Hasta siempre

José Manuel Martínez Sánchez de Jaén
“Tu arte será la mejor compañía de Dios”

Se acaba de cumplir un año desde que os presenté a mi ángel, a ese bello niño que tuve en mis brazos y que vi crecer hasta sus 18 años, a ese corazón noble, a mi guitarrista, motero, a mi guapo.
Pues, como digo, hace un año que nos dejó físicamente, porque sigue estando entre nosotros. Por eso, quiero dedicarte a ti y a los tuyos estas palabras y darte las gracias por haber estado en nuestras vidas, aunque sigues estando y eso es lo que importa.

    14 nov 2010 / 12:07 H.

    Cada noche miro al cielo y me lo vuelvo a preguntar. Le pregunto al Dios que te llevó con él que por qué te apartó de nuestro lado, que por qué te dejó subir.
    Desde allí, les darás fuerzas a los tuyos para seguir adelante. Te recuerdo cuando nos cruzábamos en la escalera y saludabas siempre regalando esa sonrisa, pero con esa timidez que formaba parte de ti.
    Estuve en tu casa viendo tus cuadros.Eras un auténtico artista en todo lo que te proponías, mi niño bello.
    Cuida de tus padres, que son grandes de corazón; de tu hermano, que es tan especial para ti.
    Te fuiste de ese modo. Sin decir adiós a tus seres queridos. Dejaste un vacío inmenso en el corazón de muchas personas. Hoy, desde donde estés, sé que el cielo es tu casa, porque es donde tú te mereces estar. Tu música, tus cuadros y tu sonrisa serán la mejor compañía de Dios.
    Cada paso que doy hacia delante es una mirada atrás buscando tu recuerdo.Hasta siempre, mi niño bello.
    Por María Gómez Muela.

    Pedro Martos Mellado de Jaén
    A nuestro “papa Pedro”, “Periquillo”

    Si tuviésemos que escribir lo más mínimo sobre tu paso por nuestra vidas, sería un libro inmenso, como ese mar al que te encantaba ir acompañado de tus amigos. Si tuviésemos que nombrar algunas de tus innumerables virtudes, no cabrían en ningún diccionario. Si tuviésemos que contar la gente que te ha amado y que te ama, sería la cadena humana más grande jamás contemplada. Pero no hace falta escribir ningún libro, redactar ningún diccionario, ni unirnos todas esas personas para hacer una cadena. Quien ha tenido la suerte de compartir contigo un solo segundo, ha sabido saborear lo mejor de ti, porque eras transparente. Con solo mirarte derramabas sabiduría, vida, historia, penas, alegrías… A tus 93 años (este 13 de noviembre hubiesen sido tus 94), tu piel y tus ojos han vivido y han visto casi un siglo entero, que se dice pronto. En todo ese tiempo has creado una familia, una enorme piña que no tendrían hilos cosidos sin el amor, el respeto y la tolerancia que siempre nos has entregado.
    Sí, amor con mayúsculas, eso es lo que nos has regalado siempre. Respeto hacia todos nosotros, nunca has juzgado. Si algo no compartías, callabas o dabas tu humilde opinión, pero jamás juzgabas, jamás has impuesto tus ideas.
    Nunca has reñido (bueno, sí, alguna que otra vez, como cuando iban los “chiquillos” a la huerta, tu huerta a coger alguna que otra haba, algún que otro tomate, más de una granada…) Todos esos “chiquillos”, hoy hombres, han llorado junto a todos nosotros tu pérdida. Y tolerancia. Una vez alguien te preguntó qué había que hacer para llegar a tu edad y llegar así de bien y tu respuesta no se hizo esperar: “No discutir con nadie”. Eso y mucho más lo hemos aprendido de ti, lo hemos “mamado” de ti, como esa leche con la que alimentaste a una familia numerosa, humilde, pero unida con unas fuertes cuerdas, con unas irrompibles cadenas, tu amor.
    Podríamos estar escribiendo horas y horas, pero sería interminable. Sólo nos quedaremos con una frase que escuchamos unas horas después de tu marcha. Alguien dijo: “Lo que más envidio de este hombre, de Periquillo, de “papa Pedro”, es, cómo en su despedida todos los corazones que lo han acompañado han llorado su pérdida, han derramado unas lágrimas que esperamos te acunen allá donde estés al igual que te acunaba ese inmenso mar que al inicio de estas palabras hemos nombrado.
    Has hecho honor a una célebre cita: “El día que tú naciste, todos reían y tú llorabas. Vive de tal manera que cuando tú mueras, todos lloren y tú rías”.  Y así ha sucedido.
    Allá donde estés cuida de toda esta familia que nunca, a pesar de ser ley de vida, nos acostumbraremos a tu pérdida y llévate un simple gracias por haber estado ahí, por haber entregado tu vida a tus cuatro generaciones y un “te queremos” escrito en colores dentro de ese tablero de parchís que tantos buenos momentos te ha dado. Gracias “papa Pedro”.
    Por tus cuatro generaciones.


    ANTONIO MARTÍNEZ MARTÍNEZ de Linares
    Homenaje a un hombre bueno

    El día 9 de junio de este año perdí a mi padre, a los 86 años de edad, de un tumor cerebral. Hacía un año que se lo habían diagnosticado, pero sus ganas de vivir han hecho que, aun sin luchar para intentar curar en cierta medida su enfermedad, siguiera con su vida normal dentro de lo posible para no molestar, al contrario, él era quien nos confortaba para que no sufriéramos por algo que él veía natural dada su avanzada edad.
    Para mí ha sido una gran pérdida, pues siempre ha estado a mi lado durante 52 años. Ni un día he dejado de verlo, de oírle, de disfrutar de su presencia. Yo era la niña de sus ojos, nunca me ha defraudado, me ha ayudado en todo, y cuando se jubiló, su tiempo libre, lo dedicó por entero a mí y a sus nietas, sin olvidarse, por supuesto, de mi madre y de sus otros dos hijos y nietos. Pero su relación conmigo era especial. El decía que no podía vivir sin verme, por lo que nos conocíamos a fondo. Además de padre, siempre lo he visto como mi mejor amigo. Por eso lo echo tanto de menos.
    Mis hijas adoraban y adoran a su abuelo. Él se definía como el “tío mañas”, pues no había nada que él no supiera arreglar. Mi padre era, simplemente, un hombre bueno, honesto, trabajador y generoso. Por eso su muerte no sólo me afectó a mí, sino a todos los que han tenido la suerte de ser su amigo.
    A todo el que le ha pedido ayuda, él se la ha dado, no sabía decir “no” o “no puedo”. Ha amado tanto su profesión de minero que sus últimos recuerdos que nos contaba, con su lenguaje casi que no entendimos, eran sobre su vida como minero. Me ha enseñado tantas cosas, como por ejemplo que en la vida lo único importante es el amor, a disfrutar con las cosas pequeñas, a ser agradecida siempre. A pesar de tu pérdida, mi alma está tranquila y confortada con tu presencia. Aún siento cómo besabas mi frente o me silbabas al entrar en casa. Y es que cuando la conciencia está tranquila, porque te he cuidado hasta el final, la alegría de tener un ángel como tú me llena de paz. Te he querido, te quiero y te querré siempre, igual que tus nietas y tu yerno. Nos has dejado una huella tan grande que siempre estarás en nuestro corazón.
    Por tu hija, Maty.

    Miguel Torres Godoy de Canena
    “Nos revelamos ante la hiel del desamparo”

    De haber sido un entierro al estilo anglosajón habría habido una fila interminable de personas delante de su féretro dedicándole las últimas y agradecidas palabras que de tantos merecía. Habríamos tenido la oportunidad de expresar nuestra admiración y devolverle en alabanzas una parte tan sólo de lo que alguna vez nos regaló, reunidos como estábamos en “su iglesia y su plaza” a rebosar, convocados bajo la luz de una tarde de noviembre por el poder de su concilio, de su concordia más allá de ideologías, de la edad, del egoísmo. Cuando alguien de la talla de Miguel Torres nos deja, así, tan de repente, así tan necesario, sentimos el frío de la orfandad limándonos los huesos. 
    Nos revelamos incrédulos ante la hiel del desamparo y, sin poder evitarlo, repetimos una y otra vez aquello que de excepcional le vimos, como si de un conjuro se tratara para no perderle nunca, para perpetuar entre nosotros la sabia sensatez de su tenacidad más persuasiva, para imitar y aprender su gesto unánime, su protección, su bondad, su capacidad de dirigir sin enemigos.
    Miguel fue profesor y secretario del Instituto Santísima Trinidad de Baeza, donde cursó sus estudios, cumpliendo así uno de sus sueños, según me confesaba el día en que lo nombraron miembro del departamento de Geografía e Historia. Hablar de su capacidad en todo aquello que emprendía, de su honestidad a la hora de cumplir con su trabajo y la gestión de las cuentas públicas, de su falta de reproches cada vez que le decepcionaban las actitudes más mezquinas y derrotistas; seguir el ejemplo de su respuesta siempre generosa, del respeto de sus alumnos, del detalle continuo para todos y cada uno de quienes tenían el privilegio de convivir con su entusiasmo; recordar todas y cada una de las lecciones que de él aprendimos, debiera ser la forma de salvarlo del silencio y el olvido, la mejor actitud para sembrar y cultivar la humanidad de su legado, el modo más firme de tenerlo entre nosotros, la manera más segura de que nada de lo que hizo fuera en vano.
    Después de su familia, su pueblo fue la razón más poderosa de su vida, su objetivo final, su empresa diaria. Todas las iniciativas y proyectos que emprendía, todas las preocupaciones, todos los desvelos, empezaban y terminaban en aquella comunidad que hizo suya persiguiendo el bien común y la concordia, la unidad, el interés compartido. Hay personas que con su presencia, su actitud y su trabajo, se convierten en la energía y la ligazón del pueblo donde viven. Canena tiene ahora, además de la obligación, la oportunidad de agradecer la entrega y reconocer la valía del más predilecto de sus hijos. Tendrá que ser en un lugar enorme, como enormes fueron la ilusión y el saber que repartía.
    Por Salvador García Ramírez,
    director del Instituto Santísima Trinidad de Baeza.


    Su generosidad y compromiso con Canena se truncaron
    Maestro jubilado y empresario, natural de Canena, falleció el 4 de noviembre, a los de 63 años de edad, en su villa natal.
    En el año 1977, y por su destacada labor en la recuperación de las costumbres y tradiciones, así como por la defensa del patrimonio histórico artístico de su villa, fue nombrado Cronista Oficial del municipio de Canena.
    Miguel Torres, fiel a su compromiso con su pueblo, mientras intervenía en una reunión en la que se trataba sobre la unificación de las dos cooperativas de aceite, sufrió una repentina indisposición. La muerte le sobrevino un poco más tarde. De repente, su generosidad, su simpatía, su vitalidad y su compromiso con la crónica de Canena se vieron truncados.
    Hacía poco más de un mes que, acompañado de su esposa, Presentación Herrera, participó en el “Encuentro Provincial de Cronistas Oficiales”, celebrado en Valdepeñas de Jaén. Allí, y según sus propias palabras, pasamos un “día inolvidable y pleno de acontecimientos interesantísimos”.
    Miguel ha sido protagonista en la reactivación de la Asociación Provincial de Cronistas Oficiales Reino de Jaén. Participó en la asamblea general celebrada en abril, en el IX Congreso Provincial de junio y en el I Encuentro Provincial de septiembre.
    Su rigor en la investigación local quedó reflejado en el último Congreso Provincial de Cronistas Oficiales, en el que presentó una comunicación titulada “Recursos hídricos de Canena y su aprovechamiento”. En la introducción precisa que es “un trabajo que trata de recoger y describir todos los manantiales de nuestro entorno, su utilidad y uso a lo largo del tiempo, su relación y beneficio a los habitantes de Canena”. Tendremos la oportunidad de leerlo cuando la Diputación Provincial publique las actas del citado Congreso.
    Como pudimos comprobar varios cronistas oficiales, el aprecio y la popularidad de Miguel Torres quedó patente el día de su sepelio, en el que centenares de personas manifestaron sus condolencias a su esposa, Presentación, a sus hijos, Antonio José, Lázaro Manuel e Isabel María, y al resto de sus familiares.
    Para el colectivo de Cronistas Oficiales, Miguel Torres Godoy siempre será un claro ejemplo a imitar.
    Por Juan Infante Martínez,
    presidente de la Asociación Provincial de Cronistas Oficiales Reino de Jaén.


    Josefina Abad Cabrera de Jaén
    A nuestra “más que amiga” Josefina

    El pasado día 27 de octubre nos dejó nuestra amiga, Josefina, como a ella le hubiera gustado “sin molestar”. La perdimos de un día para otro, sin dejarnos tiempo para ni siquiera darle un abrazo de despedida. Sin darnos tiempo para asimilar la idea de que ya no volverá a estar con nosotros. Se nos ha ido nuestra amiga, pero era más que una amiga, era parte de la familia.
    Cuando uno está lejos de su gente, como nos ocurre a nosotros, son los verdaderos amigos los que suplen esa falta y Josefina la suplía con creces.
    Ella siempre estaba ahí cuando se la necesitaba y, también, cuando “no se la necesitaba” (bromas de familia). Josefina bien podría haber escrito un libro de cocina tipo “las recetas de la abuela”. Sus gachas, migas o guisos eran inconfundibles, tanto que cada vez tenía que usar ollas más grandes porque nos traía siempre un “taper” para que no nos quedáramos sin probarlos. Las reuniones en el campo de su hija, Capi, ya no serán lo mismo sin Josefina. ¿Con quién va a discutir ahora mi marido, José Antonio? ¿O con quién se va a reír mi nieto, Pío, si “esta abuela es un peligro” ya no está?  Son más de veinte años los que hemos compartido con ella y su familia, momentos que pasamos juntos y que nunca olvidaremos. Por eso, Josefina, no te preocupes, seguiremos acordándonos de ti porque eres parte de nosotros. Te queremos. Por la familia Cabrera Mariscal.