Hasta siempre

Antonio Pulido García de Andújar
“La Morenita te tiene ahora más cerca”

Parece que fue ayer, pero hace ya un año. Este abril con olor a jara y romero la sierra notará de nuevo tu ausencia y La Morenita, que te escogió como uno de sus primeros carreteros, te tiene ahora más cerca. Antonio Pulido García fue una de las personas que promovió la subida al Cerro del Cabezo en carreta.

    24 abr 2011 / 10:22 H.

    Hace de ello unas dos décadas aproximadamente. Él fue el responsable de la formación de la peña Las Carretas, la primera de la caravana que desfila cada año en dirección a la Basílica Menor de Andújar, en el corazón de Sierra Morena. Ya en las últimas romerías sus amigos romeros quisieron rendirle un homenaje. Por ello, dejaron en el Arroyo del Gallo un ramo de flores y dejaron este poema: “En la noche abrileña/ salía a dar un paseo, y me quedé extasiado/ al echar la vista al cielo. Vi una carreta blanca/ guiada por una estrella/ iba surcando los cielos/ buscando a la Virgen más bella/ Me pregunté: ¿Quién será el carretero que va guiado por esa estrella?/ Es Antonio Pulido,/ el precursor principal de la subida en carreta,/ que ahora está al lado de nuestra Virgen romera./ Vi a La Morenita/ bailando por sevillanas/ y los ángeles detrás iban tocando las palmas./ El Niño cogió un tambor/ y a su madre jaleaba/ y la Virgen se reía/ mientras le taconeaba/ ¿Estaré soñando esto? Pensé al bajar la mirada/ y hallé un clavel, en el suelo que al recoger me recitaba: La Virgen de la Cabeza/ feliz está en su morada/ y todo el cielo celebra/ el día de la llegada de Antonio/ el carretero más romero de España. Ahora el camino que él abrió siempre guardará, en cada tramo, un recuerdo de Antonio.
    Por Manuel P. G. y la Peña Romera Las Carretas

    Juan Cerezo Acevedo de Lopera
    Era una excelente persona, trabajador y generoso

    El pasado día 13 de febrero fallecía, a los 76 años, el loperano Juan Cerezo Acevedo y no pasa ni un sólo día sin que sea recordado por sus familiares y amigos, pues, ante todo, era una excelente persona, trabajadora y emprendedora que se desvivía por el bienestar de su familia. Juan fue el más pequeño de 5 hermanos (Isabel, Felipe, Francisco, Catalina y Juan) y sus padres fueron Juan Cerezo Valenzuela e Isabel Acevedo Chiquero. Los tres años de Guerra Civil Española los pasó con su familia entre Torredonjimeno y Jaén.
    Sus estudios los realizó en el Colegio Francisco Giner de los Ríos. Muy joven comenzó a trabajar en la Cooperativa La Loperana descargando costales de trigo durante el verano. El servicio militar lo hizo en Facina, pueblo vecino a Tarifa, donde estuvo de mozo del coronel y este le ofreció quedarse a trabajar con él para toda la vida, pues lo quería como a un hijo. Después, se marchó a Barcelona con su hermana Catalina, donde trabajó en la seda e iba andando hasta el Prat para no gastar dinero.
    No pasó mucho tiempo en tierras catalanas, ya que no se adaptaba y regresó a Lopera en busca de sus animales y de su novia y, sin avisar a su familia, compró una manada de cabras y no tenía donde darles cobijo. Entonces, a su padre no le gustó que las metiera dentro de su hogar y su hermano Francisco salió en su defensa para que siguiera trabajando en lo que a él le gustaba: sus animales. En el año 1962, se casó con la mujer de su vida, María Josefa Rueda Molina, y fruto de su matrimonio nacieron tres hijos: Isabel, Juan y Antonia. El resto de su vida se ofreció por completo a su familia y al cuidado de sus cabras y vacas. Más adelante, compró varias fanegas de tierras y se dedicó a sembrarlas de algodón, siempre ayudado por su esposa y sus hijos. Disfrutó mucho el día que su hijo Juan inauguró su tienda de muebles y fue un gran asesor de todo lo que adquiría su hijo Juan, con el que tenía una unión especial.
     Dentro de sus aficiones, le gustaba mucho el cuidado de los palomos zuritos y, con el dinero que sacaba de venderlos para el tiro pichón, le llegó a comprar a su mujer una máquina de coser y un frigorífico. También le gustaban los colorines y canarios y llegó a tener en su casa un voladero de pájaros tropicales. Dos días antes de morir, su hija Isabel le llevó un canario al hospital y le dijeron: “¿Para qué quieres este canario tan feo? Y dijo: “Más feo era Valderrama y mira qué bien cantaba”.
    Fue un gran devoto de Santa Ángela de la Cruz y de San Isidro, del que llegó a ser hermano mayor. Le apasionaba charlar con sus amigos, entre ellos, estaban Gonzalo Melero, Diego Alcalá, José Alcalá “Pepín”, Joselillo “el conchuo”. Fue un gran colaborador del cronista oficial en la recuperación de la historia y las tradiciones de Lopera, ya que tenía una prodigiosa memoria. No tenía nada suyo, todo lo compartía y les enseñó a sus hijos el tratar a todas las personas con el mismo respeto. Conoció en vida a sus tres nietos (Juan, Joaquín y Beatriz) con los que le gustaba jugar y pasar buenos ratos, aunque su ojito derecho era su nieto Juan. Fue una persona que no era rencorosa, pues una mala acción siempre la devolvía con una buena. Fue un hombre muy querido y respetado en el pueblo, amigo de sus amigos, de los cuales presumía de tener muchos. Su memoria permanecerá siempre viva en el recuerdo más íntimo de todos sus descendientes.
    Por José Luis Pantoja

    Carmen Medina Martos de Puente de Génave
    Profesora de escuela y de la vida

    Hoy quiero tener un recuerdo muy especial para mi primera profesora, una maestra de toda la vida que trataba de enseñar conocimientos, pero que se implicaba en los valores de sus alumnos y en su formación como personas. Doña Carmen supuso para mí la imagen de mi estancia en el colegio, pero no quiero decir ese año, sino durante toda mi vida escolar. Doña Carmen fue una señora que nos infundió respeto, una mujer que con solo mirarla te dabas cuenta de que la vida significaba otra cosa, que esas broncas de nuestros padres eran simples arañazos comparados con las miradas de una profesora que cada día que pasaba me alegraba más de lo que me estaba transmitiendo, y que, con el paso del tiempo, me siento más orgulloso de haberme topado con una docente con ese carácter. Era una mujer a la que el tiempo le ablandaba el corazón, pero que esa mirada suya era como una gran bofetada a la que no podías pasar un día sin poderla observar.
    Hace un año que falleció y son muchas las generaciones de la Sierra de Segura que la recuerdan. Hace más de tres décadas, cuando yo tenía cinco años, entré por primera vez en su clase. Llegaba con la ilusión del niño que acude el primer día a la escuela. Otros compañeros lloraban. Yo solo recuerdo que ese día conocí a la que, durante tiempo, fue como nuestra segunda madre. Se nos fue doña Carmen, se nos fue nuestra primera maestra. La recordaremos por muchas cosas, por su manera de enseñar, por la forma de mandar que nos calláramos, por esa mirada penetrante con la que infundía un gran respeto, pero la recordaremos, sobre todo, porque somos una parte de ella.
    Por Joaquín Castillo

    Francisco Poyatos González de Carchelejo
    Sensible y cabal, un señor de Carchelejo

    Hace pocos días falleció, a los 94 años, Francisco Poyatos González, “Francisco Poyatos”, como le conocían sus convecinos de Carchelejo.
    Quizás a los más jóvenes de este municipio de Sierra Mágina les indique poco el nombre, pero, sin duda, resulta íntimo y familiar, a la par que entrañable, para todos los demás. Inmediatamente, vendrá a su mente la imagen de una persona de tez clara y aspecto grave, vistiendo traje y sombrero, con gafas oscuras (hiciera o no sol), caminando, con los brazos recogidos en la espalda, plaza arriba y plaza abajo, cual si la midiera en pasos precisos: a veces con sus compañeros y amigos, otras, solo y, cada vez que las circunstancias lo permitían, con su esposa, Rosa, o sus hijos, su más preciada compañía; o la de la misma persona sentada en su puerta de la plaza, como centinela amable a quien todos saludaban. O en épocas más lejanas, cuando estaba laboralmente activo, la de la persona a quien acudían para que les redactara algún documento, o les diera algún consejo, o resolviera alguna gestión municipal (fue durante mucho tiempo funcionario del Ayuntamiento), o en quien depositaban su confianza en temas de dinero (también dirigió la sucursal de la Caja de Granada en la localidad) e, incluso, los más veteranos le recuerden, entonces muy joven y sin muchas responsabilidades, tirando cohetes o soltando globos en las fiestas del pueblo o en alguna representación teatral de las que entonces se prodigaban.
    Este puede ser un flash (uno entre otros) de la persona que nos acaba de dejar. Es difícil sintetizar en unos párrafos la vida y caracteres de cualquier ser humano, pero mucho más en el caso de Francisco Poyatos, tan rico y complejo fue el personaje. Aunque, en este caso, la dificultad de la tarea se ve largamente compensada con lo agradable de la misma, pues no paran sino de aflorar gratísimos recuerdos y pasajes a quienes la acometemos.
    Uno de sus aspectos sobresalientes fue su extraordinaria sensibilidad, que se manifestó en todos los órdenes: su amor por los animales y por la naturaleza en general (fue un ecologista adelantado a su tiempo); su afición por la literatura, lo que, unido a su magnífica memoria, le convertía, en muchas ocasiones, en trovero de las más variadas piezas de nuestros clásicos (cuántas veces no se ponía a recitar entre sus íntimos, sin ningún fallo, pasajes enteros de “El Quijote”, o de “La venganza de Don Mendo”, o poemas de Santa Teresa, o de Jorge Manrique); su pasión por la música, que le acompañó y deleitó hasta los últimos días de su vida.
    Igualmente, fue notorio Francisco en generosidad y altruismo frente a los demás, tanto en su vida privada como en los puestos frente al público que desempeñó. Siempre ayudó cuanto pudo a los demás, de manera desinteresada y, sin discriminación, sin mirar la bolsa o la ideología de los beneficiarios, aunque estos fueran, en la mayor parte de los casos, como es lógico, los más débiles o desfavorecidos.
    Descolló también en sencillez (nunca se vanaglorió de nada ante nadie), en profesionalidad y en honradez (ningún fallo o desliz, ningún reparo u objeción en su dilatada carrera profesional) y en capacidad de sacrificio.
    Pero entre todos los caracteres de Francisco Poyatos, siendo relevantes los ya citados, debe ensalzarse y enfatizarse su extraordinario amor a su familia: a su esposa, Rosa Díaz Cazorla (fallecida el 13 de noviembre de 2008), que tanto le amó, a su vez, y cuidó y ayudó,  y a sus cuatro hijos. Fueron todos ellos el motor de su carrera y la meta misma, su verdadera afición. Con connivencia y complicidad de Rosa, sin la que no hubiera sido posible la empresa, dedicó todo su esfuerzo y energía para que sus hijos adquirieran cultura y conocimientos que les permitieran valerse por sí mismos, en la idea de que más que los bienes o elementos materiales, lo que importa es el capital humano. Y lo consiguió, y lo vio. Trató siempre de insuflarles e imbuirles de principios éticos como rectores de su conducta y mantuvo entre ellos una autoridad basada, no en el despotismo, sino en el amor y el prestigio moral, en un ambiente de absoluta libertad intelectual en donde ningún tema era tabú.
    Este es, a grandes trazos, a la fuerza incompleto, el perfil de la persona que nos acaba de dejar, Francisco Poyatos, un hombre sensible y cabal, un señor de Carchelejo, a quien muchas personas (y algunos paisajes, incluso) echaremos de menos, aunque siempre pervivirá en nuestra memoria. Que descanse en paz.
    Por su hijo, Enrique Poyatos Díaz.

    JOSÉ MARÍA HERNÁNDEZ ALEGRÍA de El Milano (Salamanca)
    “Debemos sentir su ejemplo de vida”

    ¡Qué duro es hablar de un amigo, de un compañero, de un trabajador incansable, de una persona tan querida, en estas circunstancias, despertándonos así en la cruel y triste realidad de su pérdida! Sirvan, por lo tanto, estas humildes y sentidas palabras para homenajearle, para recordarle y para desahogar nuestra alma del dolor, del vacío tan grande que nos invade y que vamos asumiendo, incrédulos, en el día a día. Ese día a día que se hace cada vez más duro, que nos devuelve a esta situación que no queríamos asumir, pero que debe hacernos sentir su ejemplo de vida para guiarnos desde su recuerdo y cercanía, porque así queremos sentirlo para siempre, al lado nuestro. Ello nos reconfortará y aliviará. Luchador incansable, nos deja el legado de su trabajo, sensatez, humildad, honradez y de su persona de bien.
    Más de treinta años ha estado trabajando José María en el colegio de Vilches. De entre los que fueron sus alumnos hay empresarios, profesores, médicos, ingenieros, músicos, mecánicos, veterinarios, periodistas, políticos, fontaneros, herreros, restauradores, trabajadores de la construcción o barrenderos, que de todos decía guardar un recuerdo imborrable y de todos hablaba con admiración y orgullo.
    Amigo de sus amigos, persona en la que nos apoyábamos y seguimos apoyándonos, próximo, de los que siempre están ahí, aunque no lo percibas. De labor callada y trabajo constante, fue director del centro durante cuatro años y secretario del mismo hasta la actualidad, durante veinte. A pesar de su entrega en estos cargos unipersonales, siempre los ha querido compartir con la docencia, porque, para él, enseñar quedaba por encima de todo. Te has ido, pero nunca te vamos a olvidar. Un rayo maldito nos priva la compañía diaria del compañero del alma, del amigo, del maestro de maestros, de la persona que pasó por la vida haciendo el bien y, ahora, transita hacia el eterno descanso después de una lucha denodada, valiente, ejemplar, sin desaliento, contra el túnel helado de la sombra más oscura.
    ¿Qué vamos a hacer en las aulas de nuestro colegio, de tu colegio, sin tu sonrisa permanente, sin tu acento castellano, sin esa mirada benévola hecha para transmitir paz, coherencia, esperanza?
    En la soledad de los pasillos, en la Secretaría, en esa que siempre fue tu Secretaría, en tu biblioteca, en las clases en la que impartiste el magisterio de forma sabia, constante, eficaz, seguiremos hablando de ti, de José María, de nuestro gran José María, del compañero, del amigo, del hermano.
    A su esposa, a sus hijas, a sus padres, a su hermana, a su familia entera, a sus queridos alumnos: Se va un gran hombre, una persona entrañable a la que siempre vamos a llevar en nuestro corazón. Desde las alturas, seguro que José María va a seguir velando por nosotros para que la extensión de la herida no se agrande, para enviarnos un soplo de aliento, para ayudarnos a superar la voluntad de vivir.     Un fortísimo abrazo, amigo, no será el último. Descansa en Paz.

    Por Francisco Manuel Jiménez Quesada, en nombre de sus compañeros y amigos, y de la totalidad de la comunidad educativa del CEIP Nuestra Señora del Castillo de Vilches.