Hasta siempre

Jacinto del Moral Gutiérrez de Jaén
“Abuelo, descansa y vela por todos. Danos fuerza”

No tengo más que recuerdos tuyos. No pienso en nada. Sólo en esos pequeños momentos que has pasado conmigo, con mis hermanos y con mis primos. Me cuesta mucho trabajo escribirte esta carta y no emocionarme. Sé que no quieres que lloremos. Sé que quieres que sonriamos, pero hace una semana que ya no estás y es imposible. Cerraste los ojos, se apagó la vela, me cambió el alma. Te siento tan cerca, pero a la vez tan lejos. Me gustaría estar contigo de nuevo, irritarte con mis bromas, contarte anécdotas de casa, del trabajo, de la vida… Sigo haciéndolo, pero de otra forma. Me siento extraña, nos sentimos raros. No estamos acostumbrados a las pérdidas, y menos una tan grande, como la tuya. Abuelo mío, no me lo quiero creer, me gustaría que fuera un sueño.
Quisiera retroceder en el tiempo y volver al pasado, a nuestros paseos por la Alameda, a nuestros viajecillos de los domingos con la abuela, a la Nochebuena en casa cantando villancicos y escondiéndonos detrás de ti para que no nos riñera la abuela y mamá por romper los platos… El lunes lloró Jaén, el banco donde pasabas las mañanas no brilla. Me tomé el vinillo que tanto te gustaba, brindé por ti, reí por ti. Pero no sabe igual, nada sabe igual, nada huele igual. Ahora, ¿con quién veo los toros? Mira que te gustaban. Se me parte el alma que no pudieras disfrutar de ellos en directo por culpa de esa diabetes que te arrebató la pierna. Lo que más he admirado de ti es la entereza y lo bien que has llevado tu enfermedad. Te has podido ir tranquilo, abuelo mío. Lo has hecho todo, todo bien. ¡Te has portado tan bien con todos! ¡Nos has enseñado tanto!
Abuelo, descansa y vela por todos. Danos fuerza, danos vida, danos salud, sobre todo a mi abuelo Paco, que está malillo. Mañana me incorporo al trabajo y no te voy a encontrar en casa como todos los días, pero sé que estarás allí y que nos acompañarás siempre. Gracias abuelo y disfruta. Ahora eres libre. Ya te dije lo que pensaba cuando te estabas yendo poco a poco. Eso se queda entre tú y yo.  María Luisa Fontecha del Moral

Luis del Moral Mesa (Luis Millones)de Jaén
Querido papá

Silencio, y  es que anoche más que nunca, no tenía cabida el silencio, y quisimos esquivarlo recordando tus vivencias, tus historias y, por supuesto, tu forma de vivir esta vida. Porque, a pesar de todo, era difícil no sonreír y dar las gracias porque hemos tenido la fortuna de vivir a tu lado tantos buenos momentos.
Hoy, Jaén se ha despertado huérfana de tu presencia y consciente de que se ha marchado uno de sus más fieles jiennenses, amante de su ciudad, de sus calles, y, por encima de todo, de su gente tan especial. Seguro que todos ellos, al igual que nosotros, alzaron su copa al cielo brindando por tantas sonrisas y alegrías compartidas.
Y es que realmente sentimos que no te has ido, porque llenabas tanto nuestras vidas que es imposible vaciarlas, por mucho tiempo.
Siempre familiar y amigo, has sabido hacer feliz a todo el que se cruzaba por tu camino y que, seguramente, se quedaba a tu lado una buena tarde, y para el resto de los días.
Anoche, seguro que, mientras nos mirabas desde el cielo, estabas con tus amigos, entre chatos de vino y tertulias de taberna, contándole a todos el último chiste que se te había ocurrido. En nuestra tertulia, impregnada de ti, continuábamos cada uno aportando nuestra pequeña historia, buscando la aprobación y sonrisa de nuestro padre, esposo y abuelo. Eso sí, te echábamos mucho de menos.
Para nosotros, “Millones” no es un valor económico ni una cifra numérica, sino una filosofía de vida, una manera de amar a su familia —y a todos los amigos que, a su vez, forman parte de ella—, de disfrutar cada minuto y de regalar felicidad en cada momento vivido.
Al menos, sabemos que uno de tus mejores amigos estará a tu lado, contento, aquel al que día tras día visitabas en la Catedral para pedirle por lo más importante de tu vida, tu familia.
Ten por seguro que mantendremos firme la senda que nos has marcado, unidos como la familia que siempre has querido y tenido. Desde la nostalgia de tu felicidad y viviendo de tu intensa huella.
De tu familia

Juan Espino Criado de Marmolejo
“Una vida unida al flamenco y al Guadalquivir”

Este año que se nos va nos deja la despedida de Juan Espino Criado, justo en abril, el día de su cumpleaños, había nacido en 1923 en la vecina ciudad de Montoro, abrazada por el Guadalquivir, en una década que marcaría el declive de la monarquía de Alfonso XIII. Muy pronto se traslada a Marmolejo, Guadalquivir aguas arriba, al pueblo del agua, de la campiña y la sierra.
Cuando Juan Espino muere era ya agente comercial jubilado. Pero la trayectoria de este hombre es una vida muy interesante unida al mundo del espectáculo. En una entrevista realizada para Diario JAEN, me decía que él había cantado por influencia materna, su madre era una mujer que cantaba muy bien y que había seguido, a su vez, las enseñanzas de La Niña de los Peines. En ese ambiente hogareño y familiar, fue creciendo y formándose en los años duros de la posguerra, hasta que Pepe Marchena lo incluye en su número, en aquellos espectáculos de “marchenismo” que darán pie a la ópera flamenca en donde el flamenco pierde garra, hondura, se dulcifica buscando una más fácil musicalidad para llegar a todos los públicos. En aquel espectáculo, Juan Espino era “El Niño de Montoro” y cantaba, sobre todo, fandangos. Viajó mucho. En 1951 crea su compañía propia con el espectáculo “Risas y Cantares”. No se pueden olvidar las veladas en el teatro cordobés de Duque de Rivas. Recorrió toda España. Juan Espino recibió el premio de la Unión Sindical del Espectáculo.
De Pepe Marchena, en la entrevista ya citada, me decía que hizo más universal el flamenco, que lo sacó de los colmaos, bebiendo en Chacón y Vallejo.
Juan Espino tuvo treinta años un bar en Marmolejo, lugar unido a la Peña Flamenca de la que fue su presidente. Se casó con Lucía España y el matrimonio tuvo ocho hijos: Lucía, Dolores, Juani, Carmen, Antonio, Juan Antonio —que es hoy un magnífico fotógrafo— Lourdes y Miguel Ángel. Trece nietos llenaron sus últimos años de alegría y de sentido por la vida.
 por Juan Vicente Córcoles                        

Antonio Villargordo de Martos
“Es un referente en el que nos debemos mirar”

El nombre de Antonio Villargordo es algo más que el de un militante. Es uno de esos nombres propios que escuchas infinidad de veces a las compañeras y los compañeros, pero que lo escuches de boca de quien lo escuches, siempre van a ser palabras de cariño, respeto, admiración o amistad. Hace sólo unos pocos meses Antonio estuvo en unas Escuelas de Formación de Juventudes Socialistas en Andújar con nosotros, y creo con total convicción de que sus palabras eran las de un joven de 92 años, las de un joven que nos animaba de verdad a decir y a defender lo que de verdad pensábamos.
Cuando vi la bandera de la República sobre su féretro, no pude reprimir una lágrima, porque comprendí en ese momento que no nos había dejado, que nunca nos dejaría, sino que mientras recordemos lo que él representaba jamás morirá; porque sus ideas están vivas, vivas dentro del militante más veterano del Partido Socialista hasta la compañera más joven que tenga las Juventudes Socialistas.
Antonio es un referente en el que creo que todos debemos mirarnos, es la esencia de unas ideas y de unos valores que nunca debemos olvidar y que debemos defender, tal y como Antonio lo hizo, hasta el último día de su vida.
Por Miguel Rincón Calahorro
Secretario de Organización de Juventudes Socialistas
de Jaén


“Memoria de la democracia y el socialismo”

No elegimos el sitio de nacer (“no nacemos, nos nacen”, solía decir don Miguel de Unamuno). Estamos más en condiciones de elegir el sitio de morir y ser enterrados. A Antonio Villargordo Hernández lo nacieron en Beniel (Murcia); siendo joven, se trasladó a Martos y se convirtió para siempre en “marteño de adopción y sentimiento”. En Martos replantó sus raíces; fundó el hogar familiar; amuebló casa y proyecto vital; vio crecer —también morir— hijos y nietos; trabajó duro y dio ejemplo de ciudadanía de bien; compartió sinsabores de la dictadura e ilusionó a sus ya paisanos con la búsqueda de un tesoro: el de la convivencia democrática compartiendo el don de la libertad, la utopía de la igualdad. En Martos, su pueblo, fue alcalde elegido democráticamente durante 16 fructíferos años y, como hombre, muchos le respetaron por su bondad natural, su disposición para anteponer el bien general al interés particular y su buen trato con el conjunto de la población, mostrando predilección  por los débiles y desheredados de la fortuna. Hoy, los olivos de Martos contemplan su sepultura.
Pero sería inexacto ubicar a una persona y una personalidad como Antonio Villargordo en el ámbito exclusivo de la reciente historia de Martos. Su acción vital tuvo un radio de expansión más amplio que afecta como mínimo a la historia de la provincia de Jaén que recorre el último tercio del siglo XX y casi el primer decenio del XXI. En efecto, una minoría selecta de hombres curtidos en sufrimientos y esperanzas, que en su juventud se identificaron con los ideales de la       II República y de Pablo Iglesias y que, frente a la insurrección militar de Franco, trágicamente se vieron obligados a defenderlas con las armas, que conocieron la represión de la derrota, los campos de concentración y las cárceles del Régimen, a partir de 1975, se agrupó para refundar el Partido Socialista Obrero Español. A la cita con Antonio Villargordo acudieron Juan Zarrías, que luego sería alcalde de Cazalilla y senador; Cándido Méndez, concejal del Ayuntamiento de Jaén; Julián Jiménez, alcalde de Linares; Alfonso Fernández, alcalde de Torreperogil… todos ellos ya desgraciadamente desaparecidos. Les movían ideas claras y distintas: el principal objetivo del socialismo, se decían, es construir la democracia y el pluralismo constitucional; a sí mismos se veían como el puente necesario para abrir las puertas a generaciones más jóvenes dispuestas a asumir éticamente la dirección de los asuntos públicos; convenían que el sufrimiento de la guerra y de la posguerra había que reconvertirlo en mano tendida a la reconciliación de tirios y troyanos; juzgaban más importante convencer que vencer; consensuaban que la pedagogía política más urgente era lograr que los acomodados a la Dictadura perdieran el miedo a la libertad y la democracia…
Desde que lo conocimos a principios de la década de 1980 disfrutamos de su trato directo y amable; su exquisita educación popular; la narración con sencillez y humildad de sus ricas experiencias vitales, ajenas a dogmas, rencores y petulancias. Sus responsabilidades orgánicas o institucionales las ejerció siempre invitando a la concordia y el diálogo. En el Ayuntamiento de Martos fue un alcalde honrado, justo y coherente: “Algunos funcionarios que estaban apegados a la dictadura, cuando vieron que el pueblo nos elegía para gobernar el Ayuntamiento, creían que los íbamos a echar de allí de malas maneras, pero pronto supieron que nuestra intención era construir la democracia para todos, también para ellos”. En la Diputación siempre contaron con su buen sentido, consejo relajante y buen humor tanto en situaciones fáciles como complejas. En la dirección y asambleas del Partido siempre se reconocía su autoridad moral desde el silencio discreto, el saber escuchar a todos sin menospreciar a ninguno, la mirada paternal y el trato cordial para quien compartiese o no sus posiciones. Él, que tanto perseguía la armonía, era discreto hasta para disimular la profunda tristeza que le causaba la división y el enfrentamiento. La salud, el trabajo y la felicidad formaban parte de sus exigencias personales. “Voy a superar los 90 años —solía decir— porque me tomo varios vasos de aceite al día como otros se lo toman de vino”.
Y, efectivamente, superados los 90 años, en el 30 aniversario de la constitución de los Ayuntamientos democráticos tuvo dos intervenciones públicas: una en el instituto Santo Reino de Torredonjimeno y otra en el Ferial, en las que eclipsó al resto de intervinientes: sin papeles, hablando a la razón desde el corazón, recordaba el drama irrepetible de los malos tiempos de la guerra y de la posguerra, la aportación de los ayuntamientos al bienestar ciudadano, la utilidad de actitudes de servicio público permanente, la conversión de aquel hombre de su pueblo que cuando bebía pegaba a su mujer y que, a fuerza de charlas, acabó haciendo de él un buen esposo y marido…
La última vez que tratamos a Antonio Villargordo fue en la Feria de la Aceituna que, siendo alcalde, él mismo instauró en Martos en 1981, y que en esta última edición presidía como alcaldesa su nieta Sofía Nieto y pregonaba emocionada la Consejera de Igualdad, Micaela Navarro. Antonio llegó de los primeros y se sentó en su escaño habitual. Conservaba su aspecto patriarcal, intentó levantarse para saludar al grupo de compañeros y autoridades que fueron a saludarle y desistió porque las fuerzas le fallaban. Se le veía amable y tranquilo como siempre, pero cansado como nunca. Con su portentosa lucidez le supimos consciente de que las fuerzas corporales le abandonaban y se aferraba a la fuerza del espíritu. Pocos días después supimos de su muerte. Le despedimos un gélido 19 de diciembre en el cementerio de Martos donde no hacía tantas fechas que nos habíamos reunido para reivindicar la memoria histórica de los que en la Guerra Civil fueron fusilados y se les negó el derecho a un enterramiento personalizado…  Para el presente y el futuro, en Martos, Jaén y Andalucía, la vida y la obra de Antonio Villargordo es memoria viva de la democracia y el socialismo.             
Por Gabriel Ureña Portero y Angustias María Rodríguez Ortega de Jaén

    27 dic 2009 / 11:32 H.