Hasta siempre

Francisco Ruiz Rus de Baeza
“Nos dejó sin ruido, sin querer, adiós Francisco”

¿Dónde están las cervezas que me prometiste? ¿Dónde ese fin de semana en Sevilla con mi hermano? ¿Dónde está ese partido que le aseguraste a José Antonio Reyes en el estadio Vicente Calderón? ¿Dónde está esa cena que tú mismo aseguraste a Isidro Escoz en la Cadena Ser? Nada, que has pillado la bulla de irte sin una buena despedida.

    24 jul 2011 / 10:21 H.

        Aún recuerdo entre una riada interminable de lágrimas las tardes y las noches jugando en el paseo con tu balón de reglamento hasta que venían los policías cuando viniste de Getafe y te hiciste baezano. Conociéndote, no podía ser de otra manera, viste que era julio, mes de vacaciones y oye ¿por qué no remojarse en la otra orilla?
    En la orilla interminable de la otra vida, en ese mar donde a veces los nuestros nos esperan con los brazos abiertos y esta vez, amigo Francisco, ¡menudas vacaciones vais a disfrutar padre e hijo!
        Lo que no te perdono es que te hayas ido sin cumplir lo prometido, no lo olvides, me lo debes y un fuerte abrazo mi querido amigo, donde quiera que estés.

    Por Antonio Lorite
    Baeza


    Virgilio García Rodríguez-Acosta de Jaén
    “La sencillez y humanidad de un gran médico”

    Al fallecimiento de Virgilio no me puedo resistir a hacer unas reflexiones que sirvan para tener un recuerdo emocionado y sincero hacia su memoria, que estén alejadas de todo aquello que signifique ostentación, jactancia o vanagloria hacia su persona, pues Virgilio era una persona sencilla y discreta, al que no le gustaba ningún tipo de  magnificencias, ni arrogancias.
    Pero la sencillez y la discreción de una persona en ningún modo están reñidas con el reconocimiento, el cariño y el recuerdo, que quiero transmitir por medio de estás líneas, que van destinadas exclusivamente a su persona y que en vida en contadas ocasiones se pueden expresar.
    A los que, en cierto modo, vivimos de la palabra y de la pluma no nos resulta difícil, en la mayoría de los casos, escribir algo de determinada persona, en algunos momentos de su vida, o tras su fallecimiento, pero este no es el caso, dado el parentesco que me unía con Virgilio, padre de mi mujer y, por tanto, abuelo de mi hija. Pero convencido de ello, y a sabiendas de lo complicado que puede resultar en estos casos, decir algo de alguien al que le has tenido y le tienes un afecto especial y admiración, para no desnaturalizar el carácter objetivo de mis sentimientos, quiero destacar de Virgilio las grandes cualidades de las que ha hecho gala a lo largo de su vida, como buen profesional de la Medicina, buen padre de familia, buen esposo, buen cristiano y como buen ciudadano, honesto, leal, sincero, bondadoso, cargado de humanidad e infatigable trabajador hasta fechas relativamente muy recientes, en que decidió jubilarse de forma definitiva para, en plenas facultades, dedicarse a la caza, a la pesca, al resto de sus aficiones y, cómo no, a su familia, con la que gustaba reunirse y compartir ratos de ocio en la Fuente de la Salud, junto a su mujer, sus hijas, sus nietos y sus yernos. O en aquellas excursiones que organizábamos a la Sierra de Cazorla u otros parajes naturales de nuestro entorno, a los que, en algunas ocasiones, se unían los hijos de sus hermanos Antonio y Fabián. Como médico que fue, quiero destacar su gran entrega y dedicación a la Urología, especialidad que ejerció en Jaén, durante casi 50 años, tanto en su consulta privada de la calle Reyes Católicos, como en la residencia sanitaria Capitán Cortés, ambulatorio de la Virgen de la Capilla, sanatorio Cristo Rey, Dieciocho de Julio y, con anterioridad, en otros tantos centros médico-quirúrgicos que, por mi edad, no sabría relacionar. En todos ellos, atendió a miles de pacientes, a los que trataba con una gran humanidad, con entrega, con dedicación, con generosidad y poniendo siempre sus profundos conocimientos de la ciencia médica al servicio del paciente. No se me puede olvidar la magnífica atención que, en su día y cuando aún no teníamos relación parental alguna, dispensó a mi padre, al que estuvo tratando durante bastante tiempo de una severa enfermedad urológica, de la que llegó a curarse, qué duda cabe, por el empeño y la dedicación que invirtió en ello, sin horas, sin días y en donde fuese necesario visitarle, aplicando, en todo caso, todos sus conocimientos, todo su cariño y toda su entrega, siendo esta la forma de proceder con todos sus pacientes, sin excepción alguna.
    Como padre de familia, Virgilio supo educar y encauzar a sus seis hijas por el camino recto de la vida, trasmitiéndoles los valores más esenciales que deben estar presentes en toda persona, e inculcándoles en todo momento principios tan importantes como el trabajo, la responsabilidad, la honestidad, la discreción y el respeto a los demás. Su esposa y sus amigos también estuvieron siempre muy presentes en su vida. Virgilio siempre fue un esposo ejemplar, en el más puro sentido bíblico de la palabra, y un gran amigo de sus amigos; con ellos compartió sus inquietudes espirituales, durante un tiempo, de la mano de un gran sacerdote, don Manuel Caballero, y sus aficiones culturales y deportivas, que compaginaba con el ejercicio de la Medicina.
    En fin, se nos ha ido un gran hombre, después de haber sufrido una larga y penosa enfermedad, que supo llevar con toda dignidad, entereza y resignación, y se nos fue precisamente en el hospital en donde tanto tiempo dedicó su vida a los demás, acompañado de algunos de sus compañeros, de sus hijas y de los médicos que con tanto cariño le trataron hasta última hora.
    Ahora nos queda el consuelo de que ya descansa en paz, en la verdadera vida, junto al Padre, que es la máxima aspiración que puede tener una persona de profundas convicciones religiosas como Virgilio.
    Por Javier Carazo Decano del Colegio de Abogados de Jaén


    Rafael Tajuelo Ramírez de Andújar
    Un iliturgitanio que hizo su vida en Alemania

    El pasado 14 de julio se nos fue Rafael Tajuelo. Había nacido en 1938, un año decisivo para la Historia de España, en el que los españoles estábamos arreglando nuestros asuntos en el campo de batalla. Así pues años difíciles para aquel bebé, niño y joven. Tras aprender lo más elemental en aquellas escuelas de posguerra, hubo que trabajar para levantar a España e ir cerrando heridas poco a poco. Rafael se puso a trabajar en la gasolinera de la Puerta de Madrid, junto al Bar “El Turis”, junto a su hermano Eugenio, una gasolinera que hoy regenta su sobrino.
        Había un Plan Jaén que comienza a actuar pero que hace que nuestros pueblos, nuestra provincia no despeguen y Rafael, como tantos andaluces se suman a la emigración a Alemania. Allí se traslada en 1963, concretamente al pueblo de Bad Salzuflen, al sureste de Hannover, y allí se hará de una nueva vida, a la que le cuesta adaptarse, pero había mucho trabajo en una Alemania herida por la II Guerra Mundial. Se fue con un contrato de un año y allí se quedó toda una vida. Primero trabajó en una fábrica de muebles y luego en una relacionada con la manufactura del metal.
    En 1965 regresa a Andújar para casarse con Maruja Vacas, su novia de siempre. El matrimonio regresa a tierras germanas. Allí nacerán sus hijos María Dolores, Rafael y Susana. La vida en Alemania se hace más apacible con los compatriotas en el Club Español, donde se comenta todo lo relacionado con España y se saborea algún que otro producto tradicional. Se nos fue Rafael un apacible día de julio. A todos los que lo conocimos nos queda su imagen.
    Por Juan Vicente Córcoles


    Juan Guedeja-Marrón Guerrero de Jaén
    “Hubo una vez un padre”

    Hubo una vez un papá, que al menos, por ahora, nunca terminó de marchar. Cuando le veo en la foto, aún me parece estar aquí, cerca de mí. Vivo. Le miro, le sonrío, le hablo, le doy los buenos días, las buenas noches y le tiro besos. Le cuento mis miserias y mis alegrías. Él me mira fijo, observador. Su calada del cigarro a punto de ser devorada y bajo él, mi tabaco, su ansiado tabaco…
    Hubo una vez un papá que nunca terminó de irse. Mi corazón, mi alma, todo mi ser, me dicen rebelándose que no es verdad, que sigue aquí, incombustible, fuerte, como siempre fue. Imperecedero. Invicto. Siempre cercano, atento a mis chistes, buen conversador, amable y bueno. Protector, eternamente protector. Con él me sentí siempre, a pesar de sus errores y fallos, protegido, querido e importante. Ahora, solo me siento un poquitín más vulnerable, pero solo eso... Pasará. Eso creo.
    Hubo una vez ¡un papá de película!, fuerte, bueno, masculino y viril. Mi referente. Me enseñó mucho, demasiado. Mucho de lo que soy y sé es suyo. Casi todo yo. Hubo una vez un padre al que le digo que no soporto esta soledad, que no me acostumbro y acomodo, que me muero cuando le veo en la foto, expectante y esperando no sé bien el qué. Que me siento herido y solo... Pasará, o eso creo. Cientos de recuerdos, de momentos y de anécdotas me zarandean a lo largo del día, a veces de repente. Y con sabor amargo intento zafarme de ellas, las más sin conseguirlo.
    Hubo una vez un papá que me cogía en brazos y me echaba tretas y olía a “Baron Dandy”, bien, muy bien y llevaba los puños de las camisas remangadas y tenía los brazos y las manos fuertes y jugaba conmigo y me enseñaba y me escuchaba y satisfacía mis sueños y roncaba y tosía y cocinaba y disparaba bien, muy bien y conducía y disfrutaba en las comidas y hacía una excelente horchata, como siempre lo hacía todo, bien, muy bien.
    Hubo una vez un papá que se equivocaba pero que en seguida pedía perdón y se arrepentía de veras (también él era humano a pesar de su añorado planeta Icxian).
    Hubo una vez un papá que soportó demasiado y que nunca se quejó abiertamente, solo a mí y yo le escuché, creo que siempre. Hubo un papá enamorado de la “coca-cola” y de sus padres y de “Cheva”, de su esposa y de sus hijos y también del “Pedro” y de sus recuerdos.
    Hubo una vez un padre de quien me despido por las noches, le rezo y le doy los buenos días con un suspiro cansino: “…mi pobre padre.”
    Ahora, solo me siento un poquitín más vulnerable, pero solo eso.
    …Pasará o eso creo.

    Por Juan Manuel Guedeja-Marrón y Liébana

    Ángel Valderrama Blanca de Torredelcampo
    Un cantaor de voz  grande y poderosa

    El cantaor Ángel Valderrama,
    hermano de Juanito Valderrama, y un referente del cante flamenco, por el profundo conocimiento que tenía de este arte, falleció en Málaga a los 83 años, donde residía desde hacía tiempo. Ángel Valderrama nació en octubre de 1928 en Torredelcampo. Hizo sus primeros pinitos en el mundo del flamenco con su hermano Manolo, en 1953, junto a Pepe Palanca, para seguir con Canalejas de Puerto Real, Angelillo, la Niña de la Puebla y Pepe Marchena, entre otros cantaores, en giras por toda España. En 1957, comenzó a trabajar con su hermano Juan Valderrama, con el que permaneció varios años. En 1961 se trasladó con su familia a Málaga, ciudad en la que compartió escenario con artistas de la talla de la Niña de la Puebla, Fosforito, Enrique Montoya, Curro de Utrera, Niño de la Huerta, Camarón de la Isla y
    la Paquera de Jerez.
    Fue asiduo de las ventas malagueñas, primero en los establecimientos de Ciudad Jardín y, luego, en las de los Montes, a las que acudía noche tras noche junto a Agustín de las Flores, “El Galleta”, Antonio de Canillas, Agustín Núñez, Pepe de la Isla, Niño de Bonela, Domingo Lora, Antonio de Ceuta, los Hermanos Tiriri, María la Faraona y Pepito Vargas. Otra importante faceta de Ángel Valderrama fue su disposición para actuar desinteresadamente en actos benéficos y homenajes a compañeros. Su última salida al escenario fue en 2001, dentro del Festival Flamenco Juan Valderrama de su pueblo Torredelcampo, ya aquejado de una enfermedad pulmonar que le hizo rendirse. Siempre será recordado por su buen hacer y el poder de su garganta. Otra virtud de Ángel Valderrama fue la de actuar siempre que se lo solicitaban, desinteresadamente, en actos benéficos y en homenajes a sus compañeros.

    Por Ignacio Frías