presencia de Dios, citó nuestros nombres uno a uno, se despidió y nos dijo: “Que os llevéis bien”. Este fue su último mensaje y el que cumpliremos mi familia y yo.
    El pasado día 30 de diciembre fue homenajeado, una vez más, por la banda municipal de música con un formidable concierto de Navidad cuyo recuerdo, orgullo y satisfacción llevaré toda mi vida. En nombre de mi familia quiero agradecer todo el cariño manifestado por la buena gente que está alrededor de este arte y a todo el pueblo de Mancha Real que nos ha apoyado en estos momentos tan difíciles. Se nos fue una persona buena, sociable, cariñosa, justa y solidaria: mi padre.
    Por su hijo Francisco Amezcua Guerrero.

    Francisca Ramírez Ramírez de Jaén
    “La madre más fuerte y luchadora”

    Querida mamá, cuánto te echamos de menos y apenas hace dos días que te has ido. Queremos que sepas que estamos muy orgullosos de ti, que has sido la persona más fuerte y luchadora que hemos conocido. No has tenido una vida fácil, mamá, pero tú siempre adelante... “Todo lo que venga hay que pasarlo”. Cuántas veces hemos oído esa frase de tus labios y sí, mamá, sí que lo has pasado. Nunca te rendiste. Desde que te detectaron tu enfermedad, te aferraste a la vida con la ayuda de tus hijos, tus nueras y  tus yernos y, cómo no, con el cariño de tus nietos, siempre tan importantes para ti.
    Era tu guerra y la nuestra, mamá, y, durante cinco largos años, ganaste muchas batallas, pero ya no pudo ser, mamá. Luchamos todos juntos, como tú nos enseñaste, pero, esta vez, ya no pudo ser. Te fuiste rodeada de todos nosotros, como tú querías. Con tus seis hijos, tus nueras y yernos y, eso sí, mamá, en tu casa.
    Mamá, quédate tranquila que vamos a estar juntos y unidos como tú siempre querías. Y, por supuesto, tu Marta no va a estar sola, aquí estamos todos para protegerla. Tú, mamá, desde ahí arriba, protégenos como siempre has hecho. Como la gran madre que has sido, sigue desde el cielo protegiéndonos, a nosotros y a tus nietos.
    Mamá, qué pena que no puedan seguir disfrutando de su abuela Paqui y de sus manos, esas manos, mamá, que tantas labores han hecho; esas manos primorosas que, con todo el cariño y la ilusión de volver a ser abuela, hicieron los arrullos de nuestros niños. No te preocupes, mamá, porque el que viene seguro que lo acurrucamos en uno de tus arrullos. Tus niños, mamá, eran tu vida, cada uno de ellos tenía algo especial para ti: Laura y Andrea, María del Carmen y Virginia, Sergio y María, David e Iván, Naiala y el que vendrá. Eras feliz cuando estabas con ellos y ellos contigo. No te olvidarán nunca. Además, has dejado una buena herencia personal en una de ellos.
    Por nuestra parte, los seis hemos intentado hacerlo lo mejor posible contigo. Esperamos haber estado a la altura y que te sientas orgullosa de nosotros. Los seis queremos agradecer la ayuda y el apoyo incondicional de nuestras parejas hacia nosotros y, por encima de todo, lo bien que lo han hecho contigo.
    Gracias, Belén, por todo, por ser una más de nosotros, por estar siempre ahí y por ese caldito que solo tú sabías hacerle.
    Gracias, Andrés, por ser tan especial y tan buena persona, como ella decía, por estar siempre ahí y por tus mil viajes para que no le faltara de nada.
    Gracias, María del Carmen, por tu apoyo, por el cariño con el que la has tratado y por esos domingos que has pasado en la cocina haciendo las comidas que a ella le gustaban tanto.
    Gracias, David, por tu cariño y por el respeto con el que la tratabas y por esos bizcochos que con tanto cariño le hiciste y a ella tanto le gustaban. Gracias, Marisa, porque, a pesar de la distancia, sabemos que siempre la tenías presente.
    Gracias, Juanma, por todas las risas que se echó contigo, por apoyar y ayudar tanto a Marta y por estar siempre dispuesto para lo que necesitara “la Paqui”, como tú la llamabas.
    Gracias, tito Miguel, por los churrillos de los domingos y tus visitas. Gracias, tita Vale, por estar siempre ahí, por tu apoyo incondicional y por poder contar siempre contigo. Mamá, descansa en paz. Te lo mereces.
    Por tus hijos Gloria, Joaquín, Sergio, Gema, Pedrito y Marta López Ramírez.

    Antonio soto ruiz de Valdepeñas
    “No te olvidaremos nunca”

    Querido Antonio, padre y marido, hace ya diez años que nos dejaste. Parece mucho tiempo, pero, en realidad, no es nada. Seguimos recordándote. No hay día en el que no hablemos de ti en casa.  
    Han pasado muchas cosas. Se han casado dos de nuestros hijos y ya somos abuelos. Seguro que tú, desde el cielo, verás a las nietas que tenemos. Se llaman Lola y Mariam. Son preciosas. Y ya saben quién es el que está en la foto del salón o mesita de noche. Les hemos explicado quién es su abuelo, cómo era su forma de ser y sus bondades y todo lo que le hacía ser un gran hombre.
    Aquí te recordamos, como te he dicho antes, día a día.
    Tus hijos no te olvidan. Son buenas personas y, también, muy trabajadores, una característica que han heredado de ti, su padre.
    Te pido, por favor, que, desde dónde estés, nos ayudes a seguir hacia delante. Necesitamos sentir que sigues con nosotros.
    Te marchaste en el día de Reyes. A ti te gustaba mucho ese día, todo lo preparabas con mucho esmero e ilusión. Aunque, en un principio pensé que sería un día triste y que dejaríamos de celebrar, todos nos hemos esforzado en celebrarlo con alegría, como a ti te gustaría. Compro el tradicional roscón y vienen nuestros hijos y tus hermanos y todos pasábamos un buen rato juntos, acordándonos de ti. Te queremos.
    Por María Isabel Ruiz Fuentes.





    Maika Cano Expósito de Jaén
    “Descansa en paz, hermana pequeña, única hermana mía”

    Cuando mi hermana Mayka se levantó, ya sin fuerza para despedirse siquiera de su cuarto y sus libros, de su mundo pequeño, y bajó las escaleras para no volver a subir nunca, después de una madrugada terrible de insomnio y de trombosis, de perros aulladores que todavía maldigo por si ella los oyó, me dijo que pusiera la televisión para saber si había tenido suerte con la lotería de Navidad. Era la mañana del 22 de diciembre de 2010, y expiraría en “su sofá”, bellísima y amada, libre ya del abrazo de su cáncer, a pocas horas de ese arrebato de curiosidad y optimismo que, como todos sus gestos, hablaba de vivir. Y de esperar.
    Hacía algunas semanas que sus palabras eran las últimas. Yo lo sabía desde que su vientre se convirtió en el síntoma desmedido de una metástasis que nada ni nadie pudieron detener; cuando el cansancio de arrastrar la vida —más que de habitarla— le mermaba la voz —y la existencia—, aquella inolvidable voz tan suya que, veinticuatro horas antes, me preguntaba por teléfono si sería su noche final y que encontró, de nuevo, una torpe mentira piadosa como respuesta. Torpe y trémula frente a tanta pregunta.
    Fueron casi cinco años de lucha, de casi no notársele, y me “acostumbré” a su enfermedad padeciéndola con ella, a escala pobre y solidaria, hasta acabar pensando que, después de todo, conquistaría al menos una edad suficiente como para morir lejos de la plenitud que entonces, increíblemente, desbordaba. Acompañarla en su padecimiento, en la blanca inquietud de las consultas, en los pesados hospitales, fuera y dentro de España; asistir a sus lecciones de dignidad y entereza a la hora de escuchar el fallo inapelable de los resultados; compartir con ella los pocos momentos de distensión que la vida le concedió a partir de 2006 y hasta “jugarnos el tipo” para que conociera a uno de sus ídolos —Sara Montiel, a quien nunca agradeceré bastante la generosidad— en su ático madrileño de Núñez de Balboa son, ahora, una colección de recuerdos que he encuadernado en la memoria para, a cada minuto, aliviarme la pena repasándolos.
         Como los genios del arte, las personas prudentes, iluminadas por la luz de la inteligencia y la verdad, no deberían desaparecer nunca. Mi hermana Mayka estuvo entre estas y, sin esfuerzo, ha dejado una obra inacabada que no encuentra ya más que principio: la de la vida de aquellos que la amamos y que, hoy, masticamos sin ganas la realidad de conformarnos con su eco atragantándonos de lágrimas, poniéndonos de frente ante el misterio de no ser para acercarnos a su lejanía. Su madre, su barrio —más viejo sin ella—, sus amigas y amigos, mi casa toda y su casa, quienes tanto queremos sentirla aún, llevamos el privilegio de su mirada en los ojos; celebramos su sencillez con nuestro vacío, simple como sus pocas y colmadas ambiciones, o abrazamos su ropa hasta exprimirle la fragancia en estos cuerpos que, algún día, lo mismo que ahora el suyo, lindarán con mucha sombra definitiva.
         Le debo un libro de poemas que comencé y al que —porque aún dolía mucho su dolor— le busqué un sitio sin llave para recuperarlo, pero ni un solo verso mío con la edad de su muerte le es ajeno. Eterna, como su mejor sonrisa en las fotografías, la impresencia de Mayka hay que llenarla con la alegría de su rostro póstumo, de su suave tránsito, a pesar de los días que, como la última cuesta para una procesión, ponen un peso insostenible de madera maciza en nuestra sangre. Descansa en paz, hermana pequeña, única hermana mía.
    Por Javier Cano.

    José Gutiérrez Gálvez de Andújar
    “Profesó una gran fe a la Virgen de la Cabeza”

    En estos días de bienvenida al año nuevo se nos ha ido José Gutiérrez Gálvez. Hombre afable, cordial y amante de su pueblo, de su sierra y de la Virgen de la Cabeza. Pepe Gutiérrez había nacido en Andújar en 1927. Como a tantos de las generaciones de aquellos años, la Guerra Civil marcó su vida. Contaba que, desde el Toledillo, veía bombardear Andújar cuando era un muchacho. En la posguerra comenzó sus estudios de Bachillerato, estudios que tuvo que dejar para ayudar a su padre en el comercio de tejidos. Con el tiempo regentó el comercio de Tejidos San José y Creaciones Josan dedicado a la confección de vestidos de comunión.
    Casado con Josefina de Medio, enviudó. Después, se casó con Rosa Sánchez Moya con quien tuvo dos hijos, José y Jesús. Pepe Gutiérrez fue un hombre de su pueblo. Le gustaba la calle por su carácter social, la caza y el deporte, sobre todo, el fútbol, llegando a jugar de portero en el Iliturgi. El mundo de la caza le hizo conocer la sierra de Andújar, sus veredas, sus portillos, sus parajes más diversos. El empresario Antonio Chamocho le puso su nombre a uno de sus puestos en la montería.
    Sobre todo, su amor y pasión fue la Virgen de la Cabeza. Tuvo el honor de ser andero en la primera salida de la Virgen tras la Guerra Civil. Trabajó incansablemente en la organización de la Recoronación de 1960. Fue fundador de los Caballeros Servidores, algo que llevaba con orgullo. Fue un auténtico cofrade, siempre con la Virgen, al margen quedaba todo los demás, tanto que la Cofradía Matriz de la Virgen de la Cabeza lo nombró cofrade distinguido en 2003. Las banderas de la cofradía con crespón negro estuvieron presentes en su adiós en la parroquial de Santa María.
    Por Juan Vicente Córcoles.