Hasta siempre
Juana Nieto Martínez de Cazorla
“Dejas un legado de bondad y amor”
El 27 de noviembre siempre será un día muy señalado para nosotros, porque nos dejaste. Juana Nieto Martínez, te fuiste el día que menos lo esperábamos, un día que ni imaginábamos, pero te fuiste.
“Dejas un legado de bondad y amor”
El 27 de noviembre siempre será un día muy señalado para nosotros, porque nos dejaste. Juana Nieto Martínez, te fuiste el día que menos lo esperábamos, un día que ni imaginábamos, pero te fuiste.
Aunque nuestros corazones están satisfechos porque Dios ha querido que te disfrutemos durante todos estos años a pesar de tu enfermedad. Tu alegría y tu cariño siempre han estado presentes y nos queda el consuelo de que te has ido rodeada de todas las personas que te querían, que eran muchas.
Has dado ejemplo, y eso sí que es valioso en el legado que nos dejas de bondad, amor, cariño y respeto, entre otros. Nunca tuviste una mala palabra para nadie y tu mesa siempre estuvo al servicio de los demás. Estar a tu lado era una alegría. Hacías que nuestras vidas se colmaran de felicidad y nos contagiabas con esa risa que siempre estaba presente en tu cara.
Nuestra suerte ha sido conocerte, que Dios te haya puesto en nuestra familia y que aprendamos de ti, de tu ejemplo. Seguro que serías una gran maestra para este mundo tan imbécil. Ojalá que todo el mundo fuera como tú, porque la paz reinaría en todos los corazones.
Era una gran mujer, valiente como ella sola. Sacaste hacia delante a tus cinco hijas y las ayudaste a criar a tus doce nietos. Siempre estuviste al servicio de los demás y sabes que eso te honra.
Como decía Jorge Manrique, “nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar”, tu río ha estado lleno de alegría, pero también de muchas piedras, piedras que has sabido ir apartando con tu lucha constante y tu esfuerzo, piedras en las que has tropezado y que te has sabido levantar. Perder un marido tiene que ser duro, pero perder a una hija tiene que ser algo horrible y por todo ello has tenido que pasar. Seguro que Sebastián y Juana te han hecho un huequecito allí arriba y estarás disfrutando de la presencia de ellos.
No se qué más decirte. No tengo más que halagos para ti y agradecimiento. Gracias mamá, agradezco mucho el haberte conocido y que Dios te haya elegido como madre para mí. Otra no lo hubiera hecho mejor que tú, de eso estoy segura. Mis hermanas y yo tampoco lo hubiéramos podido hacer mejor contigo, así que la conciencia tranquila queda.
No os olvidaré nunca a esas tres personas tan importantes que hay en el cielo: mi madre, Juana Nieto Martínez; mi padre, Sebastián Martos Rodríguez, y mi hermana, Juana Martos Nieto.
Por Isabel Martos Nieto.
Luis Mejías González de La Puerta
Carta abierta de tus compañeros
No soy yo, amigo Luis, la persona más propicia para escribirte, pero ellos, nuestros compañeros de trabajo, me lo han pedido, por lo que espero se convierta en una extensa comunicación de todos los que te conocieron. Fíjate, esta noche he visto mis notas de baloncesto. Ese baloncesto que tú sabías que llevaba dentro y me obligaste a volcar voluntariamente entre tus pupilos de la escuela de deportes. Aún hoy, no sé si mis entrenamientos estaban bien preparados, ni sé si sirvieron de algo a aquellos ágiles chiquillos que parecían siempre tan impacientes por aprender y por jugar. No lo sé porque tú siempre me animabas a seguir, siempre te parecía bien mi esfuerzo y mantenías una sonrisa abierta aun cuando, afrontando la cruda realidad, me decías aquello de: “Bueno, vamos a perder, pero antes ya estaba todo perdido, así que algo ganaremos”.
A veces, cuando veo el pabellón municipal de La Puerta de Segura, me parece que vas a salir por la puerta para increparme: “¿Pero, cómo vienes sin el chándal? ¡Anda y cámbiate que hay que cansarse un rato jugando al básket!”.
Tu apoyo constante al fútbol base te obligaba a mantener un contacto constante con el coordinador Francis Plaza, con Jesús, el alcalde, con los monitores deportivos de los pueblos de la Sierra de Segura y, en fin, con tanta gente que ahora te echa de menos.
Tu buen ánimo se quedó con nosotros, “compañero”, tal y como te gustaba llamarnos a cada uno de nosotros. Así es como nos sentíamos, compañeros.
No soy yo, compañero, el más indicado para decirte esto, pero en ninguno de los muchos viajes que hicimos juntos llegué a aburrirme contigo.
Creo todos estamos de acuerdo en que, con tu idiosincrasia personal, llegaste a molestar a más de uno, pero siempre se te perdonaban tus “manías” y tu manera de ser y de hacer las cosas porque, al fin y al cabo, esa forma de ser tuya era respetada por todos. Si alguien quería cubrir tus peculiaridades, se decía aquello de: “Luis tiene esa forma de ser, tú no lo vas a cambiar ahora”.
Te has marchado, compañero, te echamos de menos.
Tengo grabada en la frente la noche que celebramos tu prejubilación. De eso hace apenas dos años. Dijo Paco Martínez: “Pablo, con la marcha de este compañero, habrá siempre un antes y un después”. Cuánta razón tenía.
Tus llegadas al trabajo por las mañanas eran esperadas porque siempre entrabas con energía, largando alguna frase —con segundas— sobre el tiempo, la política, el fútbol o cualquier historia que se te ocurría para trastocarla irónicamente, ya que tenías esa costumbre de reírte de todo con el estilo bien aprendido de Tip y Col. Recuerdo la mañana en que dijiste a Paco Cuadros que era un “déspota”. Todos nos miramos, nos sonreímos por lo “bajini”, ya que sabíamos que era tu forma de ponerlo en acción para que hablara y se desahogara.
Siempre tuviste, también, esa forma de “picar” a Paco Fuentes, que era tu mejor amigo, para que se desahogara por las mañanas porque decías que no se convertía en hombre hasta que no se tomaba el café. Con tu dicharachera forma de ser nos hacías pasar muy buenos ratos mientras trabajábamos. Nuestro trabajo es para estar despiertos y tener controladas las situaciones especiales. Ya que la electricidad permite conocidos, pero no amigos de confianza, tú, como zorro viejo que eras, siempre supiste estar atento cuando hacía falta y sereno cuando no había hielo en la carretera, ya que era lo único que te hacía sudar hasta con el frío.
No soy yo, amigo Luis, quien más te va a echar de menos. Agustín te recordará como su Lazarillo; Alfonso aún se acuerda de tus chascarrillos; Paco Martínez, de tus bromas y “sabidurías”; Paco Fuentes, de tus “posturas” a la hora de provocar los debates; yo, de tus preguntas constantes; Cuadros, por tu manera de calmar la situación, y todos, de tu alegría.
No he tenido la oportunidad de hablar aún con tu amigo y compañero de fatigas en el deporte, Paco “el guardia civil”, como tú lo llamabas para distinguirlo de los demás Franciscos. Estuvo batallando contigo tantos años para crear, mantener y hacer cada año cosas nuevas en la Escuela Municipal de Deportes, que es seguro que su corazón te estará llorando tanto como el nuestro. Tu compañero Casas también habrá notado un antes y un después.
No soy yo, amigo Luis, el más idóneo para ponerte un calificativo, ni para decir tus defectos —que nunca le importaron a nadie—, pero si alguien me preguntara: ¿Por qué crees que tenemos que recordar a Luis Mejías González?, le diría: “Las personas que nunca hacen daño a nadie, yo creo que son un ejemplo. Las personas que luchan por crear cosas nuevas, son un ejemplo. Además, Luis fue siempre generoso, porque nos hizo a cada uno de nosotros que sacáramos lo mejor que teníamos dentro. De esta forma, no tuvo que darnos caridad, sino que nos enseñó a buscarnos nuestro propio sustento moral y eso creo que es un ejemplo”.
No soy yo quien debe decirte esto, amigo Luis, pero espero que allá donde estés seas feliz y tengas lo mejor.
Despido esta carta como lo haría Miguel Hueta, escritor villanovense, citando una frase de Miguel Hernández que, ahora, cumpliría cien años, pero tal vez esté por ahí, contigo:
“A las aladas almas de las rosas
Te requiero,
Que tenemos que hablar de muchas cosas
Compañero del alma,
Compañero.”
Por Francisco Martínez y sus compañeros.
Juan Valcárcel Linares de Linares
Un hombre que dejó huella
El fallecimiento de Juan Valcárcel causó una enorme consternación entre todas las personas que lo conocieron y trataron en vida. Su despedida, en la iglesia de San Agustín, tuvo momentos muy emotivos. Su féretro, envuelto con la bandera del municipio, fue muestra del reconocimiento de esta ciudad a un hombre bueno y sencillo, que no dudó en ningún momento de llevar a lo más alto el nombre de esta tierra. Los acordes de algunas de las melodías que él cantó, interpretadas al órgano por José Luis Vilches, pusieron un nudo en la garganta de todas las personas que acudieron al templo a darle su último adiós.
Juan Valcárcel supo compaginar su trabajo en la antigua Metalúrgica de Santana con su vocación musical como cantante del grupo “Los Jóvenes”, que, durante muchos años, hizo las delicias de jóvenes y mayores allá donde actuó. Siempre estuvo implicado en la vida social y cultural linarense.
Su relación con el cantante Raphael le hizo impulsar la asociación cultural que lleva su nombre y, en estos últimos años, se centró en la creación de un monumento y de un espacio expositivo que se dedicará a los artistas de la ciudad. También era un gran aficionado al arte en general, al mundo de los toros. Es más, estuvo implicado en el mundillo taurino.
Valcárcel siempre estaba dispuesto a colaborar en todo cuanto se le pedía y esta disposición le hizo en su momento ser directivo del Linares Club de Fútbol cuando el equipo le invitaba en la Segunda División.
Desde hace unos años, desde la asociación que presidía, organizaba actos de homenaje a personas que, a su juicio, lo merecían.
Otra de las ilusiones que tenía, pero que no pudo ver cumplida, era la de reunir en un homenaje común a todas las personas que, nacidas o con descendencia en Linares, han triunfado en las facetas que desempeñan.
Su vitalidad le llevó a grabar un recopilatorio, no hace mucho tiempo, con sus mejores interpretaciones y a volver a actuar con el grupo “Los Jóvenes” después de muchos años, en la fiesta del voto de la Virgen de Linarejos, para agradecer a la patrona de la ciudad la superación de una delicada intervención quirúrgica.
Su fallecimiento, sin lugar a dudas, ha dejado un gran vacío no sólo entre las gentes que lo trataron directamente y conocieron, sino también en aquellas que, si bien no tuvieron un trato tan directo con él, sí lo conocieron por la labor que realizó durante muchos años para resaltar de algún modo el nombre de la ciudad por la que él sentía una gran devoción.
Descanse en paz un buen esposo, padre y abuelo, un artista ejemplar y un hombre volcado con todo lo relacionado con los linarenses.
Por Manuel Esturillo.
Manuel Ureña García de Jaén
Cuando se va un amigo
Manolo, cuando me enteré de que te habías ido, ya habían pasado 12 días. Menudo golpe. Nada más saberlo, me fui a tu casa para estar con Mari Carmen. Lo primero que dijimos fue que no lloraríamos, pues a ti no te gustaría.
Ya me fue comentando cómo fue todo. En esos días, yo también estaba en la cama con esta enfermedad que no me deja hacer lo que uno quiere. Pero Manolo, el 11 de febrero, fue un premio y un viaje para ver a la Virgen y llegar hasta Lourdes.
Quiero recordarte algo muy bonito y que tú vivías de toda la vida. Se trata de la Semana Santa. Comenzabas con tus abonos y eso lo tenías a la perfección. Luego, alumbrando a Nuestro Padre Jesús y, antes de llegar a tu casa, llegabas al Bar Malagón a tomarte un cafetito y me enseñabas con orgullo el clavel rojo que traías para Mari Carmen.
En mi pensamiento queda que la vida a veces es muy linda, pero, en otros momentos, no tanto, pues te faltaban cuatro años para cumplir un sueño muy bonito: llegar a las bodas de oro y disfrutar con tu mujer en un crucero.
No me quiero olvidar de mis ratos de fútbol contigo; nuestro Real Jaén, tertulias para los lunes y, bueno, con el Real Madrid. Éramos dos fanáticos en plan tranquilo, pero, a veces, parecía que éramos los dueños.
Aprendí de ti, amigo Manolo, cómo cada mañana salías de tu casa para ir al trabajo “echo un pincel” para estar frente al público. Fue una de tus señas de identidad, además de esa sonrisa que siempre llevaré en mi corazón.
De vez en cuando, en el tiempo del café, salían tertulas con muchos asuntos, pero había uno del que tú entendías mucho: el flamenco. Conocías todos los palos y eso no es fácil. Es más, te brillaban los ojos cuando hablabas de Beni de Cai.
Manolo, va a ser duro saber que no volveré a verte, pero estoy seguro de que, allí donde estés, recibirás todo mi cariño. Un fuerte abrazo mi querido amigo.
Por Benito Malagón
de la Cova
Rafael Romero Romero de Andújar
Una gran figura del flamenco jiennense
No sé si nació en el puente/ o cerca de las siete esquinas/ era su cante valiente/ su voz muy flamenca y fina/ fue admirado por la gente/ y le llamaron “El Gallina”. Así leo en unas letras mecanografiadas que guardo en el libro de Sánchez Bracho sobre la figura de Rafael Romero, un magnífico cantaor de flamenco que nació en Andújar en 1910 y murió en Madrid, un mes de enero de 1991. Por lo tanto, los inviernos van unidos al recuerdo del gran cantaor, aunque siempre es bueno recordarlo.
En mi libro coescrito con Juan Carlos Toribio, sobre Andújar y la Romería, en el apartado sobre personajes ilustres, tengo escrito sobre Rafael Romero: “Gitano cantaor, tal vez. descendiente de aquellos gitanos que llegaron a Andújar allá por el año 1470. Rafael cantaba mucho y bien, con una personalísima emotividad”.
También reseñaba: “Para algunos críticos, cantaba como nadie la soleá. Para otros, la toná y el martinete. En sus seguiriyas mantenía el enigma del desdichado mundo gitano, el lamento de la paciencia y resignación gitana en su continuo nomadismo. Es una figura imprescindible del cante en el siglo XX al tomar el testigo de algunos palos y formar del cante en el XIX”.
Este año, se celebra el centenario de su nacimiento. Nació en la calle de San Lázaro un 9 de octubre. Muy pronto se inició en el cante, tal vez, por tener dos grandes maestras: su abuela Antonia Romero y su tía Pepa Romero, sin olvidar a su tío José Romero.
Tras la Guerra Civil, se traslada a Madrid y actuó en un espectáculo de Lola Flores. Allí conoce a grandes cantaores y a grandes guitarristas. Recorre medio mundo y, en Andújar, una calle y un monumento en bronce perpetúan su recuerdo. Por Juan Vicente Córcoles.