Hasta siempre

Fernando Arévalo de Jaén
“En tu recuerdo: te echamos de menos”

En verdad, no sé cómo empezar. Es la primera vez que escribo unas letras para un periódico y, ¿quién iba a imaginar que iban a ser para ti, Fernando? Don Fernando Arévalo. La señora Acen —como tú me llamabas— no escribe para hablar de tu etapa profesional. Este reconocimiento ya lo has tenido de quienes te conocían en esos menesteres.

    30 ago 2009 / 10:26 H.

    Te escribo a modo de recuerdo, de cuando alternabas en las tascas del casco antiguo. En la que regento con mi marido, en cuanto te veíamos entrar, ya tenías la cerveza con mucha espuma dispuesta en tu sitio de siempre, la esquina. Allí hablábamos contigo y, en más de una ocasión, nos reíamos, pues utilizabas unas palabras tan cultas que, a veces, decías no conocer el significado, o tratabas de ponernos a prueba. Te gustaba que te contradijera para que tú pudieras soltar esa sonrisa socarrona tan particular.
    Siempre me gustaba —cuando te servía la cerveza y apostillabas: “Gracias, señora Acen— el decirte que esas corbatas y los pañuelos que te ponías en la solapa de la chaqueta ya no se llevaban.
    Donde estés ahora, en este bar, echamos de menos los buenos ratos, y tus particulares ritos de despedida. Siempre los empezabas con: “Lléname la espuela y, luego, me echas”. Y, algunas veces, había tantas espuelas que teníamos que echarte de verdad porque cerrábamos. Imborrable quedará en el tiempo lo que disfrutabas con los cortos de Tarantino, donde, a cada uno, nos pusiste un nombre: Tarantino, Gacela, Al Pacino y, por supuesto, la señora Acen. No quiero olvidar los “cirineos”, pues siempre encontrabas a alguno para que llevara las cosas tuyas. Fernando o, mejor dicho, don Fernando Arévalo, bien sabes que esta que te escribe te echa de menos. María Eugenia Sánchez Tirado

    Francisco José Domínguez Chica
    Fue un jiennense de 41 años que, el pasado día 3 de agosto, nos dejó repentinamente mientras disfrutaba de sus vacaciones en la playa junto a su familia. Esta dedicatoria va dirigida a ti, querido Paco. No sólo eras mi cuñado, sino uno de mis amigos (y ya sabías tú lo que valoro esa palabra). Cuando de madrugada oí pronunciar tu nombre en el teléfono —“…ha sido Paco”—, algo se me rompió por dentro, ya que no me podía explicar ¿Por qué?, ¡cómo ha podido pasar!, ¡pero…! y tantos y tantos peros. Creo que en la vida estamos preparados para importantes acontecimientos, pero la pérdida de un ser querido es algo para lo que los seres humanos no estamos del todo preparados.
    Y ahora, precisamente ahora, con lo feliz que te veíamos junto a tu esposa, María del Carmen, y tus niñas, Rocío y Carmen. Ya habías dejado atrás los primeros y angustiosos años de tu trasplante, superaste el susto de la enfermedad de una de tus niñas y tuviste la suerte de poder seguir disfrutando de la compañía de tus padres y de tu hermana. En pocas palabras, cuán feliz se te veía, amigo.
    Muchas veces habíamos hablado sobre el hecho de que todos, tarde o temprano, tendríamos que pasar por este trance y recuerdo la serenidad y el realismo con los que tú hablabas sobre esto, cuando dos meses antes, me consolabas por la pérdida, también repentina e injusta, de uno de mis amigos de la infancia y que tan sólo contaba con 45 años.
    Nunca es fácil hacer una dedicatoria de este tipo porque ¿cómo se pueden explicar con palabras, tantos y tantos momentos, emociones, sentimientos vividos juntos? Aún no hemos inventado un lenguaje tan bello que pueda conseguirlo.
    Conozco tu forma de pensar y estoy seguro de que no querrías que mis palabras se quedaran con sabor  a derrota, pues, si en algo se te podía valorar, era en tu carácter realista, luchador y tu buen sentido de humor. Estoy convencido de que ahora nos dirías: “¡Venga, tirad para adelante que peor sería que el Linares le ganara al Real Jaén!
    He adjuntado esta fotografía de cuando inauguraste tu casa de El Centenillo por el cariño con que la compraste, ya que, en esta pedanía, pasamos juntos momentos fantásticos. Recuerda lo que te reías cada vez que veíamos la típica foto de “los cuñados”, “….gordotes y cabezones” y cómo decíamos que si fuéramos defensas de algún equipo de fútbol, formaríamos la mejor barrera del mundo. Además recuerdo cómo cada fin de semana que podías, allí que te escapabas. En El Centenillo ya se te echa de menos. Son tantas y tantas personas en las que has dejado huella.
    Poco más que decirte, amigo Paco (o “mi Francisco”, como te nombraba cariñosamente tu padre). Sólo que, aunque no estés físicamente a nuestro lado, estoy seguro de que permanecerás para siempre en un rinconcito de cada uno de nuestros corazones, por lo que nunca podremos decir que nos has abandonado del todo.  Este es uno de los mensajes del siguiente poema que te dedico con todo mi cariño. Gracias amigo Paco por haber podido compartir estos efímeros pero intensos años junto a ti. Poema Cherokee:

    No te pares al lado de mi tumba y solloces.
    No estoy ahí, no duermo.
    Soy un millar de vientos que soplan y sostienen las alas de los pájaros.
    Soy el destello del diamante sobre la nieve.
    Soy el reflejo de la luz sobre el grano maduro.
    Soy la semilla y la lluvia benévola de otoño.
    Cuando despiertas en la quietud de la mañana,
    soy la mariposa que viene a tu ventana.
    Soy la suave brisa repentina que juega con tu pelo.
    Soy las estrellas que brillan en la noche.
    No te pares al lado de mi tumba y solloces.
    No estoy ahí, no he muerto.
    Por Cristóbal Castillo



      Francisco López Cantero de Jaén
    “Sólo me queda rezar y pedir por tu alma”

    A mi tío Paco: No sé cómo puedo expresar el vacío que has dejado entre nosotros. A pesar de vernos tan de tarde en tarde, no puedo olvidar toda la niñez y juventud que he vivido junto a ti. Para mí, fuiste mucho más que un tío, eras como un segundo padre para mí. Estuvimos juntos hasta que yo me casé. En esos años, aprendía mucho de ti y de tu forma de ver la vida.
    Pero el destino es incierto. Nunca pensaba que te iba a perder tan pronto. Aún tenías mucha vida por delante, aunque sé que has sabido aceptar las cosas positivas y negativas como te venían, incluso, la muerte también.
    Cuando dormías en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) te dije: “Este año no hemos podido pasar la Navidad juntos, pero, el próximo, lo haremos como tantas veces lo hemos hecho”. Lo que más me duele es que ya no va a poder ser, pero sé que ese día, como el resto de los días, te tendremos en nuestro corazón.
    Me quedo con la tranquilidad de que, durante los seis meses de los últimos coletazos de tu enfermedad, no me separé contigo ni un instante e intenté recuperar el tiempo perdido.
    Lo que más me pesa es no haberte dicho con palabras lo mucho que te quería y no poder cumplir lo que a mí misma me prometía: si salías de esta enfermedad, iría a menudo a verte. Pero, ahora, sólo me queda rezar y pedir por tu alma, aunque tampoco puedo ir al cementerio a visitarte. El único alivio es que te llevo muy dentro, en mi corazón, junto a mi otro tío. Dios ha querido  que os pierda con sólo 17 días de diferencia. Espero que nos ayudes a que el dolor se convierta en consuelo. Tu sobrina Asunción López Carrascosa.Ç

    Juan Carrascosa Salcedo de Jaén
    “Soñaste con volver a Jaén durante 49 años”
    A mi tío Juan: Aún no me he hecho a la idea de que te hayas ido. Todavía pienso que estás en Barcelona y que, en cualquier momento, te puedo llamar y sentir esa voz con la que con tanto cariño siempre me has hablado hasta que esta cruel enfermedad no te dejara, ni siquiera, hacer esto.
    Tío Juan, sé que tengo que dar gracias a Dios por no alargar más tu agonía y sé que tu deseo, después de tanto sufrimiento, era irte cerca de Dios, pero tu ausencia pesa mucho.
    Te doy las gracias por ser tan buen hermano. Sé lo mucho que querías a tu hermana, mi madre. Sentías pasión por ella. Me acuerdo de cuando la operaron y yo fui a la capilla del Hospital a rezar. Me dijiste: “Ayúdame a orar, que yo ya no sé cómo se hace”.
    Recuerdo también cuando nos mandabas dinero. En esa época, éramos todavía pequeñas. Mi madre me expresaba, el otro día, el dolor y el vacío que sentía y recordábamos las palabras que siempre le decías: “Como hermana, la mejor y, como persona, aún mejor”. Te fuiste a Barcelona en 1961 y, durante 49 años, soñaste con volver a Jaén. Quiero que sepas que tus amigos nunca te olvidaron y todos sintieron mucho tu fallecimiento.
    No quiero dejar de dar las gracias a esos hijos e hijas, yernos (José y Merce) y nuera (Montse) que no te han dejado ni un momento solo y que siempre han estado pendientes de ti para que no te faltara nada. Tío Juan, a mi tía, tu mujer, no la van a dejar sola. Todos cuidarán de que esté bien.
    Nunca me olvidaré de ti ni del calor que tus manos me dieron durante tus últimos días. Te quiero mucho. Siempre tendrás un lugar en mi corazón. Asunción López Carrascosa.

    Copla a la muerte de mi madre: Marina Samper
    Otra vez vuelvo a sentir la impotencia desesperada y pegajosa que sobreviene cuando muere un ser querido, ahora mi madre, familiarmente para los de casa “mamaíña”, fruto de la reminiscencia galaica aportada a la familia por mi padre, “papaíño”. De nuevo ese peso infinito, el de la losa de la muerte, que se adhiere a la garganta y deja la mente en blanco. Esa pesadumbre que no deja pensar en nada aunque quiera. En ese estado me hallaba cuando fui abordado por quien se identificó como amigo de la familia: “Lo siento, te acompaño en el sentimiento”. Aquel hombre seguía frente a mí mientras me esforzaba en hacer memoria para identificarlo, él seguía hablando, y yo contestando como un autómata, en medio del diálogo mi interlocutor me preguntó: “¿Por qué no les han puesto en la esquela el tratamiento a tu madre y tu padre?”. Como un autómata respondí: “Eso es igual”.   
    Efectivamente, mi padre tenía la cruz al mérito civil y la encomienda de la misma orden y mi madre tenía el tratamiento de ilustrísima. Recordé el comentario de mi abuelo: “Hijo, los honores de una persona no son los que se cuelgan de la pared, sino los que su conducta haga que los demás le otorguen”. Llegué a la conclusión de que debía cantar los honores de mi madre con una copla a su muerte. Vayan por delante mis excusas a don Jorge Manrique por plagiarle parte del título de su excelente obra literaria.     
    La vida de mi madre se resume en algo tan simple y tan inmenso como haber sido buena hija, esposa y madre. No reparó en desvelos y sacrificios para y por sus siete hijos.  Sus consejos fueron:  “Debéis ser siempre buenos, respetuosos y educados con todo el mundo. Decid y defended la verdad por encima de todo y no quieras para los otros lo que no quieras para ti”.   
    Desearía estar a la altura necesaria para cantar y contar las excelencias de mi “mamaíña”.  Era y fue muy excelentísima hija, esposa y, sobre todo, madre de siete hijos. Excelentísima en desvelos y en bondad. Como docente, enseñó con su peculiar forma acompasando lo que predicaba con su conducta y manera de vivir y dio ejemplo de coherencia en todo momento. Nos enseñaste lo digna que puede ser la vida por dura y penosa que sea. Supiste transmitirlo con el esbozo de una sonrisa en medio del dolor. Asimismo, nos mostraste que la muerte insignificante es un instante en el que se pierde la vida, luego, no es nada en sí. Se te dio cristiana sepultura, como siempre dijiste que querías, junto a tus padres, y revestida con la túnica de tu Cristo de la Buena Muerte, con las medallas de la Clemencia y de la Nuestro Padre Jesús y de la Virgen del Rocío. Fue buena tu muerte por el ejemplo silencioso que dio sobre el valor infinito de la vida. Aguantaste para enseñarnos que la existencia no es una ecuación que la ciencia pueda resolver. Muy al contrario, nos has demostrado que la vida y sus secretos siguen siendo un enigma insondable. De ahí los casi cinco años que viviste desde que te desahuciaron.   
    No sólo dejas vacante la plaza de madre, sino también la de guía espiritual y preceptora de la difícil tarea de mostrar el camino a seguir en la vida. Y a pesar de la tristeza por haberte perdido en presencia, sabemos que siempre te tendremos con nosotros y me alegro por ti, porque ahora disfrutarás en el mejor sitio en tribuna de honor para ver todas las Semanas Santas, en especial, la de Jaén en compañía de “papaíño”, los abuelos, la tita Carmen y de tu Lolichi, junto todos los tuyos. Quiero imaginar tu cara y tu sonrisa al oír a Dolores decir al paso de la hermandad de tu Cristo de la Buena Muerte: “Qué bien va este año. Mejor que nunca”. Ahora, esa sonrisa será eterna.     
    Esta es la tercera estrofa de mi copla, la más dura y amarga al ser la última. La primera y la segunda fueron losas, pero esta triplica su peso. Mi garganta desgarra los tonos por el efecto del sentimiento e impotencia para entonar los acordes de mi voz en sintonía con mi sentir. Por ello, ruego benevolencia por irrumpir en esta ventana pública y atreverme a plasmar estos grafismos negros sobre blanco con el objetivo de darle el merecido reconocimiento y hacer justicia con este pretendido homenaje póstumo, a mi madre, en mi nombre y en el de mis hermanas y hermano.   
     Descansa en paz y brilla con la luz perpetua para seguir iluminado a todos a los que siempre diste tu luz aquí en este mundo, empezando por tus hijos.       
     Este es el pobre canto que puedo hacerte, por más que lo he repasado, rectificado y corregido, sé que no está en paridad con tus merecimientos, los que siempre estarán por encima de cualquier copla de alguien con pretensiones a ruiseñor que no llega ni a grajo.     
    Por José Mariano Olivares Samper


    Juan José Cobo Fernández de Jaén
    “Te quiero mucho y te echo de menos”

    El pasado 20 de agosto se cumplieron tres años de la fecha en la que nos dejó mi hermano Juanjo. Me gustaría no tener que escribir en esta sección, “Obituario”, sino en la que felicitan por cumplir años vividos. Pero, como por desgracia no es así, no quisiera que Jaén te deje en el olvido, sino que te recuerde siempre como aquel chico buenazo que murió, hace años, y dejó el barrio de Peñamefécit, creo yo, raro y muy vacío.
    El tiempo cruelmente calma el dolor, pero no el vacío, ni la ausencia que dejaste entre los miembros de tu familia, como tus primos y tíos, y, también, entre tus amigos.
    Todos te recuerdan con nostalgia y se lamentan de no haber podido evitar muchas cosas que, en definitiva, estaban en mano de Dios que pasarán, Juanjo. Tu ausencia corporal quedará compensada por tu amor y por los muchos recuerdos que nos dejaste. Gracias por los buenos momentos que compartimos juntos.
    De tu forma de ser podría decir muchas cosas. Eras arisco, pero, a la vez, deseabas darlo todo. Fuiste una persona bondadosa, aunque no tuvieras nada. Te caracterizaste también por ser callado y esto era así porque no te importaban los chismes de nadie. Guapo, todo el mundo decías que eras más guapo que yo, aunque fuera la niña. Pero, sobre todo, destaca de ti lo gran persona que fuiste. Por eso, Dios te quiso tener a tu lado.
    Cuida de nosotros desde el cielo. Yo sé que lo haces, que estás con nosotros en los buenos y en los malos momentos porque así me lo haces saber. Cuida de tus hijas —a las que estarás viendo crecer, lo grandes que están—, de tus sobrinos, a los querías mucho. Ten claro que tu hermana siempre te dedicará unas palabras. Te quiero “muxo” y te echo de menos. Tu hermana Mamme.